Miguel Ángel Badillo abrazó por última vez a su abuelo materno, Ángel Bonilla, la tarde del jueves 5 marzo de 2020. Su abuelo moriría 88 días después, a consecuencia del covid-19, lejos de su familia, en el San Juan de Dios, un hospital privado de Quito en cuyo pabellón geriátrico, estaba internado desde 2017. Como él, otros 27 pacientes mayores de 65 años murieron en esa misma área de ese mismo hospital, según el Ministerio de Salud Pública. Diecinueve, con diagnóstico de coronavirus y nueve sin diagnóstico pero con síntomas asociados a la enfermedad causada por el coronavirus que ha aterrorizado al mundo. Cómo se contagiaron es aún motivo de investigaciones, pero todo apunta a una falta de observancia de los protocolos y a un par de agasajos hechos en plena pandemia. 

Desde mediados de marzo de 2020, las visitas a los pacientes que están en  el ala geriátrica del hospital, que ocupa un edificio de tres pisos, se suspendieron por completo. No hubo casos de covid-19 hasta el 22 de junio, dice la doctora María Augusta Terán, jefa tratante en el San Juan de Dios, un hospital que tiene, además del ancianato, un área de psiquiatría y otra para tratamiento de adicciones. En esas, hasta ahora, no ha habido contagios de coronavirus. 

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El 19 de mayo Quito aún estaba en semáforo rojo de movilidad: la cuarentena era total, las reuniones de cualquier índole estaban prohibidas. Pero ese día hubo un festejo para el personal médico del ala de geriatría del San Juan de Dios. En fotografías y videos que fueron publicadas en la página de Facebook del hospital  se veía un área al aire libre que, Alejandra Pesántez, comunicadora del hospital, dice que era el parqueadero. Se veía también a seis músicos con sus instrumentos. Era —según Terán y Pesántez, la Metro Band de la Policía Metropolitana de Quito. Aunque sus seis integrantes llevan mascarillas, en ciertos momentos las dos cantantes se las quitan para poder cantar. 

— ¡Mueve la cintura, mueve la cadera! — decía una de ellas bailando.

Al frente, unos cuantos pacientes, todos mayores de 65 años, le hacían caso y, aunque no lograban eso de mover la cintura y la cadera, bailaban. Sobre la vereda a la entrada del hospital, unas personas en sillas de ruedas, muy pegadas, observaban. Algunos no tenían una mascarilla. También se veía a gente con el pantalón y camiseta celestes del uniforme del hospital. En otro video, la Metro Band agradecía el trabajo del personal de salud. Todo se veía y ya no se ve: las fotos y los videos fueron borradas de la página de Facebook del San Juan de Dios. 

Terán dijo en entrevista vía Zoom que “se trató de una serenata para el personal médico. Solo fue para el personal, no hubo pacientes”. Las imágenes la contradicen. En la misma entrevista, Alejandra Pesántez confirmó que el evento se hizo pero que “no duró más de diez minutos”. Fue “una actividad que se realizó en todos los hospitales para motivar al personal sanitario”, dijo. Un mes después, el hospital confirmaba su primer contagio de covid-19, pero ambas funcionarias dicen que el agasajo no lo produjo. “Es imposible que eso haya generado algún contagio”, dijo Alejandra Pesántez. 

La respuesta tajante tiene sus grietas. La epidemióloga Valeria Torres dice que no solo no es imposible, sino totalmente factible. Que incluso podría haber ocurrido que alguien del personal de servicios, administración o médico pueda haberse contagiado sin presentar síntomas. Si luego esa persona no usó la mascarilla adecuada, reusó guantes o no se lavó las manos, pudo ser un canal de contagio rápido iniciando una peligrosa cadena de contagios. 

“Al ser un hospital geriátrico, además, el nivel de vulnerabilidad de los pacientes es incluso mayor porque hay comorbilidades”, dice Torres. Torres se refiere  a que los pacientes del geriátrico del San Juan de Dios tienen enfermedades como Alzheimer, cáncer, diabetes y otros problemas de salud, que los hace más vulnerables frente a un posible contagio. Torres dice que quizá el hospital hizo el evento para preservar la salud mental de sus pacientes. “Si yo hubiese estado a cargo, no habría sacado a las personas de la tercera edad, pero si ya voy a permitir que eso suceda, tengo que tomar todas las medidas: la distancia entre todos tenía que ser muy larga o se los pudo sacar solo por la ventanita para que escuchen y vean”, dice Torres. Pero no hubo distancia, ni mascarillas para todos, ni espectadores en las ventanas. 

Las imágenes —que estaban en la página de Facebook, pero ya no están—  mostraban que tampoco se tomaron todas las precauciones necesarias en el evento por el Día del Padre que se hizo exactamente un mes después. Según el hospital, contaba con la autorización de los familiares de los pacientes, aunque los ocho familiares con los que hablé me dijeron que no supieron del evento hasta que vieron las fotos y videos que se publicaron en las redes sociales del hospital —y que fueron borradas. En ellas se podía ver a una médica cantando al aire libre. Frente a ella, una veintena de personas ancianas —todas en sillas de ruedas— la escuchaban. Casi ninguna tenía una mascarilla puesta. 

