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Diecisiete estudiantes de segundo curso del programa Bachillerato Internacional escuchan atentos la clase de Teoría del Conocimiento. Están sentados en bancas distanciadas en tres columnas en el salón máximo del colegio municipal Sebastián de Benalcázar, al norte de Quito. Hoy es el 15 de septiembre de 2021, 18 meses después de que las clases presenciales se suspendieron abruptamente para evitar el contagio del covid-19

Su profesora, sentada en la silla del escritorio principal en una esquina del salón, vestida con una chaqueta blanca, azul y roja con los distintivos del colegio, les hace preguntas a sus estudiantes sobre qué es la verdad o los tipos de aprendizaje que existen. 

Uno de ellos responde, otros hablan entre sí, discuten para responder, todos usan mascarillas y están separados con al menos por metro y medio entre ellos. “Es muy interesante, empezamos a tener una discusión en un mismo salón, vemos cómo la profesora se mueve y se comunica con todos”, dice Arianna Vaca de 17 años, una de las estudiantes. Su rector, Benjamín Quijano, dice que sus estudiantes aseguran que en este breve tiempo que tienen de vuelta en las aulas han aprendido más que en sus casas. 

Hasta la fecha, los colegios Benalcázar y Sucre, dos gigantes de la educación quiteña, son las únicas instituciones educativas municipales que han vuelto a las aulas. En total, asisten presencialmente 104 estudiantes, de los más de mil que tiene cada uno inscritos. Esto quiere decir que en ambos colegios cerca de 95 de cada 100 estudiantes siguen en su casa. 

El Benalcázar recibe a 44; el Sucre, a 60. Hay otros 18 colegios y escuelas administrados por la Secretaría de Educación, Recreación y Deporte del Municipio de Quito. La Secretaría también tiene a cargo 14 centros educativos de educación inicial en los que están matriculados niños de 3 y 4 años. 

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En las instituciones educativas del municipio hay más de 25 mil estudiantes cursando su educación inicial, básica y bachillerato, que gozan de la educación municipal quiteña, que ostenta un antiquísimo prestigio: data de más de 120 años (aunque recién en agosto de 1999, el Ministerio de Educación la reconoció como parte del Sistema Nacional de Educación) y sus colegios tienen muchísimas aplicaciones de ingreso. “No quiero hacer una diferencia con los maestros fiscales, fiscomisionales, particulares pero en la educación municipal hay un trabajo disciplinado, hay una conciencia de vocación”, dice Patricio Avilez, Secretario de Educación del Municipio de Quito. Avilez sostiene que la gran demanda también puede deberse a la gestión cercana del municipio, “diríamos que hay control y supervisión”, afirma. Por eso, el que los colegios sigan sin clases presenciales no solo es un daño para la educación de sus alumnos, sino que pone en riesgo la educación de alta calidad que han impartido por más de un siglo. 

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Apostado cerca de las faldas del volcán Pichincha, la Unidad Educativa Municipal 9 de Octubre ya tiene un plan para volver a clases pero como tantas cosas en la vida —el plan está ahí, pero no se ejecuta. Daira Ramírez, su rectora, dice que su Plan Institucional de Continuidad Educativa (PICE), que exige el Ministerio de Educación a todas las escuelas y colegios para regresar a las aulas, ya fue aprobado. 

No han regresado por dos razones. La primera, porque muchos padres de familia no quieren enviar a sus hijos sin que estén vacunados contra el covid-19. La otra razón es que, al ser un colegio pequeño con 198 estudiantes, no maneja su propio presupuesto y ha tenido que esperar a que la Secretaría de Educación les entregue los insumos de bioseguridad como el alcohol, amonio cuaternario, jabón, gel antibacterial y dispensadores, necesario para la desinfección y evitar el contagio. 

Los 20 colegios administrados por la Secretaría de Educación reciben presupuesto del municipio para su mantenimiento. Unos lo reciben directamente, y otros lo reciben poco a poco, según sus necesidades. Avilez explica que para el 2021, el Municipio de Quito tiene un presupuesto de 37 millones de dólares para financiar la educación. 

La mayor parte de ese presupuesto es destinado para el pago de salarios de los 1.234 profesores y funcionarios administrativos. Para cubrir la compra de insumos de bioseguridad por el covid-19, el municipio destinó 2 millones de dólares, dice Avilez. El informe de Calidad de Vida 2020 de Quito Cómo Vamos dice que en el 2019, el sector de educación ejecutó 3,4 millones de dólares que representan poco menos del 1% de su presupuesto general. 

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El colegio Benalcázar está aplicando el Plan Institucional de Continuidad Educativa aprobado por el Ministerio de Educación. Su rector, Benjamín Quijano dice que en el PICE el colegio pidió que se permitiera el regreso a clases presenciales a los estudiantes de Bachillerato Internacional, un programa de estudios que otorga un diploma reconocido internacionalmente que permite obtener créditos que sirven en universidades de todo el mundo. Al estar en los últimos años del programa, que es de una alta exigencia, es importante que su educación sea presencial. 

