«De todas las aplicaciones que hay, Instagram debe ser la más adictiva”, escribió Avery Hartmans, reportera de Business Insider. Luego de analizar las tácticas de los expertos en aplicaciones, Hartmans concluyó que los desarrolladores de apps “nos hacen adictos a nuestros celulares” y que Instagram usa ciertas tácticas para mantener a sus usuarios ‘enviciados’.

Y este vicio no es precisamente inofensivo. En 2017, Instagram fue nombrada “la peor red social para la salud mental y bienestar” por Time Magazine. Para hacerlo, la publicación no se basó en un estudio de mercado —como el de la revista de negocios— sino en una investigación que concluyó que un “estímulo visual tan frecuente” puede causar efectos negativos no advertidos como baja autoestima, falta de concentración y hasta depresión. El estudio, conducido por miembros de la “Royal Society for Public Health” (RSPH), reveló que los usuarios más susceptibles a estos efectos son los jóvenes, y que el 91% de estos usuarios (entre 14 y 24 años) navega en Internet para acceder a redes sociales.

Aunque el uso de Instagram es voluntario, el análisis de Business Insider señala cómo la aplicación usa notificaciones para continuamente dirigir la atención de sus usuarios de vuelta a ella, aunque no la estén usando. Es una táctica tan efectiva que una persona puede usarla hasta seis veces más de lo realmente quisiera (sí, solo por esos globos de texto que saltan en la pantalla y anuncian quién te siguió, quién dio like, quién subió una historia por primera vez). Las redes sociales, incluso sin tácticas planificadas como las de los “genios” detrás de ellas, son adictivas porque crean un sistema de recompensa conocido en Psicología como un ‘programa de razón variable’. Este fenómeno se explica porque una acción repetida tendrá una recompensa, eventualmente, que se dará en un momento aleatorio. En como en el casino: el tragamonedas es adictivo porque el usuario jala la palanca, una y otra vez, y recibe su recompensa en cualquier momento, sin ningún precedente. Recompensa que lo mantiene jugando. Instagram evoca un uso similar: el usuario actualiza la página de inicio y a veces es recompensado con un post nuevo o algo que le interese.

Este panorama en el Instagram recibe más atención y tiempo que el que debería, ocurre en una época en la que los niveles de depresión y ansiedad en adolescentes son setenta por ciento más altos que en los últimos veinticinco años. Un factor (quizás el principal) que diferencia a las generaciones anteriores de los adolescentes de hoy es el invento de Six Degrees, la primera red social en 1997, que inició el boom de los blogs y chats en línea. Las redes sociales, ya lo han demostrado varios estudios, incrementan los niveles de ansiedad de los usuarios. La época en la que vivimos sumada a la cantidad de aplicaciones sociales que nos ‘exigen’ estar conectados son una mala combinación.

Quizás la peor consecuencia, que afecta la salud mental, es la baja autoestima. La exposición constante a imágenes que se convierten en una norma o una aspiración incrementan las inseguridades propias y naturales de los adolescentes. Como le ocurrió a Essena O’Neill. En 2015, la adolescente australiana, con apenas tenía 19 años, alcanzó 600 mil seguidores de Instagram, y su popularidad le consiguió un contrato con la venerada agencia internacional de modelaje IMG. Essena fue contratada de una manera que cada vez es más común: solo subiendo fotos suyas en Instagram. Pero el trabajo que le demandaba arreglarse, posar y en definitiva fingir una vida en esta red social fue un peso que no quiso cargar. Essena creó un movimiento en contra de las redes sociales, que se volvió internacionalmente conocido, cuando contó todo lo que había detrás de su imagen virtual y expuso los ‘secretos de la industria’. Fue en octubre del 2015 cuando la entonces adolescente cambió las descripciones de sus fotos: de cortas y divertidas a largas historias en las que contaba las dificultades tras la vida ‘ideal’ que fingía llevar. A través de un video y luego de un e-mail a sus seguidores, Essena reveló al mundo por qué no debían aspirar a ser como ella, o ninguna imagen de perfección virtual. Siguió su discurso anti-Instagram y su cuenta, tres años después, permanece desactivada. En sus mensajes habló sobre el mal que les hace a los jóvenes ser expuestos diariamente a imágenes editadas y modelos ‘sin fallas’.

Essena rompió la imagen de la chica ideal cuando reveló las dietas rigurosas que hizo para mantener su imagen, los amigos que fue dejando, y cómo esto bajó su autoestima. Su discurso, que ya va a cumplir tres años, fue un llamado de advertencia sobre las desventajas de Instagram. Pero parecería que después de este tiempo sus seguidores olvidaron su discurso y los efectos negativos que la red le causó. En este tiempo su popularidad casi se triplicó: en 2015 Instagram tenía 300 millones de usuarios, hoy son 800 millones.

Irónicamente por la época en que Essena empezó el discurso en contra de la imagen perfecta virtual, se intensificó el fenómeno global de las Kardashians. Kris Jenner y sus cinco hijas no son hoy conocidas por algún atributo físico específico, por su talento musical o sus actuaciones en películas. Se hicieron famosas por mostrar su vida cotidiana (de millonarias) en un reality show. Kim Kardashian, una de las hijas del ‘clan,’ aumentó su fama aún más al usar su Instagram para popularizarse: posteaba una foto casi a diario y su perfil se volvió tan popular que hasta logró publicar un libro de sus selfies más famosos. El impacto de las Kardashians a través de las redes sociales llegó a ser algo realmente preocupante cuando Kylie Jenner, la hija menor de la familia que tenía dieciséis años, inició una fiebre incontrolable por tener labios gruesos porque ella se había puesto inyecciones para engrosar los suyos. Sus fans querían replicar su look y fue tal la desesperación, que se creó el Kylie Jenner Lip Challenge, un reto en el que las seguidoras de Kylie debían poner sus labios dentro de un vaso de vidrio y succionar. El resultado era los labios hinchados por la presión. El reto se hizo viral en Instagram y mostró, una vez más, la peor cara de esta red: vídeos de jóvenes con los labios hinchados, morados y hasta rostros con líneas rojas (producto de vasos sanguíneos rotos por la cantidad de presión en la cara).

Estos ideales de belleza, como el de las Kardashians, logran hoy popularizarse más rápido que nunca antes por Instagram. Las cuentas de estas hermanas son este espejo al que se enfrentan diariamente, ese cuerpo o rostro ideal que no van a poder tener.

Según un estudio de University of Pittsburgh Center for Research on Media, la ansiedad causada por el uso de Instagram corre el riesgo de aumentar si a esa aplicación se le suman otras más. Hay, sin embargo, una tenue luz en toda esta oscuridad. Existen usuarios en Instagram que advocan por la importancia de temas de bienestar como el movimiento que busca que los usuarios se sientan bien con sus cuerpos y celebren el hecho que, al final, no somos perfectos. La modelo plus-size y activista Tess Holliday dice que Instagram es ese espacio en el que puede seguir cuentas de personas que la inspiran, que es posible forjar su entorno virtual, algo impensable antes de que exista esta red, cuando el único espacio era la clásica tapa de revista donde aparecían (aún aparecen) fotos editadas ‘a la perfección’ y modelos delgadísimas.

Al final, seguir a personas que muestran sus cuerpos naturales o que usan Instagram para empoderar a otros, es lo que, como usuarios, permite tomar el control y quizás reducir esa influencia negativa que puede tener esta red.