Eliany Sánchez, 30 años, llegó a Ecuador hace casi cinco años acompañada de su pareja de aquel entonces. Ella confiesa que hasta ese momento no sabía que Ecuador existía. Es de Coro, una ciudad ubicada al occidente de Venezuela. Junto a su madre dejó a su hija de 9 años y su hijo de  7, con la promesa de mejores días. Pronto, se dijeron, se volverían a ver. 

Inicialmente su destino no era Ecuador, sino Colombia, por la cercanía que existe entre ambos países: “Estuvimos alrededor de seis meses en este país, pero como el dinero no nos rendía, con mi pareja decidimos seguir el camino”, dice Eliany Sánchez. En ocasiones lo que ganaban no les permitía cubrir sus  gastos básicos de alimentación o de vivienda y, además, ella tenía que enviar dinero a sus hijos que seguían en Venezuela.

Entre los migrantes venezolanos que conoció en Colombia se rumoraba que en Ecuador podía ganar más dinero y en dólares. “Hasta ese momento para nosotros era casi imposible obtener esa moneda”, dice Sánchez. Entonces emprendieron el viaje a Quito, a pesar de que irse más al sur era sinónimo de estar más lejos de sus hijos y tendría menos oportunidades de volverlos a ver.

En Quito las cosas no salieron como esperaba. Su novio la dejó y tuvo que seguir sola. “Tuve mucha suerte porque conocí gente muy buena que me tendió la mano y nunca me dejaron sola”, dice. Al cabo de 9 meses Eliany Sánchez dio a luz a una bebé. 

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Eliany Sanchéz y su hija en un parque en Cumbayá. Fotografía de Pablo Torres para GK.

Entre los recuerdos de su embarazo sobresale uno. “Me gustó el trato que me dieron en la maternidad, pues a diferencia de Venezuela me atendieron con mucho respeto y jamás recibí burlas de parte de las enfermeras cuando lloraba del dolor”, dice. En sus anteriores embarazos, recuerda, las enfermeras le decían que para qué se metía a tener hijos si no podía parirlos, que dejara de llorar y que hiciera bien su parte. Esos tratos son, aunque muchos profesionales de la salud lo ignoren, son formas de violencia obstétrica

Con una hija recién nacida, su trabajo se volvió inestable y su jefe, el dueño de un restaurante de pinchos en Quito, le comenzó a pagar de forma tardía y cada vez menos, hasta que le comenzó a deber. Su ex jefe siempre argumentaba que las ventas habían bajado, aunque ella veía que el ritmo del bar-restaurante se mantenía. 

Las cosas empeoraron cuando una noche un grupo de delincuentes entraron al local y los asaltaron. A partir de ese momento su jefe comenzó a sentir desconfianza de ella, hasta que en una ocasión le insinuó que tenía que ver con el atraco porque “los asaltantes eran venezolanos”. 

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Eliany Sanchéz y su hija en la cocina de su casa. Fotografía de Pablo Torres para GK.

Tras esta conversación intentó buscar otros empleos sin éxito. En su casa todos estos problemas económicos se traducían en falta de comida, pañales, fórmula y leche para su bebé. “Lo que más me dolió fue que con esto la planificación que había hecho para ver a mis hijos se fue poco a poco”, dice Eliany Sanchéz. Ahora el plan es que ellos vinieran. “Pasaron un tiempo en Colombia en la casa de un familiar, yo estaba ahorrando, pero de un momento a otro no lo pude hacer más, porque mi jefe no me pagaba, y finalmente no pudieron venir”. 

Esta situación terminó en diciembre de 2019 cuando su jefe cerró el bar restaurante unos días por fin de año y nunca le dio una fecha de retorno. En ese momento ella intentó cobrarle el dinero que le adeudaba, pero él dejó de responder el teléfono. Al cabo de unas semanas, Eliany Sñanchez logró encontrar otro trabajo en una cadena de comida rápida.

Eliany Sánchez ha corrido con más suerte que otras mujeres venezolanas, casi siempre ha ganado un sueldo básico, o montos muy cercanos, por lo que ha podido contratar a distintas personas para que cuiden de su hija mientras ella trabaja. 

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Sin embargo, encontrar a alguien confiable para cuidar a su niña ha sido muy difícil. Con lágrimas recuerda que una vez contrató a una señora que lucía amable, educada y que además tenía hijos, por lo que parecía adecuada para encargarse de la bebé. Sin embargo, la pequeña empezó a dar señas de que ya no quería volver a la casa de esta mujer y a veces tenía algún arañado o moretón, pero cuando le preguntaba a la señora por las lesiones, ella respondía que se había caído mientras jugaba. Hasta que un día llegó con el ojo morado y fue ahí que se dio cuenta de lo que sucedía. 

 “Cada vez que caminamos cerca de la casa de esta mujer mi hija se pone muy nerviosa y comienza a llorar”, dice Eliany Sánchez. Coralía Sáenz, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), explica que este tipo de maltratos suceden con los casos de hijos de mujeres migrantes venezolanas porque al tener que trabajar más de 8 horas diarias y no tener un lugar donde dejarlos o un familiar de confianza deben recurrir a terceras personas o a que los niños se cuiden a sí mismos. Cuando esto sucede, uno de los riesgos que la población venezolana sufre al vivir en vecindades es que  son blancos fáciles para sufrir abusos físicos, psicológicos y hasta sexuales.

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Eliany Sanchez y su hija. Actualmente viven en Estados Unidos. Fotografía de Pablo Torres para GK.

Eliany Sánchez trabajó en la cadena de comida rápida hasta que en este último año sus jefes comenzaron a decirle que el negocio no era rentable. Los dueños aducían que no podían pagar los sueldos a tiempo y eso afectaba su planificación mensual, que giraba en torno a las necesidades de la bebé. A esto se sumaba que su actual pareja dejó de trabajar porque decía que estaba cansado. Él tampoco le ayudaba a cuidar a su hija y solo se convirtió en un peso más que cargar para ella.

El dinero en Ecuador ya no le rendía, lo que ganaba se lo gastaba enseguida pagando adelantos y pequeños préstamos, por lo que decidió emigrar a Estados Unidos. Eliany Sánchez y su pequeña hija  lograron cruzar la frontera entre México y ese país, pero lo hicieron de forma ilegal aunque ella me dijo, la última vez que conversamos, que las personas venezolanas no necesitan visado. 

De ambos trabajos, todavía no le han pagado las liquidaciones que le deben y sigue insistiendo que le paguen para poderse comprar un carro y poder movilizarse en su nuevo hogar.

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Liz Briceño Pazmiño
Periodista. Ex reportera de GK. Ha publicado en El Mundo (España) y Axios(EE.UU). Es becaria del International Center for Journalists (ICFJ). Máster en Producción, Edición y Nuevas Tecnologías Periodísticas. Cubre migración, derechos humanos y economía.