Esto es Mi hamaca en Marte, una reflexión semanal sobre el futuro de la humanidad escrita por el editor general de GK, José María León. 

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¡Hola, terrícola! El Wall Street Journal, uno de mis diarios favoritos, sacó hace unos días una extensa investigación llamada Los archivos de Facebook (Facebook files), un riguroso análisis de documentos internos de la gran corporación de redes sociales a los que el WSJ tuvo acceso. 

El trabajo es una serie de 5 partes que muestran cómo Facebook ha actuado (o dejado de actuar) en asuntos que deberían preocuparnos a todos porque tienen que ver con la forma en que se administran los datos y, además, con el poder que están acumulando los gigantes tecnológicos. 

Hay varios puntos de la investigación que me han llamado la atención de forma particular, pero hoy me quiero centrar en uno solo. Me comprometo a abordar un par más en futuras entregas de La Hamaca.

Pero ahora centrémonos en uno. Facebook estaba al tanto de lo que los expertos ya sabían: Instagram es una red tóxica para las adolescentes. La compañía, dice el WSJ, lo minimizaba en público, pero casa adentro estaba muy al tanto del peligro que representaba para la salud mental de buena parte de sus usuarios (el 40% tiene menos de 22 años). “Hacemos que los problemas de imagen corporal empeoren en una de cada tres adolescentes” decía una presentación interna. 

En otra diapositiva de esa presentación, un empleado de Facebook afirmaba que “los adolescentes culpan a Instagram por los aumentos en la tasa de ansiedad y depresión”. Los efectos dañinos de Instagram sobre la salud mental de millones de adolescentes de todo el mundo es documentada desde hace algún tiempo. 

En 2017, Time Magazine la nombró “la peor red social para la salud mental y bienestar” de los adolescentes. Para hacerlo, la publicación no se basó en un estudio de mercado —como el de la revista de negocios— sino en una investigación que concluyó que un “estímulo visual tan frecuente” puede causar efectos negativos no advertidos como baja autoestima, falta de concentración y hasta depresión”, explicaba Simone Viteri en GK hace 3 años. Lo nuevo, lo indignamente nuevo, es la constatación de que Facebook (que es propietaria de Instagram) siempre lo supo. 

Esto muestra cuánto ha permeado lo digital en nuestras vidas. Aún así, no parecemos darnos por enterado: para nosotros el internet aún es visto como una versión digital de una realidad análoga, cuando en realidad es en sí mismo un plano distinto, meramente digital, pero con implicaciones directas en nuestras vidas. Si no lo creen, vean las cifras de la investigación del WSJ: entre los adolescentes que reportaron pensamientos suicidas, el 13% de los usuarios británicos y el 6% de los estadounidenses rastrearon su deseo de suicidarse hasta Instagram. 

Esto me parece aún más preocupante porque la pandemia ha agudizado dos cosas: nuestra conexión a través de dispositivos y la fragilidad de nuestra salud mental. 

En el caso de los adolescentes, la situación es aún más grave, pues haber pasado más de año y medio estudiando desde casa, sin poder interactuar a diario con sus pares colegiales, los aisló más, los deprimió y los puso en riesgo. Una encuesta del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) encontró que las emociones dominantes que reportaron en una encuesta los jóvenes entre 15 y 30 años eran “la ansiedad, la preocupación, la depresión y el aburrimiento”. Y para poner la declaración en contexto, es necesario recordar que ya en 2018 los niveles de depresión y ansiedad en adolescentes eran 75% más altos que en los veinticinco años anteriores.

No hay, por supuesto, un único factor para esa situación, ni Instagram es el único responsable de que los adolescentes se sientan así. Pero sin duda esa red social juega un papel determinante en el aumento de esa tasa. Los estándares de belleza inalcanzables —que son reconocidos también por Facebook—, la constante presión para publicar y mostrar una vida “interesante” y la adicción que causa la icónica red de fotografía abonan, incuestionablemente, al problema.

Esta revelación reabre el debate sobre la regulación a la que deben someterse los gigantes tecnológicos como Facebook, Baidu, Google, Apple y tantas otras firmas que dominan el negocio de los datos y los dispositivos deben ser sometidas hoy, más que nunca, al escrutinio público si queremos salvaguardar nuestra privacidad y hasta nuestra salud mental. 

Pero nadie parece querer tomarse el problema en serio. Quizá cuando lo hagamos sea ya demasiado tarde. 

Por cierto: el próximo domingo no habrá Hamaca, ¡estaré de vacaciones!

¡Gracias por leer Mi hamaca en Marte!