Mucho ha pasado entre las elecciones seccionales de 2019 y las elecciones del domingo 5 de febrero de 2023.
Hubo protestas sociales en octubre del 2019, la pandemia de covid-19, una recuperación post-pandemia, una escalada de violencia y criminalidad, otro paro en junio de 2022 y varios casos de femicidio que sacudieron la opinión pública. Sin embargo, en términos de comportamiento electoral, es como si nada de eso hubiera pasado.
A primera vista, este año, el electorado en Quito se comportó casi exactamente igual que en 2019, con pequeñas variaciones.
¿Qué nos dice eso sobre la sociedad en conjunto?
Veamos primero los resultados y luego especulemos con hipótesis.
Hay una increíble estabilidad en el voto por los candidatos de «centro», «centro-derecha», «los candidatos por la libertad» —tal como ellos se referían a sí mismos—, o cualquier otra etiqueta que se ha usado para describir en Quito a Luz Elena Coloma, Andrés Páez y Pedro José Freile. Patricio Alarcón, candidato por el PSC, también entra en este grupo, pero su desempeño electoral en estas elecciones fue mínimo.
Este pelotón de candidatos sacó en 2023 prácticamente la misma votación que el pelotón de candidatos de 2019 conformado por César Montúfar, Juan Carlos Holguín y Juan Carlos Solines. Paola Vintimilla, entonces candidata por el PSC, también entraría en ese grupo, pero su desempeño fue mínimo.
Comparando ambas elecciones, se esperaba que la distribución de la votación sea parecida. Es decir, se esperaba ver un buen desempeño de Páez, Freile o Coloma en donde Montúfar tuvo un buen desempeño. Lo que no se esperaba es ver que la magnitud de la votación sea tan parecida —de hecho, fue prácticamente la misma.
En promedio por parroquias, sumados los votos de los candidatos de derecha del 2023, éstos sacan apenas 1600 votos más que los sacaron los candidatos de derecha del 2019 en su conjunto.
Eso no es nada. De hecho, esa diferencia se explica simplemente porque el padrón electoral cada año es más grande (porque siempre la población que vota crece) y porque este año hubo menos candidatos que en las seccionales anteriores. En resumen, ambos grupos sacaron exactamente la misma votación.
Lo segundo, que es un reflejo de lo que pasó en 2019, es que ese voto de los tres candidatos se dividió. Sumado, numéricamente alcanzaba para superar a Jorge Yunda o Pabel Muñoz y hacerse con la alcaldía de Quito. Es inevitable recordar todas las conversaciones post elecciones 2019 en donde los candidatos hacían un mea culpa, reconocían los errores, explicaban la división debido a los acuerdos que no se respetaron, y se hacían parcialmente responsables por la victoria de Jorge Yunda.
Pasados cuatro años, el voto se dividió otra vez y, así como en 2019, estamos asistiendo a las reflexiones post electorales en donde los candidatos asumen responsabilidades parciales, justifican las postulaciones por separado, y se pronuncian sobre la victoria del ganador de este año, Pabel Muñoz, símbolo de la gran conquista del correísmo.
Pero este año, hay algo diferente.
Si bien en 2019 el claro delantero del pelotón fue César Montúfar, este año la delantera nos revela un fenómeno interesante. Ciertamente Pedro José Freile es el indiscutible delantero del grupo con 22% contra un muy inferior 13% de Andrés Páez. Pero esa delantera no es uniforme en todas las parroquias. Veámoslo con lupa.
En varias de las parroquias donde el pelotón de la centro-derecha tuvo mejor desempeño, es Páez —y no Freile— quien se lleva la mayoría de los votos. En Iñaquito, Páez saca 31% contra 26% de Freile. En Rumipamba, 38% contra 25%. En Cumbayá, 35% contra 24%. ¿De dónde salieron entonces los votos que le dieron la enorme ventaja a Freile?
Freile sacó una ventaja mucho mayor sobre Andrés Páez en varias de las parroquias, pero que no son parroquias donde a Montúfar le fue bien en el 2019 y no son parroquias de electorado mayoritario de centro-derecha.
