Sofía* tenía 14 años cuando conoció a José por Facebook. Empezaron a chatear y, después de varios meses de contacto, José –que decía ser un adolescente como ella– se convirtió en su “amigo de Chile”. José le mandó un regalo por su cumpleaños, y le prometió que iría a visitarla en Ibarra, la ciudad andina donde vive Sofía. Cuando iba a conocerlo, por fin, Sofía fue acompañada de su tía al céntrico parque de la Iglesia, donde habían pactado reconocerse utilizando unas señas. Llegada la hora, un hombre mayor —de unos 80 años— hizo las señas con las que Sofía había quedado en reconocerse con José, se le acercó y le dijo que “era un mensajero” de José. Sofía se asustó y corrió hacia una tienda, donde la esperaba su tía. El hombre desapareció. 

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El ardid de José tiene un nombre en inglés: grooming. En español no es otra cosa que un engaño pederasta para contactar menores de edad a través de redes sociales, chats o juegos en línea, abusar de ellos, chantajearlos o enredarlos en redes de pornografía ilegal internacional. Anais Córdova, de la organización Taller Comunicación Mujer, investiga la violencia de género en el entorno digital y dice que este delito puede tener tres finalidades: el placer personal del depredador, la pornografía infantil o la trata. 

El grooming es un delito reciente. Según el Centro Internacional para niños perdidos y explotados, en el mundo, solo 62 países tienen una ley específica penándolo. Ecuador es uno de ellos. En el Código Integral Penal el “engaño pederasta” conlleva una pena de 1 a 3 años de prisión cuando el contacto solo queda en Internet. Si hubiese intimidación o suplantación de identidad, la pena podría llegar a ser de entre 3 a 5 años, y de 7 a 10 años si se ofrecieran servicios sexuales con menores.   

En el país, según la Fiscalía General del Estado, entre enero y abril de 2019, se denunciaron 52 casos: trece por mes. Entre 2017 y 2018 se contabilizaron 380: del primer al segundo año, aumentaron de 168 a 212. Guayas, Pichincha, Manabí, Azuay y Loja son las cinco provincias con mayor número de denuncias. 

El grooming es una forma de pederastia y las cifras de pederastia en el Ecuador son alarmantes. De los casos contabilizados por la Fiscalía, entre enero de 2017 y noviembre de 2018 se reportaron cerca de 13 mil casos con víctimas entre los 4 y 17 años. De ellos, más de 4 mil corresponden a abuso sexual, más de 3.600 a violación y más de 500 a acoso sexual. 

Si tomamos las cifras de la Fiscalía y el número de personas entre 4 y 17 años que hay en Ecuador, podemos decir que 3 de cada 1000 menores fue víctima de pederastia.  Es un rango similar a lo que sucede en otros países. Por ejemplo, en Estados Unidos, según el Departamento de Justicia, en 2012, el 26% de víctimas de abuso sexual tenían entre 12 y 14 años y el 34% tenía menos de 9 años.

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El grooming tiene tres etapas: el contacto, la fidelización y la extorsión. 

En la primera, el depredador contacta al menor por redes sociales. Por lo general, crea un perfil falso en redes sociales, haciéndose pasar por otro menor. Sin embargo, hay casos en los que el depredador utiliza su identidad real, según explica Juana Fernández, asesora de derechos humanos y género de la Fiscalía. 

El depredador sexual crea redes entre los amigos del adolescente y establece un vínculo afectivo. La conversación que en un inicio va de pasatiempos y “cosas en común”, cambia de tonalidad y se vuelve sexual. 

Ahí inicia la segunda etapa. El agresor empieza a pedir fotos y videos de la víctima que pueden o no ser desnudos, pero que siempre tienen una carga sexual. En algunos casos, la forma para que la víctima acepte enviar ese material es haciéndole creer que son “novios virtuales”. 

Conforme avanzan las conversaciones, el agresor tiene más información y material visual de la víctima. La información es básica: colegio, amigos, padres.

 Para ese momento, dice Fernández, el agresor “ya tiene en sus manos todos los datos privados” de la víctima. Luego arranca la extorsión y el chantaje. 

Cuando la víctima se rehúsa a seguir enviando fotos o videos, llega la amenaza de difundir —entre sus amigos y familiares— todo lo que tiene en su poder. 

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En otras ocasiones, la amenaza es hacerle daño a un familiar o amigo de la víctima. Ana*, de 14 años, estudia en un colegio del centro de Quito. Aunque su mamá le ha dado permiso para usar las redes sociales solo un par de horas al día, fueron suficientes para que un pederasta la contactara. 

