Jordi es un niño indígena que a los dos años tuvo anemia. Su madre dice que su hijo siempre tenía dolores estomacales y no tenía ganas de comer. Lo que sentía Jordi eran los síntomas de su desnutrición. Como él, cerca del 27,2% de niños y niñas menores de dos años en el Ecuador sufren de desnutrición crónica infantil. Las consecuencias son irreversibles, e incluso podrían afectar su vida adulta, condenándolos a no tener futuro.  

Ecuador ocupa el deshonroso segundo lugar en el ranking de la desnutrición crónica infantil en América Latina —solo lo supera Guatemala. La desnutrición es una condición casi irreversible que se desarrolla cuando el cuerpo no tiene las suficientes vitaminas, minerales y nutrientes que necesita para desarrollarse plenamente. Fernando Aguinaga, médico pediatra y presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Pediatría de Pichincha, explica que la desnutrición crónica infantil se da cuando un niño acarrea por varios años, una falta de nutrientes. La crónica se diferencia de la desnutrición aguda, que es aún reversible y sucede cuando un niño no ha comido por distintas razones o baja rápido de peso. 

Entre las causas de la desnutrición crónica está la inadecuada absorción o el inadecuado consumo de nutrientes. La nutricionista Soraya Yamunaque explica que se da porque las familias no tienen dinero para comprar los productos que debe consumir un niño para tener un buen estado nutricional, o porque desconocen qué alimentos deben comer en sus primeros años. La inadecuada absorción de nutrientes, dice Yamunaque, se relaciona con problemas como no acceder a agua de calidad, que en muchos casos puede ser transmisora de parásitos o microorganismos. “Estos niños pasan frecuentemente con enfermedades diarreicas, que incide en la absorción de los nutrientes”, explica Yamunaque.

La situación es más grave para la niñez indígena en Ecuador: uno de cada dos niños y niñas indígenas vive con desnutrición crónica, y 4 de cada 10 tienen anemia. Como Jordi, que nació y vive en la comunidad kichwa de Pisambilla en la provincia andina de Cotopaxi, una de las más pobres del Ecuador y la cuarta con mayor índice de desnutrición infantil (34.85%) en menores de dos años —después de Santa Elena con 39.31%. En otras palabras: la desnutrición es un problema de desigualdad, de falta de oportunidades y acceso a servicios básicos como agua potable, alimentación, e incluso una vivienda digna. Juan Enrique Quiñónez, representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés) en Ecuador, dice que las condiciones de agua, saneamiento e higiene a la vivienda, por ejemplo, son factores determinantes en la desnutrición crónica infantil. “La evidencia científica nos muestra que en casas con piso de tierra, por ejemplo, la prevalencia de enfermedades respiratorias y gastrointestinales de niños menores de cinco años aumenta”, dice Quiñónez. Con el incremento de esas enfermedades el riesgo de la desnutrición crónica infantil crece. 

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Para evitar la desnutrición infantil, la alimentación en los primeros mil días de vida de los niños y niñas es crucial. Estos días se dividen en dos momentos definitorios: el primero, los 270 días desde la concepción hasta el nacimiento; el segundo, hasta los dos primeros años (730 días). Este período es llamado la “ventana crítica” del desarrollo: pues en él se forman la mayor parte de los órganos, tejidos e incluso el potencial intelectual de cada niño. 

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La buena nutrición comienza en el embarazo. Yamunaque explica que el germen de la desnutrición infantil está ahí, en el período de gestación. La alimentación equilibrada de las madres, que tengan desayuno, almuerzo, cena y dos refrigerios, es esencial. Después de los seis meses, Yamunaque recomienda que el niño consuma cereales y frutas, que se le pueden dar en forma de papilla. A los 8 meses, deberían agregar a su naciente dieta leguminosas como lenteja, garbanzo y arveja, algunos cárnicos como res o pollo. Entre los 10 y 12 meses puede integrarse a la dieta familiar. Pero enfatiza que es recomendable que los niños y niñas consuman de 12 a 15% proteínas como cárnicos, lácteos. quesos, huevos. Después, explica, viene “el control de crecimiento y que tenga todas las vacunas”. La vacunación temprana, también, es un factor trascendental para que la ventana crítica del desarrollo se vaya abriendo hacia un futuro saludable y, por ende, con todo el potencial de una vida plena. 

