Tras 27 años del maleconazo —la mayor protesta antigubernamental en Cuba desde el inicio de la revolución, que empezó en 1957— es inevitable preguntarse si la nueva ola de manifestaciones en toda la isla pondrá en jaque al régimen del Partido Comunista Cubano. Tras 62 años en el poder, el Partido ha sabido sortear toda clase de obstáculos locales y geopolíticos para asegurar su control de la isla. Hasta ayer.

Cuba vive un escenario inédito en el que un sinnúmero de causas han abonado a que se mantengan y crezcan las protestas, que empezaron el sábado 10 de julio en San Antonio de los Baños, al suroeste de La Habana. Por un lado, la grave crisis económica se profundizó con la llegada del covid-19 que disminuyó los ingresos del turismo —una de las principales fuentes de ingreso del país caribeño. El producto interno bruto de la isla se contrajo en 2020 un 11%, aumentando dramáticamente la escasez de productos básicos y las largas colas para abastecerse, situación que recordó los amargos momentos del denominado Periodo Especial de la década de 1990.

La crisis económica está íntimamente ligada al problema energético de la isla donde fue necesario alterar el horario de los relojes para ahorrar energía eléctrica y aprovechar la luz solar. Otra de las situaciones que evidencian la falta de capacidad del gobierno cubano para solventar problemas que en el resto del planeta fueron solucionados hace décadas.

La pandemia no solo minó la alicaída economía cubana sino que también puso en duda la eficiencia y solidez del sistema de salud pública cubano, uno de los autoproclamados logros de la revolución cubana: salud gratuita y de calidad para todos. Los nuevos contagios masivos de covid-19 han desbordado los centros de salud y a esta situación se suma el grave desabastecimiento de medicinas y productos básicos y de higiene de la canasta familiar, que ha empeorado en los últimos meses. Esta situación es más compleja en la provincia de Matanzas, a 100 kilómetros al este de La Habana, donde el alto número de contagios podría colapsar los servicios de salud.

Sin embargo, existe otro factor clave que ha sido catalizador de las protestas en Cuba: la enorme influencia de las redes sociales. Estas marcan una enorme diferencia con 1994, año de las últimas protestas que se limitaron geográficamente al malecón de La Habana. Este 11 de julio del 2021 la convocatoria y la organización de las movilizaciones se realizó a través del internet, que se popularizó en el país apenas en 2018. Las principales plataformas para la difusión y planificación de las acciones han sido Twitter, Facebook, Telegram y WhatsApp. 

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El rol de las redes sociales también sirvió para que celebridades latinoamericanas como Daddy Yankee, Kanny García y Ricardo Montaner, se sumaran a la campaña virtual que pide el espacio desmilitarizado en Cuba para la entrega de víveres, medicinas y otros productos básicos que actualmente son escasos en la isla. Los hashtags SOSCuba o SOSMatanzas que primero sirviveron para presionar al gobierno cubano a aceptar ayuda internacional, terminaron siendo mecanismos de convocatoria para expresar el cansancio popular en la isla.

Mensajes viralizados primero en el país y luego en todo el mundo como «¡abajo la dictadura!» y “Patria y Vida” aparecen en decenas de videos caseros donde se ve a miles de manifestantes expresando su descontento contra la compleja situación interna. La velocidad con la que circuló el mensaje y el alcance que ha tenido son algo inédito en la isla, ya que esta vez la protesta ha alcanzado a prácticamente a todo el país, y no se ha limitado a la capital como fue en las protestas del 94. Sin internet, probablemente una protesta como la de San Antonio de los Baños hubiera pasado desapercibida hace 10 años.

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El periodista cubano Abraham Jiménez Enoa, quien estaba en la protesta en La Habana, dijo en Twitter que “Cuba es una isla gobernada a golpe de cañón por militares desde hace 62 años. Hoy no hay comida, medicamentos y la gente está muriendo como moscas por la covid. La gente se cansó. Por perder, este país está perdiendo hasta el miedo.” Su descripción es un buen resumen de la coyuntura cubana: además de la falta de derechos fundamentales y libertades se suma el agotamiento de un modelo político y económico que no soportó la arremetida de la pandemia y de la recesión económica global que inició en 2020. 

