El Ministro de Salud del Ecuador insiste que en Quito la pandemia está “bajo control” y que en la capital “existe una cantidad adecuada de ventiladores”, y que, incluso, se habían enviado a otras ciudades. Eso, sin embargo, se contradecía con lo que, semanas antes, varios médicos de distintos hospitales públicos quiteños advertían: un sistema saturado, camas y personal insuficientes, agotamiento, falta de insumos y una cantidad de pacientes superior a la que podían atender. 

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Incluso se contradecía con sus propias declaraciones. En Televicentro dijo que no había colapso pero que las unidades de cuidados intensivos estaban llenas, “eso no se puede ocultar” y que había más pacientes en espera de atención en una Unidad de Cuidados Intensivos(UCI). 

Pocos días antes también había dicho que Quito estaba viviendo “el pico de la demanda de camas”, pues, según él, el pico de contagios en Quito se habría dado la última semana de abril. Sin embargo, al revisar los datos de mortalidad de abril y de junio, en Pichincha, el pico de muertes es mucho más alto en junio: 1851 personas fallecieron en Pichincha, según los datos del Registro Civil. En abril, esa cifra, en esa provincia, fue de 1284, es decir 567 personas menos que en junio. 

¿Con qué datos, entonces, puede afirmar el Ministro que el pico de contagios se dio la última semana de abril, si es que la mayor mortalidad se registra en junio y, según los datos disponibles, probablemente, aumente en julio? 

Unos días después, Zevallos volvió a entregar datos sin aclarar su origen. Dijo que el 45% de los quiteños ya se habría contagiado de covid-19. Nadie sabe de dónde sacó la cifra, nunca lo aclaró. Simplemente la dijo, como si olvidara que parte de ser funcionario público es dar explicaciones y contexto sobre el origen de los datos, aún más, cuando enfrentamos un virus desconocido. En el chat de prensa del Ministerio de Salud, muchos periodistas pedimos explicaciones pero no hubo respuesta de los funcionarios de la comunicación ministerial.

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Tampoco hubo respuesta hace dos meses, cuando, de un día al otro —entre el 7 y el 8 de mayo—, en las infografías que registran los casos confirmados de covid-19, desaparecieron 1480 casos confirmados. 

La explicación tardía se dio a través de un boletín. Supuestamente la reducción se dio porque cambiaron la forma de registrar los casos positivos. Según la información del MSP, hasta ese momento se estaba utilizando un número de serie para registrar los casos y eso produjo duplicaciones y hasta triplicaciones cuando a un mismo paciente se le hacía más de una prueba. 


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El cambio consistía en que, a partir de esa fecha, la contabilización se hacía con los números de cédula, únicos para cada persona. Esa explicación, como otras en los últimos meses, han llegado tarde —o no han llegado pues la vía de comunicación entre periodistas y el MSP ha sido deficiente. El grupo de Whatsapp en el que los periodistas podíamos pedir información se cerró definitivamente y en su lugar, se creó un chat unidireccional en Telegram, en el que solamente se recibe información sin la posibilidad de comunicarse con los funcionarios de comunicación. 

El cambio, en la forma, demuestra el poco interés que hay por parte del MSP para entablar una vía de comunicación eficiente con los periodistas pero en el fondo, da igual pues durante meses el chat que, supuestamente, debía funcionar para pedir respuestas rápidas —al ritmo de las publicaciones periodísticas— nunca funcionó bien. 

Los funcionarios rara vez respondían  y cuando lo hacían, era para pedir a los periodistas, burocráticamente, que enviásemos los pedidos por correo electrónico al director de comunicación, un puesto que en cinco meses —desde marzo hasta julio de 2020—, ha sido ejercido por cinco personas distintas.

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La mayoría, con una política similar: demoras en las respuestas, evasivas y silencios. Eso se mantuvo, incluso a pesar de que, en un conversatorio con periodistas, el Viceministro Xavier Solórzano se comprometió a mejorar los canales de comunicación. Jamás ocurrió. 

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Juan Carlos Zevallos, además, ha tenido que responder por presuntas irregularidades en la entrega de carnets de discapacidad. En una desatinada entrevista al respecto dijo, por ejemplo, que hay casos de varios futbolistas que tienen ese tipo de carnets y que “será por eso que no metemos goles”. 

Su pésimo sentido del humor apela a una salida fácil —nuevamente— que evita que tome responsabilidad sobre aquello que le compete como Ministro de Salud. Lo mismo que ha ocurrido en su discurso sobre la pandemia y la crisis sanitaria que ha desnudado un sistema hospitalario y sanitario sumamente deficiente. 

En una entrevista del 13 de julio dijo que aunque no hay camas de cuidados intensivos, las personas sí serán atendidas en las áreas que se han adaptado en los hospitales y citó el Iess Sur, el Eugenio Espejo, el Hospital Docente de Calderón y Pablo Arturo Suárez. “Son adaptaciones a las salas de emergencia”. Repitió, con el poco tino que lo caracteriza, lo que en muchas otras entrevistas ya ha dicho, que en Quito la mortalidad es ocho veces menor que en Guayaquil.

Cuando la periodista Tania Tinoco le hizo notar que era “gravísimo” que no exista una sola cama de cuidados intensivos, él respondió minimizando la situación. “No quiero que haya drama, quisiera dar a la ciudadanía la certeza de que los pacientes están siendo atendidos”, le dijo a Tinoco en Ecuavisa. Pero, aunque Zevallos no quiera, el drama ya está ahí. 

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Repetir que todo está controlado no hace que, en efecto, esté controlado. La letalidad del virus es algo de lo que no podemos escapar en un porcentaje determinado, y la alta ocupación de las camas de cuidados intensivos quizá sea parte de la nueva normalidad en la que vivimos. Lo que no es parte de ella, ni  podrá serlo nunca, serán las contradicciones, las cifras sin fuentes claras y un cierto desdén al referirse a la tragedia que miles de familias están viviendo en el país.