Los primeros cuatro años que María José Cárdenas menstruó, el flujo era tan abundante que muchas veces la sangre traspasaba la toalla higiénica. “Llegó un punto en el que era imposible que no me manche”, dice. María José prefería comprar ropa interior nueva para reemplazar la que manchaba. “No me gustaba lidiar con la idea de eso, estaba muy cansada y en negación absoluta”, recuerda. Además, compraba toallas posparto para flujo abundante y analgésicos para calmar sus fuertes cólicos menstruales. 

A los dolores físicos y al estigma que aún se cierne sobre el ciclo menstrual, hay que agregar que   el período puede resultar muy caro. La menstruación es un proceso biológico que empieza en la pubertad (generalmente, entre los 12 y 14 años) y dura hasta la menopausia, que llega entre los 45 y 55 años. “Algunas industrias han visto esos 40 años de sangrado como una excelente oportunidad de lucro”, dice la doctora Virginia Gomez de la Torre, directora de la Fundación Desafío, una organización dedicada a promover los derechos reproductivos en el Ecuador. Gómez de la Torre dice que se crearon “nuevas necesidades” ligadas a la idea (equivocada) de que la menstruación es algo sucio. Por eso, dice la médico, se venden infinitos jabones, desodorantes y paños húmedos para intentar eliminar olores que son propios del cuerpo femenino. De esta forma, dice Gómez de la Torre, se crearon oportunidades mercantiles para lucrar con el cuerpo de las mujeres. 

Pero sí hay artículos que lejos de ser innecesarios son de primera necesidad: los sanitarios. Un estudio de la fundación Friedrich-Ebert-Stiftung de Alemania de 2018 dice que en Ecuador las mujeres gastan un promedio de 42 dólares solo en toallas sanitarias al año. “Son uno de los costos directos del periodo”, dice la doctora Ana Lucía Martínez, experta en género y desarrollo. El método escogido —toallas, tampones, compresas lavables u otros— depende de cada persona, su contexto económico, social y cultural. El precio de estos insumos varía dependiendo de su tipo, material, cantidad y marca. 

42 dólares anuales puede ser mucho dinero. Según la economista Diana Morán, el impacto económico del costo de menstruar se siente especialmente en aquellas familias con ingresos básicos en las que hay dos o tres mujeres. Cuando esas dificultades socioeconómicas impiden que una mujer acceda a toallas sanitarias, tampones o protectores para controlar su sangrado se produce lo que se conoce como “pobreza menstrual”, un problema que afecta a millones de niñas, adolescentes y mujeres  alrededor del mundo.

La aritmética es simple y demoledora: si solo una de esas mujeres en un hogar es adulta y trabaja, y las otras son adolescentes, una misma persona deberá correr con todos esos productos sanitarios. Eso hace que muchas veces sean utilizados por más del tiempo recomendado, dice Morán, lo que podría provocar graves problemas de salud. 

En Ecuador, los productos sanitarios no están incluidos en la lista de bienes y servicios que tienen 0% de IVA, como ciertos alimentos y medicamentos. “Desde la óptica de la ley tributaria no son productos básicos, sino forman parte de los denominados no esenciales o de lujo”, dice Morán. El estudio de la fundación Friedrich-Ebert-Stiftung dice que en Ecuador se recaudaron más de 22,6 millones de dólares en 2018 por el IVA de los productos sanitarios: el 0,33% del IVA total recaudado en el país ese año.  

Pero eso no es todo. Muchas personas deben pagar medicamentos, implementos y tratamientos para sobrellevar su ciclo menstrual. “Son los costos indirectos”, explica Martínez. La doctora  dice que cuando hay alteraciones derivadas de los cambios hormonales, las mujeres tienen que incluir medicamentos para el dolor o tratamientos dermatológicos para problemas de la piel. A esto se le puede sumar bolsas de agua caliente, anticonceptivos, o más ropa interior, como en el caso de María José Cárdenas. El gasto aumenta cuando hay enfermedades costosas de diagnosticar y de tratar, como el síndrome de ovario poliquístico o la endometriosis.

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Los económicos no son los únicos costos asociados al ciclo menstrual, también hay los  emocionales. María José Cárdenas dice que en su adolescencia tenía pesadillas en las que se levantaba en clase y tenía la ropa manchada. Dice que llegó a faltar al colegio cuando estaba menstruando por ese temor. No solo tenía terror de mancharse. “Vivía con el temor de que alguien abriera mi mochila y viera que tenía toallas guardadas ahí”, recuerda. Además, pasaba tardes enteras viendo videos en Youtube sobre cómo lidiar con la menstruación. Es un miedo generalizado. Una investigación en Estados Unidos de 2020 concluyó que 42% de las mujeres han sufrido humillación por su menstruación, una consecuencia de que sea considerada un evento corporal indeseable.

