Estimado doctor Jorge Yunda,
Nos conocimos hace ya cuatro años. Pude ver su evolución, de candidato a burgomaestre. De rostro nuevo en la relevancia política, a acusado de corrupción. De ejemplo relevante durante la emergencia del covid-19, a populista demagogo que ofrecía un metro gratuito para todos.
Usted no es ningún tonto. Está como el candidato con mayores probabilidades de alcanzar el triunfo electoral por algunas razones; ninguna de ellas es porque sea la persona ideal para el cargo de Alcalde Metropolitano.
Nadie puede negar su calidad como comunicador. En ese ámbito, tiene una ventaja valiosa sobre muchos de sus contrincantes: usted conoce mejor quién es el receptor de su mensaje. Mientras muchos candidatos creen que aún pelean por liderar aquel Quito de nuestros abuelos, de chullas y tradiciones, usted se dirige a un Quito mosaico, diverso, lleno de contrastes sociales y culturales.
Ganó las pasadas elecciones porque su populismo proselitista lo acercaba más a esa realidad, aún incomprensible para muchos, que siguen creyendo ingenuamente que Quito va desde El Inca hasta Solanda.
Aun así, el suyo no fue un triunfo provocado por un gran impacto en la población. Usted nunca se consolidó como un nuevo líder. Al contrario, su triunfo fue producto del vacío de poder que hay en el Quito actual, que echa mucho de menos al Sixto, al Negro Paz, al Roque y al Paco.
Mucho antes de comenzar oficialmente su campaña a la alcaldía, usted tenía un programa en YouTube llamado “Quito querido”. Fui invitado a un programa sobre la movilidad, junto con una ingeniera especializada en transporte. Recuerdo que usted comenzó diciendo “el problema y la solución están claros: Quito tiene muchos carros; necesitamos más vías”. Usted buscó mi apoyo en ese comentario, y se la negué tres veces.
Ante mi rechazo, usted me dijo: “mire, arquitecto, yo soy neurocirujano. Cuando una venita del cerebro se tapa, saco una de la pierna, hago un by-pass y la sangre fluye otra vez. Así es como se debe resolver la movilidad en nuestra ciudad”. Yo le expliqué mi postura, según la cual la movilidad en Quito no es un problema sino el síntoma provocado por la excesiva concentración de actividades en un hípercentro obeso que debe atender asuntos de Estado, negocios del sector privado, y hasta actividades recreacionales.
Astuta y convenientemente, ese episodio ha sido borrado de su canal de YouTube.
Luego de unos años, trabajé en su administración municipal como asesor de uno de sus secretarios; seguramente, sin conocimiento suyo. Estuve un año en dos instituciones, lo cual me sirvió para ver de cerca algunos desatinos de su gestión. Afortunadamente para mí, no puedo hablar de corrupción, porque no la vi. Pero fui testigo del séquito de personas que se desvivía por atenderlo y complacerlo. Personajes relevantes de la política y la academia, deseosos de parasitarlo, que le decían “Señor Alcalde”, como si fuera una suerte de título nobiliario.
Ellos filtraban todo lo que llegaba a usted, y si en una reunión alguien daba una perspectiva diferente no deseada por ellos, se corregía públicamente, a modo de reproche.
En una ocasión, se nos convocó a una reunión por Zoom con usted, un domingo a las 10 de la mañana. Para prepararnos para esa reunión se trabajó viernes y sábado. Y a las 10, 10:30, 11, no había nadie al otro lado de la pantalla. Recién a las 12:30 una voz de una mujer apareció, con la pantalla apagada, y dijo: “El Señor Alcalde les pide disculpas, pero ha tenido un cambio imprevisto en su agenda”.
Aquella descortesía me pareció una falta para los asuntos de la ciudad que estaban por discutirse. Su actitud no decía “ustedes pueden esperar”; el mensaje más preocupante fue “Quito puede esperarme”. Ahí asoma su vanidad: pretende servir a Quito, pero en el fondo actúa como si Quito debiera servirle a usted.
El momento en que más claro quedó su debilidad e irrelevancia como líder político de la ciudad fue durante las protestas de octubre de 2019. Usted no jugó un papel primordial que definiera el desenlace político de lo que pasó en la capital. Al contrario, estuvo ausente, tuvo una actitud silenciosa, como esperando que las cosas se resolvieran solas para que usted pudiera tomar una postura que beneficie a sus conveniencias.
