Según el diccionario Oxford, la palabra del año en 2006 fue ‘carbono neutro’, pero trece años después casi nadie sabe qué significa, ni para qué sirve. Trece años después, los científicos dicen que estamos caminando hacia un límite peligroso: el carbón, que durante décadas fue el motor del Antropoceno —la época geológica dominada por el ser humano— podría ser también la causa de la mayor devastación que nuestra especie conozca.
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Trece años después, la emisión de carbono de la humanidad es de 32 millones de toneladas de CO2. Esto, según Sara Latorre, profesora y especialista en cuestiones socioambientales de la Flacso, tiene un efecto dramático en la Tierra: el cambio climático que están generando los gases de efecto invernadero podría causar desde problemas en los ecosistemas hasta riesgos de soberanía alimentaria.
Trece años después, el principal gas de efecto invernadero sigue siendo el dióxido de carbono (CO2). Esta combinación de dos moléculas de oxígeno y una de carbono suma el 63% del total de gases de efecto invernadero (GEI) del planeta. Trece años después, ‘carbono neutro’ intenta aún pasar de una palabra exótica y tener un efecto real en la mitigación del cambio climático.
El diccionario Oxford define a su palabra predilecta del 2006 como “producir o no producir una liberación neta de dióxido de carbono en la atmósfera, especialmente como resultado de la compensación de carbono”.
La estrategia, que puede aplicarse desde los procesos de una gran corporación hasta nuestras propias casas, incluye mecanismos como la reforestación o la reducción de los gases de efecto invernadero, a través de, por ejemplo, reducir el número de vehículos que participan en una ruta de transporte de productos o el cambio de maquinaria. Para Xavier Elizalde, gerente de Profafor (una empresa dedicada al manejo de plantaciones forestales para capturar CO2) esto se logra a través de la optimización o cambio de equipos o ahorros en áreas, que producen una huella de carbón elevada.
Para saber cuánto carbono produce una determinada actividad existen calculadoras, como Carbon Footprint, CarbonTrack o CleanSpace.
La producción de carbono se conoce como ‘huella de carbono’, porque es el rastro que la actividad humana deja en términos de emisiones. La idea central de la estrategia de carbono neutro es realizar compensaciones de la huella dejada.
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Nuestra relación con los gases de efecto invernadero no es sencilla: si bien provocan el calentamiento global, también permiten la vida en el planeta. Sin ellos, el calor de la superficie de la tierra desaparecería. Sin calor no hay vida.
Y todos los seres vivos liberan CO2. Si la vida y la muerte tienen algo en común es la liberación de CO2. Incluso volcanes y fuentes de aguas termales están llenas de CO2. El dióxido de carbono es esencial en el proceso de la fotosíntesis que libera oxígeno vital.
El problema no es, por sí mismo, el dióxido de carbono. Durante millones de años, a través de ciclos naturales, el planeta lo absorbía y lo reciclaba para equilibrar el delicado balance de la vida en la Tierra. Sin embargo, estamos produciendo mucho más dióxido de carbono —y otros gases— de los que el planeta puede procesar: la revolución industrial incorporó, cada vez más, procesos de quema de combustible fósil que expedían una desproporcionada cantidad de gases de efecto invernadero. Autos, aparatos electrónicos, la quema de combustibles fósiles, la tala de árboles, el uso de fertilizantes, el desarrollo de la ganadería y la explotación de los recursos naturales son sus principales causantes.
No es una exageración decir que, si no detenemos el ritmo con el que los producimos podríamos regresar a las condiciones climáticas del Cretáceo. Según el divulgador científico Peter Forbes, sin control sobre las emisiones de carbono veremos “cómo los niveles preindustriales de CO2 se duplican (de 80 a 560 partes por millón, ppm) para el 2050. Y de ahí, cómo se duplican otra vez para el 2100”.
Forbes dice que la última vez que se registraron niveles de CO2 superiores a las 1000 ppm fue en el Cretáceo. En esa era geológica, los mamíferos éramos apenas pequeñas criaturas escondiéndonos de los señores y amos de la Tierra de entonces: tricératops, tiranosaurios y otros grandísimos reptiles. Fue un tiempo de altas temperaturas, “entre 3 y 10 grados más calientes que los niveles preindustriales”.
