En las altas montañas de San Francisco de Lan Lan, una comunidad rural del paisaje andino de Riobamba, en la provincia de Chimborazo, aún suenan las canciones que los hermanos Juan Manuel y Armando Sislema Minta entonaban juntos. En la Iglesia Evangélica Glorioso Corderito, un centro religioso que los vio crecer entre pajonales y cultivos de papa, su familia y amigos mantienen la esperanza de poder verlos de nuevo. 


Actualización: Juan Manuel Sislema murió el 5 de agosto de 2022. Lee más aquí


Juan Manuel y Armando aún tienen un cuadro médico crítico y reservado, luego de haber sido impactados con perdigones la tarde del 17 de junio de 2022, durante el quinto día del paro nacional más largo en la historia de Ecuador. 

Esa tarde, el centro histórico de Riobamba era el epicentro de fuertes enfrentamientos entre policías —también había militares— y decenas de manifestantes. En una ciudad cubierta por el humo blanco que ahoga, que desespera e irrita los ojos hasta limitar la vista, poco se podía ver. 

Por la noche, Susana —nombre protegido de una doctora voluntaria que atendió a los heridos de esa tarde—, alertó a GK sobre los heridos. La joven, angustiada, envió un video del traslado de Juan Manuel Sislema, a quien atendió durante algunos minutos en la calle. 

“Está muy mal. Esto no es una bomba, no es una bala de goma, es un perdigón que le llegó a la cabeza. No creo que sobreviva”, decía Susana, con la voz quebrada, agitada.

Una cámara de celular documentó el momento en el que más de diez personas corrían, sosteniendo una camilla en la que trasladaban a Juan Manuel Sislema, de 36 años, al Hospital Docente de Riobamba. Ese mismo día, fue ingresado a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por un “trauma craneoencefálico por disparo de arma de fuego” que causó hemorragias internas en el cerebro y en su cuerpo, según el diagnóstico médico.

Minutos después, Armando Sislema, hermano menor de Juan Manuel, fue llevado al mismo hospital. Él, de 28 años, también había sido impactado con perdigones. Las heridas causaron un “trauma penetrante por arma de fuego en el tórax, cráneo y abdomen”. Sin embargo, debido a la falta de camas en UCI, dijo una fuente médica reservada de ese centro de salud, fue trasladado al Hospital Eugenio Espejo, en Quito, que está a casi 200 kilómetros de distancia. 

flecha celesteOTROS CONTENIDOS SOBRE VIOLENCIA DE GÉNERO

Los hermanos, que trabajan juntos en una panadería conocida en la ciudad, fueron alcanzados con perdigones en dos zonas diferentes de Riobamba. Ambos se habían unido al paro nacional por su cuenta: Juan Manuel salió solo en su bicicleta, y Armando junto a su pareja. Los hermanos Sislema son dos de los más de 300 manifestantes heridos durante los 18 días de movilizaciones a escala nacional. 

El pronóstico de Juan Manuel y Armando es aún crítico, lamenta Margarita Sislema, su hermana. A la familia le han dicho que Juan Manuel quedará en estado vegetativo. Armando, en cambio, despertó, pero solo tiene movilidad en el lado izquierdo de su cuerpo. Ya no recuerda a su familia. 

Después de una larga jornada de trabajo, Margarita —a quien conocen como Maggy en la comunidad— acepta conversar para elevar la exigencia de su familia: “nosotros no claudicaremos hasta que haya justicia, porque son mis hermanos, son nuestra familia. Ellos no son ningunos delincuentes, son muchachos trabajadores que han luchado por su educación y les dispararon. No es justo”, cuestiona. 

La familia Sislema cree que a los hermanos les dispararon militares y policías durante el paro nacional. La médica Susana dice haber visto a policías armados esa tarde. La Policía, por su parte, repite que no usó perdigones ni armas letales en las manifestaciones. Sin embargo, en el paro nacional de octubre de 2019 se comprobó que agentes policiales sí los usaron, a pesar de haberlo negado. 

El caso de los hermanos se está investigando, mientras ellos aún están graves: el fiscal Patricio Parco es quien lidera las indagaciones. Parco fue reconocido en el país por su rol en el caso del policía Santiago Olmedo, condenado a 40 meses de prisión.