Es cierto que en el mundo de la política el cálculo es inevitable, pero no debería ser así de descarado.
Queda claro que a usted le emborracha el poder que viene con el cargo de la alcaldía, y que esa borrachera le encanta. El trato con reverencia lo puede, se deleita con la complacencia de todos hacia usted, lo disfruta discretamente detrás de una bien estudiada sonrisa de hombre humilde.
Pero la humildad no es lo suyo. De ahí que crea que usted y los suyos se merecen un trato privilegiado. ¡Y ojo! No le exijo votos de pobreza. Enhorabuena que usted pueda jactarse de ser una persona exitosa. Lo que le pedimos los quiteños es que siga aumentando su patrimonio a través de los cachos que se cuentan en sus estaciones de radio: no necesita ser alcalde para poder ser un personaje respetado. Mejor aún, siga en el mundo de los negocios, lejos de las tentaciones del poder y de los cuestionamientos de corrupción. Seguro usted podría encontrar otras formas de ayudar a la ciudad, más allá del ejercicio de la alcaldía.
Para ir cerrando esta carta quisiera hablar de los actos más ruines que ha realizado. Los que la ciudadanía quiteña no debería perdonarle jamás. Son dos aspectos imborrables de la memoria colectiva. El primero es su maniobra desesperada, en esos tiempos en que usaba medias que combinaran con el grillete electrónico que se vio obligado a usar, por las acusaciones en su contra.
Para sobrevivir políticamente, cuando su caída se veía inevitable, ofreció poner en operación el metro de Quito, de manera totalmente gratuita, sin cobrarle nada a nadie. Esa fue su maniobra más populista e irresponsable.
La parálisis del Metro tiene sus orígenes en sus predecesores, pero usted no hizo realmente nada para sobreponerse a dichos obstáculos. Al contrario, de haber seguido en el cargo, seguramente el metro de Quito hubiera encontrado su punto final, colapsado económicamente e incapaz de ser mantenido de manera adecuada.
Usted lo ignora, pero quienes lo destituyeron le hicieron un favor: evitaron que usted se convierta en el Antonio Hanna de la capital. El metro hubiera sido su planta procesadora de basura.
Su falla no fue solo el metro. Su atención a la movilidad en Quito se limitó al urbanismo táctico, a creer que la contaminación generada por los atolladeros pasaría a segundo plano, porque los pasos peatonales se pintaron de colorinches. No hubo nunca un plan de domar el tráfico, de dirigirlo. Tampoco hubo planes de mantenimiento vial.
Su segunda movida baja y ruin es jugar a la manipulación emocional de los electores, aduciendo que se lo ha perseguido no por corrupto, sino por indígena. Realmente espero que del movimiento indígena surja pronto un estadista intachable, un líder que unifique y reconcilie a todos los ecuatorianos, que no nos separe por revanchismos históricos. El Ecuador necesita a gritos un Benito Juárez. En ocasiones anteriores he dejado muy en claro que Leonidas Iza no lo es. Tampoco lo es usted.
Iza es un fanático, un revanchista; usted ni siquiera llega a eso. Es un oportunista, alguien que quiere ocupar un asiento vacío simplemente porque nadie más está ahí.
No se haga la víctima, Doctor. Usted no es un perseguido por su raza. Hunter Thompson definió muy bien su error: “En una sociedad cerrada, donde todo el mundo es culpable, el único crimen es ser atrapado. En un mundo de ladrones, el único pecado es la estupidez”.
Hay un logro que no se le puede negar: al final, usted hizo que los quiteños miraran con nostalgia la administración de su predecesor. Se requirió de algo más que inercia y desgano para poder llevarnos aún más abajo.
Escribir cartas como esta resulta frustrante. O se escribe al que se sabe que no va a ganar o en este caso, se debe lidiar con la triste verdad de que usted vuelva a resultar electo.
Si las circunstancias así lo permiten, ojalá usted se transforme en quien reconstruya a Quito, convirtiéndola en la capital que nos merecemos los ecuatorianos. Mi más sincero deseo, de que —de llegar al poder— usted me haga tragar estas palabras, con obras y hechos. Conservo mi pesimismo. No creo que lo haga.
Si nuevamente vuelve a la vida pública, tal como usted anhela, presiento que se rodeará nuevamente de lambones, que le dirán con reverencia “Señor Alcalde”. En lo más profundo de su ser, usted sabrá que en realidad, la ciudad le seguirá creyendo un “peor es nada”.
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