Las fotografías fueron compartidas el 21 de junio, pero Alejandra Pesántez dice que el evento se hizo dos días antes. Incómoda, dice a través de una nota de voz de WhatsApp, que hay una violación a la privacidad de los pacientes cuando varias estaciones de televisión las divulgaron. Sin embargo, las imágenes que los medios tomaron fueron grabadas por el propio hospital —algunas difundidas a través de su página pública en Facebook, una red social a la que acceden más de 12 millones de usuarios en el Ecuador y otras compartidas a través de un chat de WhatsApp (la red que más se utiliza en el país) a los familiares de los pacientes. 

Más allá de eso, Pesántez y Terán insisten en justificar ambos eventos. “No fue una actividad que se hizo de forma clandestina, fue autorizada por los familiares, claramente es difícil que luego puedan aceptar que fue autorizada”, dice la doctora María Augusta Terán, sin especificar si el permiso que alega se dio (y que los familiares con los que hablé niegan) fue sólo verbal o se puso por escrito. Sin embargo, incluso si hubiese existido esa autorización, el Comité de Operaciones de Emergencias (COE) está por encima de la voluntad de los familiares y en Quito desde marzo  está prohibido este tipo de reuniones.

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Sin precisar la fecha, el Ministerio de Salud confirma que hizo dos visitas al Hospital San Juan de Dios tras ser informado de que ahí existía un brote del virus. En respuesta a un pedido de información, el Ministerio dice que el área afectada es Geriatría, en donde había 93 residentes hasta julio. La doctora María Augusta Terán dijo que la capacidad máxima de esa área era de 80 pacientes. 

Tras esas visitas, el Ministerio concluyó que la fuente de contagio fue “el personal operativo, administrativo y de servicios, quienes estuvieron asintomáticos y tenían la responsabilidad de atención directa”. El Ministerio dijo que el uso de equipos de protección se hizo de manera inapropiada, “por lo que, el modo de transmisión fue por contacto directo de este personal con las personas asiladas.” 

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El hospital rechaza esos cargos, pero dos exempleados dicen que fueron a trabajar con síntomas del virus. Juan trabajaba directamente con los pacientes geriátricos y pidió mantener su nombre real en reserva. Dice que el personal no tenía los implementos necesarios para atender a los pacientes. 

— Teníamos un par de guantes para atender varios pacientes, además eran guantes malos, se rompían enseguida. 

Con él, concuerda Mónica —cuyo nombre también es protegido— quien trabajó como auxiliar de enfermería hasta julio de 2020. Ella dice que para trabajar utilizaban mascarillas quirúrgicas y guantes, ningún traje especial, incluso después del brote cuyo primer caso se detectó el 23 de junio. Ese día, recuerda, mientras estaba de turno ayudando a un paciente a comer, el hombre estornudó sobre la cara y el pecho de Mónica. 

Ella se lavó las manos pero no se cambió la mascarilla y permaneció con el uniforme sobre el que el paciente había estornudado. Dos pruebas rápidas para este paciente habían dado positivo para covid-19 y estaban a la espera de hacerle una PCR que, posteriormente, confirmó el diagnóstico. Ella recuerda este hecho porque coincidió con el inicio de sus síntomas. Tenía fiebre y dolor del cuerpo. Cumplió su turno de 24 horas con mucho malestar. Al día siguiente, desde su casa, se hizo un análisis PCR que dio positivo y dejó de ir a trabajar. 

A Juan, otro exempleado, le pasó algo similar. Empezó a tener síntomas pero la médica ocupacional del hospital le diagnosticó que era faringitis. “Los síntomas no me pasaban con la medicación que me dieron. Mientras pasaban los días yo me sentía peor. Incluso, un día, en un turno, le dije a un residente: “revíseme, no sé qué me pasa, estoy con demasiado dolor”, dice Juan. Después de cerca de una semana así, finalmente le permitieron irse a su casa. 


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Eso fue el 27 de junio, cinco días después de que se identificara el primer caso. María Augusta Terán explica que, como parte del protocolo, el hospital, obligaba al personal a llenar una encuesta con una serie de preguntas que permitían identificar posibles síntomas. Juan dice que algunos de sus compañeros declararon tener algunos síntomas como tos, dolor del cuerpo e incluso fiebre, y  se les permitió seguir yendo a trabajar. “Después del primer caso, hicieron unas pruebas al personal pero nos dijeron que estábamos negativo. Para mí, el hospital no se tomó en serio porque ya había algunos compañeros con síntomas”, dice Juan. El hospital niega que se exigiera al personal con posibles síntomas que siguiera asistiendo. Dicen que había “estricta prohibición de llegar al lugar del trabajo con síntomas respiratorios”. 

