Hace un año lanzamos Seremos Las Últimas, una iniciativa creada por nosotras, las sobrevivientes de violencia sexual vivida en el Gimnasio Ecuador, por nuestras familias, amigos y amigas. La campaña fue posible por los esfuerzos de todas durante casi un año y medio para buscar justicia y reparación. En este país donde la justicia nunca llega o tarda demasiado, un año podría parecer poco tiempo. Pero ha sido un camino largo. Hubo momentos de miedo y dudas, de profunda angustia, de prepararnos para los peores escenarios. Pero hubo también fortalecimiento y acompañamiento colectivo que nos ayudaron a estar dispuestas a dar nuestra voz, poner nuestro rostro y lo que hiciera falta para romper el silencio, y evitar que más niñas sean agredidas sexualmente por Alcides P.
En el proceso, entendimos que la campaña debía ir más allá de las dolorosas experiencias que nos habían unido, y esa idea se convirtió en el motor de nuestras acciones. Seremos Las Últimas debía ser una lucha por el fin de la violencia sexual contra las niñas y niños, y todo aquello que permite que estos casos queden sumidos en el silencio y la impunidad. En este camino nos encontramos con el compromiso de organizaciones feministas, ecologistas, animalistas, sociales. Además tuvimos el apoyo de Surkuna que, más allá de su experiencia en el tema, nos proporcionó herramientas para crear, lanzar y sostener este proceso.
Pero más allá de estas acciones tangibles, es necesario también hablar desde el sentir. Algunas de nosotras teníamos experiencia en el activismo, algunas incluso habíamos trabajado de cerca durante mucho tiempo con casos de violencia de género. Aún así esta campaña fue una experiencia totalmente distinta porque esta vez fue algo profundamente personal. Realizar el material de la campaña —como afiches, mensajes para difundir— significaba leer y releer los momentos de terror vividos por personas que amamos. Convertirnos en voceras y voceros implicó trabajar nuestro sentimiento de culpa para entender que el único culpable es el agresor. Que los padres debíamos dejar de sentir culpa cuando nos preguntaban ¿dónde estaban al momento de las agresiones sexuales? o las sobrevivientes cuando nos cuestionaban ¿por qué no hablaron antes? Esas emociones complejas quedaban a un lado cuando lo que más nos movilizaba era poder encontrarnos con otras sobrevivientes, con otras familias, y buscar justicia y reparación. Nos movilizaba la idea de cerrar el gimnasio y evitar que otras niñas vivan lo que nosotras. Nuestra determinación fue más fuerte que el miedo o las dudas y por eso nos dispusimos a luchar.
Luego de lanzar la campaña, varias mujeres pudieron reconocerse en los testimonios publicados. A algunas les sirvió para sanar, a otras para darles el impulso para buscar justicia. La campaña también nos permitió cerrar el Gimnasio Club Ecuador que llevaba 30 años funcionando donde aún asistían niñas que estaban expuestas a una posible agresión, física, psicológica y sexual. Un año después, este lugar sigue cerrado y las medidas tomadas por la Junta de Protección de Derechos La Delicia se han convertido en un antecedente de acción de la autoridades para prevenir y reparar a víctimas de violencia sexual en espacios extracurriculares. Ha sido un año en el que hablar de violencia sexual pasó de ser un miedo para convertirse en la posibilidad de prevenir nuevos casos y cambiar una sociedad que se niega a actuar más allá de la sorpresa y el horror momentáneos.
La violencia sexual es algo de lo que no se habla. Es una sombra que está en todas partes pero nadie quiere ponerle un nombre, ni darle una forma. Eso impide que quienes hemos sido agredidas sexualemente, podamos detectarlo, frenarlo o denunciarlo en su momento, mucho menos si la violencia sexual pasó en la infancia.
Por eso, todo el proceso de Seremos las Últimas, fue la posibilidad de acompañarnos para visibilizar lo invisible. Significó sacar a esa sombra del anonimato y revisar todas las prácticas individuales y colectivas que han ayudado a que el abuso sexual siga oculto. La campaña nos permitió estar dispuestas a escuchar todo lo que ese silencio ha provocado en la vida de quienes amamos. Aprendimos, como sobrevivientes y acompañantes, que lo más valioso que podemos ofrecer a esta lucha cotidiana son nuestras experiencias. Romper el silencio es difícil y doloroso pero también es necesario para empezar a sanar, por eso escuchar y creer es tan importante. También nos dimos cuenta que el acompañamiento no es de una sola vía sino que es un proceso colectivo que pone en el centro a las sobrevivientes y su proceso de sanación, y que entiende que cada una necesitará cosas diferentes. Para unas la justicia viene de un proceso penal, y para otras de una denuncia pública. Y muchas seguramente entienden su reparación de situaciones alejadas a estas dos opciones.