En Calderón, Freile obtuvo 21% contra 8% de Páez —diferencia muy significativa en la parroquia más grande en número de electores de Quito—. En las siguientes parroquias en orden de tamaño, Freile obtuvo estos porcentajes: en Chillogallo, 22% contra 6% de Paéz. En La Magdalena 25% contra 10%. En Cotocollao, 27% contra 12%. En Chimbacalle 23% contra 9%.
Es decir, la ventaja de Freile no fue porque la derecha votó duramente por él. El voto de la centro-derecha se dividió y a Freile le tocó su parte. En algunos lugares, de hecho, el apoyo mayoritario fue por Andrés Páez, no por Freile. Pero lo que permite que Freile quede tercero en la contienda es el voto de los electores de las parroquias que normalmente no votan por la centro-derecha.
Freile, independientemente de la forma como puede ser clasificado por la mirada de las élites, los académicos o los medios de comunicación, fue percibido por los electores como una opción viable y comparable con Jorge Yunda. Hay otra forma de mirar esto.
Piense en la comparación Yunda vs Montúfar en 2019. Donde le fue bien a uno, le fue mal al otro, y viceversa. Tenía electorados diametralmente opuestos, lo cual sugiere cierta polarización en los afectos y preferencias del electorado en su conjunto.
En 2023, la comparación de la votación de Yunda vs Páez revela exactamente la misma tendencia: donde le va bien a uno, le va mal al otro, y viceversa. Evidencia de la misma polarización.
Freile, visto desde las élites, representaba la contradicción del candidato que postulaba con el Partido Socialista pero había suscrito la Carta de Madrid, impulsada por Vox, una organización política de extrema derecha española.
A los ojos del electorado, las cosas son distintas.
Freile alcanzó una votación muy considerable en las parroquias que en las elecciones anteriores dieron su voto a Jorge Yunda y Luisa Maldonado. El voto de Maldonado, como hemos dicho, evidentemente se fue con Pabel Muñoz. Parte del voto de Yunda en 2019 se fue con Yunda nuevamente en 2023, ¡pero otra parte estuvo en disputa entre él y Pedro Freile!
Llamo a este el voto “antipolítica”. Con esto me refiero al electorado que, por un lado, está desencantado con las opciones políticas que ofrecen los polos en la gramática del correísmo-anticorreísmo, y vota por quien es considerado como el outsider.
Segundo, quien vota por Freile es la gente menos interesada en la política, más desinformada, y que vota movida por afectos difíciles de describir pero fáciles de reconocer: Yunda, un gran comunicador, encanta. Freile tiene gran carisma.
Y tercero, es el electorado que se inclina por las opciones que prometen patear el tablero.
Yunda escapa hábilmente la gramática del correísmo-anticorreísmo. Freile se escurre y evade la gramática de las referencias en el espectro político, diciendo que puede afiliarse tanto al Partido Comunista Chino como a la derecha italiana.
Un excelente libro que brinda un marco conceptual para entender el fenómeno Freile es La rebeldía se volvió de derecha de Pablo Stefanoni, publicado en 2021. Freile no es único. Al contrario, es una figura familiar que se está volviendo cada vez más común y cosecha cada vez mejores resultados electorales alrededor del mundo.
Ante una izquierda autolimitada por las amarras autoimpuestas de la corrección política y el lenguaje inclusivo, y ante una derecha rancia que no incorpora los códigos culturales de un electorado más joven — austero en lo fiscal, abierto a la participación de la empresa privada en la gestión de lo público, pero liberal en lo social y cultural—,Freile representa esa figura que participa en las batallas culturales sin tomar una posición firme, y que después de hacer un pronunciamiento público sobre cualquier tema, confiesa que todo era un simple clickbait para general discusión.
Para quien piensa que Quito se divide en dos ciudades, una que prefiere al populismo y al correísmo, y otra que prefiere a las opciones de estética de centro, Freile demuestra que esa división es menos clara de lo que parece.
No se puede levantar una muralla para dividir la ciudad si la muralla es tan transversal.
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