Si la relación del mundo en general con los gases de efecto invernadero es compleja, la del Ecuador, en particular, es crítica. Es uno de los países más vulnerables a los efectos adversos del cambio climático, a pesar de ser uno de los menos contaminantes del mundo: las emisiones de CO2 del país apenas registra el 0,15% de las mundiales.
Según Stephanie Ávalos, subsecretaria de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente, la ubicación geográfica, la fragilidad de sus ecosistemas y las características naturales son las principales condiciones para convertirnos en un ecosistema frágil. En palabras mucho más claras: si volviésemos a condiciones cretácicas, explica Forbes, no habría, otra vez, hielo en los polos. Los niveles del mar subirían unos 66 metros por encima de los actuales.
Todos los días no enfrentamos a los efectos de la contaminación del aire por los GEI. Prueba de esto es el incremento de las enfermedades respiratorias. En Ecuador, enfermedades como la neumonía son la tercera causa de morbilidad a nivel nacional. En el mundo, siete millones de personas mueren cada año por la contaminación del aire. La Organización Mundial de la Salud registra en el último año un aumento de la mortalidad a nivel mundial por enfermedades respiratorias y cardíacas.
Los conductores en ciudades como Guayaquil y Quito pasan entre 27 y 31 horas al año, en la congestión vehicular. En Quito, el sector del transporte es uno de los mayores contaminantes: provoca un 56% de gases contaminantes. Seguido del sector residencial y comercial con un 20%. Y, finalmente, está el nivel de emisiones del sector de residuos e industrial es de 13% y 11%. Se calcula que la huella de carbono de la ciudad es de 5 millones de toneladas de CO2.
Reducir la cantidad de carbono actual no es el capricho de un grupo de ambientalistas. Es, quizá, la mayor de las amenazas que hemos enfrentado como especie. La compensación de nuestra huella de carbono a través de estrategias de carbono neutro podrían significar un paso importante en la mitigación del cambio climático.
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Una década después de que el diccionario Oxford eligiera a carbono neutro como su palabra del año, en el Ecuador hubo una iniciativa para promover estas estrategias. En 2014, el Ministerio del Ambiente implementó el programa Reconocimiento Ecuatoriano Ambiental Carbono Neutral. Según el programa, las empresas que tenían estrategias de carbono neutro recibían un reconocimiento moral por hacerlo: un diploma que dejaba constancia del logro. Hoy, el proceso está en reestructuración. Además del reconocimiento moral, se planea entregar incentivos económicos. Stephanie Ávalos, Subsecretaria de Cambio Climático, dijo que con este cambio se pretende que la empresa privada se interese lo suficiente en adoptar procesos para volverse carbono neutro.
Ávalos admitió, además, que las políticas del Ministerio de Ambiente sobre carbono neutro son casi nulas. Dijo que en 2018 se logró un financiamiento no reembolsable de 87 millones de dólares para combatir al cambio climático. “No tenemos un proyecto que esté completamente abocado al tema de desarrollo de carbono neutro”.
Las iniciativas de carbono neutro son voluntarias y no hay un interés grande. Elizalde, el gerente de Profafor, dice que es por “la ausencia de un marco legal” que obligue a las empresas a hacerlo. “Que las empresas se interesen en medir su huella de carbono y compensarla son procesos nuevos”, dijo.
Convertirse en una empresa carbono neutro es un proceso largo y costoso. Este podría ser uno de los principales motivos para que muchas no lo hagan, dijo la subsecretaria Ávalos.
El proceso para ser carbono neutro inicia por calcular las emisiones de CO2. Luego, se reducen las emisiones a través de proyectos de optimización de fuentes de energía. Una vez logrado esto, empieza la reducción o compensación de CO2 mediante la protección de bosques o proyectos de reforestación. Finalmente, se elabora un informe sobre la reducción de GEI.
