“La era de la religión organizada
controlando todos los aspectos de la vida
ha llegado a su fin. Ninguna religión en
particular tiene todas las respuestas”
Morihei Ueshiba, El Arte de la Paz
Los asistentes de las marchas del 14 de octubre en algunas ciudades del Ecuador vestían ropa blanca pero cargaban un mensaje que no se podía esconder detrás del color de “la inocencia de las consignas religiosas pacíficas”. La multitud congregada por los voceros de la fe católica y evangélica marchó en contra de una ley que busca proteger a la mujer pero que, según ellos, puede destruir a la familia y distorsionar la mente de los niños. Para defender a esa “familia tradicional” usaron mensajes que fueron considerados de odio y discriminación hacia la comunidad LGBTI y hacia quienes piensan diferente a ellos. La primera pregunta es si esta marcha en contra de la inclusión de la identidad de género en la educación y en contra del derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo es libertad de expresión. Y la segunda es si la libertad de expresión aplica cuando se convoca una marcha —vía redes sociales— con mensajes discriminatorios.
La plataforma de convocatoria para esta y otras marchas con discursos discriminatorios fueron las redes sociales, especialmente Twitter, que como bien lo escribe Mike Monteiro se ha transformado en una incubadora de violencia, una herramienta útil para el resurgimiento del racismo, del fascismo y del nazismo. El ejemplo clásico que usa Monteiro es la estrategia de Donald Trump para llegar a la presidencia de los Estados Unidos. Usó la táctica más simple de todas: el racismo. Y empezó a escribir de manera tendenciosa y maligna en contra de otros grupos étnicos y sociales culpándolos de la decadencia en Estados Unidos. Desde que se sumó a Twitter en 2009, Trump empezó a acumular seguidores; ahora es presidente de su país y él lo agradece a las redes sociales. Monteiro ha reclamado varias veces al CEO de Twitter para que detenga el discurso de odio de Trump. No ha tenido éxito y al parecer en esta red social los derechos se ejercen al revés: mujeres y académicos son censurados mientras acosadores sexuales, nazis y extremistas siguen lanzando sus misivas con total impunidad como comenta el CEO de Vizlegal, Gavin Sheridan.
Esto no parece justo y parecería que la libertad de expresión es indisoluble y no importa si aquellos a los que se permite hablar son nazis, extremistas religiosos o abusadores de mujeres.
Otro ejemplo que demuestra cómo el odio se disfraza de libertad de expresión es el supremacista blanco y nazi confeso, Richard Spencer, quien cuenta con apertura en medios, redes y ahora universidades. Su lobby alt-right —una versión moderna del conservadurismo extremo, pero con un nombre nuevo que trata de desligarse de las aberraciones del pasado— genera conflictos y cada vez aumenta el nivel de violencia por donde quiera que va con su campaña de limpieza racial. El 20 de octubre, Spencer, pese al rechazo y las protestas en su contra (y gracias a la libertad de expresión), logró obtener un espacio dentro de la Universidad de Florida. La institución tuvo que invertir 500 mil dólares para la seguridad del evento (que podría haber sido cancelado). El encuentro concluyó con nazis golpeados, white supremacists rociados con gas, y con tres fanáticos seguidores de Spencer disparando a quienes protestaban en contra de la ideología nazi. Y eso que esta vez nadie murió como en su anterior presentación en Charlotesville, Virginia, donde tres fallecieron.
Permitirle al fascismo opinar y desperdigar sus teorías es libertad de expresión pero también es un crimen (o la antesala de un crimen). La relación entre los grupos religiosos y el fundamentalismo ha sido mencionada como una preocupación por las Naciones Unidas. Un informe de julio 2017 sobre derechos culturales hace un llamado para dar una respuesta urgente a la ola de fundamentalismo y extremismo en el mundo. Ambos, según el informe, representan las principales amenazas contra el sistema de derechos humanos, especialmente los de la comunidad LGBTI. El término fundamentalismo, en este caso, es usado para referirse a grupos cuyo postulado central es el rechazo a la igualdad y la universalidad de los derechos humanos.
Cuando se les da espacio a los fundamentalistas casi siempre las cosas acaban mal. En la Feria del Libro de Frankfurt, Alemania, a mediados de octubre, los organizadores —basados en el mismo concepto de la libertad de expresión— tuvieron la idea de permitir que los editorialistas nazis estén presentes. Todo acabó en conflicto. Lastimosamente, en Alemania, después de sesenta años la extrema derecha ganó elecciones y al igual que con los conservadores republicanos en los Estados Unidos, la ultra-derecha, celebra este tipo de espaldarazos políticos, que proveen las herramientas para evitar la emancipación de grupos vulnerables. En los 40 y 50, durante la guerra fría, los liberales norteamericanos silenciaron a los movimientos comunistas retirando su derecho a la libertad de expresión e incluyéndolos en listas negras y en sumarios ilegales, cerrando todo tipo de evento y participación política aduciendo que si los comunistas llegasen al poder, negarían aún más y despiadadamente la libertad de expresión. Esto dio paso a la cacería de brujas del Macarthismo.
