Hilda Males siempre se preguntó si era posible que una “mujer decente” —bajo las expectativas tradicionales de su comunidad indígena en Otavalo— también pueda vestirse sensual. Cuando empezó a diseñar delicadas blusas bordadas kichwa con flores coloridas que enfatizaban la sensualidad femenina, algunos hombres se negaron a aceptar su propuesta. Hilda es una de las cuatro mujeres de la nacionalidad indígena kichwa cuya historia se cuenta en el documental Warmi Pachakutik (Tiempo de mujeres, en kichwa) la película que cerró la segunda edición del EQUIS, festival de cine feminista. La película, dirigida por Frida Muenala, aporta una mirada distinta, muy contemporánea, de primera persona y menos distante, de cómo estas mujeres indígenas asumen su identidad social e individual. 

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En el documental Mariela Condo, Hilda Males, Dina Farinango y Sisa Burga cuentan cómo ser kichwa ha influido en su vida profesional y personal. El objetivo de Warmi Pachakutik, según Muenala (que también es kichwa) era crear otra mirada de las mujeres de pueblos y nacionalidades indígenas contadas en primera persona. “Si nosotros no empezamos a contar nuestras historias, desde nuestras vivencias, experiencias y lo que sentimos. Es complicado que otra gente venga y cuente nuestras historias”, dice Muenala. Cuando sus historias se cuentan desde una visión externa, dice, se representa a los indígenas desde una posición marginal o folklorizada. Su película, se prometió, haría lo contrario. 

Las mujeres indígenas son uno de los grupos sociales más subrepresentadas en series y películas. Ni siquiera se las menciona en el informe Boxed In, de la Universidad de San Diego, de 2019 sobre la representación femenina en cine y televisión. El documento sí incluye cifras de la representación de mujeres blancas, negras, latinas y asiáticas en películas y series. Sin embargo, solo se puede suponer que los personajes indígenas deben estar agrupados en el menos de 1% identificado como “otros”. 

Ante la escasez de indígenas en cine y televisión, cineastas —como Frida Muenala— se han propuesto crearlos. Elle-Máijá Tailfeathers —escritora, directora y productora canadiense de origen indígena— dice que su cultura ha sido “mal representada ​​en la pantalla durante 100 años. Las tergiversaciones son perjudiciales, refuerzan estigmas y alimentan estereotipos racistas y sexistas”. Por contrarrestarlas, Tailfeathers decidió crear cortos y largometrajes que cuenten la historia de su pueblo desde la perspectiva de mujeres como ella.  

Las producciones, dice el estudio de la Universidad de San Diego, tienen más probabilidades de tener una protagonista femenina cuando hay una mujer tomando las decisiones importantes. Para su documental, Muenala escogió a cuatro mujeres kichwa —nacionalidad a la que pertenece más del 85% de la población indígena ecuatoriana distribuida en 16 nacionalidades en la Sierra y la Amazonía— para representar a su cultura en el largometraje. 

Las protagonistas del Warmi Pachakutik provienen de las provincias andinas de Imbabura, Pichincha y Chimborazo, donde están sus comunidades. Cada una representa a una nueva generación de la herencia cultural kichwa. Hilda Males, con la ropa que diseña. Mariela Condo —nacida en Cacha-Puruhá, una comunidad indígena de la provincia de Chimborazo— con su música. Dina Farinango, abogada y activista que vive y participa activamente en una comunidad de Cayambe, en Pichincha, con su participación social y política. La cuarta protagonista del documental, Sisa Burga, que nació y vive en España, representa a la generación de otavaleños que emigraron a Europa, llevando su cultura pero, también, adquiriendo elementos propios de las ciudades y países que los recibían. Son cuatro mujeres muy distintas pero unidas por su legado cultural y la necesidad de ser ellas mismas y escribir su propia historia en un universo indígena que es diverso, complejo y que está en constante evolución. 

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Warmi Pachakutik es “un pequeño retrato de todo ese universo indígena”, según su directora. Muenala quiere hacer varias secuelas de su documental con más mujeres y llegando a otros territorios. “Por ahí se empieza”, dice. Muenala intentó incluir mujeres kichwa de la Amazonía, pero por el proceso de producción y el limitado presupuesto no pudo llegar a territorios más lejanos. 