El proceso judicial para determinar quién disparó a los hermanos está en indagación previa, una fase preprocesal en la que Parco, junto a su equipo, deberá recabar elementos de convicción y poder seguir a la siguiente etapa: la instrucción fiscal. 

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San Francisco de Lan Lan es cuna de músicos. Allí  los niños aprenden a tocar un instrumento desde pequeños. Es también una comunidad con tierras fértiles de las que germinan papa, maíz y fréjol, a tres mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar. 

En aquellos terrenos, donde se juega fútbol a pie limpio y el día comienza antes de las cuatro de la mañana, Juan Manuel y Armando Sislema aprendieron del oficio del cultivo, pero también del trabajo en las calles. En esa tierra donde abunda la vida agrícola, también hay pobreza, desigualdad, y ausencia del Estado. 

La comunidad es una de las cientos de zonas donde uno de cada dos niños y niñas indígenas vive con desnutrición crónica, y 4 de cada 10 tienen anemia. Estos datos se han mantenido sin una variación significativa desde 2006. Han pasado más de 15 años y el Estado no ha logrado implementar una política pública efectiva. 

En medio de la pobreza, la familia Sislema siempre trabajó duro. “Nosotros no tuvimos la oportunidad de tener riqueza. Desde pequeños hemos trabajado. Con nuestro esfuerzo logramos terminar el colegio y la universidad. Conocemos lo que es la injusticia y la desigualdad”, dice Margarita Sislema, una mujer de 33 años, con la voz dulce, suave.

Y así recuerda a su hermano Juan Manuel, que nació hace 36 años en la comunidad, enclavada en la parroquia rural de Punín. Es el cuarto de los siete hijos que sus padres, Fermina Minta y Manuel Sislema, criaron durante su largo matrimonio. Ahora, Juan Manuel es padre de dos niños. “A nosotros nos faltó dinero, como a todos aquí, pero nunca nos faltó amor, el enseñarnos a ganarnos el pan, pero también a reclamar lo injusto. Por eso siempre hemos sido una familia unida. Nunca hemos dejado de apoyarnos”, dice Margarita Sislema. 

Desde que tenía ocho años, recuerda Margarita, Juan Manuel comenzó a lustrar zapatos. Luego, junto a otros niños de la comunidad, formó su “pequeño emprendimiento” de venta de dulces. Ella, en cambio, vendía frutas junto a Vilma, otra de sus hermanas. 

El esfuerzo de Juan Manuel le permitió culminar sus estudios en la Unidad Educativa Capitán Edmundo Chiriboga. Aprendía y, al mismo tiempo, seguía trabajando. Fue con sus ahorros que logró una ingeniería en Administración de Empresas en la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo. Dice Margarita que Juan Manuel fue siempre un hermano que le enseñó la firmeza. “Cuando pienso en él y veo su vida pasar, entiendo su tenacidad para lograr lo que él quería. Eso me enseñó siempre…”, dice Margarita, antes de llorar.

Para ella, la quinta de siete, la determinación de su hermano la llevó a aceptar el “pacto” con Juan Manuel, que no era más que apostar por estudiar una maestría juntos, aunque en diferentes universidades. Él, en la Escuela Superior Politécnica del Litoral de Guayaquil. Ella, en la Universidad Católica de Guayaquil. Margarita sí se graduó. A Juan Manuel le faltan un par de meses para terminar de escribir su tesis, entre el cuidado de sus niños, y sus dos trabajos: en la Cooperativa de Ahorro y Crédito Mushuc Runa y en la panadería que logró emprender con apoyo de su padre Manuel, y su hermano Armando.

Juan Manuel —como cada hermano mayor— toma siempre el liderazgo. Dice Margarita que a veces “parecía enojado, porque tiene la cara así serio, bien serio [ríe]. Pero es un hombre centrado, aunque bueno, a veces sí nos hablaba: ‘¡ya pues, cállense!’, nos decía, porque nos reíamos mucho”, recuerda.

