Para comprender en qué etapa de su presidencia ha entrado Guillermo Lasso, quiero contar una anécdota breve. Una es sobre la mala calidad de los servicios de salud de Canadá —aunque suene sorprendente. Si bien el sistema tiene sus ventajas (medicinas baratas, tratamientos para enfermedades catastróficas a costo cero), hay otras cosas bastante precarias. Es muy difícil encontrar un médico de familia porque hay escasez de doctores, una visita al hospital para algo no crítico puede demorar horas o un día entero. Las operaciones electivas pueden posponerse meses o años hasta agendarse. He vivido fuera de Canadá casi 20 años y cuando regreso me pregunto ¿por qué los canadienses, con tan alta calidad de vida, aceptan un sistema de salud tan malo? He llegado a la conclusión de que no se preguntan cuál es el mejor sistema para proteger su salud y el bienestar, sino si quieren el sistema actual o uno como el de Estados Unidos. En el imaginario del canadiense, son las únicas dos opciones. 

En Estados Unidos, sabemos, los servicios de salud son costosos y mucha gente cae en la bancarrota o pierde sus vidas por la crueldad del sistema privado médico. Los canadienses ven en el noticiero cómo los estadounidenses cruzan la frontera para cosas básicas como insulina en farmacias canadienses, o van a México para hacerse tratamientos. No se pone de ejemplo sistemas mixtos exitosos, como el francés o suizo. La pregunta ideológica de “público versus privado” se presenta en blanco y negro. Revela, además, algo único sobre la identidad de los canadienses: como país que celebra el multiculturalismo y pluralismo como eje central de su existencia, su identidad nacional está atada a sus instituciones. Aceptar un sistema distinto de salud sería entregar la parte de su identidad que más les destaca del imperio vecino. 

¿Qué tiene que ver esto con Guillermo Lasso? Que está por entrar en la etapa más crítica de su presidencia —la fase de reforma. Su éxito dependerá de su capacidad de hacer que los ecuatorianos interioricen sus propias preguntas como punto de partida del debate, y no las preguntas de sus opositores. Me explico. 

La primera etapa de la presidencia de Guillermo Lasso fue definida por su gestión de la pandemia del coronavirus. Ahora quiere reformar el Estado para tratar con una crisis igual de importante: la económica. 

Después del desgaste del modelo económico que generaba empleo gracias a un insostenible gasto público nacido del alto precio del petróleo, ahora Ecuador necesita un modelo que pueda generar empleo sin contar con inversión estatal, porque el Estado ya no tiene recursos. 

La crisis es real: la migración masiva que se ve todos los días en los aeropuertos internacionales del país responde a una economía golpeada por la pandemia. Los altos índices de desempleo y subempleo, la regresión de mucha gente de la clase media a la pobreza, o de la pobreza a la pobreza extrema, tienen consecuencias que directamente afecta al bienestar de cada ecuatoriano y por ende influye en todo ámbito de la sociedad, incluyendo de salud, seguridad, política y más dimensiones de la vida en comunidad. 

Guillermo Lasso sabe que la falta de creación de empleo también nace de problemas estructurales. Como he dicho aquí en GK, los altos costos de hacer negocios en Ecuador mantiene nuestra desigualdad por disuadir inversión, interna y externa, y generan desincentivos de crecimiento para empresas pequeñas y medianas mientras sostiene la dominancia de las empresas grandes. 

Primero, emprender en el mercado formal, acoplándose al código laboral, te garantiza deudas personales si el emprendimiento falla, y 9 de cada 10 fallan. En otras palabras, la ganancia es poco probable, pero las deudas son garantizadas.

Luego, para poder crecer, una empresa debe contratar por poder cumplir con la demanda anticipada, pero en el evento de no haber esa demanda, el costo de reducir la nómina es alta, por ende el costo de fracasar es alto. En lugar de crecer, muchas empresas prefieren guardar su pedazo del pastel a todo costo en lugar de buscar un pedazo más grande, o un pastel más grande. Guillermo Lasso sabe que aquellos costos nacen de la legislación laboral, que actualmente protege meramente a 3 de cada 10 ecuatorianos que trabajan. 

El Presidente sabe también que intentar reformar los problemas estructurales va a encontrar mucha resistencia, sobre todo con ciertos actores que lamentan la desigualdad y el desempleo. Guillermo Lasso puede intentar pelear en nombre del 70% de ecuatorianos que pueden trabajar y no están amparados por el Código del Trabajo, pero en la lucha va a estar solo: en Ecuador el poder se ejerce a través de gremios, y los ecuatorianos en desempleo y subempleo no cuentan con un gremio, por ende su poder político es limitado. 

El éxito de Guillermo Lasso en promover la reforma dependerá de cuatro factores. Primero, de su capacidad de navegar una Asamblea desesperada por volver a ganar el favor de los ecuatorianos después de los daños hechos por una serie de escándalos de corrupción. El otro, tendrá que arriesgar el capital político ganado por su gestión de la pandemia. En tercer lugar, jugará la capacidad de sus adversarios de movilizar a mucha gente en contra de la reforma. Finalmente, habrá que considerar su capacidad de ganar la batalla comunicativa contra sus adversarios. 

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Quiero enfocarme en el último punto, pero antes entendamos los antecedentes. La reforma ha representado el valle de la muerte de muchos políticos ideológicamente parecidos a Guillermo Lasso. 

