El sol, imponente y radiante, ilumina la mañana. Un grupo de mujeres está removiendo la tierra de la vereda de una vivienda. Todas con botas negras de caucho, de esas que llegan hasta debajo de la rodilla. Hay una mujer de 48 años que empuja una carretilla llena de tierra mientras lleva envuelto sobre su espalda, en una tela amarilla, a su hijo de un año. Las gotas de sudor bañan su rostro.
A pocos metros, dos mujeres llevan la tierra en ashangas, canastas elaboradas con fibras naturales como el lisan, cuya jaladera la acomodan en sus frentes para cargarlas. Lo hacen muy rápido y con una complicidad que se refleja en risas.
¿Solo trabajan las mujeres?, les pregunto, a lo que responden en coro que no, y señalan a un lado diciendo que allá están los hombres.
A unos 30 pasos, a un lado de una cancha cubierta, están ellos, con sierras, martillos, palas y baldes. Cortan madera, doblan varillas, rellenan divisiones con piedras, mezclan arena, cemento y agua. Otros están bajando planchas de zinc de una camioneta.
Todos viven en Nokuno, una comunidad de 217 habitantes, según el informe técnico realizado por ENGIM, a 15 minutos del centro de Archidona, la segunda ciudad más poblada de Napo, en el noreste de Ecuador.
Trabajan juntos tres días a la semana por un mismo propósito: tener agua segura, un privilegio en una zona —parroquia San Pablo de Ushpayaku, a la que pertenece la comunidad Nokuno— de la Amazonía ecuatoriana donde casi la mitad de los habitantes consume agua sin tratamiento.
Ahora pueden abrir sus grifos y tomar agua segura y no del estero, esperan ya no tener dolores estomacales, ronchas y granos en la piel, que sus niños crezcan sanos. Ahora ven nuevas oportunidades para emprender negocios.
El agua que enfermaba
Son las diez de la mañana de un sábado de octubre de 2024. Rosa Daicela, de 50 años, está sentada en una banca de madera afuera de su casa que está al lado de la escuela de la comunidad.
“Me gusta este lugar. Es tranquilo. Vivo aquí hace 12 años”, dice Rosa Daicela, oriunda de la provincia de la Sierra, Cotopaxi. Cuando conoció a su esposo, dice, se mudó a la Amazonía.
“Él ya tenía esta casita. Son las casas que daba el Miduvi (Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda), aunque no tenía las conexiones para el agua”, detalla Rosa Daicela, con su cabello recogido, una gorra rosada y unos aretes muy coloridos con forma de flor.
Hace 12 años, entre siete personas se organizaban para construir tanques y almacenar agua proveniente de un estero. Con esa agua se bañaban y cocinaban, recuerda.
En la parroquia San Pablo de Ushpayacu, a la que pertenece la comunidad Nokuno, el 45% de habitantes todavía consumen agua insegura, es decir, que no ha sido tratada para el consumo humano. Esa agua proveniente de ríos, vertientes, acequias, canales y agua lluvia, según el último censo del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
Rosa Daicela dice que tanto ella como su esposo e hijo se enfermaban seguido. “Nos salían unas ronchitas y unos granitos por la parte del cuello y en el cuerpo. A veces mi hijo tenía dolores muy fuertes de estómago”, dice. “Siempre he pensado que era por el agua”.
Su sospecha no puede ser confirmada con certeza, pero Carlos Salgado, Coordinador Zonal de Salud 2, dice que, de enero a octubre de 2024, han atendido a pacientes con problemas que podrían o no estar asociadas con el consumo de agua. “Es posible que algunos casos atendidos estén vinculados de manera indirecta con factores como la calidad del agua”.
Rosa Daicela y su hijo Mateo, de 12 años, se terminan de alistar para ir a la cancha de fútbol a 40 minutos a pie de su casa. Durante los fines de semana no hay transporte público en Nokuno, de lunes a viernes solo ingresa dos veces, en la mañana y en la tarde. No tienen otra opción que caminar bajo el sol sofocante y por el camino empedrado que conecta a la comunidad con la vía principal.
Se pone unas gafas y le pide a su hijo que saque el balde con bolos, un tipo de helado congelado elaborado con frutas, y dice que ahora los vende de naranjilla, chocolate y mora en los partidos de fútbol. El agua segura le permitió emprender y tener una fuente de ingresos para su hogar.