Juan Manuel Sislema fruncía el ceño, pero las bromas de sus hermanos lo hacían ceder ante la risa. Era inevitable, dice Margarita. Con sus dos hijos, un niño y una niña, su temple era la ternura. Quizá por eso, su pequeña hija es ahora quien sostiene un cartel que dice: “justicia para mi papi Manuel y para mi tío Armando”, y que muestra en pequeñas movilizaciones que la familia ha liderado en busca de respuestas. 

hija pequeña Juan Manuel Sislema

La hija pequeña de Juan Manuel Sislema sostiene un cartel que clama justicia por su padre. Fotografía: cortesía

Juan Manuel y Margarita también sostuvieron sus propios carteles durante el paro de octubre de 2019. “Sí, salimos a apoyar, porque es Chimborazo, somos indígenas, claro que nos unimos, aún con miedo. Nosotros como hermanos, como comunidad, sabemos lo que significa el alza de combustibles y por eso estuvimos ahí, también para ayudar porque aquí siempre hay muchos heridos”, dice.

Pero el 17 de junio de 2022, la salida no fue planificada como en 2019. Un día antes, el 16, las manifestaciones, convocadas por la Asamblea Provincial de Pueblos de Chimborazo, ya habían comenzado en Riobamba, sobre todo, en la zona de la gobernación, en el centro de la ciudad. Y las comunidades indígenas de las zonas rurales de la provincia empezaban a llegar. Margarita dice que hasta ese día, su hermano Juan Manuel no había salido a las protestas. 

“Él estaba en su panadería, como hacía casi todos los días, y justo estaba con un tratamiento en la columna y se iba a andar en bicicleta. Pero desde Punín ya estaban saliendo todos al paro”,  cuenta. Pasadas las cuatro de la tarde, después de comer, cuenta Margarita, Juan Manuel le dijo a su esposa: “me voy a dar una vuelta en la bici para ver cómo está el paro”. Se fue solo.

Pero no volvió. Durante más de dos horas la familia buscó a Juan Manuel. No contestaba su celular y no había otro canal de comunicación. 

La esposa de Juan Manuel y Fermina, su madre, comenzaron a desesperarse. Y en medio de la búsqueda, sin saber nada aún de Juan Manuel, la familia recibió una llamada: le avisaban que Armando, su hermano menor, había sido herido en otra zona del centro de Riobamba e ingresado al Hospital Docente de la ciudad. 

Cuando llegaron, Margarita recuerda que lo primero que escucharon fue a alguien del hospital preguntar: “¿Hay algún familiar de Manuel Sislema? Por favor”. La familia quedó absorta. “Nosotros no sabíamos que mi otro hermano había sido herido. Es cuando vamos a ver a Armando que nos enteramos que Juan Manuel estaba a punto de morir”, dice.

Margarita relata que, pasadas las siete de la noche, los médicos habían recomendado a la familia que se una para despedir a Juan Manuel. Por eso, el primer rumor que se regó en el país fue que él había fallecido. 

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Según testigos y testimonios de los paramédicos y médicos que lo auxiliaron, Juan Manuel Sislema fue impactado con perdigones a la altura de Correos de Ecuador, que está a poco más de 600 metros de la gobernación. En toda la zona, los policías llenaron el aire de gas lacrimógeno, mientras había enfrentamientos. 

Han pasado 20 días desde que alguien disparó en la cabeza a Juan Manuel Sislema y su cuadro aún es crítico. Al músico, padre de dos niños, le practicaron una traqueotomía —una intervención quirúrgica en la que se hace una abertura de tráquea para insertar un tubo. A través de ella, puede respirar.

“Los médicos nos dicen que ahora debemos esperar a que reaccione. Pero han sido sinceros en decirnos que las probabilidades de vida no son muchas. Nosotros esperamos la voluntad de Dios. Él es un hombre pacífico, no fue a hacer daño a nadie, ¿cómo nos explican lo que pasó?”, cuestiona Margarita.

Contiene el llanto, respira de a poco, con la mano en el pecho. “Solo quisiera decirle a Manuel que me perdone por todo, que siempre fue mi ejemplo, que yo sé que puede despertarse, yo sé que sí”, dice Margarita, y suelta un suspiro, esperanzada.

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Armando Sislema sonríe y sus ojos rasgados se achinan aún más. Es esa la mirada que toda su familia conoce y que Margarita, su hermana mayor, muestra en cada fotografía que hoy atesora. Tiene 28 años y es el menor de los hijos de Fermina Minta y Manuel Sislema, y es también el más entusiasta. Es, dice Margarita, de aquellas personas que ingresa en un salón poblado de desconocidos y en cinco minutos convoca a un círculo lleno de nuevos amigos. 

