¿De qué va Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, la más reciente novela de Mónica Ojeda? Se podría decir que de la violencia y de cómo es el punto de partida para intentar vivir —tal cual le sucede a los personajes de esta historia.

O quizás va sobre lo que pasa con la gente abandonada a su suerte y lo que piensa y vive quien la abandona. 

Es posible que la novela —publicada por Random House en 2024— vaya sobre dejar de lado la lógica a través del poder de la música y lo que el sonido le hace al cuerpo, cuando se producen movimientos que liberan a una persona y la hace pensar y sentir de otra manera. 

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es sobre la liberación del cuerpo como último resquicio en medio del caos.

También es una novela sobre tomar decisiones. 

Mónica Ojeda en una fotografía realizada en Madrid, España.

Mónica Ojeda en una fotografía realizada en Madrid, España, para GK. Fotografía de Arianna Montenegro, para GK.

Lo que ha conseguido en este nuevo libro Mónica Ojeda, escritora nacida en Guayaquil en 1988, es ubicar sus búsquedas como autora en un nuevo espacio. Un espacio quizás menos interesado en contar una historia larga y llena de giros como en sus otras novelas, como lo son La desfiguración Silva (CadáverExquisito, 2017), Nefando (Candaya, 2016) y Mandíbula (Candaya, 2018). Si bien Ojeda siempre va a contar una historia en sus novelas, en este nuevo libro apuesta por una trama más sencilla.

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol cuenta algo muy pequeño e íntimo. Nicole y Noa son dos amigas que deciden huir de su ciudad costera, Guayaquil,  en medio de una plaga de violencia de bandas narcodelictivas para ir al festival Ruido Solar, en la Sierra. Una fiesta en el páramo en el que habrá música, tocarán los Chamanes eléctricos, y tendrán experiencias únicas y reveladoras junto a personajes que, como ellas, han vivido cierta forma de abandono.

En el fondo, Noa quiere aprovechar el viaje e ir a buscar al padre que la abandonó siendo una niña. El padre tendrá su espacio en la narración y será una figura determinante en la historia.

Como ha pasado en sus libros anteriores, la violencia forma parte de este universo, en el que también se mueve un lenguaje particular que se manifiesta en el estilo que Ojeda tiene para escribir y en la existencia de una coralidad necesaria para sus historias. Varios personajes cuentan sus vidas y exponen hechos a su manera.

En esta novela —como en sus otras obras—, Mónica Ojeda trata de “tumbar la narración deítica”, dice a través de videollamada desde su departamento en Madrid, una tarde libre en medio de viajes para asistir a  las presentaciones de su libro en España. Un día después de esta conversación, debía partir a Bilbao. 

¿Qué significa tumbar la narración deítica para Ojeda? Significa tumbar esa “narración en la que te cuenta la historia Dios, como si Dios te narra”, dice la escritora guayaquileña. Eso sí, aclara de inmediato: “No estoy en contra de eso, para nada. Me encantan las novelas que trabajan desde esa arista. Llevo una semana pensando en Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, que está escrita en una tercera persona deítica, casi bíblica. Además es uno de mis libros favoritos”, dice.

Portada de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Portada de la más reciente novela de Mónica Ojeda, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Fotografía de Random House.

Pero eso que ella disfruta como lectora no es necesariamente lo que busca como autora. Al existir varias voces contando lo que ocurre, estos van cambiando, y la historia se vuelve poco fiable. “Cuando me siento a escribir sí me interesa trabajar el tema de la fisura en la realidad, la grieta”, explica.

Esa grieta en la realidad y la opción de la música

Mónica Ojeda deja que varios personajes tengan la posibilidad de contar su versión de su historia. Nicole, Mario, Pamela, Pedro, las cantoras y el padre de Noa están ahí, mostrándose a quien lee la novela —sí, Noa es como ese personaje fantasma del que todos hablan, pero ella no interviene de manera directa. Y cada uno produce esa grieta en la realidad. Al contar su parte trastocan lo que le sucede al otro, alteran lo que otro ha visto o contado. Quien lee debe decidirse por algo, para que la sumatoria de relatos revele algo.

