En el Ecuador cada vez se habla más de la violencia contra las mujeres: las cifras en aumento, la revictimización en el sistema de justicia, la falta de atención oportuna. Pero lo que se menciona está enfocado siempre en las víctimas, quienes ya sufrieron algún tipo de violencia. Poco o nada se habla de la prevención: todo lo que se hace para evitar que las mujeres, adolescentes o niñas que no han sido víctimas, lo sean. “Lo que hace el gobierno para evitar que más mujeres sufran violencia es muy poquito porque políticamente esto no tiene un rédito; eso no vende políticamente”, opina Arístides Vara-Horna, investigador y autor del estudio Los costos gubernamentales directos de la violencia contra las mujeres en Ecuador.
La investigación muestra que apenas el 1,73% de todo lo que el Estado invierte en frenar o atender la violencia contra las mujeres, va para prevención.
La prevención, aunque parezca evidente describirla, es evitar que algo ocurra. En este caso, la violencia. “Actualmente existe un grupo de mujeres que ya sufre violencia en Ecuador, 6 de cada 10. Y hay otro grupo que todavía no la sufre”, explica Vara-Horna, a través de una pantalla de Zoom. La prevención primaria, que es la que mide el estudio, consiste en que este grupo de mujeres que no sufre violencia, nunca la sufra.
Pero invertir en prevención de violencia no solo evitará que millones de mujeres sean víctimas de ella, sino que significará un ahorro sustancial en lo que gasta el país —no solo el Estado, sino también las empresas, la sociedad, las familias— en atención de violencia.
El estudio de Varas-Horna sobre los costos de atención y prevención —del programa PreViMujer/GIZ y la Universidad San Martín de Porres de Perú— afirma que “la forma más eficiente de reducir los costos de atención a mediano y largo plazo es evitando nuevos incidentes de violencia”. Parece una verdad de perogrullo: si menos mujeres son víctimas, menos se gasta en sancionar a los agresores, pagar los fiscales y los jueces, comprar medicinas para las mujeres agredidas, financiar las atenciones médicas y legales, y un largo etcétera. Pero aún pareciendo tan obvio, su aplicación no responde a esa aparente obviedad.
Y aunque el Estado es el principal responsable de invertir y promover la prevención de la violencia contra las mujeres es clave comprender que para que funcione, todos —niños, niñas, adolescentes, adultos, ancianos— debemos estar de alguna u otra forma, involucrados. La prevención, explica Rocío Rosero —integrante de la Coalición de Mujeres del Ecuador—, no es sencilla porque implica transformar patrones socioculturales. Al igual que la prevención, estos patrones son invisibles y por ende, complejos de identificar.
Estas son cinco claves para poder identificarlos, entender mejor la prevención y lograr involucrarnos para promoverla.
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1. La prevención puede ser invisible pero necesita dinero real
Este punto puede ser el más evidente pero según lo demuestra el estudio de PreViMujer —que utilizó datos del presupuesto general del Estado de 2017 complementados con entrevistas a profundidad a funcionarios públicos— el país apenas invirtió 807 mil dólares en un año en prevención de violencia contra las mujeres. Para tener una idea, si a eso se suman los 75,7 millones para la atención. Juntos no alcanzaron ni el 0,2% del Presupuesto General del Estado de ese año.
El estudio, publicado en 2018, es enfático en no es que se debe redirigir los recursos de atención hacia la prevención. Enseguida sostiene que “es de esperar que, con la nueva Ley Orgánica para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, este panorama cambie, con una asignación presupuestaria prioritaria para prevención”. Era de esperarse pero no fue así. Rocío Rosero, quien fue subsecretaría de Prevención y Erradicación de la Violencia, cuenta que cuando la Ley entró en vigencia en 2018, el Ministerio de Finanzas emitió un informe en el que concluyó que la Ley no “tenía impacto presupuestario” por lo que no destinaron gasto corriente porque “no había recursos”.
Tres años después, la situación parece haber cambiado. Durante el examen de Estado frente al Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW por sus siglas en inglés), la secretaria de Derechos Humanos, Bernarda Ordóñez, dijo que había 24 millones para esta Ley, para el periodo 2022-2025. Y mencionó que están activando el Sistema Nacional Integral para la Prevención y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres. Por ahora son solo palabras, y con los antecedentes de que en los últimos años se redujo el presupuesto para atender la violencia y prevenir el embarazo adolescente, habrá que esperar que el discurso se convierta en hechos.
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Otro Ministerio que ha confirmado la asignación de fondos para la prevención, es el de Educación. Sentada en su oficina del ministerio más grande del país, Diana Castellanos, subsecretaria para la Innovación Educativa y el Buen Vivir, dice que aunque aún no se conoce cómo se distribuirá el presupuesto que el gobierno asignó al Ministerio de Educación, tienen ya un proyecto de inversión para la prevención. Para 2022, dijo, ya están confirmados 900 mil dólares para un proyecto que se enfocará en prevención de: violencia sexual, violencia contra las mujeres, y embarazo adolescente.
2. La prevención no puede ser aislada
Si las instituciones del Estado que trabajan en la prevención no lo hacen en conjunto, se pierden esfuerzos y los resultados son menos contundentes. “En Ecuador no se ha logrado un impacto real en prevención porque no se ha logrado consolidar un trabajo interinstitucional, una mirada integral de todas las instituciones”, opina Geraldine Guerra, coordinadora de la red de casas de acogida del Ecuador.