Actualmente, en Estados Unidos bajo el paraguas de la Libertad de Expresión, se permite a racistas, nazis y demás dar discursos y organizar marchas sin ninguna censura mientras que a académicos que critican esos discursos se los censura y se los amenaza con expulsar de su trabajo en Universidades. El Papa Francisco ha tenido posiciones contradictorias sobre dicha libertad, después de los ataques a Charlie Hebdo en 2015, dijo que: “si alguien ofendiera a su madre este lo golpearía en la cara” haciendo referencia a las ofensas contra la fe. Así mismo, ha expresado que la iglesia debe entrar al debate del progreso social aunque a veces pareciese que el Papa prefiere proteger la fe y no las libertades. En América del Sur, a ratos parecería que estamos entrando a una nueva fase de “autoritarismo-religioso”. En Paraguay, por presión religiosa retiraron el término “género” de su ley. En Brasil el poder político de los evangélicos es amenazador.
Hay diferentes maneras de explicar este fenómeno y desde la Academia algunos lo han logrado, como Stein U. Larsen. En 2011 colaboró en el libro “Repensando la Naturaleza del Fascismo” y en su introducción menciona que: “El fascismo es considerado una ideología dirigida a desacreditar a diferentes personas a causa de sus supuestas debilidades mentales o su raza”. Larsen no está muy equivocado, a veces subestimamos la normalización de estas acciones y la fuerza influyente de “superioridad moral” que posee una religión sobre la vida de las personas que, inclusive, las juzga o diagnostica desde la absoluta ignorancia. De la misma manera, el profesor de Historia de la Universidad de Cambridge, John Pollard, en 2007 y 2011 revisó el estado de la relación histórica entre la religión y ciertos gobiernos, y en sus escritos no es difícil entender que el mejor vehículo para la protección y promoción de los intereses religiosos en la política es el fascismo. Así se logra influenciar a los sectores sociales uniéndolos bajo un solo precepto en contra del derecho de las minorías, moviéndolos bajo los hilos de la fe. La marcha del 14 de octubre fue una acción político-religiosa categórica que arrojó resultados: lograron que se cambien términos como orientaciones sexuales e identidades de género en el proyecto de ley. Una acción sin ninguna base en la ciencia, con un entendimiento un poco limitado de la biología reproductiva, de la ecología del comportamiento e inclusive del derecho.
Las teorías científicas no responden a una ideología, son acercamientos a la verdad que varias veces han sido manipuladas por intereses atroces y atacadas por creencias. La teoría de la evolución de Darwin pese a sus irrefutables pruebas continúa bajo ataque. En Estados Unidos, basta leer el reporte 2016 del entendimiento público de la ciencia y la tecnología de National Science Board para encontrar que solo el 49% de los estadounidenses reconoce la evolución y que provenimos de un ancestro animal. Y de acuerdo a National Science Foundation 1 de cada 4 personas aún piensa que el sol gira alrededor de la tierra.
En el Ecuador hay quienes difunden falsedades —en redes sociales— producidas por organizaciones como la conservadora y poco creíble Association of American Physicians and Surgeons (AAPS). Las mentiras de esta organización han tenido que ser aclaradas por organizaciones médicas serias como la Sociedad Americana Contra el Cáncer. En el Ecuador, una de las figuras más visibles en este proceso en contra de la inclusión del género y la identidad sexual en la ley de defensa de la mujer, ha utilizado y publicado información del American College of Pediatricians (ACPeds), otra organización conservadora, supuestamente científica, y anti GLBTI ajena a la American Academy of Pediatrics. El comunicador médico y psiquiatra de niños y adolescentes, Jack Turban, ha explicado los falsos estamentos con los que la ACPeds manipula e interpreta a su antojo la ciencia para engañar a lectores y legisladores.
La historia nos ha enseñado que al dogmatismo en todas sus formas y a la intolerancia no se los ignora porque cada vez que ignoramos a un cura o a un pastor evangélico con un discurso discriminatorio, una joven con una identidad de género diferente —a la que ordena la biblia— podría ser internada en una clínica clandestina para que sea torturada, o se podría quitar la vida. Los derechos humanos no son una ideología, pero el dogmatismo sí. En un estado laico es inconcebible que se hayan obligado cambios a una ley basados en creencias religiosas cuya narrativa —libre de expresarse— no admite discusión alguna, pero que nos demuestran que, al parecer, la legalidad en el Ecuador es un asunto de poder religioso y no de justicia. Los derechos de las personas GLBTI y de las mujeres fueron negados por el dilema de la libertad de expresión y por la fuerza del absolutismo religioso.