Según un estudiante de Geología de la primera promoción de la universidad Yachay Tech, en la universidad hay unas máquinas de última tecnología —unas campanas de extracción de químicos— que no pueden ser encendidas: si se lo hiciese, todo el campus podría quedarse sin energía. El estudiante no quiere ser nombrado por temor a represalias, pero Paola Ayala, exdecana de la facultad de Física, dice que en el pequeño pueblo andino de Urcuquí donde está Yachay, la corriente eléctrica es muy débil, lo que limita el uso de los cuatro laboratorios de docencia que hay en la universidad. Todo esto sucede en el proyecto de educación superior más ambicioso que ha tenido el Ecuador en su historia.

El ambicioso proyecto era, además, un monstruo de dos cabezas. Una muy grande, llamada Empresa Pública Yachay, que estaba encargada de la creación de la infraestructura de la ‘ciudad del conocimiento’, y otra más pequeña llamada Yachay Tech, que era la Universidad propiamente dicha. La idea era que Yachay Tech fuese el núcleo alrededor del cual sucediese la vida en la ciudad, pero el proyecto de desarrollo urbano tenía un presupuesto muy superior al de la institución académica: la ciudad tenía un presupuesto de cerca de 147 millones en 2016, y la Universidad, un poco más de 15 millones para ese mismo año, según la información en sus páginas webs.

La diferencia entre Yachay EP y Yachay Tech nunca estuvo muy clara para la opinión pública. Una serie de fiascos de parte de la Empresa Pública (como el anuncio de la megafábrica de producción de autos eléctricos que contaría con la inversión del gigante tecnológico Tesla que fue desmentida por un vocero de Tesla, o la fallida aplicación de taxis Yelou) mermaron la credibilidad de todo el proyecto.

Qué pasó con Yachay

La firma del acuerdo entre Yachay EP y Red Tech, uno de los fiascos del proyecto. Fotografía de la agencia de noticias Andes bajo licencia CC BY-SA 2.0

A tal punto, que la prestigiosa revista Science publicó un artículo en el que se narra las desventuras entre un grupo de decanos destituidos en junio de 2017 y su actual rector, Carlos Castillo-Chávez. Para los críticos de Yachay, el artículo de Science era una estocada al intento de Yachay Tech de hacerse un nombre en el mundo académico internacional. Para sus defensores, el artículo era el producto de una feroz campaña de desprestigio iniciada por los opositores políticos del expresidente del Ecuador, Rafael Correa. La historia y el desenlace de Yachay, sin embargo, no pueden ser explicados a través de ninguno de esos dualismos.

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Yachay era la materialización de uno de los principales sueños de la autodenominada Revolución Ciudadana: la transformación de la matriz productiva. Para lograrlo, Yachay pretendía emular lo que Corea del Sur hizo en la Zona Económica Libre de Incheon (IFEZ, por sus siglas en inglés): una ‘ciudad internacional’ que atrajera —entre otras— a compañías de tecnología de punta. Solo en el 2016, la IFEZ produjo 1,2 mil millones de dólares en inversión extranjera directa. Tal era la semejanza entre el exitoso proyecto surcoreano y el cuestionado proyecto ecuatoriano, que el Plan Maestro de Yachay fue elaborado en conjunto con la misma firma a cargo de la zona empresarial de IFEZ.

Pero la IFEZ, además de gozar de una ubicación geográfica extraordinaria —localizada a 3 horas de vuelo de todas las mayores ciudades—, no fue un proyecto que nació de la noche a la mañana. Solo la fase de construcción de la infraestructura duró siete años. La universidad recibió a su primera cohorte de estudiantes en marzo de 2014, apenas dos años después de que se iniciara su construcción, y está en San Miguel de Urcuquí, un pequeño poblado andino de 16 mil habitantes, lejos de los polos industriales y económicos de Guayaquil y Quito.