Guerra también señala que aunque las campañas deben ser nacionales, tiene que haber, a la vez, otras en territorios específicos. Por ejemplo, dice que si a un centro de salud de una parroquia rural llegan 20 mujeres víctimas de violencia al mes, se debería activar inmediatamente un sistema de protección y prevención. “Podría ser una campaña en coordinación con el centro educativo de esa parroquia, en la que también participe la junta cantonal de derechos, la tenencia política, la policía”, opina pero recalca que eso nunca ocurre.
Para Rocío Rosero, otra clave para que la prevención funcione es que se generen redes comunitarias. “Son organizaciones en torno a un factor común, como el programa Escuelas de Familia [del Ministerio de Inclusión Económica y Social] en el que todas las mujeres que recibían el bono de desarrollo humano eran parte de un programa de educación popular con módulos para aprender sobre prevención. En esos grupos se genera empatía, simpatía, se estrechan relaciones en las cuales se puede interactuar sobre la prevención”, explica Rosero. En concreto, agrega, las personas empiezan a conversar, compartir experiencias, y a nivel práctico luego se pueden apoyar entre ellas, acogerse en sus casas si alguna lo necesita, o activar un sistema de alarmas comunitarias.
3. Los hombres también deben participar
El trabajo para entender y hacer que la prevención sea efectiva no debe estar solo enfocado en decirle a las niñas:
- No dejes que te falten el respeto
- Debes estar alerta a los comportamientos que pueden ser violentos
- Tienes los mismos derechos que un niño
La responsabilidad de prevenir y erradicar la violencia es de todas y todos. De hombres y mujeres. De niños y niñas. Prevenir la violencia contra las mujeres implica el cambio de comportamiento en los hombres, y para hacerlo, lo primero es identificar de dónde surgen esas actitudes, para luego poder cambiarlas.
“A nosotros, desde los mensajes tan pequeñitos como ‘no llore’, nos están empezando a entrenar a convertirnos en el hombre que en un futuro puede ejercer violencia”, dice Leonardo García, experto en género y desarrollo, para empezar a explicar cómo frases que pueden parecer inofensivas como “sea fuerte, pórtese como macho, póngase duro” hacen que los niños, adolescentes y hombres repriman lo que de verdad sienten.
Cuando recibimos esos mensajes, continúa García, los hombres suprimimos todas las emociones que les podrían permitir ser empáticos con otras personas. Ahí es donde se genera la posibilidad de ejercer violencia. “Los hombres construimos un montón de corazas para ‘no sentir’ y ahí es donde la fuerza está asociada, y surge esa violencia”, dice García.
4. Los resultados de la prevención toman tiempo
A diferencia de un centro de atención que de un plano puede pasar a la construcción en seis meses, los resultados tangibles de los procesos de prevención toman tiempo. Andrea Collahuazo trabajó de cerca en el programa Escuela de Familias del Ministerio de Inclusión Económica y Social (Mies) que solo en un año (2018-2019) trabajó con 370 mil familias que recibían el Bono de Desarrollo Humano.
El programa —que ella describe como un proceso de promoción y sensibilización prevención de la violencia— tenía seis módulos que se daban cada dos meses. El primero se llamaba Una familia sin violencia. Collahuazo dice que llegaban las familias —el 80% eran solo mujeres, el otro 20% si llegaban con sus parejas hombres— y aprendían desde los conceptos que ellos conocían y les parecían normales. Por ejemplo, que un hombre le grite a una mujer para corregirla. Luego de identificarlo, reflexionaban sobre eso, y asumían compromisos.
Collahuazo cuenta que ocho meses después de que se acabaron los módulos en un cantón, se encontró con una mujer que había tomado todos los módulos. Ella le contó que se había separado de su esposo porque se había dado cuenta que él ejercía violencia psicológica contra ella. “Se dio cuenta que la humillaba, que no la trataba bien, todo a partir de los talleres, por eso decidió alejarse de él”, cuenta Collahuazo.
En otra ocasión, recuerda, una técnica que también trabajaba en el programa le contó luego de cuatro meses de que empezó el proyecto, que con las capacitaciones recibidas y el acompañamiento a las mujeres y hombres que tomaban los módulos se había dado cuenta que el esposo la controlaba. “No la dejaba viajar por trabajo y como a ella no le importaba y se iba, cuando estaba en otra ciudad, no paraba de llamarla”, cuenta Andrea Collahuazo.
5. Los medios de comunicación, la publicidad y la industria del entretenimiento tienen que dejar los estereotipos violentos
Como lo reveló el estudio de Plan Internacional Cambiemos el guión, a través de la televisión y demás medios masivos las niñas, niños y adolescentes van construyendo su manera de ver y vivir el mundo. El informe analizó los 56 filmes de mayor recaudación del 2018 en 19 países y concluyó que siguen repitiendo estereotipos: como las mujeres como objetos sexuales —al ser vistas así, la probabilidad de que sufran violencia es mayor.
El cruce de información que hizo el reporte —entre el análisis cuantitativo y las percepciones de las niñas y adolescentes que fueron entrevistadas para el informe— permitió comprender cuánto afectan las representaciones. Por ejemplo, solo el 5% de los personajes femeninos representados como líderes en las películas fueron víctimas de acoso sexual. Y el 93% de las niñas y jóvenes encuestadas respondió que las mujeres líderes en todas las áreas viven acoso sexual o contacto físico no deseado. “¿Están las películas ignorando un problema importante del que las mujeres jóvenes son demasiado conscientes?”, dice en el reporte sobre esta contradicción.
Enrique Rojas, crítico de televisión le dijo a GK en 2019 que en la producción de programas de ficción, como las telenovelas y series, especialmente las comedias, “la mujer, como recurso del humor, siempre está condicionada por la objetivación sexual y su posición frente al poder en contraposición el hombre”.