También niega que faltaran implementos de protección para el personal médico. Terán asegura que el equipo se entregaba de acuerdo al riesgo, pero Mónica dice que varios de sus compañeros comentaban, entre ellos, su inconformidad por la falta de insumos. Dice que no tenían equipo especial a pesar de que trataban con pacientes que tosen o estornudan con frecuencia y que, además, por el tipo de labores que hacen como auxiliares —bañarlos, cambiarles el pañal o llevarlos al baño, darles de comer, entre otras— tienen una exposición permanente. “Sentíamos la obligación de reclamar por lo peligroso del virus, porque queríamos trajes especiales, pero no nos querían dar porque, según las autoridades, si los pacientes no tenían covid entonces para qué nos iban a dar”, dice Mónica. La doctora Terán, jefa tratante, lo niega. Dice que hubo personal que exigía un tipo de equipamiento que no iba acorde a sus actividades. Sí reconoce que tuvieron que devolver unas mascarillas que no daban protección adecuada. 

§

Ha pasado más de un mes y medio desde que se identificó el primer caso de covid-19 en el Hospital San Juan de Dios. Se infectaron 42 de los 93 pacientes geriátricos. Veinticinco. Varios de sus familiares insisten en pedir respuestas más claras sobre lo que pasó. 

Para hacer este reportaje, ocho familias aceptaron contar la experiencia que vivieron mientras sus seres queridos estaban en el hospital; algunos murieron, otros se recuperaron. Todos coinciden en que fue difícil conocer sobre el estado de salud de sus familiares. Dicen que no había respuesta a las llamadas al hospital y que la información que les entregaban era confusa. “Yo no sé desde cuándo mi papi estuvo contagiado. Apenas el día anterior a su muerte, una doctora me dijo que él estaba delicado, que estaba con oxígeno y que posiblemente era covid-19”, dice Lucy Sánchez, hija de Carlos Sánchez.

“Nosotros pedimos el 20 de junio por escrito un informe sobre la salud de mi abuelito y para saber el resultado del examen de covid-19, todo eso. Nos lo entregaron el 10 de julio, 4 días después de que falleció”, dice Gabriela Mancero, cuyo abuelo también murió con covid-19. El hospital acepta que “existe un problema de comunicación con ciertas familias” pero se justifica explicando que “es imposible, por ejemplo, dejar de hacer una terapia respiratoria para contestar la llamada de un familiar”, dice la doctora María Augusta Terán. ´

Las explicaciones aún no satisfacen a las familias, sobre todo a aquellas que perdieron a sus seres queridos y que aún intentan entender cómo el virus se propagó. El hospital tiene un asesor en epidemiología, Daniel Ruiz, que, dice en una entrevista por Zoom, está intentando encontrar esas causas. Por ahora, parece no tener respuestas definitivas. Salvo una: dice que considera poco probable que los contagios hayan sido provocados por los festejos de mayo y junio. 

La epidemióloga Valeria Torres explica que lo que se debió hacer, apenas se identificó el primer caso: intentar identificar el origen para poder hacer un cerco epidemiológico y evitar que se expanda. Para eso, era necesario hacer pruebas. “Eso es posible en mayor o menor grado, dependiendo de la cantidad de recursos disponibles”, dice Torres. La experta cree también que se puede tomar como ejemplo experiencias de otros países para evitar que los virus se propaguen en centros geriátricos, en donde la población es más vulnerable a sus efectos. “Hay casos en los que se encerraron totalmente así, el personal sanitario se quedó a vivir con ellos y solamente recibían insumos o alimentos a través de un proveedor que los llevaba”, dice Torres. En Madrid, la residencia Mirasierra Cercedilla tuvo cero contagios a pesar de ser la ciudad española más golpeada por el covid-19. 

Parte del personal de  Mirasierra Cercedilla  se mudó por completo para evitar entrar y salir, se prohibieron las visitas de familiares y no se organizaron festejos. Además, se estableció un sistema de información y llamadas para que los familiares estuvieran siempre al tanto de lo que ocurría con sus seres queridos. 

En Ecuador, los contagios en hospitales o residencias para personas de la tercera edad no se han podido evitar. En Pichincha, una de las provincias más golpeadas por el coronavirus, además del Hospital San Juan de Dios, hay seis centros para ancianos con brotes de covid-19, según el Ministerio de Salud. Uno de los más recientes se dio en el centro Más Vida, donde sus 23 residentes se contagiaron. La Defensoría del Pueblo también emitió un informe sobre las visitas hechas a seis centros de este tipo —uno de ellos es el Hospital San Juan de Dios—. En cinco hay contagios y muertes. 

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Después de ese último abrazo, Miguel Ángel Badillo, el nieto de Ángel Bonilla, recibió una urna con sus cenizas. Le quedan los recuerdos de su infancia, las historias que el abuelo le contaba sobre su época como cabo de la Fuerza Aérea, las temporadas que pasaba con él y sus primos, en la playa, cuando había vacaciones, el ahínco que le ponía en reparar aparatos dañados, el cariño con que siempre trataba a sus nietos. Como él, los otros 27 fallecidos en el Hospital San Juan de Dios, quedan ya solo en la memoria de sus seres queridos que esperan que el hospital pueda esclarecer las dudas sobre cómo, tras tres meses sin virus, este se propagó únicamente en el área geriátrica —quizá la de mayor riesgo. 

*Melisa Carranza colaboró con la realización de este reportaje. 


coronavirus en el Geriátrico en Quito