No solo los tiempos de creación del proyecto Yachay difieren mucho del espejo coreano en que se miraba. Había una diferencia sustancial en los contextos de ambos países. En 1960, Corea del Sur era uno de los países más pobres del mundo —el ingreso per cápita era de 64 dólares— aún por detrás de la República Democrática del Congo. Cuando Park Chung Hee llegó al poder en 1961, su principal objetivo era sacar al país de la pobreza mediante un modelo de desarrollo planificado. Con esto en mente, declaró a la ciudad de Uslan como zona especial de desarrollo industrial. El conglomerado empresarial Hyundai tomó ventaja de esta política y estableció sus principales fábricas en esta ciudad. Pronto le seguirían LG y Samsung. En 1966, con apoyo económico y técnico del gobierno estadounidense, Chung Hee fundó el Instituto Coreano de Ciencia y Tecnología (KIST) para la investigación en áreas clave relacionadas a las industrias de exportación coreanas, como ingeniería química y mecánica, ciencias de materiales y electrónica.

Durante sus cinco primeros años, el KIST se dedicó exclusivamente a contratar personal calificado y a establecer sus operaciones. Su labor de investigación empezó recién a inicios de los 70. Pero tenía un problema: al no ser un instituto de docencia, no podía capacitar nuevos investigadores. Por ello, en 1971, con un préstamo de 6 millones de dólares otorgado por la agencia de cooperación de los Estados Unidos, USAID, se fundó el Instituto Avanzado de Ciencias de Corea (KAIS), una universidad que buscaba formar a científicos e ingenieros, y desarrollar una estructura de postgrados. Un tiempo después, su nombre fue cambiado a KAIST. Hoy ocupa el puesto 13 en el área de Ciencias de Materiales del ranking mundial de universidades QS World University Rankings, y es considerada una de las universidades más innovadoras del mundo. Cuando se iniciaron las construcciones de la IFEZ en 2003, Corea del Sur llevaba cerca de cuatro décadas dedicadas a la investigación científica y tecnológica. Se había convertido en un líder mundial en esas áreas.

En Ecuador, el proceso se quiso hacer como aplastando un botón de fast forward. Para el exdecano de Química Vladimiro Mujica —como Ayala, otro de los destituidos en junio de 2017— desde que comenzó Yachay Tech se tomó la decisión equivocada de crecer en número de estudiantes antes de tener la estructura de investigación (el actual rector ha dicho que el objetivo es tener 5 mil alumnos). Según Mujica, lo que se debió hacer era completar los laboratorios y empezar a admitir estudiantes lentamente, de forma que crecieran de la mano la cantidad de estudiantes y la estructura de investigación. Según Jaime Izurieta-Varea, un urbanista contratado para elaborar el diseño urbano inicial de la ciudad Yachay, la escala del proyecto nunca se ajustó a la realidad del país. Su propuesta de un pequeño núcleo urbano de bajo costo y crecimiento incremental atado a la economía y necesidades locales fue desechado en favor de la megaobra que impulsó el gobierno. “Se cedió a la tentación del populismo” —dice Mujica vía Skype— “Si una institución de esta naturaleza es sometida a las presiones del populismo es muy difícil que algo salga bien”.

qué pasó con Yachay

Ciudad Yachay era el proyecto más ambicioso de educación superior del Ecuador. Fotografía de la agencia de noticias Andes bajo licencia CC BY-SA 2.0

Construir una ‘ciudad del conocimiento’ cuyo eje principal era la universidad de Tecnología y Ciencia Experimental Yachay Tech nunca fue una idea popular. En un país donde no existe cultura de investigación ni de innovación, Yachay fue muy pronto catalogada como un ‘elefante blanco’ por su tamaño desproporcionado pero también por el desconocimiento de la cultura de innovación. En respuesta, el gobierno quiso mostrar resultados de forma casi inmediata. “Cuando nosotros llegamos el primer día no había carretera, las casas estaban sin puertas, no habían camas ni colchones, las cocinas no funcionaban”, recuerda el estudiante de geología. Dice que estaban ahí porque el entonces presidente Correa había dispuesto que las clases empiecen antes de lo previsto.

