El presidente Guillermo Lasso sigue encantado con TikTok, su juguete nuevo, y con las redes sociales en general. Ya no es una novedad. Hace una semana, sacó un video para esa red en el que hacía un paneo rápido de su despacho en el Palacio presidencial para luego —sentado y con pinta casual— informar que “no habrá cadenas nacionales que interrumpan su novela favorita, su programa o su noticiero”. En su gobierno, anunció, reinaugurarán los lives de Facebook, Instagram y TikTok. La decisión coincide con el tono de su campaña en segunda vuelta y, al menos en apariencia, rompe con la política comunicacional de Lenín Moreno como Rafael Correa. A la vez es riesgoso: las redes sociales reducen el alcance de la comunicación gubernamental a grupos seccionados e imponen un tono banal, improvisado e inmediatista. 

Lasso, quien en su momento fue muy crítico y escéptico de TikTok, parece confundir la comunicación con la moda. Su estrategia luce como una excusa para evadir la rendición de cuentas responsable. 

En una entrevista para Radio Majestad, el Secretario General de Comunicación de la Presidencia, Eduardo Bonilla, explicó que “no se utilizarán cadenas de ninguna forma excepto en casos de conmoción nacional”. Para el Secretario la decisión se tomó para ahorrar recursos, pero va más allá: “Es una visión que un gobierno no debe interferir a través de cadenas obligatorias en los espacios y hogares de los ciudadanos.”

Bonilla repitió que poca gente ponía en realidad atención a las cadenas nacionales y que las redes sociales “no serán el único medio de comunicación”, sino que se utilizará la pauta y cuñas publicitarios que el gobierno tendrá en radio y televisión así como en canales oficiales. Dijo, además, que la comunicación debía también estar en manos de los ciudadanos para que “sea responsabilidad de todos”. 

Quedó claro: el gobierno entiende la comunicación política desde la publicidad. Bonilla viene del mundo de las agencias y su aproximación comunicacional parte desde ese ángulo: no es necesariamente malo, pero podría caer en el error de confundir “vender” un candidato con la obligación de un funcionario público de rendir cuentas.

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Esta visión se nota en el contraste entre la calidad de los constantes tiktoks del presidente Lasso y su primer live o en vivo, transmitido el martes 15 de junio. Fue una oda a la informalidad y la improvisación. Aparentemente sin micrófonos lavalier, el audio de entrevistado y entrevistador tenía eco y registraba los movimientos y ruidos de quienes estaban tras de cámaras. Las luces se reflejaban contra el fondo de madera y el encuadre lucía arbitrario, con muchísimo espacio sobre las cabezas de los interlocutores. 

Esta vez el presidente Lasso si vistió formalmente, con terno, mientras que su interlocutor vistió una chaqueta morada y camiseta rosada. ¿Lo viejo y lo nuevo? ¿La ceremonia y las nuevas modas? No se entendía, pero sí desnudaba el poco esfuerzo de su equipo por cuidar y promover la interacción del presidente con la prensa. 

El riesgo es que esa rendición de cuentas necesaria siga así de desprolija y se vuelva normal que la comunicación del gobierno privilegie la viralización. En TikTok, Lasso respondió con un baile a las críticas de Jaime Nebot y Correa tras la ruptura del acuerdo legislativo entre CREO, UNES y el PSC, presentó a los ministros bailando el “Cha cha cha” y reconoció su error al hablar de 11 de cada 10 ecuatorianos.

Es divertido, pero superficial, como si el Presidente siguiera en campaña. Porque fue en estas elecciones que Lasso le agarró el gusto a la redes y a Tiktok. Antes fue Xavier Hervas, candidato de la Izquierda Democrática, quien logró un cuarto lugar en la primera vuelta de las elecciones, entre otras cosas, por su campaña en redes sociales y más de un video viralizado en esa plataforma. 

Lo llamaron el candidato TikTok  mientras seguía en la contienda. Luego, en segunda vuelta, Lasso contrató a algunos de los asesores de Hervas, como Juan Mateo Zúñiga, y llamó a sus filas a expertos en comunicación política como Jaime Durán Barba. El presidente Lasso pasó de proyectarse como un hombre serio, rígido y “con capacidad para cambiar”, a utilizar Tiktok, que tiene un algoritmo que facilita la viralización incluso de cuentas chiquitas o nuevas. Convirtió  la red en su principal trinchera. De repente celebraba llegar a segunda vuelta al ritmo de Michael Jackson, reía en una mesa junto a mujeres indígenas que bailaban al responder “claro que yes y preparaba tigrillo con su esposa. Le resultó: Lasso remontó y para finales de marzo en esa plataforma tenía hasta el doble de seguidores que Arauz.  Sin duda le debe mucho al formato de esa red. 

En campaña tenía sentido. Ahora, parece una evasión del tipo de comunicación que necesita el país. No es la alternativa al estado de propaganda de Correa ni a el estilo digresivo y desorientado de los programas “De Frente con el presidente” de Lenín Moreno. Más bien luce como una manera de justificar la información como un constante spot publicitario sin información clara sobre la situación del país o sobre las medidas del gobierno. Es la fórmula de la banalización que podría crear la ilusión de que los bailes viralizables son suficientes para responder las inquietudes de los ecuatorianos. No lo son. 

Y se ha vuelto una forma generalizada de rendir cuentas en varias instancias públicas. Por ejemplo, después de que la oficina de la vicecontralora Valentina Zárate fue allanada por el presunto delito de usurpación y simulación de funciones, ella también subió un TikTok con fotos suyas de cuando entró a la contraloría a trabajar y fotos suyas de ahora. 

La filosofía que tanto Lasso como Bonilla han repetido sobre “no importunar” ni interrumpir “la novela favorita”, es una reacción a las imposiciones anteriores, pero confunde a la comunicación política con la publicidad. Lo confirma el Secretario al reiterar que en los medios principales habrá, por sobre todo, cuñas publicitarias. En aras del cambio, el gobierno no puede confundir el tipo de comunicación que existe para vender y viralizar con la rendición de cuentas. La comunicación política no es moda. Dejarse llevar por la marea irreflexiva de las redes también podría devenir en un ligero y distraído estado de propaganda.