Acompañar es estar presente, generar lazos de confianza, tener empatía, aquello que viene del amor que le tienes a tu ser querido.
Las hermanas , hermanos, padres y madres, las amigas y amigos de las sobrevivientes que hemos acompañado este proceso aprendimos muchas cosas y queremos compartirlas para quienes quieran y necesiten escucharlas:
Óscar Altamirano, hermano de Stephanie
“Con el tiempo entendí de qué manera puedo apoyarle, por ejemplo, preguntarle a mi hermana cómo está con respecto a la campaña, un ‘yo sí te creo ñaña’, preguntarle si tal vez está durmiendo bien o darle un abrazo sincero ya que a ella no le gustan los abrazos. Aprendí que su felicidad sigue intacta, eso es algo que el agresor nunca pudo arrebatarle, entendí que con ira no se pueden resolver las cosas por más justas que parezcan, entendí que una lucha social se la gana en las calles, no en los tribunales y que el apoyo de la familia es importante para nuestra lucha.”
Sofia Torres, hermana Salomé
“Hay una cosa que sí he aprendido de este proceso y es que las familias tienen el derecho de sentirse perdidas, indignadas, dolidas, tristes, y hasta agotadas. Entendí que el hecho de que mi hermana, la persona que me es más cercana en la vida, haya sido violentada de esa forma me afectó mucho y a pesar de saber que necesitaba amarla y estar siempre presente para ella, también estaba bien tener un espacio para mis emociones. Acompañar es necesario pero también es complejo, no se puede sacrificar la salud mental por acompañar, está bien aceptar nuestros límites para alimentar una relación sana, está bien pedir ayuda y aceptar que no se puede solucionar todo.”
Amigo acompañante
“Estoy más consciente que nunca de la importancia que tienen los caminos de búsqueda de justicia (no solo de forma legal, sino en todas las dimensiones que pueda existir), ya que no puedo evitar pensar en que existen tantos y tantos casos que hasta se llega a pensar que se debería aprender a vivir con esa realidad. Por lo mismo pienso que si no se hace algo al respecto es aceptar que no es posible condiciones de vida digna y sana para las niñas.”
Ximena Caiza, madre de Salomé
“Hace un año lo que más sentía era miedo porque la situación, el proceso y sus consecuencias eran desconocidas, pero la preparación que tuvimos en nuestro grupo y junto con Surkuna fue un proceso de empoderamiento para buscar justicia. Me di cuenta que preparar la campaña era hacer algo positivo para las víctimas de violencia sexual infantil y eso me dio valor. Lo más importante es creerle y mostrar apoyo incondicional. Luego también es importante buscar ayuda porque es una situación que muy difícilmente se puede enfrentar en soledad”
Óscar Altamirano – padre de Stephanie
“En lo personal ha sido de mucha ayuda el acompañamiento profesional, así como el de otras familias que han vivido experiencias similares, con quienes hemos compartido vivencias, sentires, experiencias e historias relativas a nuestras hijas, quienes fueron víctimas de abuso sexual y/o violación. Esto nos ha permitido acercarnos más a nuestras hijas, curarnos en nuestro interior, trabajar por otras mujeres que están aún sufriendo porque no tienen dónde acudir. Considero que podemos hacer mucho más por estas personas que están atravesando casos similares ya sea en el mismo centro de formación extra curricular o en otros lugares. Ahora veo y entiendo que la reparación que busco para mi hija, para mi familia y para mí mismo, no sólo se encuentra en la administración de justicia; sino también en la sociedad y en el Estado, exigiendo que se dicten políticas y leyes que protejan a las más pequeñas”
Rubi Torres, papá de Salomé
“Salomé y Stephy demostraron ser unas guerreras poderosas. Se habían encontrado en el dolor y con el fundamental apoyo de Surkuna crearon el proyecto Seremos Las Últimas. Querían poner en evidencia ante la sociedad al agresor, animar a más víctimas de este agresor a romper el silencio y alertar a todos los padres de la ciudad y del país sobre lo cerca que están los agresores de niños y niñas. Las acciones de la campaña consiguieron que durante este último año no exista posibilidad de que otra niña pueda ser atacada por el pederasta en ese sitio. La Junta Metropolitana de Protección de Derechos de Niñez y Adolescencia ordenó el cierre del gimnasio Ecuador. La Fiscalía recibió los testimonios de víctimas y padres y los procesos judiciales están en marcha. ¡Rompimos el silencio! ¡Castigaremos al agresor! ¡No protegeremos la insignificante vejez de Alcides P.! ¡Alertaremos a los padres y madres sobre el peligro que corren sus hijos e hijas en estos lugares!”