Emmanuel Macron llegó a la presidencia de Francia con la promesa de llevar a cabo cambios parecidos para dinamizar la economía francesa, pero después de perder la batalla contra las protestas sociales, Macron ha dejado su agenda reformista, optando por definir su presidencia por la reforma cultural de los migrantes en Francia, un plan defensivo creado para contrarrestar el populismo de la derecha extrema. En Colombia, la presidencia de Iván Duque ha perdido viada después de las inmensas protestas sociales en contra de su mal pensada reforma tributaria, que incluía, entre otras cosas, un nuevo impuesto sobre ataúdes en plena pandemia. En junio de 2021 la popularidad de Duque era menor al 20%. No hay garantías de que el camino de reforma de Lasso le va a resultar en algo positivo. Incluso podría dar vida a la izquierda fragmentada y sin liderazgo claro por ofrecer un plan que unifique a los distintos grupos de los sectores sociales y gremiales. 

Y es aquí donde regreso a la analogía del sistema de salud de Canadá: así como la pregunta que deberían hacerse los canadienses es si existe una tercera vía a su sistema actual o al estadounidense, los ecuatorianos deben escoger bien las preguntas alrededor de las cuales va a girar este debate.

¿Por qué? Porque el Código del Trabajo actual no cubre las necesidades de la vasta mayoría de gente que trabaja en Ecuador, y a la vez estanca la creación de empleo. Es decir, no cumple con su función —pues es evidente que si lo hiciera, no tendríamos tanto desempleo y subempleo. No obstante de esa realidad, habrá mucha resistencia a su reforma: sus opositores la definirán como “pérdida de derechos” a pesar de que, sin universalidad, los beneficios laborales que otorga la legislación vigente no son derechos, sino privilegios gozados por muy pocas personas. 

Aquí el debate comienza —y tal vez termina— con la definición de las preguntas centrales. Necesitamos cuestionar y discutir cuál es el mejor código de trabajo posible para garantizar protecciones para la máxima cantidad de ecuatorianos y cuál es la óptima división de responsabilidades entre el Estado, la empresa, y el individuo para tener más empleo y más protecciones para más gente. 

Esos cuestionamientos nos llevarán a una mejora sustancial que beneficie a muchos. En el momento en que los opositores a un cambio de las leyes laborales proponen que la pregunta sea por qué deberíamos sacrificar derechos ganados con el único fin de enriquecer a los empresarios ya adinerados, la discusión se volverá ideológica.

Y la ideología funciona como una suerte de optimización de energía mental, porque nos permite no tener que pensar críticamente sobre problemas complejos, porque podemos simplemente replicar los argumentos que nacen de la teoría, de los voceros ideológicos, y las comunidades con las cuales nos identificamos. Permite ignorar las preguntas del fondo —por ejemplo: ¿cómo reformamos el Estado para el beneficio de todos?— y concentrarnos en preguntas más fáciles de responder, como “¿más beneficios laborales o menos beneficios laborales?”). Por supuesto, la mala fe y desconfianza también ayudan a las personas que se oponen al cambio. Tenemos tan poca confianza, que es más fácil imaginar que vamos a perder algo que pensar que vamos a ganar algo, y que las cosas van a empeorar y no mejorar. 

Noticias Más Recientes

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Hay señales que el gobierno de Lasso no entenderá la importancia de definir bien el debate. 

Primero, como dijo Marshall McLuhan, el medio es el mensaje, y por sus antecedentes laborales Guillermo Lasso tendrá que luchar por presentar sus reformas como cambios positivos para todos y no solo los intereses de él y sus allegados. 

Segundo, el equipo de Lasso tendrá que entender el reto también y las primeras señales no son positivas: en una entrevista, el ministro de Trabajo, Patricio Donoso, habló desde la perspectiva de alguien que asume que todos ven al empresario como una figura benevolente trabajando para el bienestar de la comunidad y no para saciar su propia avaricia. El problema de estar rodeados de empresarios es que hay una brecha masiva entre cómo el empresario percibe sus acciones e intenciones y cómo la población en general lo hace. 

Alguien tiene que traducir el argumento en un ganar-ganar, porque la falta de proactividad comunicativa dará la ventaja a los opositores del cambio de presentarlo como un ganar para la empresa privada y perder para el empleado. 

Los próximos meses van a definir si la presidencia de Guillermo Lasso cuenta la historia de una recuperación económica, o si serán 3,5 años de pompa y ceremonia y descontento colectivo como fueron los últimos años del gobierno de Lenín Moreno. 

Comparado con el éxito de reformar el Estado, ganar una elección es fácil: no hay una segunda vuelta en la reforma que le permita sobrepasar el 50% del apoyo que le garantizará el éxito. Es más, es natural que cada uno cuestione cómo una reforma nos afecta y que defendamos nuestros intereses, incluso cuando entendemos que pueden estar en conflicto con el bienestar de la gran colectividad. 

El éxito dependerá no de estar del lado de la razón y la verdad, sino la capacidad de comunicar la reforma de tal manera que los opositores de la reforma no obstaculicen ni en las calles ni en la Asamblea. La pregunta mayor es si el liderazgo del Presidente es suficiente para superar nuestro hábito de ser un país que resiste el cambio mientras lamentamos que nada nunca cambia.