Los costos emocionales también pueden derivarse de problemas de salud. Adela Vargas tuvo una grave infección vaginal a los 11 años, poco antes de menstruar por primera vez. Cuando tuvo su período, las toallas sanitarias también le causaban problemas similares. “Cada que menstruaba tenía el miedo y el trauma de que me iba a provocar una infección vaginal tan grave como la que había tenido antes”, recuerda Vargas, hoy de 26 años. Además, su ciclo venía acompañado de cambios de humor, pérdida de energía y fuertes cólicos. 


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Taollas Higienicas $0 $0
Tampones $0 $0
Protectores $0 $0
Jabón íntimo $0 $0
Pastillas para el cólico $0 $0
Bolsa de agua $0 $0
Cita médica $0 $0
Anticonceptivos $0 $0
Otros $0 $0
Gasto Total 0 0

Esos síntomas adicionales son frecuentes. Más de la mitad de las personas que menstrúan tienen cólicos. Este dolor, cuyo término médico es dismenorrea, puede variar entre una sensación de pesadez en el abdomen, un tirón en el área pélvica o calambres severos. Los de Vivian Cartagena son tan fuertes que hasta se ha desmayado. Actualmente toma un fármaco en polvo para reducir el dolor. Sin embargo, solo puede ingerirlo una vez al mes porque afecta a los riñones. “Ese es un miedo que tengo cada vez que menstrúo”, dice. Además del dolor suda mucho y se le baja la presión. 

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En 2014, cuando tenía 17 años, María José Cárdenas cambió las toallas por la copa menstrual. Estos dispositivos se insertan en la vagina y almacenan el flujo. Las copas son de diferentes tamaños y duran  hasta 10 años. María José dice que lo hizo porque quería ahorrar para viajar y estaba cansada de gastar tanto en toallas, medicinas y ropa interior. Las copas cuestan entre 30 y 50 dólares. Con las toallas, en ese mismo tiempo se gastarían más de 400 dólares. 

Además de que puede ahorrar el dinero que antes gastaba en toallas, el cambio a la copa también disminuyó el impacto emocional de su periodo. “Es algo tan visible ahora a diferencia de cuando era adolescente”, dice. Con la copa ha desaparecido el miedo de mancharse y siempre la tiene a la mano por si su periodo llega de sorpresa porque sus ciclos son muy irregulares. Para Vivian Cartagena y Adela Vargas, el cambio de toallas a copa también redujo el costo emocional y psicológico de sus periodos. 

Sin embargo, la copa y los otros sistemas similares no son asequibles ni recomendados para las personas que no tienen acceso a servicios sanitarios como agua potable o acceso a baños limpios porque deben ser limpiadas correctamente para que no generen infecciones ni otros problemas de salud. En Ecuador, en promedio, 11% de la población que no tienen acceso a agua potable no podrían desinfectarlos correctamente después de cada uso. La doctora Martínez dice que en esos casos los productos no desechables (como la copa) se convierten en un lujo poco práctico y hasta peligroso. 

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En algunos países hay iniciativas para tratar de reducir los costos y asegurar el acceso a productos sanitarios para quienes los necesitan. Desde junio de este año, todas las escuelas en Nueva Zelanda ofrecerán toallas higiénicas y tampones gratis para sus estudiantes. Las autoridades neozelandesas están preocupadas porque una de cada 12 niñas falta a clase porque no puede pagar los implementos y prefieren pasar sus periodos en casa. 

La pobreza menstrual afecta la educación de las niñas en varios países. En África Subsahariana una de cada 10 niñas se pierde hasta un 20% del año escolar por no tener acceso a productos sanitarios. Virginia Gómez de la Torre dice que iniciativas como la de Nueva Zelanda alivianarán un obstáculo fundamental que es garantizar el acceso a estos artículos de primera necesidad. Además, Irlanda, Canadá y Colombia (el primer país latinoamericano en hacerlo) han eliminado el IVA en los productos sanitarios. 

Los elevados costos económicos y psicológicos de los periodos no se resolverán solo cambiando de toallas a la copa, o con analgésicos más baratos para el dolor. Aunque podrían mejorar la situación, la economista Diana Morán dice que “no es un problema que podemos resolver de forma individual, sino que tiene que ver con la administración de la política pública”. Las verdaderas soluciones se lograrán pensando en las niñas que faltan a la escuela porque tienen vergüenza, en las mujeres que pasan sus periodos sin acceso a agua para limpiarse, y en todas las personas que enfrentan la pobreza menstrual cada mes por gran parte de sus vidas. 

**Producto de un error editorial, que ya ha sido subsanado, este texto contenía originalmente un porcentaje erróneo sobre el porcentaje anual que se destina a compra de insumos para la menstruación.

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Susana Roa Chejín
(Ecuador, 1997) Periodista lojana y jefa de la redacción de GK. Cubre economía, sexualidad y derechos. Le interesan los temas de empleo, educación financiera y salud sexual y reproductiva.
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