Los empresarios en Ecuador debemos asumir la responsabilidad de combatir la desigualdad. De hecho, no hay nada con mayor impacto que podamos hacer para asegurar la estabilidad económica del Ecuador en el largo plazo. Tenemos que entender que la desigualdad es el principal sistema organizativo del país y determina el destino de todos, para bien y para mal. Hablar de ella no debería reducirse a una conversación de “quitarle la hacienda al rico”. Más bien, la desigualdad tiene muchas manifestaciones —incluyendo la limitada distribución del capital económico, pero también la formación del capital humano y la accesibilidad al capital social.

Cuando hablamos de combatir la desigualdad, tampoco estamos hablando de socialismo, ni iniciativas de caridad o responsabilidad corporativa. Hablamos de empoderamiento y de quitar las barreras que limitan el potencial de la mayoría de los ecuatorianos. En vísperas de una elección presidencial en que el candidato que representa a la comunidad empresarial no logra convencer al electorado a pesar de la crisis económica que vivimos, el sector productivo requiere de una conversación autocrítica. Empecemos.

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Después de ver los resultados de la primera vuelta electoral presidencial, muchos ecuatorianos se preguntan cómo es posible que haya gente que vota por el candidato que representa el opuesto de su opción preferida. La pregunta resuena sobre todo en la comunidad empresarial en Ecuador: en medio de una pandemia y cuando la prioridad lógicamente debería ser la reactivación económica, ¿cómo es posible que el candidato del sector productivo tenga tan poco apoyo que ha llegado arañando a la segunda vuelta? Además, ¿cómo es posible que el candidato que representa el legado de un gobierno con varios funcionarios sentenciados judicialmente y cuyas propuestas podrían profundizar la crisis, según sus adversarios, tenga tanto apoyo? La respuesta requiere de un autoexamen empresarial que hemos evitado hacer, prefiriendo juzgar a los que piensen diferente —en lugar de entenderlos.

Cuando analizamos una elección, muchas veces empezamos con una pregunta equivocada: ¿quién tiene las mejores propuestas? Aquella pregunta debería ser secundaria: primero es necesario indagar quién tiene más credibilidad. Es importante porque al final del día toda campaña política se trata de lo mismo: los políticos ofrecen una mejor vida para ti y tu familia, y progreso. Si todos prometen lo mismo, el electorado analiza primero quién tiene mayor probabilidades de cumplir sus ofrecimientos. Es en ese punto en que el electorado se fragmenta y se decanta por uno u otro.

Fuera del grupo pequeño empresarial que lo respalda, el candidato y exbanquero Guillermo Lasso tiene un problema de credibilidad: una buena parte de los votantes no le cree cuando él dice que ellos van a beneficiarse durante su gobierno. Aunque para muchos duela admitirlo, su oponente, Andrés Arauz, representa un gobierno que redujo la desigualdad durante su tiempo en el poder. 

Es también verdad que en aquel gobierno hubo casos de corrupción a gran escala y que su modelo de desarrollo no era sostenible, pero esos factores se evaporan frente a la realidad concreta y la experiencia material de cada habitante que vivió mejor en esa época. Muchos ecuatorianos sintieron avances en la década que Rafael Correa estuvo en el poder. Su nuevo delfín (el primero fue Lenín Moreno), Andrés Arauz, apuesta por la nostalgia de aquella época. En la guerra de credibilidad, va ganando Arauz. 

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Sería un error, no obstante, sólo culpar al candidato Lasso. El 80% del electorado prefirió  candidatos de izquierda que ofrecieron impulsar el crecimiento a través del Estado. Siendo así, es aún más impresionante la poca fe que tienen los ecuatorianos en la capacidad del sector productivo de encabezar la recuperación nacional.

pobreza extrema y desigualdad

La pobreza extrema y la pobreza bajaron desde diciembre de 2007. En diciembre de 2020, subieron a niveles similares a 2010.

Coeficiente de gini subió en Ecuador

La desigualdad en diciembre 2020 volvió a su nivel de diciembre 2010.