Es el hermano —describe Margarita— que siempre intenta apoyar, y que le echa humor a las situaciones que parecen no tener salida. Es por la energía que le contagian sus dos hijos, dice ella. Armando se convirtió en padre aún adolescente, y durante varios años no pudo terminar el colegio. Pero ahora lo estaba haciendo y está cerca de terminar. Le gusta estudiar, aunque la música nunca dejó de apasionarle: toca el piano y el violín en la banda de la iglesia, donde comparte escenario con Juan Manuel. Los hermanos también trabajan juntos en la panadería que ha estado cerrada por varios días. 

El 17 de junio, Armando y su pareja estaban juntos en la casa de su padre hasta las tres de la tarde. Hicieron el almuerzo, dice Margarita, e incluso se tomaron fotografías, que enviaron por  un chat familiar en el que constantemente se comunican. Después de comer, decidieron salir a las calles para ver cuál era el estado de las marchas. 

Armando Sislema se adelantó unas cuadras, dice Margarita, para cerciorarse si era seguro o no unirse al paro en ese momento. Se acercó, paso a paso, a la zona de la gobernación. Pero allí se vivía un caos: la gente corría debido al gas y, de acuerdo a las versiones de testigos, los perdigones detonaron, mientras los paramédicos voluntarios levantaban sus banderas blancas. Armando estaba cerca del supermercado Dicosavi, a 450 metros de la gobernación. 

Su pareja, madre de sus dos hijos, caminó rápido para alcanzarlo. Pero cuando llegó, Armando ya estaba tendido en el piso, con el cuerpo herido por los perdigones. “Mi cuñada nos contó que no hubo ambulancia que lo traslade, por eso llegó más tarde al hospital. Mi primo Tomás fue con su camioneta para poder llevarle”, relata Margarita Sislema. 

Fue Tomás quién llamó a su madre Fermina, explica Margarita, y fue así que llegaron al centro de salud, donde primero supieron que Juan Manuel Sislema tenía riesgo de morir. 

El trauma torácico es uno de los tres que Armando sufrió y fue el más grave. Él, al igual que su hermano Juan Manuel, debía ingresar a la Unidad de Cuidados Intensivos. Pero no había camas. Entonces, un día después, el 18 de junio, fue trasladado al Hospital Eugenio Espejo. 

Aunque el pronóstico médico no era alentador, el 29 de junio, Armando abrió sus ojos. “Aún no puede hablar, está muy delicado todavía, pero reconoció a su esposa. La mira, él quiere vivir”, dice Margarita. Sin embargo, días después empeoró. “Ya no reconoce a nadie y solo tiene movimiento en el lado izquierdo de su cuerpo”, lamenta Margarita. 

En medio del dolor de la familia Sislema, hay algo que no ha faltado: la solidaridad. La iglesia que los acogió los ha apoyado y también lo han hecho sus vecinos. Hasta una radio intentó recaudar fondos, el pasado domingo 2 de julio, para que se logren sostener los gastos médicos que aún son incalculables para la familia. 

Margarita necesita descansar. Ha sido un día largo. Pero aún no quiere despedirse, pese a que sus ojos parecen cerrarse. Dice que los Sislema piensan en sus hijos, pero también en los rostros de los diez fallecidos que ha dejado el paro nacional. “Quiero decirles que si yo me comprometo a luchar por justicia para mis hermanos, también lo haría por ustedes”. Que si el gobierno decide no nombrar a las víctimas, ella y su familia sí lo harán.

Hermanos Sislema

En Riobamba, los rostros de los hermanos Sislema aparecen, en un homenaje de organizaciones sociales. Fotografía: cortesía de Perinola Rincón de Arte

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Karol E. Noroña
Quito, 1994. Periodista y cronista ecuatoriana. Cuenta historias sobre los derechos de las mujeres, los efectos de las redes de delincuencia organizada en el país, el sistema carcelario y la lucha de las familias que buscan sus desaparecidos en el país. Ha escrito en medios tradicionales e independientes, nacionales e internacionales. Segundo lugar del premio Periodistas por tus derechos 2021, de la Unión Europea en Ecuador. Recibió una Mención de Honor de los Premios Eugenio Espejo por su crónica Los hijos invisibles de la coca. Coautora de los libros 'Periferias: Crónicas del Ecuador invisible' y 'Muros: voces anticarcelarias del Ecuador'.

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