A Paula la mató su padrastro el 30 de marzo de 2020, pocos días después de que se declarara la emergencia sanitaria por coronavirus en Ecuador. Paula tenía cuatro años. A su padre no le dijeron que su hija había sido asesinada, sino que murió de covid-19. Como ella, cientos de niñas y niños han sido víctimas de una amenaza que puede ser tan o más letal que el coronavirus: la violencia intrafamiliar. 

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El confinamiento ha hecho que estén expuestos a maltratos de todo tipo y a vivir encerrados con sus agresores,  poniendo su vida en riesgo. Eso no es todo: niños y niñas han tenido que dejar la escuela o no tienen los recursos necesarios para asistir a clases en línea. No solo su integridad física y psicológica está en riesgo, sino su acceso a derechos básicos como la alimentación, la salud y la educación. 

Los peligros que corren los niños y niñas no son un mal cultivado y cosechado en la cuarentena. Mucho antes de que el aislamiento se decretara, los problemas ya existían —algunos, eran aún más graves. En 1989, Ecuador firmó la Convención de los derechos del Niño, el tratado internacional que reconoce a niñas, niños y adolescentes como sujetos de derechos. Joaquín González-Alemán, representante de Unicef en el país, dice que con la convención “se reconocía por primera vez a los niños como sujetos de derechos y no como objetos protección”. 


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Fue un paso importante. “Dejaba a un lado la idea de ‘pobrecito niño’ hay que protegerlo. No, no, pobrecito no, el niño es un sujeto de derecho como tú y como yo”, dice González-Alemán. Podría sonar evidente pero hasta entonces no lo era: los niños también tienen derechos humanos “los derechos de infancia, que son los derechos humanos adaptados a su condición de personas dependientes en muchos aspectos de otros adultos”, explica el representante de Unicef en el país. La diferencia de ser solo un sujeto de protección a ser un sujeto de derechos podría sonar a un tecnicismo jurídico pero, en realidad, implica un profundo y pragmático cambio: los niños y las niñas tienen agencia propia. 

Pero la buena noticia no ha sido suficiente. Treinta años después de la firma de la Convención, aún sufren a diario violencia, discriminación, castigos y muchas otras formas de vulneración. Hoy es el Día del Niño, pero uno diferente: el confinamiento ha silenciado sus voces con mucha más fuerza. 

La cuarentena ha sido para muchos niños y niñas un espacio de violencia física, psicológica y sexual. Como el caso de Paula, algunos niños han muerto en sus hogares. Lejos de ser un lugar seguro, la propia casa se ha convertido en un limbo donde niños y niñas carecen de protección. Según la ONU en el aislamiento en el hogar y en otros lugares, los niños corren mayor riesgo de sufrir violencia, explotación y problemas de salud mental. “Esto es especialmente cierto para aquellos que ya están en situaciones vulnerables, a los que no debe dejarse atrás», dice la ONU. Se estima que cerca de 85 millones de niños y niñas podrían sufrir violencia física, emocional y sexual en los próximos tres meses, según la organización no  gubernamental World Vision —es como si llenásemos cinco Ecuadores solo de niños y durante noventa días los sometiésemos a todo tipo de maltratos. 

El maltrato físico sigue normalizado

La violencia contra los niños y niñas nunca ha hecho distinción de fechas. El maltrato físico es uno de los más comunes y socialmente aceptados por los padres. Se considera que a través de golpes los niños deben aprender o ser corregidos. 

Datos del Observatorio de la Niñez y la Adolescencia del Ecuador muestran que al menos 870 mil menores ecuatorianos en edad escolar crecen bajo amenazas y castigos físicos en sus hogares. “Hay una cierta creencia de que el niño es mío y yo lo educo como quiero y si quiero pegarle le pego cuando muchas veces estas han sido repeticiones de situaciones que han vivido los adultos que les pegaban o maltrataban de pequeños”, dice Joaquín González Alemán. 

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Es un círculo vicioso que tiene directa relación con la no comprensión de que los niños son una especie de propiedad, y no sujetos de derechos. Daniela Naranjo, especialista de Comunicación y Abogacía de la organización no gubernamental ChildFund Ecuador, dice que mucha gente piensa que niñas y niños no son personas completas. “Si hablas con estas personas y le preguntas ¿le pegarías a quien esté sentado al lado tuyo porque no utiliza bien los cubiertos? La mayoría dirá que no. Pero si haces la misma pregunta en la misma circunstancia de si le pegaría a su niño, van a decir que sí porque es una forma de corrección, de disciplina o de educar”, dice Naranjo. Encerrados y con demasiado tiempo en casa, estas situaciones se han multiplicado. El castigo físico violento a los niños y niñas es parte de la cotidianidad familiar ecuatoriana, y es más frecuente en las áreas rurales que en las ciudades.

Un estudio sobre situación de la niñez y adolescencia en Ecuador revela que en el país cuatro de cada diez niños, niñas y adolescentes sufre maltrato extremo violento por parte de sus papás. Les pegan, encierran, bañan con agua fría, los insultan, se burlan de ellos y ellas, los sacan de la casa o no los alimentan. Sybel Martínez, Directora de Rescate Escolar––una fundación que vela por los derechos de niños y niñas–– dice vivimos en una sociedad que cree que la violencia sirve para educar y resolver conflictos. “No hemos comprendido todavía que no es una herramienta válida. Seguimos pensando así, y, por supuesto, los niños la sufren en varias formas”. 

Hasta el momento, se registran once muertes de niños y niñas durante la pandemia en Ecuador. Muchas fueron a manos de familiares cercanos y personas que paradójicamente deberían velar por su bienestar. “Podemos observar que quienes ellos más quieren y confían son quienes más daño les hacen. Padres, padrastros, madres”, dice Martínez. En los once casos conocidos en el país, todos fueron maltratos físicos que desembocaron en los fallecimientos. 

