Me tomé un tiempo antes de abrir la puerta de la carpa. Salí lentamente y observé cómo pequeñas campanas amarillas caían de los árboles y planeaban hasta caer en el suelo en una alfombra dorada que no había cuando me fui a dormir.  Árboles, piso, colinas, quebradas. El amarillo lo cubría todo. Desde el día anterior me había sumergido en una especie de pintura de Van Gogh. Solo que en este caso no eran excesos de óleo sino flores, y no eran girasoles ni trigales sino guayacanes, y no era el sol de la Provenza en Francia, sino los atardeceres en Zapotillo, un cantón de la provincia de Loja, en el sur del Ecuador.

florecimiento de guayacanes en Ecuador

Fotografía de Gabriela Tamariz

El florecimiento de los guayacanes atrae, desde hace unos cinco años, a miles de turistas a tres parroquias de este extremo del país: Mangahurco, Cazaderos y Bolaspamba. Una vez, incluso, el Ministerio de Turismo transmitió en vivo este evento natural que ocurre en 40 mil hectáreas de bosque seco.

Es una época en la que no solo florecen los guayacanes, sino las personas: en una semana llegan más de 10 mil turistas a Mangahurco, Cazaderos y Bolaspamba, que en conjunto, estimo, no deben sumar más de 3 mil habitantes.

El bosque seco es un lienzo gris café que cubre las colinas del sur de Loja. ¿Cuándo se tiñe de amarillo? No se sabe. Puede ser en diciembre, en enero o incluso en febrero. El florecimiento de los guayacanes sucede una vez al año pero, no tiene puestos fijos en el calendario. Son las primeras lluvias las que marcan el inicio del ciclo: los botones de los árboles, en tres o cinco días, se convierten en flores que, en una semana, se caen. El cuadro está vivo, y como la vida, es efímero.

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A pesar de la gran belleza que disfruté, habría sido útil saber algunas cosas. No fue negligencia propia, sino falta de información asequible. Digo esto porque no soy de las personas que se entregan en cuerpo y alma a los tours organizados por agencias de viaje. Prefiero decidir el tiempo y espacio de mis desplazamientos. Me gusta que mi viaje inicie antes de partir, mientras investigo en Internet.

Pero fue muy difícil encontrar información del florecimiento de los guayacanes —más allá de las fotos espectaculares. Durante semanas monitoreé sitios web oficiales, pero las noticias del evento se mezclaban con información institucional. No había nada concreto que me indicara las alternativas de alojamiento, alimentación, transporte y la larga lista de etcéteras que antecede a cada viaje. Así que tuve que optar por una agencia que ofrecía salir desde Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja (todas las opciones implicaban largos viajes de más de ocho horas en bus) con un costo que iba de los 100 dólares a los 160 dólares por dos días y una noche con todo incluido. Sin mucha información y atada a la rigidez del operador empezó mi viaje hacia los guayacanes.

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AZapotillo llegué un sábado. Mi viaje había comenzado en la madrugada. Del frío de Cuenca una buseta nos llevó hacia el calor de El Oro y de ahí a Loja (me habría gustado saber que Santa Rosa y Machala estaban más cerca incluso que la ciudad de Loja). La noche tapó cualquier paisaje del recorrido.

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Amanecimos en Pindal. No sabía que allí perderíamos la señal de celular pero esta empezó a ir y venir en las curvas de los más de 50 kilómetros que nos faltaba recorrer, hasta que finalmente desapareció por completo y los celulares se transformaron en simples relojes que se iban quedando sin batería. Es algo trivial pero fue el primer indicio de que el tiempo y el espacio estaban cambiando su forma de funcionar.

Sin distracciones tecnológicas, las ventanas de la buseta desplazaron a las pantallas. Cuando llueve simultáneamente en toda la zona, las tres parroquias se pintan de amarillo; este año el florecimiento se dio por sectores. Según avanzábamos, los guayacanes fueron apareciendo poco a poco en el paisaje con sus frondosas copas. Unos imponentes, otros estilizados. En medio, uno que otro ceibo perdía protagonismo pese a su musculoso e imponente tronco.

florecimiento de guayacanes en Ecuador

Fotografía de Gabriela Tamariz

Las fotos que había visto en Internet eran poca cosa frente a lo que me rodeaba. Un pincelazo por aquí. Un pincelazo por allá. Primero pasamos por Bolaspamba, donde las lluvias habían caído primero y las flores ya cubrían el suelo. Brochazos más que trazos delicados. Amarillo claro, amarillo oscuro, amarillo casi dorado: el color variaba según la maduración de las flores. Diez kilómetros más adelante, en Mangahurco, el florecimiento estaba en su máximo esplendor. Varios buses estacionados constituían una alerta de la gran cantidad de visitantes. Pensé que habría sido mejor ir entre semana para evitar la aglomeración.