Eso se refleja en el lenguaje. Es decir, en el estilo de Ojeda. En sus palabras. En la forma en que permite que sus personajes cuenten sus historias en esta novela. Si bien ese sentido coral es importante en la obra de la ecuatoriana, en Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, la coralidad no solo es relevante, es la razón de existir de la novela. 

El lenguaje es una de las fuerzas de Mónica Ojeda, tanto que sus lectores y lectoras hablan de su prosa como si se tratara de una experiencia poética. 

Es como si quisiera ser discípula de lo que María Negroni dice sobre el lenguaje. Ojeda es específica en esto: “Pienso cuando ella [Negroni] dice que el protagonista real de su escritura es el lenguaje y yo, honestamente, también pienso en esos términos. Tal vez no de esa forma tan radical como María Negroni porque sí creo que cuando escribes una novela tienes que contar una historia, y no renuncio nunca a eso, para nada”. 

Sin embargo, hay un interés en Ojeda al escribir una novela o un cuento: “lo que la historia que he decidido contar le hace al lenguaje”. 

El proceso es construir la historia en su cabeza, luego bosquejarla, pensar en los personajes y en el resto de los elementos. De ahí llega la parte que más la emociona, lo que esa historia le va a hacer a la palabra escrita. 

Mónica Ojeda fotografiada en Madrid, para GK

Mónica Ojeda fotografiada en Madrid, para GK. Fotografía de Arianna Montenegro para GK.

“Lo insospechado de la escritura es eso, que tú no sabes qué va a pasar hasta que te sientas a escribir y entonces te das cuenta de lo que esta historia le hace a la palabra y para mí ahí surge la literatura”, dice Mónica Ojeda. De su lado, el fondo de la imagen está difuminado y eso produce un efecto preciso. Parece estar tomando apuntes de las preguntas que escucha para no perder el hijo, para profundizar las ideas. “Lo que hace para mí que una obra literaria sea literatura es que le pase algo al lenguaje. Si al lenguaje no le pasa nada en un libro, para mí hay algo allí que no termina de funcionar”. 

Hablar del lenguaje es hablar de su estilo, de la forma en que une palabras, la manera en que cuenta algo, a través del uso de imágenes y de sonoridad en sus oraciones. Al leerla —en voz alta o en una lectura silenciosa— se puede pensar en poesía, que es la manera más sencilla que tenemos para entender lo que sucede aquí con el sonido.

En realidad, así como el abandono y la violencia están presentes, el estilo de Ojeda revela un integrante adicional de este recorrido: la música. 

Hay una sonoridad en Chamanes eléctricos en la fiesta del sol que le da una dimensión adicional a la lectura. Lo que se lee resuena. Y cuando se habla de música o cuando esta aparece, esa sonoridad en las frases que Ojeda ha escrito, permite experimentar la sensación de estar escuchando las palabras que se leen. Casi sinestesia a través de lo escrito.

La música —y el silencio— mueve todo en esta novela. No solo Nicole y Noa van a un festival. También hay gente que canta, otros que hacen música de diversas maneras, con objetos que no se pensarían para eso, con tambores hechos con piel, con computadoras. Otros personajes cantan. Todo lo que deba reaccionar a la música, reacciona. Hasta el cielo y los animales. La música genera una comunión que luego se desprenderá en algo más. 

“Si tengo que buscar el germen, la semilla original del libro, creo que sería lo que acontece con el cuerpo cuando la música te toca. Cuando llega de repente esa especie de sensación de revelación, de que hay sabiduría en el cuerpo que excede las palabras y que, además, no las necesita”, dice Mónica Ojeda. 

Es eso que sucede cuando se da el contacto con el sonido. Hay una especie de alquimia entre la música, la palabra y el cuerpo.

Mónica Ojeda en Madrid.

La ecuatoriana se encuentra e estos momentos realizando el tour de lanzamiento de su novela por España. Fotografía de Arianna Montenegro para GK.

“Cuando una canción, o una sinfonía o algo se te mete en el cuerpo y de repente te hace llorar o te provoca otro tipo de reacciones y por la que te interrogas y preguntas por qué he llorado, por qué me he reído, por qué me siento así con esta canción. Y en realidad no tienes posibilidad de explicar a veces por qué. Y eso es porque es un lenguaje que excede a la palabra”, dice la autora. 