Como dije, sería fácil culpar a Guillermo Lasso por su mal desempeño electoral, pero al hacerlo perderíamos la oportunidad de examinar una cuestión importante: hay una brecha enorme entre cómo el sector productivo se percibe a sí mismo y cómo otros lo ven: para muchos, el gremio empresarial no se preocupa por el bienestar de todos, sino de sus propios intereses. Se le achaca cierto cinismo que encubre su supuesto verdadero objetivo: no crear empleo, sino acumular riqueza. En otras palabras: parece no compartir las mismas preocupaciones que el ecuatoriano común. Es un problema que ningún asesor de relaciones públicas puede corregir: es algo de lo que los empresarios debemos hacernos cargo.

Si esto no cambia, lo único que vamos a lograr es alargar la conversación política entre sectores que hablan entre sí pero que no se escuchan. 

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En la mañana del 8 de febrero de 2021, un día después de la primera vuelta, cuando parecía que Yaku Pérez, el candidato presidencial de Pachakutik, iba a acompañar a Andrés Arauz en la segunda vuelta electoral, circuló por Whatsapp un video de 46 segundos de una entrevista con Pérez. En él, el presidenciable Pérez dice que en Ecuador hay tres maneras de enriquecerse: heredar, ganar la lotería, o robar. 

Para algunos, las palabras de Pérez fueron ofensivas: muchos trabajan y han trabajado honradamente por su dinero. Construir y mantener empresas no es nada fácil. Hay empresarios corruptos, pero también hay empresarios que juegan según  las reglas —incluso cuando estas  sólo sirven para perjudicarlos.

Hay empresarios que han apostado todo por invertir en crear empleo, y ahora usufructúan de su labor y sacrificio. La intención del video, extraído de su contexto original y privado de matices, era escandalizar a las personas que consideraban votar por él. Cuando volvemos a colocar el contexto a las palabras de Yaku Pérez debemos admitir algo: Pérez  no está equivocado.

Para explicarme, me referiré al “sueño americano” —la idea de que en Estados Unidos, sin importar tu origen, si trabajas duro saldrás adelante. La narrativa se refuerza con historias: Jeff Bezos, el segundo hombre más rico del mundo, es hijo de un emigrante cubano. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, es un migrante sudafricano. Que ambos sean hombres y blancos no es menor detalle, pero la paz social se mantuvo en Estados Unidos porque la mayoría creía en ese sueño compartido. 

La capacidad de crear orden social a través de la ficción es, según el historiador isrealíta Yuval Noah Harari, lo que diferencia a los homo sapiens de los otros animales. En su libro Sapiens, Una Breve Historia de la Humanidad dice que los “mitos y las ficciones acostumbran a la gente, casi desde el momento de su nacimiento, de pensar y comportarse de acuerdo a ciertos estándares, de querer ciertas cosas, observar ciertas reglas”. No podrías, dice Harari, convencer a un mono de que te regale  un plátano por ofrecerle plátano ilimitado en la vida después de su muerte —a un humano sí. Las historias que nos contamos forman nuestra perspectiva del mundo y determina la fe que tenemos en nuestra capacidad de prosperar. 

A diferencia de Estados Unidos, no existe un sueño ecuatoriano. Si existe, tal vez es la idea de que, si avanzas económicamente, puedes dejar el mundo público atrás y vivir netamente en el mundo privado. Condominio privado, seguros privados, hospitales privados, colegios privados —el sueño ecuatoriano parece sostenerse con la idea de que siempre habrán los que viven de abundancia y los que viven de la escasez, y el objetivo es subirse al barco de abundancia y dejar la miseria para otros. No existe en nuestra mitología colectiva los Bezos o los Musk. Nadie piensa que quién nació en condiciones de pobreza algún día será el gerente general de una empresa.

Entonces cuando digo que “Pérez  no está equivocado” quiero decir que, de cierta forma, todos admitimos que en Ecuador naces con riqueza o sin riqueza, y hay pocas posibilidades de que tu estatus cambie durante el transcurso de tu vida. 

Muchos hemos interiorizado esta injusticia innata tanto, que nos sorprende cuando, por ejemplo, el electorado de Manabí elige al candidato representando al correísmo en lugar de votar por Guillermo Lasso, tomando en cuenta los escándalos de corrupción que surgieron después del terremoto de 2016 que afectó principalmente a la provincia costeña. Lo que los sorprendidos no entienden es que el candidato de la lista 1 y el candidato de la lista 21 promoten la misma cosa: avance social.