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Si en los cuadros de Van Gogh abundan los cuervos, en Zapotillo proliferan los chivos, tanto en el paisaje como en la gastronomía: a la hora del almuerzo, la estrella era el chivo al hueco, una deliciosa preparación con hierbas en una olla que se entierra. Los precios oscilaban entre cuatro y seis dólares el plato.

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La agenda del primer día incluía trekking, observación de flora y fauna y visitas al Balneario del Inca y a la Laguna de los Caimanes. Pero todo se alargaba, y el tiempo se hizo un puño apretado, corto para cumplir el itinerario o llegar a tiempo a las comidas.

Es que, sin celular… ¿cómo logran quince personas reunirse en un sitio después de separarse? ¿Cómo se encuentra a alguien que se pierde? ¿Cómo se llama a la grúa si la buseta se daña? Todas esas situaciones se dieron y demostraron que la dependencia tecnológica está haciendo que los seres humanos perdamos la capacidad de acordar por nuestra cuenta el lugar y la hora de un encuentro. (Por un instante, mi celular detectó una señal de Wifi cerca de un infocentro, pero desconocía la clave. Me habría gustado saber que el GAD de Mangahurco ofrecía Internet por intervalos de treinta minutos).

A media tarde, escuchamos que ya no dejaban acampar entre los guayacanes pues ¿un insensato?, ¿un inconsciente?, ¿un vándalo? había prendido una fogata en el bosque seco y producido un incendio. Sin conexión a Internet es difícil verificar este tipo de información. Todo de lo que uno se entera depende de con quién uno se encuentre. Los habitantes resuelven amablemente las dudas de los visitantes. El “dicen que” y el “me contaron” se transforman en las fuentes principales. Y no queda más que creer.

Ese momento empezó una peregrinación en búsqueda de un lugar donde acampar. Avanzamos veinte kilómetros más allá, hasta Cazaderos, donde todavía no se daba el florecimiento y queda la frontera: cruzando el río estaba Perú.

Las ficciones que inventamos los seres humanos condicionan nuestras reacciones. Me asombró que allí, junto a un hito y un letrero de Bienvenidos a la República del Ecuador, se acabara el país. Estaba más al sur de lo que me imaginaba. Pero Cazaderos era una frontera distinta, sin puesto de control, donde nadie pide papeles y tan solo delimitada por un río casi seco, justo como para recordar que las fronteras son invenciones del hombre: los guayacanes, por ejemplo, no conocen esos límites.

Empezaba a oscurecer entre subidas y bajadas, vueltas y más vueltas en un camino lastrado sin iluminación. Tras un par de horas de deambular por el bosque en el bus, volvimos a Mangahurco y acampamos entre los guayacanes, en las afueras. No vi servicios básicos ni basureros, pero sí los desechos de unos malos visitantes. Sin gente acostumbrada a acampar, es fácil que un carro decida cruzar por medio campamento, que aparezcan nuevas fogatas, o que un grupo de carpas vecinas se conviertan en cantina, y las risas y gritos opaquen los sonidos (y silencios) de la naturaleza.

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Al día siguiente, la gran afluencia de gente dificultó que las agencias cumplieran los ofrecidos paseos a caballo o en bicicleta por el bosque. Sin embargo, los pacientes recibimos nuestra recompensa y desde las colinas hubo vistas maravillosas del florecimiento y del pueblo que crece alrededor del parque central y la iglesia.

En el centro de Mangahurco había puestos de venta de artesanías: llaveros, plántulas de guayacán y árboles hechos con alambre y mullos. Para las noches se ofrecían noches culturales. Mientras recorría el pueblo recordé la advertencia de que no hay facilidad de cajeros automáticos, entonces es importante llevar efectivo. En algunas calles, descubrí que los habitantes alquilaban por unos $8 sus patios para que la gente acampase (algunos complementaban este hospedaje con baño y desayuno).

