Samira Cisneros acaba de cumplir 17 años, tiene el cabello rizado y rubio, y habla con una voz dulce. Al inicio de la entrevista, no habla mucho, pero poco a poco se deja conocer más. Es la mejor estudiante de su clase, sabe un poco de todo, y dice que le gusta mucho el arte. “Estoy participando en un concurso con una de las obras que he hecho durante la cuarentena”, dice. A lo largo de la emergencia por el covid-19, cuenta, se ha sentido ansiosa y triste. La incertidumbre sobre la duración del distanciamiento, no ver a sus compañeros de clase, y la preocupación de no saber si lo que aprendió este año será suficiente para cumplir sus metas en el futuro, son algunas de las causas de su preocupación.
No es la única joven que se ha sentido así. Una encuesta de U-Report Ecuador a 323 jóvenes entre los 15 y 30 años reveló que sus emociones más comunes son la ansiedad, la preocupación, la depresión y el aburrimiento. U-Report es un proyecto del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) que busca empoderar, conectar a jóvenes y hacer que su voz sea escuchada. Las respuestas a su encuesta, lanzada en abril de 2020, muestra que la crisis sanitaria sin precedentes que se vive en el mundo afecta también a los jóvenes en Ecuador.
La situación económica, el COVID-19 y no poder hacer sus vidas como antes son algunas de las causas que han afectado emocionalmente a los jóvenes. El 49% de los encuestados siente que su familia o quienes los rodean los ayudan a manejar sus emociones. Sin embargo, el 28% no sabe —o no está seguro— si cuenta con ese apoyo.
El abrupto cambio a una vida en confinamiento, la pérdida del trabajo propio y de sus familiares cercanos, las dificultades financieras personales y de la familia y, en algunos casos, el dolor por la muerte de seres queridos, han golpeado el bienestar y la salud mental de todos, incluyendo a los jóvenes. La psicóloga Anabelle Argüello dice que es normal que se sientan así: está demostrado que el encierro prolongado por más de diez días puede provocar aislamiento social, síntomas de estrés postraumático y depresión. De acuerdo con la Asociación Americana de Psicología, la pandemia del coronavirus no es solo una crisis epidemiológica: es también una crisis psicológica.
Nuestra cultura también influye en cómo nos afecta la pandemia. Para Argüello, las consecuencias emocionales del coronavirus, sobre todo debido al confinamiento y distanciamiento físico, pueden ser incluso más graves para los jóvenes ecuatorianos por nuestra forma de ser. “Tendemos a ser muy afectivos”, dice. “No es lo mismo la pandemia para la población europea, que tiende menos a las muestras de afecto y de emoción que para nosotros.” Para los latinoamericanos, no es lo mismo saludarnos con el codo o agitando las manos que con un beso en la mejilla, un abrazo o un apretón de manos. Es normal que extrañemos esa clase de contacto.
Pero no hay que caer en el error de meterlos a todos en un mismo saco. Cada joven es diferente y experimenta las emociones de manera distinta.Esteban Carranza tiene 17 años y se considera extrovertido. Antes del brote de COVID-19, solía salir con sus amigos y jugar básquet. “Me encantaba. Ahora no puedo hacer ninguna de las dos cosas”, se lamenta y comenta: “Extraño a mis amigos, siento que no es lo mismo hablar con ellos por redes sociales. Hasta cuando juego en línea con ellos, se siente raro. Es como que he dejado de compartir con los demás, y extraño mucho esa interacción física con las personas”.
A los chicos más extrovertidos, “les genera mucho miedo el no poder estar en contacto con sus amigos, y se ponen depresivos”, dice Argüello. Además, muchos están acostumbrados a practicar deporte y ahora no pueden hacerlo como antes. “Es normal que los chicos comiencen a estresarse más y a sentir depresión”. Una de las cosas que aumenta los niveles de “hormonas de la felicidad” —dopamina, endorfina, serotonina y oxitocina— en el cuerpo es, precisamente, el ejercicio físico.
Podría pensarse que a los jóvenes introvertidos la pandemia les ha sentado muy bien. No es cierto: aunque les gusta quedarse en casa y estar solos en sus habitaciones, el confinamiento podría afectarles incluso más. Con las escuelas cerradas y la mayoría de padres y madres teletrabajando, habrá mucha gente en casa. “Ser introvertido está mal visto socialmente y puede que estén rodeados de personas con las que no se sienten cómodos hablando”, explica la psicóloga. “No soy muy extrovertida, me gusta tener mi tiempo sola y me gusta salir, pero nada en extremo. Sí siento que la cuarentena me ha mostrado que no me gusta estar encerrada”, dice Samira Cisneros. “Extraño hablar en persona con mis amigos y el espacio que tenía para eso era el colegio, entonces ahora que no puedo ir, siento que también extraño ir al colegio”.
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El cambio de clases presenciales a clases en línea también son motivo de intranquilidad y ansiedad. Daniel Miranda tiene 22 años y es estudiante de cuarto año de Ingeniería en Nanotecnología en la Universidad de Investigación de Tecnología Experimental Yachay. El 11 de marzo de 2020, las autoridades de la empresa pública que controla la universidad les informaron a los estudiantes que debían abandonar las residencias. Daniel tuvo que regresar a Quito y continuar con sus clases en línea. Asegura que no es lo mismo. “Me preocupa full cómo la pandemia me pueda afectar académicamente, pero no por las notas, sino porque desde que empecé a estudiar en línea siento que no he aprendido casi nada”, dice. “Me distraigo fácilmente y no puedo concentrarme como siento que debería”. Las clases en línea, según la evidencia, tienen un impacto en el aprendizaje.