Luego de varias conversaciones su ‘nuevo amigo’ le pidió fotos en ciertas posturas sexuales que él llamaba “sugerentes”. Si Ana no lo hacía, mataría a su madre. 

La mamá de Ana descubrió en el celular de su hija las fotografías y la niña decidió contarle lo que sucedía. La madre, a través de tutoriales de YouTube, aprendió a bloquear la cuenta del pederasta en Facebook y presentó una denuncia. (Córdova dice que no sabe en qué estado está)

En muchas ocasiones el agresor busca encontrarse con la víctima para cometer otro delito sexual. Daniela* es una adolescente de una comunidad indígena de Imbabura, tiene 15 años y fue víctima del “amor al primer chat”, como dice Córdova. 

Conversaba a través de Facebook con un hombre, de entre 18 y 20 años, al que consideraba su novio. Luego de varios meses de “relación virtual”, quedaron en conocerse. El lugar de encuentro sería en Carcelén, un barrio al norte de Quito.

Después de viajar más de dos horas, Daniela conoció a su supuesto “novio”. Él la drogó y violó en un motel.

Daniela recuperó la conciencia dos días después del encuentro, llamó a su padre y le pidió ayuda. Presentaron una denuncia por violación. Según recordaba Daniela, hubo dos hombres: el que se suponía era su “novio” y otro mayor, que ella suponía era el padre del que la hizo creer era su novio. 

Fernández dice que el agresor siempre es una persona mayor de 18 años que se contacta directamente con la víctimas y que busca “llenar vacíos”. Busca, explica Anaís Córdova, a niñas, niñas y adolescentes vulnerables. A Luisa la contactó su profesor vía Whatsapp. El hombre conocía que a Luisa le faltaba una figura paterna y empezó a acercarse a ella para obtener fines sexuales pero tras el disfraz de “llenar ese vacío” de la falta del padre. La Fiscalía investigó el caso, el profesor admitió su culpa y fue sentenciado. Luisa también fue víctima del “engaño pederasta”. 

No suelen ser casos aislados. Según la organización Race Against the Abuse of Children Everywhere (RAACE), el 70% de los delincuentes sexuales con menores tienen entre 1 y 9 víctimas, y el 20% tiene entre 10 y 40 víctimas. Además, el abusador de menores en serie en promedio puede tener hasta 400 víctimas en su vida.

“Las de solo una vez” —dice Córdova— es como los agresores llaman a las chicas que son introducidas en la trata de personas durante 48 horas y luego son “devueltas” o abandonadas. Esa forma de operar se da a través de un secuestro express —raptan a la menor, la violan y luego la abandonan— y es común en casos de grooming.  El caso de Daniela –quien fue abandonada en un motel luego de que la drogaran y violaran–, explica Córdova, encajaría en este tipo de trata.

Las fotografías y material que el pederasta obtiene podrían servir para el delito de pornografía infantil —entendida como la producción, distribución, divulgación, importación, exportación, oferta, venta o posesión de material pornográfico de un niño, niña o adolescente. La Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (UNCRC) la califica como una violación de los derechos del niño y exige a los estados miembros que adopten medidas para prevenir la explotación infantil en materiales de este tipo. 

Un informe de la ECPAT, una red mundial de organizaciones de la sociedad civil que trabaja para poner fin a la explotación sexual de los niños, dice que en abril de 2016 en Quito se detuvo al mayor distribuidor de material pornográfico de niños, niñas y adolescentes de Sudamérica. Córdova explica que, aunque no todos los “engaños pederastas” derivan en pornografía o trata, el grooming sí es “un patrón que siguen las redes de trata y de pornografía”.

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Aunque las víctimas generalmente sean niñas, los niños no están a salvo. Kevin* tenía 14 años cuando se suicidó. Fue abusado sexualmente por un hombre de 40 años que se hacía pasar por promotor de modelos. 

Kevin conoció en Facebook a su agresor, quien le dijo que le envíe fotos y prometió pagarle 400 dólares por cada desfile. El pederasta citó a Kevin para una supuesta entrevista de trabajo, donde abusó de él. Días después, Kevin se suicidó. 

Su madre encontró conversaciones y fotos en la computadora de su hijo, que fueron parte de las evidencias en el caso. 

La forma más común de llegar a los niños sería a través de los juegos en línea. “A los niños también se los contacta para las redes de porno infantil”, dice Córdova, quien explica que en los juegos en línea hay adultos que extorsionan a niños para que envíen fotografías y videos —que pueden ser de ellos mismos o de sus compañeras o compañeros de curso.