Osman Romero, presidente de la parroquia de Mangahurco, me explicaría días después que había dos sitios para acampar, gratuitamente, con servicios sanitarios, que permanentemente existen dos hoteles y cabañas de alquiler y que por el florecimiento había puesto para unas cien personas en la modalidad de hospedaje comunitario que ofrecen los habitantes en sus propias viviendas. Para el próximo año proyectan una zona de camping más grande, con capacidad para 200 personas, servicios higiénicos, duchas, agua y luz. ¿Cómo me podría haber enterado antes de estas opciones para organizar el viaje por mi cuenta? ¿Cómo podía haberme contactado antes con la gente que vive en las parroquias?

En el parque, los artesanos me dijeron que difunden la información por Facebook (copié las cuentas oficiales de redes sociales aunque la falta de conectividad no me dejó explorarlas ese momento), mientras algunos se quejaban de que algunas agencias de viaje no coordinan lo suficiente con los proveedores locales de servicios. Entonces empecé a hacer cuentas de lo gastado: ¿cuánto se queda realmente en las parroquias?

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Amedida que nos íbamos, los guayacanes desaparecían en el orden inverso al que habían aparecido. “Guárdalo en tu corazón, guárdalo en tu corazón”, me repetía mientras cambiaba el paisaje. Estábamos saliendo del cuadro, el gris café del bosque seco cubría nuevamente las colinas.

florecimiento de guayacanes en Ecuador

Fotografía de Gabriela Tamariz

Después de una curva, un tono de mensaje me alertó de que había recuperado la señal del celular. Mientras anochecía, empecé a explorar en Facebook. Escribí las iniciales GAD (Gobierno Autónomo Descentralizado, el nombre oficial de los gobiernos locales en el Ecuador) y le sumé las palabras Zapotillo, Mangahurco, Bolaspamba y Cazaderos. Encontré anuncios de las fechas de inicio del florecimiento en cada parroquia, cronogramas de actividades, mapas de servicios, contactos de proveedores, noticias sobre acceso a combustible (un dato clave en zona de frontera).

Roberto Soto, jefe de Comunicación y Relaciones Públicas del GAD de Zapotillo, me dijo que esperan tener a futuro un sitio web exclusivo para el florecimiento de los guayacanes que concentre toda esta información. Por todo lo que leí durante el regreso, siento que seguí conociendo las parroquias incluso al terminar el viaje.

El florecimiento de los guayacanes es una oportunidad única para estas tres parroquias lojanas que en ningún otro momento reciben tantos visitantes. El sector gastronómico es uno de los más beneficiados: solo en Mangahurco se pasa por esa semana de dos restaurantes permanentes a cerca de cuarenta puestos de venta de alimentos. Hay quienes incluso dicen que el turismo no solo dinamiza la economía de las parroquias sino del cantón y hasta de la provincia.

florecimiento de guayacanes en Ecuador

Fotografía de Gabriela Tamariz

El problema, coinciden los GAD, es que aún no tienen la capacidad para atender a tanta gente en tan poco tiempo. Para superarlo, una mesa interinstitucional se encarga de coordinar el aprovechamiento del florecimiento como atractivo turístico y capacitar a los proveedores de servicios en relaciones humanas, manipulación de alimentos, elaboración de artesanías, entre otros aspectos. Para 2019, se analiza incluir a dos parroquias más en la promoción para distribuir el flujo de visitantes.

También se han logrado mejorar las condiciones de proteción de los bosques. Bruno Paladines, de Naturaleza y Cultura Internacional, una organización no gubernamental que trabaja quince años en la conservación del bosque seco en Loja, considera que el florecimiento de los guayacanes es una oportunidad de promover a nivel nacional un turismo de naturaleza en el que se disfrute del entorno sin dañarlo; tambíen es un gancho para atraer visitantes a otros atractivos de la provincia (por ejemplo, en Zapotillo es posible hacer avistamiento de aves, cocodrilos y monos).

Un mes después de la visita al florecimiento de los guayacanes, la belleza de los recuerdos amarillos todavía me hace sonreír. Espero volver con un poco más de calma, los contactos necesarios y mejor preparada.

Gabriela Tamariz 100x100
Gabriela Tamariz
(Ecuador, 1985). Periodista y correctora de estilo. La agricultura, el reciclaje, los viajes, la experimentación en la cocina y la búsqueda de una vida sencilla forman parte de su día a día.

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