Esto se convirtió en una obsesión para ella. Ella, como escritora, preguntándose sobre otros lenguajes artísticos que no necesitan de la palabra. Y así empezó a leer cada vez más sobre la música, para conectar con la música de otra forma. “Pasaron muchas cosas con esas lecturas. Encontré una serie de bibliografía sobre la música. No solo desde este lugar apolíneo, pitagórico, de orden del universo, de las fuerzas y de los sonidos, sino como una entrada a la cueva, como un abismarse a la música, relacionarla con la noche y la tiniebla, en general con la penumbra”, dice.

Entre esas lecturas se colaron Nietzsche, con su libro de aforismos Aurora —de quien parafrasea la primera frase de la novela: “El oído es el órgano del miedo”. También están Pascal Quignard —con Butes y El odio a la música— Ramón Andrés, David Toop y Ted Gioia, entre otros. “Hay una bibliografía enorme en esto”, cuenta.

“Lo que buscaba era cómo la música puede arrastrar al cuerpo a un viaje introspectivo, similar a ese viaje del héroe de Joseph Campbell, por el que pasas por determinados estados mentales y físicos que tienen que tienen que ver con una confrontación de emociones y de circunstancias que a lo mejor tú no les das sentido todavía lingüístico, pero están y la música se adelanta”, dice Ojeda. Por eso, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es también una indagación sobre cómo el sonido y la música puede abrir esas emociones bloqueadas, todo aquello que genera miedo. 

La música puede arrastrar el cuerpo a otros territorios, “no solo al territorio del goce y del disfrute, también al lugar de las pesadillas”, asegura la escritora. 

El origen de todo: la violencia

Se ha hablado muchas veces que los universos narrativos de Mónica Ojeda están poblados por seres que no pueden escapar del horror que los rodea. O de seres que llevan a otros al horror. Y es una forma de verlo. 

Pero ese horror desemboca en algo mucho más cercano a sus lectores. Porque se trata de horror que acompaña o está detrás de la violencia. Una que puede ser extrema porque está enraizada en la vida cotidiana, en lo íntimo, en las amistades, en lo retorcido, también. 

Y en esta novela, que empezó a escribirse a fines de 2018, empezó a ingresar un tipo de violencia en particular que en Ecuador la entendemos muy bien: la de las organizaciones narcodelictivas. Es de esa violencia que los personajes de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol se alejan para llegar a los páramos y ser parte de ese festival.

En ese sentido, la música, el lenguaje y la literatura se convierten en una forma de resistencia ante esa violencia que todo lo colma. 

Mónica Ojeda fotografiada en Madrid por Arianna Montenegro.

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol ya tiene una segunda impresión, un mes después de su lanzamiento. Fotografía de Arianna Montenegro para GK.

Por eso, fue inevitable que violencia del país se filtrara en esta última novela de Mónica Ojeda, que terminó de escribirse en octubre de 2023. 

“Yo creo que la escritura es un monstruo muy extraño que se alimenta de absolutamente todo lo que pasa por tu cuerpo. Entonces no hay nada más, no hay nada más corpóreo que la escritura e incluso la escritura ficcional es autobiográfica. Es la realidad, lo que pasa es que cambias nombres y dislocas situaciones, pero en realidad es pura autobiografía”, dice Ojeda. 

Esta relación de la autora con una violencia que se traslada a lo que escribe está arraigada en algo muy profundo: “Yo creo que eso viene de un lugar biográfico, de haber crecido en una ciudad muy violenta como es Guayaquil. No me creo y nunca me he creído —y creo que mucha de la gente en Ecuador tampoco se lo cree— ese discurso que circula en muchos medios de que Ecuador, de ser un remanso de paz ha pasado a ser el lugar más violento del mundo. Yo no he conocido un Guayaquil que sea pacífico”.

“Hemos tenido que llegar a estos puntos para que la violencia sea innegable. Antes, era una violencia que determinados cuerpos, los cuerpos de las clases medias y de las clases altas, podían darse el privilegio de hacer ojos ciegos. Ahora estamos en una circunstancia en donde ya nadie puede decir que esto no ocurre, pero ocurre. Entonces sí, creo que eso me marcó”, dice Ojeda.

