Hay días en los que Daniel* se levanta con lo que él describe como una “tristeza paralizante”. En otras ocasiones, se siente apático y desanimado, y no puede iniciar su día. Daniel es un hombre alto, joven y guapo que trabaja todos los días y se reúne con sus amigos y conocidos los fines de semana. Daniel sufre de ansiedad y depresión. Son “enfermedades silenciosas”, dice. Por eso, en su experiencia, las personas cercanas a él “no las entienden”. Aunque durante años fue ignorada por los programas de salud pública, las investigaciones de las últimas décadas han revelado por qué es importante la salud mental. Las cifras de organismos internacionales y locales demuestran cómo estos trastornos silentes tienen un impacto mucho mayor en nuestras vidas de lo que pensábamos. 

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La salud mental es fundamental para “nuestra capacidad colectiva e individual de pensar, manifestar sentimientos, interactuar con los demás, trabajar y disfrutar de la vida”, dice la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hay motivos sociales, psicológicos y biológicos que pueden afectarla. Entre ellos, las presiones socioeconómicas, la pobreza o el bajo nivel educativo, un trabajo estresantes, sufrir discriminación de género, mala salud física, violencia y violación de derechos humanos. Los problemas de salud mental se determinan, también, por factores genéticos que producen desequilibrios bioquímicos en el cerebro.  

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¿Cuáles son los trastornos más comunes?

Las enfermedades mentales más comunes son la depresión y la ansiedad. La Organización Panamericana de la Salud (PAHO) calcula que cuatro de cada cien personas en el mundo sufre de un trastorno depresivo y tres de cada cien, uno de ansiedad. 

Las consecuencias son preocupantes. La Organización Mundial de la Salud ha clasificado a la depresión como el principal trastorno discapacitante a nivel mundial. Es la principal causa de suicidio. En Ecuador, según Juan Sánchez, gerente del proyecto de Salud Mental del Ministerio de Salud, el 30% de las personas que se han autolesionado o suicidado tenía un antecedente relacionado a la depresión. Según la PAHO y la OMS, en el Ecuador treinta de cada cien personas sufren algún problema de salud mental —el mismo porcentaje que Estados Unidos. El más común en el país es la depresión (ocho de cada cien) seguido por la ansiedad (cinco de cada cien). 

¿Qué son la depresión y la ansiedad?

Los trastornos depresivos, según la Organización Panamericana de la Salud (PAHO), se caracterizan por sentimientos de tristeza, de culpa, pérdida de interés o de placer, o autoestima baja, alteraciones del sueño o del apetito, fatiga y falta de concentración. La depresión puede ser duradera o recurrente — por ejemplo la distimia (un tipo de trastorno depresivo) es duradera: un sentimiento leve de depresión pero que está siempre presente. En cambio las crisis depresivas pueden ser recurrentes: la persona está un tiempo bien y luego vuelve a deprimirse. La enfermedad deteriora sustancialmente la capacidad de la persona de trabajar o estudiar, o de llevar su vida cotidiana. En su forma más severa, puede conducir al suicidio.

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Dependiendo del número y gravedad de los síntomas, un episodio depresivo se clasifica como leve, moderado o severo. El episodio depresivo mayor es la forma más severa. Sus síntomas son ánimo deprimido, pérdida de interés y de la capacidad de disfrutar y la disminución de la energía. La distimia es una forma persistente o crónica de depresión leve. Los síntomas de la distimia son similares a los de un episodio depresivo pero tienden a ser menos intensos y más duraderos. 

Los trastornos de ansiedad se caracterizan por sentimientos de inquietud, intensa excitación, extrema inseguridad, angustia y temor. Quienes ansiedad generalizada, sufren preocupación constante, inquietud y tiene problemas para concentrarse. Es un trastorno constante y agudo que interfiere en las actividades cotidianas. La angustia se manifiesta en crisis repetidas (ataques de pánico) acompañadas de miedos ante futuros ataques o de cambios de conducta. La ansiedad fóbica es un miedo excesivo, irracional y persistente a un objeto, actividad o situación que termina en ataques de pánico. 

También existe la ansiedad social. Se presenta cuando las interacciones sociales cotidianas generan un miedo excesivo a situaciones donde la persona puede ser juzgada, pasar vergüenza o sufrir una humillación u ofender a alguien. El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) se caracteriza por los pensamientos irracionales y temores (obsesiones) que provocan comportamientos compulsivos. Por ejemplo, la obsesión y el miedo a los gérmenes o la necesidad de organizar ciertos objetos de una manera específica. El trastorno de estrés postraumático (TEPT) son crisis nerviosas que se producen cuando un estímulo hace que una persona recuerde un evento traumático, desarrollando el mismo estrés, dolor o angustia que sintió en ese momento. 

Al igual que la depresión, los síntomas pueden ir de leves a severos. La duración de los síntomas que presentan habitualmente las personas con ansiedad los convierte en, más que episódicos, crónicos porque les impide cumplir con sus responsabilidades diarias.