A este cóctel se suma un ingrediente más: el embargo económico impuesto a Cuba por el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower el 19 de octubre de 1960. Esto ha sido y sigue siendo un elemento que afecta las posibilidades de crecimiento económico de la isla. De abril de 2019 a diciembre de 2020 el bloqueo produjo daños por 9157 millones de dólares y  en los últimos cinco años las pérdidas superaron los 17 mil millones de dólares. Los daños acumulados en las seis décadas ascienden a 147.853 millones de dólares. Estas dramáticas cifras hicieron que la Asamblea General de las Naciones se pronunciara el pasado 23 de junio en contra del bloqueo económico de Estados Unidos a Cuba y exigiera que se ponga fin a esas medidas coercitivas unilaterales.

El embargo es una política anacrónica que poco o nada ha hecho para fomentar las libertades en Cuba y, al contrario, ha servido para que la dirigencia política del país lo utilice como chivo expiatorio para encubrir su autoritarismo e incapacidad para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. El embargo ya ha dejado de ser un argumento determinante para la ciudadanía cubana que ante la falta de libertad de expresión, o ante el hecho de que el presidente Miguel Díaz-Canel no haya sido electo en un proceso democrático, ha empezado a cuestionar la legitimidad del sistema político en su conjunto y por primera vez ha gritado masivamente que Cuba es una dictadura.

El pueblo cubano ha reemplazado la legendaria admiración y respeto por sus líderes por una sensación generalizada de incompetencia que se difunde entre los cubanos gracias a las redes sociales. Se siente la ausencia de Fidel Castro, que era una figura carismática con un capital político con el que no cuenta ningún miembro del actual gobierno cubano. Díaz-Canel nunca tuvo capital político propio al ser un líder político impuesto, que no es el producto de un proceso de construcción de liderazgo colectivo, y tampoco ha podido aglutinar un proyecto de país que pudo mejorar en algo la paupérrima calidad de vida cubana.

Otro duro golpe que ha recibido el imaginario revolucionario cubano es la caída de su sistema de salud pública que tantas veces fue utilizado como uno de los logros de la revolución. La pandemia y las imágenes de miles de cubanos haciendo fila para acceder a una unidad de cuidados intensivos pulverizan ese mito sobre la medicina cubana y los sistemas políticos. El fin de la ilusión sobre la salud pública cubana es un shock tanto para el gobierno como para la ciudadanía.

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Ante la magnitud del estallido social es preocupante la respuesta oficialista. El presidente Díaz-Canel ha dicho que: “(…) la orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios”, insinuando que la represión será contundente y no tolerará disidencias.

En un país donde no existe el debido proceso y donde la Constitución en su cuarto artículo indica que: “(…) La traición a la patria es el más grave de los crímenes, quien la comete está sujeto a las más severas sanciones. El sistema socialista que refrenda esta Constitución, es irrevocable. Los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución”, es muy probable que Cuba viva una ola represiva violenta sin precedentes.

Sin embargo, la enorme protesta es una situación sui generis tanto para el pueblo cubano como para el gobierno, por lo que es posible que las reformas económicas en Cuba se aceleren y permitan mayor injerencia del sector privado y de la inversión extranjera a mediano plazo. Todo dependerá de cómo reaccione el oficialismo en las siguientes horas, si elige la opción militar habrá un baño de sangre. Si empieza un proceso de reforma que permita respirar a los cubanos este habrá sido el inicio de un nuevo momento histórico.

Sea cual fuere el resultado, es posible afirmar que la ciudadanía cubana se ha empoderado frente al Estado como no lo había hecho desde 1959, cuando inició la revolución, lo cual motivará varios cambios de carácter sistémico en la isla, es decir, una nueva revolución.