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Las consecuencias de la desnutrición son catastróficas para los niños y niñas. No solo los afecta físicamente sino que los pone en desventaja el resto de su vida. A nivel físico, un niño desnutrido tiene pérdida de peso y talla como baja altura para su edad. Después, cuando es adulto, explica el pediatra Aguinaga, puede llegar a desarrollar sobrepeso, obesidad, enfermedades cardiovasculares, hipertensión o diabetes. Pero eso es apenas la punta de un iceberg de salud precaria. 

La desnutrición afectará también en su desarrollo intelectual y de habilidades. Marcela Santos, coordinadora de innovación para primera infancia en la Universidad Casa Grande, explica que la alimentación es fundamental porque va a incidir no solamente en su crecimiento, sino en la formación y desarrollo de su cerebro. “El cerebro es el órgano fundamental porque ahí se realizan conexiones neuronales, que son la base del aprendizaje”, dice Santos. Juan Enrique Quiñonez, de Unicef, dice de las principales consecuencias es el poco desarrollo de las conexiones neurológicas, lo que reduce la capacidad cognitiva del niño o la niña, que son aquellas relacionadas con el procesamiento de la información, atención, memoria, resolución de problemas, comprensión, entre otros. 

Santos dice que si hasta los dos años un niño no ha logrado la talla que le corresponde y no ha tenido la nutrición que necesitaba, los efectos son difícilmente reversibles. Como consecuencia, el niño o niña “no tendrá fuerzas, no tendrá ánimo para levantarse, para explorar, para jugar porque se cansará rápido, no se concentrará. No se necesita concentración sólo para ir a la escuela sino para todo lo que uno hace en la vida”, dice Santos. La concentración es un pilar para todas las dimensiones de la vida —social, académica, laboral. 

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Un niño desnutrido tiene menos posibilidades de conseguir un empleo digno cuando es adulto. Quiñónez dice que el aprendizaje de una persona con desnutrición crónica es mucho más lento. La desnutrición infantil no solo tiene consecuencias físicas y en el aprendizaje sino también en la economía de un país. 

Un estudio del Banco Mundial dice que invertir en los primeros años es una de las decisiones más inteligentes de un país. Las inversiones desde antes del nacimiento hasta la escuela primaria, son críticas para ayudar a los países a ser más productivos. Incluso, las intervenciones para bebés y niños pequeños aumentaron sus ingresos futuros en un 25 por ciento

En Ecuador, los gastos asociados a la malnutrición representan el 4,3% del producto interno bruto (PIB) ecuatoriano. En 2018, el Ministerio de Salud Pública y el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) invirtieron 90 millones de dólares en el programa Desnutrición Cero. En un pedido de información, el Ministerio de Salud dijo a GK que para prevenir y reducir la prevalencia de la desnutrición crónica infantil se creó un paquete priorizado de prestaciones entre las que está: el esquema de vacunación oportuno y completo, control prenatal, y control del niño sano. Pero los tres puntos no se cumplen, como el de la vacunación oportuna. Hace cinco meses, en GK reportamos que no había vacunas pentavalentes en el Ecuador —esencial para los niños y encargada de combatir hepatitis, difteria, tétanos, tos ferina y haemophilus influenzae. A esto se suma el hecho de que para niños como Jordi acceder a un control de niños sano de forma regular es difícil porque se encuentran en comunidades en las que ni siquiera llegan todos los servicios básicos.

Ahora, el gobierno de Guillermo Lasso apuesta por la creación de un nuevo fondo petrolero que estaría destinado a la erradicación de la desnutrición crónica infantil del país. Aunque para Quiñónez, el país debería asignar 155 millones de dólares más cada año para hacer frente a la desnutrición. Ese valor, dice, no incluye el costo de la inversión para mejoramiento de la calidad de agua, un factor también importante. 

Erradicar o disminuir la desnutrición en el país no solo significa un problema de alimentación. De hecho, implica también mejorar las condiciones de miles de personas que viven en condiciones de pobreza extrema. Además, de garantizar el acceso a servicios básicos, fundamentales a la hora de evitar que niños como Jordi tengan problemas de anemia a los dos años o que, cuando sean adultos, sus posibilidades de superar sea sean mínimas.