Por décadas, la salud mental voló debajo de los radares médicos. Pero eso está cambiando: la Organización Panamericana de la Salud (PAHO) dice que las enfermedades mentales —como la depresión y la ansiedad— son, cada vez más, una prioridad mundial. “Son un problema de salud pública en crecimiento”, dice Juan Sánchez, gerente del proyecto de Salud Mental del Ministerio de Salud del Ecuador. Para tratarla como un problema de salud pública, la OMS creó el Plan de Acción integral sobre Salud Mental para 2013-2020. El plan promoverá la salud mental, la prevención de trastornos mentales, la atención médica, y a mejorar la recuperación, promover los derechos humanos y reducir la mortalidad, morbilidad y discapacidad de personas con trastornos mentales. 

Los trastornos mentales no te convierten en “loco”

La locura fue, durante siglos, parte del vocabulario médico, pero el término ha quedado para simple coloquialidad. Los “locos” eran estigmatizados, recluidos y negados. El tratamiento de su salud mental llegó, en cierto casos, a la tortura. En la Edad Media era considerada una posesión diabólica. Esa caracterización de los trastornos de la salud mental como algo malvado o demoníaco los convirtió en un tabú.  Michel Foucault describió en su Historia de la Locura (1961) las atraocidades a las que eran sometidos los internos de los manicomios, una suerte de prisión donde, supuestamente, se trataban a los pacientes con trastornos de salud mental. 

En el hospital de Charenton de París hay registros de personas atadas por largo tiempo. Otros eran golpeados, bañados en agua helada o sus cabezas sumergidas en una bañera. Pasaría más de un siglo hasta que la salud mental empezó a ser tratada con métodos científicos, y vista como una enfermedad y no una maldición.  Sánchez explica que se debe “aceptar que los problemas de salud mental no son igual a locura, a discapacidad” y que todos podemos padecerlos. 

A pesar de que los problemas de salud mental que más se caracterizan en la cultura popular son los más graves, según la PAHO, la esquizofrenia, el trastorno bipolar, el autismo y otros, no representan ni el uno por ciento de la población que padece problemas de salud mental. Son los trastornos más silenciosos, como dice Daniel, los que afectan a muchas más personas. 

La brecha entre las representaciones y la realidad ha generado unapercepción distorsionada sobre la  salud mental. La American Psychological Association (APA) dice que es un problema. La Asociación pone un ejemplo didáctico: si un joven se rompiera una pierna o tuviera neumonía, buscaría tratamiento. Sin embargo, los jóvenes con problemas de salud mental piensan en cómo reaccionarán los demás, y que la enfermedad es algo de lo que deben avergonzarse. “Esa manera de pensar impide que los afectados obtengan la ayuda que necesitan” dice la APA. 

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El éxito no tiene nada que ver con una buena (o mala) salud mental 

Estar deprimido o tener ansiedad —o cualquier otro tipo de problema de salud mental— no es lo mismo que estar triste, estresado o asustado. Esos son sentimientos que cualquiera puede experimentar ocasionalmente en su vida —las enfermedades mentales son mucho más severas, profundas y crónicas.  

Cuando el célebre chef Anthony Anthony Bourdain se suicidó, en 2018, muchos se preguntaron cómo un hombre tan exitoso, un viajero sibarita, podía quitarse la vida. La psicóloga clínica Patricia Aguirre, explica que “el suicidio no es un tema que está dado desde el éxito o no éxito de las personas sino desde la psicopatología que podemos tener todos los seres humanos”. Dice que detrás de cada suicidio hay una enfermedad mental. Aguirre dice que todas las personas proyectamos una imagen. “Cuando no hay una coherencia entre la imagen que quiero proyectar y lo que yo soy, evidentemente hay una descompensación”, dice. El éxito, el dinero o la fama no garantizan una buena salud mental. El problema de creer que el éxito, los placeres o el reconocimiento social equivalen a una mente saludable es que hace que ignoremos síntomas, señales de auxilio, o alertas hasta cuando es demasiado tarde. 

Hay que estar atentos a las señales

Algunas de las señales son encontrar poco o ningún placer en la vida, sentirse inútil o sumamente culpable, llorar mucho sin ningún motivo en particular.

También algunos síntomas son aislarse, experimentar ansiedad grave, pánico o miedo, tener grandes cambios en el estado de ánimo, experimentar un cambio en la alimentación o en el sueño.

Las personas con trastornos mentales suelen tener muy poca energía, pierden el interés en los pasatiempos y las actividades placenteras, y suelen tener problemas para concentrarse. También se irritan o se enojan con facilidad.

Otros síntomas son experimentar un ritmo acelerado de pensamientos o agitación, escuchar voces o ver imágenes que otras personas no escuchan o ven, creer que los demás se confabulan en su contra y querer hacerse daño o querer hacérselo a alguien más.

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