Una exfuncionaria de Yachay Tech (que pidió no ser identificada) dice que la Empresa Pública tenía muchas presiones políticas por parte del gobierno. El régimen quería resultados visibles —e inmediatos— para mostrarlos a una ciudadanía a la que se le había dicho “que íbamos a tener un Silicon Valley, que íbamos a ser el líder de la investigación en el mundo y no le contaste que esto iba a demorar veinte años”. Héctor Rodríguez, exgerente de la Yachay EP, difiere. Dice que el gobierno siempre fue claro en decir que se trataba de un proyecto a largo plazo, pues iniciativas similares en Corea del Sur y Singapur tomaron aproximadamente 35 años. Sin embargo, José Andrade, el segundo rector que tuvo la Universidad, en una entrevista de 2015 decía que ya había resultados visibles: “Hay acuerdos con compañías, estudiantes que están lanzando proyectos hoy en el día de la innovación, captando capital semilla.” En diez o quince años, según Andrade, se verían “los grandes retornos” de la inversión. De 35 o más años no se hablaba a menudo.

Además de las presiones políticas y las críticas, Yachay también tuvo que lidiar con el lastre de la burocracia ecuatoriana, que no estaba preparada para un proyecto de tal envergadura. Por ejemplo, varios de los reactivos que se usan en los laboratorios están regulados por el  Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas (el Consep, ahora Secretaría Técnica de Drogas), lo que ha imposibilitado o limitado su adquisición. Paola Ayala dice que la burocracia con la que se encontró fue “inesperada y frustrante”: dice que jamás se imaginó que Yachay no contaría con los fondos en cuentas propias, sino que debía pedir dinero al Ministerio de Finanzas. “Lamentablemente tienes que ir haciendo pedido tras pedido según las necesidades que se vayan teniendo. Entonces ahí es cuando empieza a hacerse todo el mundo un cortocircuito, porque nadie sabía exactamente qué mismo hacer” dice Ayala. Vladimiro Mujica dice que las trabas administrativas y burocráticas eran “retos aceptables del oficio” que nacían del hecho de que el Ecuador no tenía una historia de investigación en ciencias naturales o ingeniería: “Todo el sistema de compra y de cotizaciones está intervenido por una cultura a contrapelo de todo eso, que no entiende ninguna de esas cosas”. Yachay intentó replicar una fórmula asiática ganadora, sin considerar el contexto en que se intentaba:  un país que, a diferencia de Corea del Sur, debía forjar una cultura de investigación desde cero. Algo que tomaría tiempo y paciencia, dos factores que los políticos no suelen tener, y que los críticos del gobierno de Correa tampoco estaban dispuestos a darle.

Además de padecer el populismo, Yachay sufrió económicamente. Su presupuesto fue golpeado por la crisis causada por la caída de los precios del petróleo y el terremoto de abril del 2016. Esto llevó al rector designado en noviembre de 2016, Carlos Castillo-Chávez, a anunciar que el proyecto debía ajustarse a una política de austeridad. Fue Castillo-Chávez quien decidió en junio de 2017 desvincular del proyecto a varias autoridades (incluidos Ayala, Mujica, Paul Baker —ex decano de geología— y Catherine Rigsby —excanciller—) que, según él, se negaron a dar clases y a aceptar una reducción de sus salarios. Pero los despedidos aseguran que nunca les pidieron ninguna de las dos cosas. “Nosotros nos enteramos que no queríamos dar clases y que no queríamos que nos bajen el sueldo cuando lo vimos por primera vez en los medios a Carlos Castillo Chávez”, dice Paola Ayala. Dice que ninguno de sus colegas —ni ella— se hubiera negado a dar clases ni a reducir sus salarios, pues realmente creían en el proyecto.

