El 14 de diciembre de 2009, en vísperas de Navidad, la chilena de origen palestino Nadia Silhi viajó a la tierra natal de sus abuelos. Silhi, de 22 años, iba a conocer a gente con la que comparte la misma sangre, pero con quienes jamás había compartido una taza de café árabe con cardamomo, un plato de makloubah —una de las comidas palestinas por excelencia basadas en un arroz relleno de pollo o cordero y verduras fritas—, o un simple abrazo. Chile tiene, después de Jordania, la segunda colonia de palestinos más  numerosa del mundo, y Nadia, como muchos de los jóvenes chilenos de origen palestino, es una prominente activista de los derechos de su pueblo ocupado por Israel desde el 15 de mayo de 1948. Otro de los motivos que la llevaron a Palestina ese frío diciembre de 2009 fue compartir ideas y perspectivas de palestinos de la diáspora en un encuentro de jóvenes.  Cuando llegó al cruce fronterizo Allenby, que conecta Jordania con Jericó en Cisjordania-Palestina —y que está custodiado y administrado en su totalidad por Israel— la detuvo una agente israelí que durante más de diez horas la interrogó sobre los motivos de su visita. Nadia no le dijo a qué iba a Belén, porque temía que la verdad hiciera más tortuosa su retención. Le preguntaron el nombre y los números telefónicos de todos los palestinos que conocía, le requisaron su celular en busca de mails, mensajes o fotografías que delatasen su postura política frente a la ocupación. Nadia, una turista chilena de origen palestino cuyo anhelo era encontrarse con la tierra de sus ancestros, no logró entrar a la Palestina ocupada.

La ciudad de Belén es un popular destino de peregrinación para cristianos de todo el mundo. Al igual que la Jerusalén antigua, el Sinaí egipcio, Nazaret y el Río Jordán, es uno de los sitios sagrados para más de 2.200 millones de personas en el planeta que profesan esa religión. Belén, según la Biblia, es el lugar donde nació Jesús de Nazaret: en ella está la Basílica de la Natividad, iglesia construida sobre la pequeña cueva en que María dio a luz a su hijo.  Y aunque Belén está bajo territorio palestino, el camino que lleva a esta ciudad está custodiado por Israel, lo que implica que sí o sí, todo aquel que quiera visitarla debe someterse a los controles impuestos por la potencia colonizadora.

Pero el camino que lleva a Belén —“tierra santa” para tantos— está lleno de contradicciones poco celestiales y más bien dolorosamente humanas: un entramado de obstáculos, humillaciones, atropellos y malos tratos como interrogatorios incesantes mientras los sometidos son privados de agua, alimentación y libre movilidad, además de ofensas y acusaciones infundadas, e incluso presión y tortura sicológica.

A medida que  los años y la tecnología avanzan, Israel perfecciona sus habilidades en el discriminatorio oficio del profiling racial, que consiste en la implementación de medidas arbitrarias y aleatorias, usualmente de “seguridad nacional”, contra individuos con rasgos físicos o nombres distintivos de razas específicas.

El 10 de abril de 2017, en vísperas de los festejos de la Pascua cristiana, el abogado chileno Anuar Majluf corrió con la misma suerte que Silhi: no logró entrar a Palestina. Además de coincidir con el perfil profesional y racial de su compatriota, Majluf es el Director Ejecutivo de la Federación Palestina de Chile, y es conocido en la comunidad palestina chilena por su fuerte activismo a favor de la liberación de su pueblo y el respeto a sus derechos. Además, es partidario del movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) —inspirado en el ejemplo sudafricano para denunciar y acabar con el apartheid— y que es promovido en contra de Israel por segmentos de la sociedad civil mundial: el reconocido físico Stephen Hawking, el cantante británico Roger Waters, la Unión Nacional de Estudiantes de Reino Unido que abarca unos 7 millones de estudiantes, la Universidad de Johannesburgo, entre otros. En retaliación, en marzo de 2017 la Knesset (el aparato legislativo israelí) aprobó una ley migratoria que niega el ingreso a Israel a cualquier persona que apoye el BDS. Con ello, según Majluf, “Israel logró materializar de manera legal un comportamiento habitual en la política de prohibir el ingreso a quienes piensan distinto o apoyan a Palestina”. Anuar fue la segunda persona a quien se le ha aplicado dicha ley. El primero fue el activista británico del BDS, Hugh Lanning.

Como señala Majluf, el impedimento de ingreso a los Territorios Palestinos Ocupados ha sido una práctica común: en 2012 al entonces presidente de la Federación Palestina de Chile, Mauricio Abu-Gosh, le fue negado el ingreso. En 2014 le pasó lo mismo a la periodista, también chilena, Yasna Mussa.

Israel, como Estado soberano, puede adoptar leyes como la anti-BDS. Pero lo que obvia es que su aplicación debería regir sólo para su territorio y no para Palestina, destino de Mussa, Abu-Gosh, Lanning, Majluf y Silhi. Pero, como advierte Anuar Majluf, debido a que Palestina vive bajo ocupación militar israelí “no controla las fronteras, entonces cualquier persona que quiera visitar el territorio ocupado, necesita obligatoriamente pasar por controles fronterizos israelíes y someterse a sus largos interrogatorios y torturas sicológicas”. Se desconoce el número de aquellos interrogados y que no han podido ingresar a Palestina por decisiones arbitrarias de Israel, pero la lista de personas consideradas un “peligro” para la seguridad de Israel está compuesta por numerosas nacionalidades: desde académicos judíos como el renombrado filósofo Noam Chomsky y el politólogo Norman Finkelstein, hasta activistas pro derechos humanos europeos y estadounidenses y periodistas internacionales.

A diferencia de Nadia Silhi, Anuar ha tenido la oportunidad de visitar la tierra de sus ancestros en años pasados. Siempre sometiéndose a los interrogatorios y largas esperas en el frío y poco amigable cruce fronterizo de Allenby. Pero ahora, Anuar, al igual que Nadia, Mauricio Abu-Gosh y quizá la autora de este relato —ecuatoriana de ascendencia palestina, con una clara postura contra las prácticas de Israel— no volverán a pisar el camino que lleva a Belén, una tierra tan sagrada como violentada, tan pura y a la vez oscurecida por la sombra de la ocupación, cuna del Rey David y de Jesús, peregrinada por millones de cristianos que la sienten tan suya como de aquellos cientos de familias palestinas que nacieron en ella, y a la vez tan prohibida para sus miles de descendientes que, desde la diáspora, luchan por los derechos de su pueblo.