Amigo acompañante
“En mi caso, tuve la dolorosa tarea de leer de primera mano los primeros testimonios, con la tarea de llevarlo hacia un guión del primer video que tuvimos que hacer. Escuchar las palabras de ambas me estremeció, me dejó sin suelo por varios momentos, tuve la frustración, indignación y odio como espejo, pude resistir y también transformar esas emociones en ideas y deseos de justicia. Sé que haber hecho ese guión me cambió para siempre la manera de entender cómo atraviesa la violencia sexual a una niña. El empoderamiento lo sentí a partir de la unión con otras personas, sentirme invitado a participar de todas estas acciones que se iban a poner en marcha para conseguir justicia. Me levantó el ánimo y sentí un empuje positivo a mi autoestima ya que sentí que tenía la capacidad de aportar para romper un círculo de violencia inmenso.”
Katy, amiga acompañante
“Este no es un camino muy fácil. Se encontrarán con barreras que las sociedades nos imponen, habrá días que solo querrán que todo haya terminado pero frente a todo eso lo único que les puedo decir es que no saben lo mucho que sus vidas cambiarán para bien, que su compañía y perseverancia lograrán que se sanen muchas heridas, que la compañía es un acto sumamente sanador para muchas sobrevivientes de violencia sexual y que juntas pueden lograr muchas cosas. Yo creería que esto que ha logrado Seremos Las Ultimas no hubiera sido posible al menos no en un plazo tan corto si no estuviera compuesto y apoyado por varias personas, esa también ha sido su fortaleza que ha podido trabajar conjuntamente de formas respetuosas entre todas y si este grupo de sobrevivientes, familiares, amigas lo ha logrado estoy segura que es una posibilidad para que más gente pueda acompañar y luchar tanto por las sobrevivientes como por un mundo libre de violencias”
Mary Herrera, madre de Stephanie
“En todo este año, he aprendido que él no callar, el creer en mi hija, y estar acompañándola y ser incondicional como familia, y sobre todo estar involucrada directamente en todo este proceso es una forma de reparación tanto para ella como para nosotros, nos une más como familia y le permite a mi hija tener confianza y seguridad en su familia. La participación directa e incondicional de las familias en todo el proceso al que tienen que enfrentarse nuestras hijas, es vital para que encuentren la fuerza necesaria para seguir con todo lo que implica denunciar las violaciones a las que fueron sometidas. Solo estando siempre con ellas, haciendo la lucha de nuestras hijas la nuestra, como familia, podremos encontrar justicia y sobre todo ayudar a que nuestras valientes y guerreras hijas encuentren reparación en sus vidas y puedan continuar más libres y apoyadas.”
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Andrea Altamirano, hermana de Stephanie
“Todo cambió para mí, el dolor se convirtió en coraje, la campaña una bandera de lucha y la historia de las sobrevivientes la fuerza. Por primera vez logré compartir mi dolor, sentí que mi historia generaba empatía y las personas se unían a nuestra lucha, nos dimos cuenta que el miedo que sentíamos se convirtió en fuerza, coraje y lucha. Lo más importante vino después y pues muchas personas me escribieron: “gracias por avisarnos mi hija asistió a un vacacional en ese gimnasio y gracias a ustedes jamás volverá”, “gracias por lo que hacen por las niñas”. Entendí que a pesar del dolor, vale absolutamente la pena este proceso porque estamos apoyando a prevenir que más niñas no vivan violencia sexual nunca más.”