La diferencia es que el candidato de la lista correísta tiene más credibilidad en algunas regiones porque el electorado ahí vio cambios positivos durante el gobierno anterior. Cuando Arauz les cuenta una historia, ellos le creen.

No debería ser así. Dado que vivimos una crisis económica junto a una de salud pública, y tomando en cuenta que algunos miembros del gobierno anterior se enriquecieron con los fondos destinados a apoyar a la recuperación de Manabí, parecería más consecuente que un empresario conocido por ser buen administrador y con una clara visión financiera gane fácilmente las elecciones. Sin embargo, en la primera vuelta electoral el 80% de la población eligió a otros candidatos. 

¿Cómo lo explicamos? Es sencillo: a Lasso le falta credibilidad con el electorado. ¿Por qué? Porque viene de una comunidad que no tiene mucha. Cambiar esa percepción requiere que el empresariado asuma su parte en reducir la desigualdad. Hablemos de qué pueden hacer. 

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Hay tres manifestaciones de desigualdad: capital económico, capital humano, y capital social. Para algunos, la única manera de tratar la desigualdad es a través de programas gubernamentales financiados con impuestos. Sin embargo, la efectividad de ese modelo depende de la buena ejecución de los programas y la ausencia de corrupción.

Asegurar buena ejecución por un lado y falta de corrupción por otro, es difícil en el contexto ecuatoriano, pero por suerte, hay alternativas que merecen ser exploradas. En otros artículos (cómo éste y éste) hemos hablado de cómo una renta universal básica (UBI en inglés) podría ayudar a reducir pobreza, dinamizar la economía y mejorar todas las métricas de avance social que conforman los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)  que usen las instancias de gobernanza multinacional.

Sin embargo, hay otras maneras de considerar la renta básica universal. Por ejemplo, otra propuesta sería dar 5000 dólares a cada niño nacido, pero sostenerlo en una cuenta de inversión hasta que cumpla 20 años. En ese momento, podría recibir entre 15 mil y  20 mil dólares dependiendo del desempeño de la inversión, con el impacto de convertir a cada ecuatoriano en heredero y darle la oportunidad de invertir en cosas como educación, que pueden cambiar su futuro.

Las propuestas como UBI, junto con otras iniciativas de reducción de pobreza que nacen de las ciencias sociales, requieren de estudio para comprobar su viabilidad y entender sus costos reales y su potencial impacto. Los miembros de la comunidad empresarial pueden juntarse con universidades para financiar estudios. Aquellos estudios pueden formar la base de políticas públicas, reemplazando con datos a la ideología de intelectuales que se creen adivinos y a los caprichos presidenciales.

El capital humano nace con cada individuo y se distribuye, muchas veces, dependiendo del capital económico. Por ejemplo: sabemos que la nutrición infantil juega un papel importante en el desarrollo cognitivo de cada persona. Si tus papás no tuvieron la capacidad de alimentarte bien desde el día uno, empiezas tu vida con una desventaja.

Luego, la calidad de la educación determinará las posibilidades de empleo que tiene cada uno. Aquí hay oportunidades para innovar. Por un lado, la educación es responsabilidad del Estado, pero también es demasiado importante para dejarla solamente en esas  manos. Por otro lado, la educación tradicionalmente concebida está por llegar a su fin. La necesidad de tener un título universitario será reemplazado por certificaciones en destrezas específicas y experiencia laboral.

A las empresas que ofrecemos capacitación como parte de la experiencia del empleado, nos cuesta poco extender la oportunidad a personas que no trabajan para nosotros. Algunos pueden luego sumarse como empleados, mientras que otros se capacitarán con nosotros y luego construirán carreras en otras organizaciones. Los empresarios podemos ser generosos con nuestros conocimientos, a un bajo costo para nosotros y mucho beneficio para la sociedad entera —sobre todo cuando ofrecemos una educación única a personas que representan grupos tradicionalmente excluidos.

Esa idea nos lleva a la concentración del capital social. Principalmente, en sociedades de alta desconfianza, como la ecuatoriana, tendemos a contratar y formar compañías con personas conocidas o que pertenecen a los mismo grupos sociales, y así perpetuamos la exclusión de otros sectores sociales. 