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La forma en que Castillo-Chávez ejerce su poder desde el Rectorado ha sido, también, señalado como uno de los factores para el desmoronamiento del proyecto. Los exdecanos dicen que sus destituciones se dieron justo un día antes de una reunión del Consejo Académico donde ellos habían solicitado que se tomaran decisiones sobre el destino de Yachay Tech. De acuerdo a la exfuncionaria que pidió no ser identificada, la verdadera razón para los despidos era que la visión de las autoridades desvinculadas se contraponía con la de Castillo-Chávez, quien creía que el gobierno nacional (tanto el de Correa como el de Moreno) jamás entendieron la cantidad de dinero que se necesitaba para construir una universidad de excelencia: “Un microscopio para investigaciones de nanotecnología cuesta 4 millones de dólares, solamente el microscopio, porque es tecnología de punta que no existe ni en el continente. Pero nunca se imaginaron que era tanto, por no ser técnicos” dice.

Para Mujica, el cambio de la matriz productiva y la transferencia tecnológica requieren invertir grandes recursos: “No se puede abaratar la investigación en los términos en que la gente lo cree. La investigación es cara, pero es cara en serio”. Hablar de abaratar costos, según Mujica, es traicionar el sentido para el que fue creada Yachay. “Es seguir una agenda política que no tiene absolutamente nada que ver con la función de la universidad y menos con una universidad que pretendía ser un centro de investigación tecnológica” —dice Mujica— “Cuando ves todo lo que le podrías ahorrar al país con transferencia tecnológica, entonces termina por ser ridículo lo que te vas a ahorrar en la universidad”.

Pero la idea de la austeridad derrotó a Castillo-Chavez. Cuando tenía cuatro meses en el cargo, preparó una carta extensa al presidente Correa en la que se quejaba de la injerencia del gerente de la Empresa Pública Yachay en las decisiones académicas. Decía que el funcionario tenía ambiciones políticas que dificultaban la gestión académica: “parece que mide su futuro en la visibilidad y número de actividades en Ciudad Yachay, dándole preferencias, por ejemplo, a la creación de un mercado antes que a aulas, laboratorios y dormitorios para estudiantes y docentes que ya viven aquí o están por llegar.”

Qué pasó en Yachay

El estado de uno de los edificios de Yachay durante la visita del presidente Lenín Moreno en 2017. Fotografía de la agencia de noticias Andes bajo licencia CC BY-SA 2.0

En la carta, que está escrita en inglés, Castillo-Chávez le explicaba a Correa que el futuro de Yachay dependía de que se reconozca que estaba creciendo pero que la institución carecía de la mínima infraestructura para que esto suceda. “Un adecuado presupuesto debe combinar la clara comprensión de que la tasa de crecimiento está atada a incrementos presupuestarios”. Según el rector, el master plan para la ciudad Yachay costaba cerca de 10 millones de dólares, pero no había un plan para Yachay Tech. “El plan de nuestro campus costaría 800 mil dólares, garantizando que los edificios correctos estén juntos y que el espacio promueva una atmósfera propicia para la creatividad y la innovación”, escribió Castillo-Chávez. “En nuestra última reunión me quedó claro que, en este año electoral, este tipo de pensamiento es considerado un lujo”. Al final, sus ruegos parecen haber caído en sacos rotos. Según sus detractores internos, Castillo-Chávez decidió adecuar el proyecto a la escala convencional que parecía más realista: una universidad donde se dieran más clases y se hiciera menos investigación.

