La llamada fiesta de revelación de género —en la que se da a conocer el sexo de un bebé— ha existido casi tanto tiempo como Instagram y ambos se han salido de control casi a la misma velocidad. Las revelaciones del sexo de un bebé ahora preceden o incluso remplazan la fiesta de nacimiento o baby shower tradicional; son la ocasión en que los orgullosos padres conocen por primera vez el sexo del invitado de honor que está por nacer. Hasta hace poco, los futuros padres recibían esta información sin mucha fanfarria durante una ecografía de rutina o tal vez por teléfono, cuando un médico llamaba para darles los resultados de la amniocentesis.

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Pero, desde hace una década, la gente comenzó a darles los resultados, sellados, a panaderos complacientes que horneaban pasteles rosados o azules según la información; ocultaban el color con un glaseado neutro y luego entregaban las tortas para que los padres las partieran en una fiesta frente a amigos y familiares. La “revelación” permitía a los padres sorprenderse en público, guardar el momento para la posteridad y compartirlo a través de redes sociales para que sus amigos y familiares supieran qué normas y limitaciones de género debían empezar a imponer sobre el feto.

La felicidad para fines performativos en redes sociales es alimentada, por supuesto, por el deseo de superar al prójimo. Aunque la revelación del sexo con una torta parecía ser algo muy extravagante al principio, rápidamente se convirtió en algo común. Y así las revelaciones comenzaron a subir de nivel: se volvieron hazañas dramáticas, con accesorios extravagantes y exhibiciones pirotécnicas, como un espectáculo de medio tiempo en el Superbowl sobre las expectativas para algún sexo y género.

No sorprende, entonces, que estas acrobacias se vuelvan todavía más virales cuando salen espectacularmente mal. El ejemplo más reciente fue con un vehículo negro que iba lento sobre una autopista rural en la Costa Dorada de Australia para emitir nubes ondulantes de humo azul claro. Unas personas iban trotando al lado del automóvil para grabar video con su teléfono; un dron estaba flotando en el aire para el registro oficial del momento. El video muestra cómo el auto, cuando parece que va a dar una serie de giros para celebrar, estalla en llamas. Se ve cómo las personas que estaban cerca comienzan a correr asustadas. El conductor, que después fue condenado por conducir de manera imprudente, sale del auto y huye. Hasta el dron alza su vuelo y se aleja.

La revelación de sexo con el humo que sale de los neumáticos al frenar aparentemente es popular en Australia; en 2018, otro automóvil estalló en llamas mientras anunciaba que el bebé sería una niña. Tales revelaciones del sexo de un bebé juegan con fuego… literalmente. En lo que sin duda es la revelación más infame de todos los tiempos, un agente de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza estadounidense (CBP) desató un incendio forestal de 19.000 hectáreas en Arizona al usar explosivos codificados por colores, lo que causó más de 8 millones de dólares en daños y convirtió un intrascendente momento privado en una catástrofe pública. El agente se declaró culpable y acordó pagar 220.000 dólares como compensación, así como protagonizar un mensaje de información preventiva de parte del Servicio Forestal de Estados Unidos.

La revelación del sexo de un bebé está en su fase barroca. Las redes sociales hacen que los hitos personales, como un embarazo, queden en el ámbito público, lo cual empuja a las personas a celebrarlos con anuncios cada vez más elaborados. También las propuestas de matrimonio y las bodas han devenido en espectáculos performativos. Curiosamente, el lenguaje visual de la revelación de género imita el drama intensificado de los finales de los programas de reality shows, como si hubiera dos géneros que compiten por nacer, pero solo uno será revelado como America’s Next Top Baby.

La fiesta de nacimiento o de bienvenida del bebé es, tradicionalmente, un espacio femenino. Ahora que los padres varones participan en la crianza de maneras en que no lo hacían ni siquiera hace unas décadas, es natural que ellos también sean incluidos en estos rituales prenatales. Para algunos, evidentemente, esto requiere remplazar los juegos típicos de dichos eventos con algo más agresivamente masculino; la revelación del sexo de un bebé ahora es como un baby shower con escenas que pretenden ser de películas de acción.