Ella, como muchos otros ecuatorianos fuera del país, debió vivir esta época de picos de violencia  a la distancia. “No puedes ni siquiera dormir de la ansiedad porque no sabes si tu hermana ha regresado bien o porque no sabes si tu mamá está bien”, comenta.

La violencia del narco no estaba planeada para aparecer en la novela. “Es algo que no lo tuve muy claro cuando me senté a escribir, sino que se fue esclareciendo durante la escritura”. Esa fuerza, esa violencia de la realidad se filtró en esta ficción. No es la misma violencia, desde luego. En Chamanes eléctricos en la fiesta del sol esta violencia de las agrupaciones se concibe como un elemento más de la cotidianidad de los personajes.

Ojeda está hablando de las organizaciones que conocemos. Pero al mismo tiempo, no porque hay cierto carácter apocalíptico en cómo estos grupos determinan tanto el destino y la vida de los personajes. El punto de arranque de Nicole y Noa está muy bien definido por una idea contrapuesta: en medio de ese mundo definido por la violencia de grupos que bien podrían salir del universo de Mad Max, ellas —y otros seres en estas páginas— escogen la posibilidad de vivir algo más.

Con el riesgo que eso involucra.

“Estos no son personajes que están, digamos, con ningún emblema político por delante. Sin embargo, son personas que están haciendo algo sumamente político: están realizando una actividad con el cuerpo que implica resucitarlo, desnudarlo de miedo para que haga algo creativo, para que se vuelque a un espacio de imaginación futura, cuando les quieren amputar la imaginación del futuro”, sintetiza Mónica Ojeda.

Mónica Ojeda en un punto de Madrid

Mónica Ojeda fotografiada en Madrid, la ciudad en la que reside. Fotografía de Arianna Montenegro para GK.

Esa violencia generalizada tiene en la vida de los personajes, en lo que cuentan, sus pequeñas manifestaciones. Pero Chamanes eléctricos en la fiesta del sol  se decide por enfocarse en un tipo de violencia. En esa que tiene que ver con el abandono. Y en ese punto, la novela se eleva de una manera inexplicable.

Con la aparición del padre de Noa en la narración, todas las ideas y temas que surgieron con la lectura se potencian o se encuentran con una especie de relato que quiere antagonizar con lo anterior. El padre de Noa es el que la ha abandonado, el que no quiere ser padre, el que se aleja de todos, el que quiere silencio. Es el personaje que ha huido de una cotidianeidad que lo violentaba.

“Fue un personaje para mí muy absorbente. Cuando lo estuve escribiendo, me abdujo. Hay personajes que te abducen y te llevan a su terreno y te hacen hablar y pensar desde un territorio absolutamente desconocido para ti o que creías desconocido, hasta que te introduces en él y te das cuenta de que estás hablando con la voz que le pones: la de tus padres, de la gente a la que has perdonado, de la que quieres entender o de esa persona que en el fondo tú eres”, dice la escritora guayaquileña. 

Esa voz que construyó se convirtió en la antítesis de lo demás. Si el resto de personajes de la novela se mueven al son de la música, él prefiere el silencio. A duras penas puede establecer relación con sus animales. 

Mientras él no se conecta con nadie, Noa lo puede hacer gracias al festival. 

“Cuando terminé de escribir, inesperadamente, me daba más pena el padre que Noa, porque a Noa la veo más conectada con la vida, con más deseo de conectar con otros y si a este hombre se le muere su perro, lo único que le queda es su soledad, porque no es capaz de conectar con nadie. Está más solo que ella incluso, aunque ella haya sido la herida, la abandonada”, dice Mónica Ojeda.

Esto es lo que genera uno de los momentos que impacta en la novela y tiene que ver con el desenlace. Con aquello que se ha revuelto en estas páginas y que tiene, en su cierre, el espacio suficiente para que los seres de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol  —quizás no todos— decidan sobre ellos mismos, a la vista de todo lo que se ha ido construyendo.

Huir de la violencia, reconocer la violencia y decidir ante ella es una buena manera de concluir un recorrido.

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Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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