Según Ayala, esta decisión truncó las investigaciones que estaban en curso. Recuerda que en 2016, junto con otro grupo de investigadores, lograron estabilizar la estructura del carbino (el material más resistente del mundo) para producirlo en cantidades masivas, lo cual abriría un sinfín de oportunidades para la ciencia y tecnología. Vladimiro Mujica enfocaba sus esfuerzos en acercar al sector productivo con el sector académico y de investigación, pues cree que el cambio de la matriz productiva solo se daría cuando Ecuador pudiera manejar su industria petrolera bajo sus propios criterios, dejando de depender de tecnología extranjera para la valorización del crudo. En una carta pública, las autoridades destituidas de Yachay Tech en junio de 2017 reiteraron su disposición de trabajar sin salario para sacar adelante el proyecto. Dicho ofrecimiento nunca fue respondido por Castillo-Chávez.

Mujica y Ayala creen que las  aspiraciones de Castillo-Chávez tienen poco que ver con reducir costos: dicen que los dos decanos que quedaron en la universidad no imparten cátedra ni tampoco se les ha reducido su salario. Según el reportaje de Science, Castillo-Chávez —quién se mudó de Arizona, Estados Unidos, a Ecuador por su cargo— se había negado a imponerse a él mismo sus propias medidas de austeridad, aduciendo que su familia necesitaba el ingreso total de los más de 18 mil dólares mensuales que gana.

Mujica cree que el plan de Castillo-Chávez es utilizar a la universidad para avanzar sus propias agendas investigativas. Castillo-Chávez también tiene amplias credenciales académicas: aún mantiene una posición a medio tiempo en la Universidad Estatal de Arizona, donde codirige el Centro Simon A. Levin para las Ciencias de Modelos Matemáticos y Computacionales. Mujica dice que su foco de investigación influyó también en los despidos de junio: Castillo-Chávez —biólogo y matemático— mantuvo a los decanos de Biología y Matemáticas, pero removió a los que tenían que ver con la industria petrolera, energías alternativas, física, nanotecnología y geología. En esa áreas,  “no mueve un dedo porque no lo entiende o no le interesa, o las dos cosas” —dice Mujica— “Eso es el equivalente de tener una gran orquesta sinfónica pero como tú lo único que sabes o te interesa tocar es el violín, entonces despides a todos los pianistas, despides al dueño del teatro y dices no, esto es un club de violín ahora.”

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El club de violín de Carlos Castillo-Chávez se manejaría con una severidad vertical poco habitual en la ciencia y la academia. Según Ayala y Mujica, en la universidad impera la regla del silencio y la intimidación.  Contacté a diez funcionarios y estudiantes para este reportaje, y la mayoría se negó a dar entrevistas. Los que lo hicieron, pidieron no ser identificados. Contacté a Carlos López, un estudiante y miembro del Consejo estudiantil de Yachay Tech, luego de que publicara un comentario en un post del expresidente Correa en Facebook en el que criticaba la falta de infraestructura en la universidad: “Yo soy estudiante de Yachay y conocemos el estado de todos los edificios y aunque no lo crea en verdad  hay solo 12 aulas y 4 laboratorios para 1010 estudiantes”. Posteriormente, el comentario fue eliminado. De una manera muy cortés, el joven —que ha sido insultado y amedrentado por haber dado su opinión— me dijo que el Consejo Estudiantil prefería que sus integrantes no hablaran con la prensa.  Otra funcionaria administrativa recientemente destituida dice que en Yachay Tech se ha sembrado el miedo: “Se está viendo mucho que la gente que habla, se va”. Incluso los funcionarios ya desvinculados de la universidad temen que se tomen acciones legales en su contra. Toman como precedente lo sucedido con el primer rector y primer disidente del proyecto, el español Fernando Albericio, a quien se le revocó su visa luego de dos días de su destitución. Algo similar sucedió con Paul Baker, a quien el rector amenazó con una posible revocatoria de su visa en caso de interferir con el proyecto.