Tal vez has visto aquella donde una pelota de béisbol llena de polvo azul golpea al abuelo en la cabeza. O aquella en la que un paracaidista aterriza en un anillo de humo rosa. O la del domador de caimanes que hace que un caimán muerda un globo lleno de humo rosa. Incluso el viejo uso de los colores rosa y azul ha dado paso a signos de género amplificados y a temáticas extrañas y espeluznantes, como “¿Rifles o rulos?” y “¿Pistolas o escarcha?”

La desagradable creencia detrás del “¿Pistolas o escarcha?”, obviamente, es que el género es destino, que saber esta sola cosa sobre un feto responderá casi todas las otras preguntas que puedas tener sobre el hijo que vas a criar. Tal vez la gente le da tanta importancia a esta revelación porque, hasta ese momento, su hijo sigue siendo una idea, una abstracción sin forma. En el instante en que se asigna un sexo, se forma una imagen de una persona que, ante todo, enfrenta las características atribuidas a su género. El anuncio es una luz verde para empezar a añadirle capas de significantes a la persona por nacer: planear atuendos y decorar habitaciones, imaginar rituales de unión, proyectar tus propias inseguridades y anhelos incumplidos.

Es una fiesta sorpresa diseñada para eliminar sorpresas, para establecer expectativas, suposiciones y límites; para crear una especie de certeza reductora donde antes no había nada más que incertidumbre. Por su propia naturaleza, allana el terreno para el fracaso.

Que ese fracaso termine en un vehículo en llamas no debería ser gracioso, pero a juzgar por los comentarios en el video de Australia, claramente lo es. El atractivo de los videos de revelaciones de sexo desastrosas está arraigado en el desprecio: es un sistema que nos da schadenfreude (gozo por el sufrimiento ajeno), cual pornografía basada en sentir que le llegó el merecido a alguien por extralimitarse ante los demás. Cada video se origina como una producción casera que documenta un momento de gran importancia para un puñado de personas. Le han dedicado un gran cuidado y una planificación elaborada, además de mucha pompa y circunstancia, a anunciar la primera cosa que la mayoría de los padres saben con certeza sobre el bebé que esperan, junto con todo el bagaje cultural que pesará sobre la criatura. Y cuando todo sale mal, exhibe un momento sorprendentemente íntimo de incertidumbre y disonancia cognitiva: justo el tipo de ansiedad y falta de control que las acrobacias para revelar el sexo del feto están diseñadas para disipar.

Es como el dicho de cómo hacer reír a Dios: solo dile tus planes. Cualquiera que haya notado que el mundo no se divide, de manera ordenada y cómoda, en pistolas y vaselina o en goles y tutús sabrá que todo este ritual está configurado, como una torre de Jenga, para caerse. Un buen video de un auto en llamas es catártico porque pasa directamente al revés: no hay que esperar diez o veinte años para ver cómo el humo de color disipado deja a su paso a individuos humanos desordenados, llenos de sorpresas y contradicciones, en lugar de símbolos osificados de masculinidad y feminidad. Una revelación de sexo desastrosa representa todo esto en menos de un minuto, con toda la genialidad de una película de desastres de la década de los setenta, en la que Dios, o la física, castiga un tipo particular de exceso de confianza.

Pensándolo bien, estas podrían ser las películas de desastres de nuestro tiempo. Tienen todos los componentes necesarios: locura humana, arrogancia, estereotipos, llamas. Cuando haces clic felizmente para ver el último fracaso de alguien que quería revelar el sexo y género de su bebé, lo observas para sentir la satisfacción de ver una certeza que se derrumba. No lo hace de manera majestuosa en la pantalla grande, con sonido envolvente y en el transcurso de tres horas, sino en una pantalla pequeña, con un elenco de diez personas y en el transcurso de un instante calamitoso.


©The New York Times 2019