Cuando tenía ocho años quería ser pintora. Un año después quería ser veterinaria. A los once visité por primera vez la Asamblea Nacional del Ecuador, donde vi a mujeres asambleístas defendiendo con seguridad sus ideas y proyectos. Entonces, le dije a mi hermana: cuando sea grande, quiero ser como ellas.
Hoy tengo 20 años y estudio Derecho, y sé que ejerceré mi profesión con el propósito de defender los derechos humanos. Sin embargo, estoy consciente de que no todas las niñas y adolescentes tienen la oportunidad de conocer a referentes mujeres que las inspiren en su proyecto de vida, como yo la tuve.
Las mujeres están muy poco representadas en puestos de liderazgo en el gobierno y en el mundo empresarial, según el informe Cambiemos el Guión publicado en 2019 por Plan Internacional, organización que promueve los derechos de las niñas en el mundo. El reporte revela una cifra que no es nueva pero sí alarmante: las mujeres constituyen el 51% de la población pero ocupan sólo el 23% de los escaños legislativos y solo el 11% de los cargos de jefe de estado a nivel mundial. En Ecuador, Rosalía Arteaga fue la primera y única mujer presidenta del país, en 1997.
Si bien estas cifras son bajísimas, han variado en este corto tiempo desde 2019 a 2021: ahora vemos más niñas y adolescentes liderando espacios de discusión, impulsando u organizando movimientos a favor del clima, la igualdad de género y la justicia social.
Sin embargo, según ONU Mujeres, muchas personas siguen pensando que los hombres tienen mayores cualidades innatas de liderazgo que las mujeres. La verdad es que demasiadas instituciones están configuradas para favorecer y estimular el liderazgo de los hombres, y la financiación que se destina a campañas e iniciativas promovidas por mujeres continúa siendo vergonzosamente escasa. Con el nivel de avance actual, se necesitarán 130 años más para alcanzar la igualdad de género en las más altas esferas.
Es necesario también mencionar que los referentes para las niñas son clave, porque en sus vidas se presentan muchas barreras como discriminación, sexismo, menos acceso a la educación. Muchas son obligadas a contraer matrimonio forzado y sufren violencia y acoso en las calles, escuelas y colegios.
Por eso, aún hay un largo camino por recorrer antes de lograrla igualdad de género, pero es clave empezar por las niñas. La educación de las niñas es una prioridad de desarrollo estratégica, dice el Banco Mundial. La institución especifica que no se limita solo a lograr que ellas asistan a la escuela sino que esté garantizado que aprendan y se sientan seguras en sus escuelas y colegios, completen todos los niveles de educación consiguiendo las habilidades necesarias para competir eficazmente en el mercado laboral. Esa educación debe venir también acompañada de la posibilidad de que ellas tomen decisiones sobre su propia vida, y contribuyan a sus comunidades y al mundo en general.
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Pensemos en el potencial de la próxima generación, el impacto positivo que podrían tener las 200 mil niñas que nacen cada día en el mundo si ellas tuvieran la firme convicción de que pueden lograr lo que se propongan. Actualmente, el potencial de las niñas sigue siendo una de las oportunidades más desaprovechadas para cambiar el mundo, según concluyó Women Deliver 2019, una conferencia mundial sobre igualdad de género y salud, derechos y bienestar de niñas y mujeres.
Las niñas y adolescentes necesitan modelos a seguir: necesitan verse a sí mismas en las historias que las rodean para lograr la equidad de género. Necesitamos conocer más mujeres científicas, abogadas, bomberas, periodistas para que las niñas estén seguras de que pueden cumplir sus sueños. Asimismo, es importante que su capacidad de liderazgo sea reconocida y alentada por sus familias, escuelas y programas del gobierno.