Jesús tenía 6 años cuando lo mataron por no querer tomar la sopa. En noviembre de 2018, su padrastro lo golpeó con un cinturón y Jesús se cayó de la silla en la que estaba sentado. Los médicos que lo revisaron determinaron que murió por una hemorragia en uno de sus pulmones. Además, tenía huellas de agresiones anteriores. En Ecuador, 4 de cada 10 niños sufre maltrato extremo violento de parte de sus padres, según el estudio Situación de la niñez y adolescencia en Ecuador. En algunos casos, llega a extremos macabros como el de Jesús. Pero en todos deja consecuencias físicas y psicológicas. Aún así, mucha gente sigue pensando que la “letra con sangre entra”, que los chicos de hoy son como son porque nadie les pegó, y —como sociedad— aún no hemos tomado las medidas necesarias para erradicar la violencia contra nuestros niños, niñas y adolescentes. El castigo físico rompe una barrera que vuelve a los niños más vulnerables a otra forma de violencia: la sexual.

Un niño o niña que es golpeado por sus padres no sabe distinguir entre quién lo cuida, quién lo trata con amor, quién lo vulnera. Cuando esto sucede, explica Sybel Martínez, directora de Grupo Rescate Escolar —dedicado a promover el respeto a los derechos de los niños y adolescentes, los niños suelen reaccionar de dos maneras: replegarse sobre sí mismos y aceptar que cualquiera los maltrate, o, al otro extremo, ser los primeros que maltratan para evitar ser golpeados. Dicho de otra manera: se vuelven víctimas o maltratadores.

Existe un tercer escenario, menos frecuente, en el que no tome ninguno de los extremos. Pero eso solo es posible si se identifica el trauma y hay algún tipo de tratamiento.

Además, el maltrato confunde a los niños y niñas. “La figura cercana que en teoría debería darle amor, lo golpea”, dice la antropóloga María Amelia Viteri. “Lo primero que se pierde es la confianza, que es uno de los pilares de la identidad e inteligencia emocional cuando eres adulto”, explica Viteri.

Esta pérdida de confianza afecta su desarrollo y su habilidad de confiar en otros adultos. “Eso los pone en una mayor vulnerabilidad. En el caso de las niñas, las vuelve menos asertivas porque han normalizado ciertas formas de violencia, vivieron lo que es ser silenciada a la fuerza a través de manipulación”. Esto puede tener consecuencias a largo plazo, en el momento que estas niñas, ya siendo mujeres, eligen a sus parejas sentimentales. 

El maltrato físico en la infancia que para muchos padres califica como una manera de criar a sus hijos, es una puerta a un futuro abuso. Un estudio de la universidad de Manitoba, Canadá, encontró vínculos entre el castigo físico y maltrato en la niñez, y la violencia intrafamiliar en la adultez.“Golpear o dar cachetadas a los niños”, dice el estudio, aumenta las posibilidades de que sufra “abuso emocional, abuso sexual, abuso físico, rechazo físico y emocional, y, de adulto, sea víctima de violencia de pareja”.

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El castigo físico es hacerle a un niño algo que, hecho a un adulto, sería considerado una agresión ilegal. Cuando somos niños inventamos las mejores palabras para explicar la realidad. Adulto, dijo Andrés Felipe Bedoya, de 8 años, es una “persona que en toda cosa que habla, primero ella”. Cuando crecemos, dejamos esas palabras y buscamos eufemismos —incluso para justificar nuestra violencia: smacking, spanking, en inglés, donner des fessées, en francés; piciare”, en italiano, o dar un azote en español. Pero la cruda realidad para los niños es que todo esto se traduce, simplemente, en violencia.

En el Ecuador, es más común de lo que pensamos. Según el Observatorio de la Niñez y la Adolescencia del Ecuador, al menos 870 mil menores en edad escolar crecen en sus hogares bajo amenazas diarias  y castigos físicos. Según el estudio de Plan Internacional, Patrones de violencia hacia las niñas en el Ecuador, es más frecuente en las áreas rurales que en las ciudades.

Poco a poco convencemos a los niños de que se merecen la violencia. Cuatro de cada diez niños sufre de maltrato extremo violento de parte de sus padres. Y más del 62% de estos, cree merecer la reacción de sus padres. En la investigación de Plan Internacional, las niñas entrevistadas dijeron que recibían castigos porque “se portan mal” y no hacer cosas que debían, como ayudar en la casa o salir sin permiso. Esto coincide con la percepción de sus madres. Dijeron en las encuestas que la mayor razón para el uso de la violencia en las niñas y en los niños es “portarse mal”. No seguir una orden o indicación parece ser, en el imaginario social ecuatoriano, razón suficiente para golpear a las niñas y niños.

