Un lugar común —‘¿es este el nuevo normal?’— ha estado dando la vuelta a medida que eventos climáticos extremos se han apilado en el último año. La respuesta debería ser: ‘es peor que eso: estamos camino a aún más frecuentes y más extremos eventos que los que vimos este año’.

Sabemos desde la década de 1980 qué es lo que nos espera. Las acciones tomadas para reducir las emisiones en un veinte por ciento para 2005 podrían haber limitado el aumento de la temperatura global a menos de 1,5 centígrados. Sin embargo, nada se hizo,  y la confusión de información climática acumulada entonces solo confirma y refina las predicciones originales ¿Dónde estamos ahora?

En noviembre de 2017, reunida en Bonn, la cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP23) reportó que el incremento de 3 centígrados para el 2100 es ahora una expectativa realista. Sin control sobre las emisiones, estamos enrumbados a ver cómo los niveles preindustriales de CO2 se duplican (de 80 a 560 partes por millón, ppm)para el 2050. Y de ahí, cómo se duplican otra vez para el 2100. En breve, estaremos generando condiciones climáticas que se experimentaron, por última vez, durante el Cretáceo ( hace 145-65,95 millones de años), cuando los niveles de  CO2 superaron las 1000 ppm. ¿Qué podría significar eso, dado que ya hemos alcanzado esos niveles de CO2 en los dormitorios por las noches y en lugares públicos concurridos y mal ventilados, y cuando sabemos que, bajo condiciones sostenidas de esa alta concentración de dióxido de carbono, las personas sufren de severos problemas cognitivos?

Sucede que el Cretáceo es uno de mis períodos geológicos favoritos. Nos dio los grandes cerros y colinas de tiza que se extienden por Europa. Nos dio higos, árboles de plátano y magnolias. Nutrió a pequeños mamíferos que florecieron  de pronto cuando los entonces amos de la creación —tricératops, tiranosaurios y sus primos— se extinguieron al final del período. Fue también muy cálido, con temperaturas entre 3 y 10 grados más calientes que los niveles preindustriales.

Si volviese a suceder, una nueva era similar al Cretáceo no reflejaría precisamente la original. Para empezar, los continentes estaban en posiciones muy diferentes: India era una isla aún miles de millas al sur de su unión con Asia; un océano amplio separaba África (con Sudamérica aún pegada) de Eurasia.

Pero si volviera el Cretáceo, no habría, otra vez, hielo en los polos. Los niveles del mar subirían unos 66 metros de los actuales. Veríamos, también, la creación de vastos mares cálidos y poco profundos, con depósitos minerales similares a los que produjeron estratos de tiza gruesa de 400 metros en el primer Cretáceo. Y, en lugar de los mamíferos más grandes, que se extinguirían, los reptiles se propagarían por todo el mundo y crecerían, ¿Acaso una venganza adecuada de los dinosaurios?

La única manera que puedo concebir que los humanos vivan en un Nuevo Cretáceo es como un grupo de científicos y tecnólogos que trabajen en refugios artificiales y protegidos, como los habitantes de la ciudad invisible de Baucis, del novelista Italo Calvino, en la que la gente vive sobre pilotes sobre las nubes “contemplando con fascinación su propia ausencia”.

Estamos, hace poco, conscientes de la línea roja que los humanos vamos a pisar antes de llegar a condiciones cretáceas. En 2010, investigadores demostraron que nuestra especie no puede sobrevivir más de seis horas en lo que llama una temperatura de bombilla húmeda de 35 centígrados. Bombilla húmeda significa una humedad del 100% — es decir, no son 35 centígrados como los conocemos. En los grandes cinturones agriculturales del Indo y el Ganges las alta temperaturas cercanas a los 40 grados combinadas con una humedad del 50% (que se equipara a los 35 centígrados de bombilla húmeda) van a prevalecer en cuestión de décadas.

Mientras eso suceda en regiones agriculturales cálidas, el mundo urbano probablemente enfrente una catástrofe aún mayor. La predicción más probable del aumento de temperatura de la ONU, de 3 centígrados, significaría bosques creciendo en el Ártico y, para el final del siglo, la pérdida de la mayoría de las ciudades costeras por el aumento irreversible del nivel del mar.

Hoy está ampliamente aceptado, al menos por los científicos, que los seres humanos se han convertido en agentes geológicos, por lo que se ha creado una nueva era geológica: el Antropoceno. La influencia humana en el ambiente, incluyendo fertilizantes artificiales de nitrógeno así como el CO2, supera los ciclos naturales. La idea popular de que la las preocupaciones humanas y geológicas son totalmente inconmensurables ha sido desmentida por el hecho de que, en ciertos tiempos, la Tierra se ha movido muy rápido.

Dos grandes eventos de calentamiento —con un largo período de enfriamiento entre ellos— terminaron la última Era de Hielo hace 12 mil 600 años. Ambos produjeron picos de diez grados en las capas de hielo de Groenlandia. Lo primero sucedió en apenas tres años; lo segundo, que marcó el comienzo de las condiciones relativamente estables del Holoceno, ocurrió durante un período de alrededor de 60 años.

Una lección para hoy es que un cambio tan repentino y duradero del clima tiene consecuencias que perduran por miles de años. El primer calentamiento causó que un enorme lago se extendiera en Norteamérica, a medida que la capa de hielo Laurentino se derritió y eventualmente explotó, produciendo un incremento del nivel del mar de larga escala y formando los Grandes Lagos y las cataratas del Niagara unos 2 mil 500 años después. Bretaña fue finalmente separada de Europa 3500 años después del comienzo del Holoceno. Cuando las capas de hielo del norte se derritieron, la tierra debajo de ellas se elevó. Esto continúa hoy en Suecia a una tasa de casi 1 centímetro por por año.

Esta época, nuestra época, es técnicamente interglacial y siempre estuvo destinada a terminar. La Tierra ha sido, por lo general, violentamente inestable, u hostilmente estable, por largos períodos, o muy calientes o muy fríos para la civilización humana. Si no hubiésemos forzado las temperaturas globales hacia arriba mediante las emisiones de CO2 estaríamos enfrentándonos muy probablemente a una nueva Era de Hielo. Tal como está, el Holoceno está terminando tan rápido como comenzó, con un nuevo pico de temperatura durante una vida humana.

Así que mientras hablamos del ‘nuevo normal’, necesitamos reconocer que el Holoceno no tuvo nada de normal. El análisis experto de cómo se desarrolló la civilización humana durante el hechizo benigno de los 10 mil años del Holoceno se está convirtiendo recién ahora en conocimiento común. El genetista David Reich lidera el camino con su desmitificador recuento Quiénes somos y cómo llegamos aquí (2018), utilizando investigaciones de DNA antiguo ligado al movimiento humano con el desarrollo del lenguaje. Tal conocimiento profundo del período argumenta que nuestro problema no está confinado a las emisiones pos industriales de CO2 (calentamiento, de cualquier manera, empezó con la tala de bosques para la agricultura temprana). Sin embargo, insiste que el Holoceno fue un regalo monumental para la humanidad que hemos explotado y dado por sentado. Ahora estamos asistiendo a su funeral.

Si queremos evitar el dolor en el camino hacia un Nuevo Cretáceo, esta conciencia debe extenderse mucho más allá de los geólogos y biólogos que nos han enseñado de dónde venimos y hacia dónde, a menos que cambiemos, nos dirigimos.


**Este texto se publicó originalmente en inglés en aeon magazine y fue traducido y republicado bajo licencia CC BY-ND 4.0.