Córdova dice que para los niños varones es más difícil contar que son víctimas porque “no siempre son escuchados porque se cree que por ser niños hombres van a estar bien”. Según la RAACE, solo 1 de cada 10 los niños que son abusados ​​sexualmente alguna vez se lo dirán a alguien.

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«Pensamos que la virtualidad no nos traspasa el cuerpo”, dice Córdova. Por eso lo que pasa en  internet es muchas veces minimizado. Pero eso es un error: la dimensión digital de la vida nos cruza como personas. Un estudio de Common Sense Media, en 2015, estimaba un adolescente pasa entre 6 y 9 horas al día utilizando internet. El último estudio de IAB Ecuador, en 2017, mostraba que los menores de 18 años son el segundo grupo con mayor penetración en redes sociales —el primero es de jóvenes entre 19 y 23 años. 

Además, según datos del Ministerio de Telecomunicaciones, las personas entre 15 y 29 años son las que más utilizan redes sociales en sus móviles, “con un 94,1%; seguido de los jóvenes menores de 15 años que lo hacen en un 93%”.  

Para prevenir estos delitos, es indispensable que no exista una prohibición o imposición “sino más bien una comunicación asertiva desde casa”, dice Fernández. 

Los padres o tutores deben tener presente la corresponsabilidad y la creación de alianzas. Córdova explica que muchas veces el adolescente no quiere contar lo que le sucede a sus padres, sino que se lo cuenta a un amigo, a un primo. 

“Eso es normal en la adolescencia”, dice Córdova y agrega que la responsabilidad compartida es la base para que el menor se sienta en confianza, por ejemplo, a la hora de un encuentro entre la menor y algún nuevo amigo, se pueden tomar ciertas acciones “que alguien la acompañe, que se sepa acompañada en su propio crecimiento”, explica Córdova.

Con el peligro inminente es necesario pensar en soluciones. La Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad contra los Niños ( NSPCC), una organización benéfica que hace campaña y trabaja en la protección de los niños en el Reino Unido, indica que hay ciertas señales para detectar el grooming. 

Por ejemplo, que el adolescente se vuelva muy reservado sobre lo que hace en internet, que empiece a tener “novios” o “novias” mayores, que se encuentre con amigos en lugares no comunes, que tenga ropa o un nuevo celular y que no pueda explicar de dónde lo adquirió y también que tenga acceso a drogas y alcohol. 

Si bien estos signos podrían confundirse con la actitud de un adolescente, la NSPCC dice que “es posible que note cambios inexplicables en el comportamiento o la personalidad, o un comportamiento sexual inapropiado para su edad”.

También existen algunos tips para que los menores puedan estar más seguros en las redes sociales. Córdova dice que es importante que el adolescente sepa que puede usar un nickname o apodo, porque “no siempre tiene que ser su propio nombre”. Además, debe tener contraseñas seguras con más de 13 caracteres y que incluya símbolos, mayúsculas, minúsculas, números.

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En caso de que la niña, niño o adolescente sea víctima, Córdova dice que indispensable guardar las evidencias a través de capturas de pantalla. Además, es necesario denunciar. La RAACE asegura que la mayoría de los agresores continuarán abusando de las víctimas si no son denunciados y detenidos.

Fernández explica que hay dos vías para denunciar. Recomienda la primera que es denunciar ante la Policía Judicial, que atiende ininterrumpidamente. Si no, la segunda opción es acudir a la Fiscalía: “El fiscal conocerá la causa desde cualquiera de las dos vías”, dice Fernández. 

Cuando el proceso se inicia, se presenta una etapa de uno a dos años de investigación previa, según explica Fernández. Luego, en teoría, habría una formulación de cargos, pasará el caso a una instrucción fiscal de 90 días y “después de ello ya se verá si hay un dictamen”. El problema es que en Ecuador los procesos son muchas veces largos, tediosos y revictimizantes. Por eso, según estimaciones internacionales, ocho de cada diez casos no se denuncian

Además de llevar el caso a la justicia ordinaria, también se puede denunciar el caso directamente en la plataforma en Internet. Córdova dice que en Facebook se puede pedir que se suspenda la cuenta del agresor, para ello son importantes las capturas de pantalla y el enlace del perfil del pederasta.  Este proceso se realiza a través de organizaciones sociales como Taller Comunicación Mujer.

A las acciones que se dan en la virtualidad no se las puede tomar a la ligera. El “engaño pederasta” no es un problema lejano, afecta a cientos de menores en el Ecuador: hay un estimado de 750 mil predadores sexuales en línea en todo momento. 


* Todos los nombres de los menores son nombres protegidos