“Vamos a ir viendo el comportamiento y también analizando algunas estrategias cuando se comience la vacunación de los estudiantes de 12 a 15 años”, dice Quijano delante de las amplias ventanas del rectorado, desde donde se ve el patio del icónico colegio, que hoy luce vacío y silencioso sin los más de 1.500 estudiantes matriculados en este colegio. Según el Ministerio de Educación, la vacunación para los estudiantes de esas edades en todo el país podría terminar a finales de octubre de 2021. “Ya con las vacunas, todos los padres de familia van a querer la presencialidad”, afirma Daira Ramírez, la rectora del 9 de Octubre. 

Los 44 estudiantes del Bachillerato Internacional del Benalcázar asisten los martes, miércoles y jueves. Al entrar al colegio reciben alcohol o gel en sus manos y siempre llevan mascarilla y mantienen su distancia física. “En los recesos nos sentamos en el graderío pero cada uno tiene señalado donde debe sentarse”, dice Arianna Vaca. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), el regreso a clases, si se aplican las medidas de bioseguridad, es seguro. Es “un riesgo mínimo comparado a que los niños estudien desde casa y el efecto que esto tiene para su aprendizaje, su salud mental, alimentación, actividad física”, dice un informe de Unicef. Vaca recuerda que antes de la pandemia, se acercaba mucho más a sus compañeros para hacer trabajos grupales, se daban abrazos con sus amigos y los profesores no necesitaban usar un micrófono para amplificar el sonido de su voz en la clase. Ahora, eso ha cambiado. Pero aún así, la abundante evidencia demuestra que es mejor que seguir sentados totalmente frente a los monitores en los dormitorios, salas y cocinas de sus casas. 

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El regreso a clases presenciales es voluntario. Patricio Avilez, secretario de educación del municipio, dice que cada institución educativa debe decidir si vuelve o no. “Todo depende del acuerdo al que llegue la comunidad educativa (profesores, padres de familia, estudiantes). Recordemos que el regreso progresivo es voluntario, el padre de familia debe decidir si envía o no a su hijo”, dice. Añade que entre el 1 y 10 de octubre podrían anunciar el regreso total de las instituciones educativas municipales a las aulas, cuando más estudiantes estén vacunados. 

Mientras toman la decisión, los estudiantes de la educación municipal continúan conectados en la plataforma CEVIM, un campus virtual para recibir y entregar tareas. Avilez dice que la plataforma está abierta todos los días a todas horas. Según Avilez, a una semana de la cuarentena del covid-19, todos los 20 colegios ya estaban utilizando el campus virtual para seguir las clases. Además dice que los estudiantes ya conocían plataformas como Classroom, Google Forms o Moodle. Avilez dice que un 1% de estudiantes siguieron las clases por otros medios como Facebook o mensajes de Whatsapp, por lo que fue más fácil adaptarse a la virtualidad. 

Daira Ramírez, rectora del 9 de Octubre, sostiene que cuatro estudiantes de los 198 estudiantes de su colegio no tenían una computadora o celular para continuar las clases, por lo que ellos podían ir a usar las que tiene el colegio. Quijano, del colegio Benalcázar, dice que hicieron una campaña de donación de computadoras para conseguir computadoras para ocho estudiantes que no tenían un dispositivo electrónico. 

Arianna y sus 16 compañeros aún deben conectarse a las clases virtuales. Los lunes y viernes se conectan otra vez a la computadora. En esos días reciben las clases restantes. Por ejemplo, si en toda la semana tienen seis horas de clase de matemáticas, reciben cuatro de forma presencial y las otras dos en las plataformas. Ella cuenta que en las clases virtuales muchas veces se distrae por los sonidos caseros, por la presencia de su familia o porque el internet falla. 

Arianna Vaca dice que luego de 18 meses aún le cuesta madrugar para estar puntual a las 7 de la mañana en las clases. “Es fuerte volver a la rutina porque tenemos que levantarnos hasta dos horas antes para estar a tiempo”, dice. Aún así, dice que es “una experiencia muy bonita” regresar a las aulas, conocer a sus profesores y compañeros nuevos, explica, inquieta, queriendo regresar a su clase de Teoría del Conocimiento. 

Son las 11 de la mañana y a pesar de la presencia de los 44 estudiantes, el colegio Benalcázar parece un edificio abandonado, donde las escasas risas y voces de los estudiantes y profesores, producen un eco melancólico y estentórea que desnuda la errática ejecución del presupuesto municipal de educación que influye, entre otros factores, en que los niños, niñas y adolescentes quiteños no puedan retornar más rápidamente a las clases que mejor le sientan: en las aulas.