Agua clara y sin lombrices
A unos 100 metros de la casa de Rosa Daicela está la de Elsa Narváez. Desde la calle empedrada se observa su casa. Pequeña, de madera y elevada del suelo.
Elsa Narváez se acerca con sus botas azules oscuras y de caucho, un jean manchado de tierra y un buzo azul arremangado en sus codos. “Estaba trabajando en la chakra”, dice, algo tímida. Así llaman a la parcela donde cultivan productos orgánicos.
Se sienta en la escalera de madera de la entrada a su casa y dice que lleva viviendo ahí 14 años.
Elsa, de 48 años y de 1,63 metros de altura, también se acuerda cuando la comunidad se organizaba para almacenar el agua de una vertiente. “Con mi familia tomábamos el agua directamente de la vertiente, sin hervirla”, dice con cierta picardía.
“Como comunidad hicimos algunas solicitudes al Municipio de Archidona para que nos doten de agua potable, pero nunca nos dieron el servicio”, asegura Elsa Narváez, mientras mira a su hija de 12 años que se encuentra a un lado cepillando una camiseta blanca sobre una piedra de lavar.
Los servicios públicos de agua potable, alcantarillado, depuración de aguas residuales, manejo de desechos sólidos, saneamiento ambiental, entre otros, son algunas de las competencias de los municipios, según el Código Orgánico de Organización Territorial.
Pero los habitantes de Nokuno se cansaron de esperar la atención del Municipio de Archidona y buscaron proyectos que impulsan ONG para tener agua potable.
Con el Pueblo Kichwa de Rukullakta, una organización social conformada por 17 comunidades quienes desarrollan actividades de conservación, turismo y agricultura, los vecinos de Nokuno pidieron a la ONG italiana ENGIM (Entidad Nacional Josefinos del Murialdo), que instalen un sistema de potabilización de agua en su comunidad.
“Ahora, mis compañeras socias de la comunidad están felices porque ya están consumiendo agua limpia. Yo también estoy contenta”, dice, tranquila, Elsa Narváez.
“Mis guaguas también me dicen que ahora ya está saliendo agua clara. Antes salía agua sucia y con lombrices”. No se refiere a larvas en el agua, sino a “lombrices largas que aparecían en los tanques de agua”.
Sin minga no hay agua
Alberta Pavone, voluntaria de ENGIM, dice que el primer sistema de potabilización lo implementaron hace cinco años en la comunidad Huamaurco, en Tena. Hoy trabajan en Napo y Sucumbíos, dos provincias amazónicas.
En Napo, ENGIM ha construido sistemas de potabilización en ocho comunidades: Lushianta, Villano, Ardilla Urku, Huamaurco, San Pedro de Chimbiyacu, Inchillaqui, Cóndor Mirador y Nokuno. Comunidades de Tena y Archidona.
“La minga es la contraparte para la implementación de los sistemas de agua”, explica Eliseo Cerda, técnico de ENGIM. Se hacen acuerdos en las reuniones con los vecinos. “Hay comunidades que entre semana beben alcohol, por lo que acordamos con la gente que durante los días de minga no se puede beber alcohol para evitar accidentes y garantizar que todos trabajen”.
La minga es un sistema de trabajo colectivo por un propósito común. En este caso, tener agua segura. Es un trabajo no remunerado donde participan todos los miembros de la comunidad.
Zuly Alvarado, es una de las mujeres que ríe mientras trabaja. Viste sus botas negras de caucho, una licra azul y un buzo celeste para evitar quemarse con el sol en esa mañana. Remueve la tierra con una pala y rellena las ashangas para que las otras mujeres lleven esa tierra hasta donde están los hombres.
El sistema de agua segura “es el resultado de la colaboración de todos. Siempre hemos estado dispuestos a colaborar en cualquier proyecto para la comunidad a través de las mingas”, explica Zuly Alvarado con una sonrisa.
Trabajar en minga es algo de lo que se enorgullecen los habitantes de Nokuno. Su organización y trabajo durante tres días a la semana; lunes, martes y miércoles, por tres meses, les permitió contar con agua segura para su consumo.
Cada piedra purifica el agua
Para entender cómo funciona el sistema de agua es necesario ir a la fuente donde fluye todo: el punto de captación.