Violencia sexual y delitos cibernéticos contra niños y niñas

La cuarentena también ha hecho que muchos sean víctimas de violencia sexual. Vivir con sus agresores ha recrudecido estas agresiones, en  las que, además, niñas y niños son obligados a callar. Además, la reclusión no ha hecho más que evitar que niños y niñas puedan ser ayudados por sus maestros u otros familiares cercanos. 

La mayor parte de esta violencia es cometida dentro del núcleo familiar. En Ecuador, el 65% de los casos de abuso sexual fueron perpetrados por familiares y personas cercanas. Pero los niños y niñas no pueden denunciar. Apenas una de cada cuatro víctimas de abuso sexual dio aviso. Las otras se quedaron calladas por temor a represalias, vergüenza, impotencia o por miedo a las amenazas. 

Esto “habla sobre la doble y triple vulnerabilidad porque un niño pequeño no sabe cómo pedir ayuda, no sabe quién le debe ayudar, porque se supone que está en el seno de su casa donde le cuidan”, dice Cecilia Chacón, Secretaria de Derechos Humanos del Ecuador. Lo más cruel de todo es que un niño o niña no sabe que está siendo agredido. “En su cabeza no puede pensar otra cosa que papá o mamá están haciendo que cuidarlo y protegerlo”, dice Chacón. 

La violencia no solo es física. Ocurre también en espacios donde es mucho más difícil verla: en línea. El aumento del uso de plataformas de comunicación durante la cuarentena ha hecho que niños y niñas sean víctimas de acoso y delitos sexuales en Internet. Las redes sociales se han convertido en espacios en los que están expuestas a contactos de naturaleza sexual y a peligros como el grooming —un engaño pederasta para contactarlos. 

Un informe de la ONU dice que el aumento de usuarios en línea probablemente provocará también un aumento significativo en los delitos cibernéticos, como el acoso sexual, la transmisión en vivo de abuso sexual infantil y la producción y distribución de material de abuso sexual infantil. 

La educación es un derecho por conquistar

Es cierto que la educación en línea es el único rezago de normalidad para muchos niños pues les permite estar conectados de cierta manera con sus compañeros y profesores. Pero la cuarentena puso en evidencia las debilidades del sistema educativo ecuatoriano. 

Con el confinamiento, miles de niños y niñas han tenido que abandonar las aulas para recibir clases en línea. Pero no todos han podido hacerlo. La falta de recursos económicos que les permitan acceder a Internet o dispositivos electrónicos ha hecho que muchos dejen de estudiar. 

En otros casos, sus padres han tenido que elegir entre comer o pagar el Internet. Joaquín González Alemán dice que 6 de cada 10 niños no pueden seguir la educación de manera virtual porque no tienen cómo. “El covid-19 lo que ha hecho es mostrar dificultades que sabíamos que existían pero que ahora mismo son completamente flagrantes y evidentes. Por ejemplo el acceso a internet, nos hemos dado cuenta q solo el 37% tiene acceso y el otro no tenía”, dice González-Alemán. 

La situación se agrava en el sector rural, donde las brechas se convierten en abismos. Según el Instituto de Estadística y Censos (INEC) apenas un cuarto de los niños tiene un computador en casa. Las limitaciones que ponen a prueba al sistema educativo y los maestros y maestras. Para Sybel Martínez, la educación en tiempos de covid-19 muestra una sola cosa: desigualdad. 

Las consecuencias económicas de la pandemia tendrá también un impacto en la educación de los niños del Ecuador. Llegará el momento en que las familias tengan que tomar decisiones sobre el regreso de los niños a las escuelas. Esas decisiones se harán en base a los recursos económicos disponibles. “Si no tienen recursos para que vuelvan a matricularse, no lo harán. La situación será aún peor para niñas”, dice Daniela Naranjo. La doble vulnerabilidad —por género y edad— queda ahí también evidenciada. 

Salud y cuidado de los niños

A nivel mundial, se estima que al menos 6.000 niños más morirán cada días en los próximos seis meses si la presión ejercida por la pandemia por el covid-19 continúa debilitando los sistemas de salud e interrumpiendo los servicios médicos de rutina. 

Hoy, toda la atención va hacia frenar la propagación del coronavirus. Pero “todavía tenemos que seguir haciendo vacunas a todos los niños de manera rutinaria. Los padres tienen que todavia seguir llevando a los niños a los hospitales a que los vacunen”, dice el representante de Unicef en Ecuador. 

En el país, 4.059 niños menores de 5 años murieron en 2018 y 221 mujeres perdieron la vida por causas relacionadas al embarazo. El impacto del covid-19 en Ecuador podría duplicar las muertes maternas e incrementar en un 50% la mortalidad infantil. Según Unicef, en el caso de Ecuador, se estima que 2.282 niños menores de cinco años podrían morir adicionalmente al año, es decir, 6 niños o niñas más por día. 

Pero el cuidado de los niños no se limita solo a alimentación o salud. Es integral. “Implica pedirles que se bañen, la higiene bucal, hacer que se duerman a la hora que tienen que dormir y que tengan una rutina porque no están en vacaciones prolongadas”, dice Sybel Martínez. No cuidar de los niños no solo es muestra de negligencia sino, también, de violencia y maltrato.

El panorama de la niñez en el Ecuador antes de la pandemia ya era complejo. Ahora, el mayor desafío de los niños y de las niñas es tratar de mantenerse a salvo y seguros en condiciones que los ponen en riesgo constante. Algo muy difícil de hacerlo cuando no tienen el cuidado de sus padres —y mucho menos de los gobiernos locales y central.