Habrá señales (de tránsito intervenidas)
Un ensayo fotográfico sobre la apropiación (¿vandalismo?) de objetos públicos en Quito.
Están en todas partes. Como signos de un tiempo que ya fue o que vendrá. Marcadas, intervenidas, deformadas. Ya saldrá alguien a citar a Barthes, a Eco, a Hall, para intentar teorizar por qué. La realidad es que miles de señales de tránsito de Quito han sido grafiteadas, pintadas, inundadas de pegatinas.
Están en las esquinas del centro, en los semáforos de La Floresta, en un redondel de la González Suárez, en un cruce peatonal en el sur. Las señales de tránsito intervenidas en Quito parecen omnipresentes. A ratos son graciosas, en otros, son simples rayones y en otros resignifican —segunda oportunidad para las explicaciones académicas— el mensaje de la señal.
Hay quienes ven un soporte artístico. Otros, una oportunidad para satisfacer la pulsión de destruir por destruir. Para otros, es falta de cultura cívica, y para otros, reformulaciones de propósitos e identidades.
Para el Municipio de Quito, resultan un problema, un gasto, una contrariedad y un peligro. “La vandalización de señales de tránsito, tanto en señales verticales como en elementos de semaforización, representa un problema importante para la empresa y el municipio de Quito”, nos dijo la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas (EPMMOP) capitalina.
Pasa en el resto del mundo. Los francés Clet Abraham y OakOak transforman las señales de tráfico en Europa. Roadsworth lo hace en Canadá. OBEY, famoso por el diseño del icónico Hope de la campaña de Barack Obama, allá por los tiempos de la democracia, se ha apropiado también de señales y mobiliario urbano como plataforma para transmitir sus mensajes políticos y sociales. Sus pegatinas, especialmente las de su serie Obey Giant, reconfiguran calles y señales de tránsito de todo el mundo, aplicando el “sticker bombing”, una forma de arte que, pues, bombardea superficies y objetos de pegatinas.
En el Quito nuestro de todos los días, su municipio insiste en que esto es vandalismo puro, sin propósito ni valor artístico. “Esto genera incremento en las infracciones viales, más siniestros, gastos económicos, entre otros”, dice la EPMMOP, que, asegura, elabora cada mes 200 señales verticales nuevas y limpia, dos veces cada año, los metálicos lienzos improvisados de grafiteros conceptuales, artistas urbanos desafiantes, vándalos sin propósito, delincuentes que marcan territorios, y alguno que otro travieso de poca monta.
La limpieza se hace por las noches para generar aligerar la congestión vehicular. Curiosamente, es la noche también el horario predilecto de quienes les llevan la contra. “El grafiti es apropiación y resistencia”, nos dijo, bajo condición de anonimato, alguien que se dedica a intervenir paredes y señales de tránsito.
Para el Municipio, no hay gracia alguna en esto. “Las limpiezas frecuentes de señales vandalizadas afectan la durabilidad de los materiales, ya que los productos utilizados pueden reducir la reflectividad necesaria para su visibilidad”, dijo la EPMMOP en un documento que no puede ser leído sino en clave de resignación. “Es importante mencionar que el vandalismo con pintura o pegatinas en las señales representa un riesgo para la ciudadanía, pues dificulta su visualización y aumenta el riesgo de accidentes”, insistió.
Aún así, la potencia y utilidad de las señales de tránsito es quizá el único punto de encuentro entre quienes las ponen y limpian y quienes las rayan y deforman. El propio Municipio ha recurrido a sus semáforos para crear conciencia sobre la violencia contra la mujer o la lucha contra el cáncer.
Más allá de eso, la rueca de pintar y despintar, reemplazar y rayar, intervenir (¿vandalizar?) y limpiar parece que no se extinguirá en una ciudad donde muchos no ven (ni respetan) las señales de tránsito.