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Pero en su primera entrega ya hay varias lecturas que generan cuestionamientos que, por lo general, sería difícil lograr desde una mirada externa. La investigadora kichwa Koya Shugulí, especializada en temas de género y pueblos y nacionalidades indígenas, dice que Warmi Pachakutik es un buen inicio para ver más allá de lo que, generalmente, se muestra de los pueblos y nacionalidades indígenas. Las protagonistas del documental “son muy ricas, son cuatro mujeres muy valiosas”, según Shugulí. Sin embargo, dice que para retratar a la verdadera mujer indígena en pantalla se necesitan miradas más profundas.“Se ha romanizado al indígena, como una caricatura llena de virtudes y bondades”, dice. Eso ha impedido reconocer que dentro de las comunidades también hay machismo, racismo, clasismo, homofobia y otros graves defectos. La mayoría de los problemas tampoco se discuten ni a nivel interno, pese a que en Ecuador alrededor de un 38% de las mujeres indígenas han sufrido alguna vez violencia física o sexual por parte de su pareja. 

Shugulí dice que en futuros documentales espera protagonistas con distintas profesiones, creencias e identidades sexuales. A ellas, dice, “nadie las conoce, no se sabe su nombre, no se les da el espacio”. Shugulí cree que hasta que no se muestren esas otras identidades, el estereotipo de que la mujer indígena tiene un solo molde y solo se puede dedicar a ciertas cosas continuará. Cuando esas otras identidades aparezcan en pantalla, mostrando las realidades que enfrentan, dice Shugulí, se empezará a cambiar el imaginario colectivo sobre qué es una mujer indígena. 

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La identidad es uno de los temas más tratados por las mujeres de Warmi Pachakutik. Mariela Condo se cuestiona si debe ser llamada la cantante indígena kichwa, pese a que no canta solo en ese idioma. “Este peso que te ponen por el hecho de pertenecer a una cultura. Si no hablas el idioma, no eres. Si no te vistes así, no eres”, dice en el documental. Ella teme que etiquetas como esas conviertan su arte en una cárcel o un mero esquema —y, por definición, por cerrado y limitante, dejaría de ser arte. 

Los cuestionamientos de Mariela Condo no son aislados. Se dan dentro de las comunidades, según Koya Shugulí. “Yo soy indígena, mis papás son indígenas, mi apellido es indígena, pero me vistieron como mestiza”, dice. En su caso, sus padres decidieron que no use trajes tradicionales para protegerla del racismo y la discriminación. Sin embargo, aclara que su autoidentificación como kichwa va más allá de las prendas de vestir o el lugar donde viva. 

Esa cercanía a la cultura se ve reflejada en Sisa Burga. Ella nació en Barcelona, sobre el mediterráneo, y ha vivido toda su vida en España. Dice que tiene una conexión fuerte con su identidad kichwa porque la construcción de su mundo fue hecho por sus padres que pertenecen a una familia indígena tradicional de Otavalo. Aunque no vive en una comunidad kichwa, como Dina Farinango, Sisa Burga ha incorporado los valores y la educación que le dieron sus padres a la vida que ha hecho en Europa. 

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Para Frida Muenala el cine y la necesidad de poner a su comunidad en la pantalla es de familia. Su padre, Alberto, dirigió Killa, la primera película ecuatoriana con el 50% de los diálogos en kichwa. La idea de Warmi Pachakutik nació hace cinco años y el proyecto se desarrolló entre padre e hija. Financiaron el documental con 15 mil dólares de un premio del desaparecido Consejo Nacional de Cinematografía (CNCine). La directora dice que el premio originalmente era el doble, pero ese año el Consejo decidió dividirlo para dos proyectos. 

La reducción del presupuesto provocó que la película tome más tiempo del previsto y que más miembros de su familia se unieran al proyecto. Su hermano, Sayri Tupac Muenala, hizo la producción de sonido y musicalizó el documental. “Es un trabajo familiar. Si no lo hubiésemos hecho así, creo que no hubiese salido Warmi Pachakutik”, dice. 

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Aunque la respuesta del público ha sido positiva, Muenala dice que tiene una tarea pendiente: mostrarla en comunidades kichwa. “Cuando ves paisajes que reconoces y gente que se parece a ti en pantalla, creas cierto orgullo sobre ti mismo”, dice. Muenala espera que al verse representadas, las mujeres kichwas vean que hay alternativas de vida y otras construcciones que desafían los estereotipos y la tradición sin alejarse de la cultura. 

Es probable que también las inspire a encontrar a esas mujeres kichwa disruptivas a las que todavía no se les ha dado un espacio en pantalla para contar su historia pero que existen. Donde sí ha sido mostrada su película es en la muestra de cine kichwa de Nueva York en 2019 y en el Festival de Málaga, en España, en 2020. Ahora cerró el festival EQUIS pero dejó abiertas varias dudas, esos pozos profundos donde se cultivan las reflexiones. 


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