Una carrera como la de Daniel requiere mucha práctica en laboratorios, que ahora es imposible hacer. “No hay punto de comparación, ni siquiera con la ayuda de simuladores. Me da mucho miedo porque el semestre en el que estoy y los tres que me faltan son de especialización y necesitas full laboratorios y práctica”, comenta. Él dice que teme no aprender bien los principios de su rama de conocimiento, ni tener la experiencia necesaria para conseguir un trabajo o estudiar una maestría cuando se gradúe. La incertidumbre sobre qué pasará con la educación ha causado que muchos jóvenes tengan miedo y sufran ansiedad.
Para quienes desean trabajar, el alto índice de desempleo y la inestabilidad económica en el país también son motivos de preocupación. Un mes antes de que iniciara la pandemia, Sofía Calderón, de 23 años, había conseguido su primer empleo tras graduarse como licenciada en Relaciones Internacionales en 2019. Pero apenas a un par de semanas de empezada la crisis, la llamaron de su trabajo. “Me dijeron que justamente por la pandemia ya no podía seguir trabajando con ellos. Como los tres primeros meses son de prueba, no hubo mayor trámite, y solo terminaron el contrato. Desde ese día empecé a preocuparme full porque quería ayudar a mis papis a pagar las cuentas y apoyar a la familia de alguna forma”, dice. Un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, reveló que la inestabilidad laboral es uno de los mayores causantes de estrés.
Su efecto puede deteriorar la salud psicológica y física. De acuerdo con datos de la encuesta de U-Report, el 31% dice que las emociones que están experimentando han sido generadas por su situación económica. Luis Poveda, Ministro de Trabajo del Ecuador, dijo a mediados de junio que la crisis económica producida por el coronavirus ha causado la pérdida de casi 181.000 empleos en el país. En 2019, personas de entre 15 y 34 años eran el 37,5% de la fuerza laboral en Ecuador. No es sorprendente que los jóvenes se sientan estresados por no conseguir trabajo o por el miedo a perderlos en esta época.
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Existen varias actividades que los jóvenes pueden hacer para cuidar su salud mental mientras la emergencia sanitaria continúa. La psicóloga Anabelle Argüello recomienda actividades artísticas y realizar ejercicio físico. Dice que la música, la danza, la lectura, y la pintura pueden ayudar a los jóvenes a explorar otras facetas. Lo ideal es mantener la mente ocupada para no pensar en los factores que pueden causar estrés.
A Esteban Carranza le gusta escribir, y está aprovechando el encierro para escribir un libro de romance que empezó en febrero y espera terminar este año. Samira Cisneros se ha inscrito en cursos online gratuitos: “Algunas empresas en varios países empezaron a dar cursos gratis en línea, entonces me inscribí a un montón de esos para aprender cosas nuevas”. Sofía Calderón dice que “es cierto que en la casa no nos movemos mucho porque todo está cerca y a nuestro alcance, pero es súper importante para nuestra salud mental estar activos, por eso, por ejemplo, empecé a hacer ejercicio”. No hay una actividad correcta o incorrecta, lo importante es “alimentarse por dentro para poder manejar mejor esta situación”, dice la psicóloga. Cualquier actividad que nos mantenga ocupados y lejos de las malas noticias es crucial para cuidar nuestra mente en estos tiempos.
Sin embargo, para algunos jóvenes esto puede no ser suficiente. El estrés y la ansiedad pueden ser tan altos que será necesario buscar ayuda profesional. La salud mental generalmente no es parte del discurso sobre la salud en nuestro país, a pesar de su importancia —en especial entre los jóvenes: según el informe “Situación de la niñez y adolescencia en Ecuador, una mirada a través de los ODS”, el suicidio es la primera causa de muerte violenta entre los adolescentes del país.
Muchos jóvenes no tienen apoyo fundamental dentro de casa. En esos casos, suelen tenerlo fuera de ella, como en el colegio. Pero ahora con la educación en casa ya no tienen ese soporte. Por eso Argüello dice que en estos tiempos es necesario que se abran espacios para que las personas puedan hablar de sus emociones entre sí, pedir ayuda y desahogarse. “Si el gobierno no crea esos espacios, es importante buscar instituciones que sí lo hagan”, dice. Pedir ayuda a tiempo podría salvarles la vida.
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La pandemia de COVID-19 nos ha mostrado, además del horror y la tragedia, la empatía y la solidaridad. El 22% de los jóvenes encuestados a través de U-Report Ecuador se sienten preocupados, no por ellos mismos, sino por los demás. Daniel Miranda lo está por algunos de sus compañeros de la universidad que están pasando por momentos difíciles. Esteban Carranza por sus padres, quienes, por el trabajo, han tenido que salir de casa y ahora están más expuestos a contagiarse del virus. Sofía Calderón piensa mucho en sus abuelos que viven solos.
Hay lecciones positivas en un escenario tan sombrío como una pandemia. El sociólogo Pablo Molina dice que es una oportunidad para que los jóvenes se replanteen su futuro. ¿Queremos volver a la “vieja normalidad” o a una realidad mejor? El COVID-19 podría dejarnos una gran lección de resiliencia y generosidad. Pero es importante no olvidar que la salud mental es fundamental y que hay que estar bien con uno mismo para poder ayudar a los demás.
Este reportaje es parte del proyecto U-Report