Sólo contratar gente que estudió en el mismo colegio privado de uno, por ejemplo, limita las oportunidades disponibles para otros, a pesar de sus credenciales y calificaciones. Como resultado, hay personas que nacen en condiciones de pobreza pero que con esfuerzo logran terminar la universidad. Sin embargo, al llegar al mercado laboral, encuentran que las oportunidades son limitadas o inexistentes.

Toda persona y por ende toda organización lleva sesgos en sus procesos. Los de contratación son estudiados y están científicamente comprobados. En las orquestas, por ejemplo, el uso de entrevistas “a ciegas” aumentó la contratación de mujeres en un 30%. Podemos responsabilizarnos por crear procesos de contratación que tomen en cuenta estos sesgos naturales y los eliminen (por ejemplo, quitando la foto como parte de la hoja de vida). Al modificar estos mecanismos de selección, podemos cambiar el destino de muchas personas.

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Para muchos empresarios, la premisa de este artículo es absurda. Su trabajo, según ellos, es crear empleo, pagar sus impuestos, y nada más. Pero como ellos mismos le dirían a un empleado que no cumple con las expectativas: “puedes hacer más”. No puede el empresario, por ejemplo, insistir en tener un gobierno reducido sin ofrecer ninguna solución para resolver los graves problemas sociales que enfrentan constantemente los ecuatorianos discriminados y de bajos recursos.

Es la existencia de aquellos mismos problemas que genera la inestabilidad política y social que amenaza el crecimiento económico. Muchos en la comunidad empresarial dicen, “no demos pescado, sino enseñemos a pescar,” pero en sus actividades privadas prefieren apoyar a iniciativas de caridad —es decir regalan pescado—, en lugar de apoyar iniciativas que pueden drásticamente cambiar el rumbo de vida para muchas familias. No es que la caridad sea mala, pero si queremos cambiar el rumbo del país, no va alcanzar.

En Ecuador a veces esperamos que llegue la gran iniciativa que resuelva todos los problemas para todos, pero el cambio social no funciona así: hay que crear movimientos. La idea de crear un movimiento se resume en una anécdota: cuando Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos, le pregunté a un amigo que trabaja en temas de cambio climático en Washington DC qué impacto tendría un Presidente que abiertamente niega la existencia de este problema global. “De cierta manera su poder es simbólico. Hay tantas iniciativas en el sector privado, gobiernos locales, y gobiernos estatales, que él puede revertir ciertas regulaciones, pero no puede parar al movimiento”, me dijo. Si la clase empresarial quiere más prosperidad  para todos y más estabilidad, debe buscar generar un movimiento que, de forma descentralizada y no necesariamente coordinada, busque reducir la desigualdad en todas sus manifestaciones. Debemos ayudar a crear oportunidades de avance para gente que no las ve ahora, en lugar de hacer nada y esperar iniciativas bien intencionadas pero mal ejecutadas por el gobierno.

Si el Ecuador fuera una persona, tendría que sentarse con un psicólogo para analizar el origen de su constante autosabotaje. Si fuese una pareja, necesitaría terapia para aprender cómo comunicarse efectivamente. Si seguimos haciendo lo mismo esperando cambio, los giles somos nosotros.

En Ecuador desafortunadamente el lenguaje y el medio de cambio social es la confrontación, de ganar-perder, de un grupo imponiendo su voluntad sobre los demás, de repartir el pastel existente en lugar de hacer un pastel más grande para todos.

Si logramos pasar de un lenguaje de confrontación a una conversación de ganar-ganar, podemos crear un Ecuador que funciona para más gente, un Ecuador más estable, y con menos fluctuación ideológica en su gobernanza. Nadie vota por un sistema en el que cree que no puede avanzar.

No ganan los políticos populistas cuando la sociedad entera cree en el sistema actual. Tenemos que reconciliarnos con la idea de que el destino del país solo queda en las manos de los políticos si los otros encogemos los hombros y les demos un monopolio sobre el cambio social.

Disminuir la desigualdad requiere de la creación de nuevas narrativas que prometan avance para quienes trabajan honradamente. Dado que gestiona recursos significativos, la clase empresarial tiene mucha responsabilidad e interés propio en crear un Ecuador que funcione para todos.

Sin embargo, el cambio no llega solamente gastando. El cambio viene de pensar distinto, actuar distinto y lograr cosas nuevas. Ecuador no es un país pobre: es un país desigual, donde está mal repartido son las oportunidades. Esa realidad está en nuestro poder cambiar.