Para Ismael Casado, docente de Geología, este ambiente es consecuencia del carácter dictatorial del rector Castillo Chávez. “Es una persona un poco tiránica, en el sentido de que su opinión tiene que prevalecer sobre la del resto y está destrozando muchísimos proyectos solo porque no los lleva él”, dice vía Skype desde su residencia en Urcuquí. “En cuanto no eres su amigo, eres su enemigo, y no entiende que tu visión puede ser diferente a su visión pero el objetivo tuyo no deja de ser intentar hacer que el proyecto tenga éxito”. Para Vladimiro Mujica este ambiente, en una institución académica, es inaceptable: “¿qué tipo de institución universitaria es esta donde ahora tú para decir algo tienes que prácticamente decirlo escondido?”, se pregunta Mujica y sentencia “Una abominación que hace mucho tiempo no veía en una universidad” agrega. Según Casado, al rector le importa poco el futuro de la universidad: “Yo lo veo más como una persona que realmente quiere el dinero”.  El rector Castillo-Chávez, a través de la relacionista pública de la Universidad, había aceptado una entrevista para este reportaje, pero fue cancelada el 15 de septiembre sin mayores explicaciones.

Relegados en este ir y venir de intrigas y acusaciones más propias de una corte medieval que de una universidad del siglo veintiuno están los estudiantes. Jóvenes que pusieron sus esperanzas y sueños en un proyecto que los entusiasmaba genuinamente. Como dijo el estudiante López en el comentario borrado en Facebook: “No hay infraestructura, ni vías, ni empresas! Gracias Rafael por hacernos creer que merecemos una educación de calidad pero la realidad de lo que vivimos aquí es otra! A no dejarse engañar!”. A los estudiantes que recién terminaron la nivelación —el curso previo al ingreso a las carreras— les han dicho que, por falta de viviendas, deben esperar hasta enero de 2018 para empezar clases. Sin embargo,  se ha aceptado a un nuevo grupo de estudiantes de nivelación.

A pesar de los problemas y trabas que ha tenido el proyecto, sus estudiantes siguen trabajando duro. Un grupo fue premiado en el Reino Unido en 2016 por idear un filtro de agua a base de semillas de la planta de moringa. Los miembros del equipo Iyayku lograron el primer lugar en emprendimiento social por parte de la incubadora de emprendimientos SETsquared de la Universidad de Bath. Emilia Luzuriaga, una de las seis integrantes de Iyayku, explica que actualmente desarrollan la base científica del proyecto, con fondos entregados por Yachay Tech, y con el apoyo de docentes de la universidad.

Paola Ayala cree que se le debe dar la oportunidad a la universidad de graduar a sus primeros estudiantes. “Tienen un nivel que yo como estudiante de la Escuela Politécnica Nacional del Ecuador no tenía cuando estaba en los semestres en que ellos están, tienen un nivel espectacular”, dice. En medio de las presiones populistas, de las rencillas entre viejos y nuevos funcionarios, de la burocracia asfixiante, los estudiantes demuestran que en un proyecto bien estructurado, adecuado a la realidad y contexto del país, una universidad de innovación no es una locura.

Qué pasó en Yachay

El presidente Lenín Moreno durante su visita a Yachay, en 2017, acompañado del rector Carlos Castillo-Chávez. Fotografía de la agencia de noticias Andes bajo licencia CC BY-SA 2.0

El presidente Lenín Moreno ha dicho que se rescatará la idea original de Yachay y se solucionarán los problemas financieros y administrativos. Sin embargo, el prestigio internacional del proyecto está gravemente herido y tomará mucho tiempo y recursos reconstruirlo. Pero si el fracaso de Yachay ha pasado un punto de no retorno, eso no significa que no se pueda volver a intentar. Después de todo, esa es una premisa básica de la ciencia y la innovación: aprender de los errores, corregir y seguir intentando hasta lograrlo. Si sigue ese camino, Yachay —o su versión futura, corregida y aumentada— será sin duda ese proyecto que cambie la historia del país y el destino de millones de ecuatorianos. Pero para ello se necesitará menos populismo, miedo y grandilocuencia, y más paciencia, humildad y trabajo duro.