Según el Observatorio Social del Ecuador hay dos razones que normalizan la violencia contra los niños y niñas: el ‘adultocentrismo’ y la violencia machista. El primero supone que solo los adultos pueden decidir sobre la vida de los niños porque se entiende que, de alguna forma, “son de mi propiedad”. Pero según la Convención sobre los Derechos del Niño, ellos no son propiedad de los padres ni del Estado, ni son un simple objeto de preocupación, son titulares de derechos humanos. La segunda razón significa que los golpes son una forma de imponer una autoridad ejercida desde el jefe de familia.

En 2015, Grupo Rescate Escolar encuestó a 800 padres y madres de familia de seis colegios públicos y privados en Quito. Un poco menos de la mitad dijo que recurre al castigo físico para disciplinar a sus hijos. La cifra muestra un enredo conceptual peligroso: suponer que disciplinar y maltratar son sinónimos. “Seguimos pensando que la disciplina es golpear”, dice Sybel Martínez.

Es una confusión atávica. El 1 de junio fue instituido como el día para celebrar los derechos del niño, pero entre los juguetes y las golosinas, su propósito ha sido olvidado.  Como dice Sybel Martínez una columna, la conciencia de la necesidad de proteger y tratar bien a los niños es relativamente moderna. “Durante siglos, fueron olvidados, desacreditados, no tenidos en cuenta y, por supuesto, maltratados”, dijo Martínez.

Lloyd de Mause contó, en 1974, las muertes, castigos físicos y abusos sexuales a los cuales eran sometidos los niños. Amenazarlos con figuras monstruosas o utilizar látigos, las varas de hierro, los bastones, los cintos o  las palas para ‘corregirlos’ era común. “Incluso, abandonarlos a su suerte o asesinarlos eran prácticas absolutamente tolerables.”, escribió Martínez. “El maltrato en el medioevo era visto como un modo de crianza y una forma válida de disciplina.” Entre 2000 y 2015 se incrementó la cantidad de padres que encierran, privan de comida y de gustos, expulsan de la casa y que bañan en agua fría a sus hijos para educarlos. La edad media mental no ha terminado.

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Muchos dirán que la forma en que los padres crían a sus hijos es un tema que se resuelve dentro de las casas. No es cierto. “El castigo físico infantil es una importante preocupación de salud pública”, dice el estudio de la Universidad de Manitoba que determina que hay un vínculo entre el castigo físico y la violencia sexual —que es, también, según el juez argentino Carlos Rozanski, una cuestión de interés público. “Durante siglos se ha manejado como cuestión privada. El imaginario tiende a tratarlo como cuestión privada —no podemos olvidar que las leyes han sido hechas, interpretadas y aplicadas por varones—”, dice Rozanski.

En un país como el Ecuador, donde hay al menos dos casos de delitos sexuales contra niños, niñas y adolescentes al día, tratar el castigo físico y su asociación a un potencial abuso sexual, no es solo lógico, sino urgente. En ese mismo país, el 80% de las víctimas de maltrato infantil en Ecuador son niñas. Pavorosa coincidencia: en el país, ocho de cada diez víctimas de delitos sexuales a menores de edad son, también, niñas.

Ecuador es uno de los cuatros países de la región que no tiene una ley que prohíba el castigo físico contra niños y niñas. Un proyecto de ley para erradicarlo duerme en algún cajón de la Asamblea Nacional desde 2016, cuando se discutió en primer debate. Sin un plan de acción legislativo, no es posible abolir el castigo físico —aunque la reforma exija más que un cambio reforma jurídico explícito. Necesitará políticas de protección y prevención, y otro tipo de medidas — especialmente educativas.

¿Por qué no educar simplemente a los padres para que dejen de recurrir al castigo físico? Pues porque se necesita el valor social de elevar algo a ley. No es, además, una cuestión sujeta a debate: los niños deben tener la misma protección legal que los adultos –en la familia y en cualquier otro entorno.

Esa reforma estimulará a los padres a considerar formas positivas de educar a sus hijos y motivará asimismo a los profesionales, políticos y medios de comunicación, a proporcionarles estos modelos educativos. “Disciplinar es enseñar a obrar bien, no maltratar. Y eso es importante, se logra a través del ejemplo”, dice Sybel Martínez, “pero no llegamos a entender eso como sociedad”.


Este reportaje es parte del proyecto Hablemos de Niñas que se hace gracias al apoyo de
Plan Internacional Ecuador