Incluso la estrategia del carbono neutro en la lucha contra el cambio climático podría no ser suficiente. Para Sara Latorre, de la Flacso, los retos del cambio climático no permiten seguir compensando. Los escenarios actuales exigen reducir drásticamente los gases de efecto invernadero. “Las iniciativas de compensación están retardando, a corto plazo, un proceso inevitable”, dijo. Según ella, los proyectos de reforestación aunque capturan emisiones, en un momento van a morir y el carbono capturado volverá a su ciclo natural. Incluso, ciertas especies sembradas, como los árboles de pino, provocan severos daños en el suelo. La tierra deja de ser apta para la producción y se convierte en un lugar estéril. El desafío es dantesco.
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Ser carbono neutral no es una decisión que corresponde solo a grandes empresas. Que las personas lleven una vida de carbono neutro parece complejo. Pero todo depende de los esfuerzos por cambiar nuestros hábitos y estilo de vida.
Estimar nuestra cantidad de emisiones empieza con un cálculo sobre el uso de energía en el hogar, viajes en automóvil y transporte público. Lo que compramos y salir a comer son otros de los factores que se contabilizan. Lo que comemos y la cantidad de hijos que tenemos, también.
Reducir el uso de electrodomésticos, controlar el uso de energía en el hogar e incluso mejorar nuestros hábitos de alimentación reducen nuestras emisiones. Disminuir el consumo de carne de res y cerdo, por ejemplo, tiene un impacto positivo en el ecosistema y la lucha contra el cambio climático.
Los efectos de la ganadería a gran escala son nefastos, puesto que millones de hectáreas de bosques son transformadas en enormes pastizales. Aún peor, las malas prácticas ganaderas contaminan las fuentes de agua. Sin olvidar la elevada emisión de metano, causado por los excrementos.
Reemplazar el uso del auto por medios de transporte ecológicos como la bicicleta, comprar alimentos orgánicos en mercados, y evitar la comida rápida y enlatada son otras de las alternativas para alcanzar una huella de carbono cero, como individuos.
Es importante entender que, si bien es el mayor gas de efecto invernadero, el dióxido de carbono no es el único. Sara Latorre, de la Flacso, explica que hay otros más contaminantes con una capacidad superior de calentamiento. El metano, producto de la ganadería y el excremento, es 23 veces más potente que el CO2. El óxido de nitrógeno, presente en el sector del transporte, industrias químicas y en la combustión de carbón, petróleo y gas, es 300 veces más contaminante. Los gases fluorados de las industrias manufactureras y de la construcción son entre 500 y 11 mil veces más contaminantes.
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Un lunes de invierno, en Quito, la temperatura supera lo que podría parecer unos agradables 22 grados, pero los niveles de radiación son extremos: es casi imposible resistir más de unos pocos minutos en cualquier calle de la capital ecuatoriana.
En el verano quiteño, llevar un grueso abrigo invernal se ha vuelto más normal de lo que uno supondría: la variación de las temperaturas, similares a bruscos cambios de humor, se han vuelto recurrentes.
Detrás de ellos, tenemos que entenderlo, está el cambio climático, que está alterando el clima de la Tierra. Se derriten glaciares, aumenta de las temperaturas de los océanos, y en el centro del problema está el elemento químico que ha movido al mundo: el carbón es la principal fuente de energía. Pero el progreso que nos trajo incluía un efecto devastador. Disminuir el uso del carbono podría ser una de las soluciones más urgentes para combatir el cambio climático.
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En 2006, ‘carbono neutro’ fue la palabra del año para el diccionario Oxford porque fue el mismo año en que se creó esta estrategia para combatir el calentamiento global. Han pasado 13 años, y casi no hemos cambiado nuestros patrones y conductas de consumo y producción.
En once años, en 2030, los niveles de calentamiento superarán el centígrado y medio que los científicos han señalado como el punto de quiebre del equilibrio planetario. Para entonces, es probable que sea demasiado tarde.
No habrá estrategia, ni palabra del año, que salve a la humanidad —a menos que esa palabra sea el nombre del nuevo planeta que habitemos.
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