A cinco minutos del centro de la comunidad están los tanques reservorios. Hay que ingresar por una propiedad privada.
Desde la carretera se ingresa por un camino guiado por plantas rojizas a los lados, de frente hay un cerco con plantas altas y una puerta de madera donde está un letrero: “prohibido el ingreso de armas, sustancias químicas y animales”.
Alberta Pavone, voluntaria de ENGIM, pide permiso a los tres hombres que viven en ese lugar y les dice que vamos a pasar a los tanques. Los hombres asienten y nos dan acceso.
Uno de ellos es Nixon Chimbo, de 23 años. Explica que el lugar es una propiedad privada donde viven dos familias, y que siempre están atentos para no dejar pasar a extraños hacia los tanques de agua “Solo dejamos pasar a gente con previa autorización como los miembros de la Junta del Agua o personal de ENGIM”.
Pasamos por el patio de tierra de la vivienda y se observa dos cuartos de madera separados de lado a lado, ropa en tendederos, gallinas y seguimos avanzando por el terreno cuesta arriba.
Tras cinco minutos de caminata, llegamos hasta una plataforma de cemento donde hay cinco tanques azules de plástico de 1.46 metros de altura. Es el sistema de tratamiento y reserva del agua.
A unos cinco metros más arriba de donde están los tanques, hay un reservorio de cemento, donde se acumula el agua que proviene de dos vertientes naturales: ese el sitio de captación.
“No se necesita de motobombas, para que el agua tenga presión, en este caso, ya que la caída del agua es por gravedad”, dice Eliseo Cerda, técnico de ENGIM.
Desde el punto de captación cae el agua por tuberías de plástico a los tanques en cuyo interior hay cinco capas de piedras, más conocidas como gravas. Más abajo hay una capa gruesa de grava, como del tamaño del puño de la mano, las siguientes capas son más delgadas, hasta la última que es del ancho de una capa de arena. Cada capa purifica el agua.
“Aquí en Nokuno hemos puesto tres tanques como prefiltros porque vimos que el agua no tiene muchos cedimientos”, explica Eliseo Cerda.“Los prefiltros funcionan de abajo hacia arriba, mientras que los otros dos tanques que son filtros funcionan de arriba hacia abajo”. Este es el sistema de filtros que purifica el agua.
Samuel Schlesinger, gerente del programa Wash (Agua, saneamiento e higiene) para Green Empowerment – América Latina, una ONG estadounidense que colabora con ENGIM para la implementación de los sistemas de agua, explica que es “un sistema de tratamiento múltiple. Una tecnología que se lleva implementando hace más de un siglo, es fácil de operar y tiene un bajo costo de implementación”.
“Aunque el agua sale lista para consumir después del sistema de filtros, la recomendación es clorar el agua”, explica Schlesinger. Una recomendación que también la considera ENGIM, por lo que capacita a dos habitantes de la comunidad que son electos como técnicos del agua.
“Ellos [los técnicos del agua] se encargan de colocar cada dos meses o más, pastillas de cloro en los tanques del agua, dependiendo de la necesidad”, dice Eliseo Cerda.
Además, según Cerda, los técnicos también reciben un kit básico para medir los niveles de cloro en el agua. Esta medición se realiza de forma aleatoria en los hogares y de esos resultados dependerá la frecuencia para colocar las pastillas de cloro en los tanques azules que funcionan como reservorios.
El valor del agua
Para mantener la infraestructura del sistema del agua, establecer tarifas por el servicio y velar por un reparto equitativo, la comunidad eligió la Junta del Agua, integrada por una coordinadora, secretaria, tesorera, primer y segundo vocal y dos técnicos, quienes serán electos cada dos años.
“Más que todo, la conformación de la Junta es para la sostenibilidad del sistema de agua, porque también está proyectado para el futuro”, explica Alberta Pavone. “Cuando hacemos los cálculos para saber cuántos metros de tubería poner, o cuántos tanques, tenemos en cuenta un porcentaje de crecimiento de la población”.
Esta medida, explica Pavone, permite que las personas tengan conciencia de la importancia del agua y evitar su desperdicio. Agrega que los vecinos también reciben talleres sobre el buen manejo del agua, las rutas de contaminación y la importancia de la higiene personal.
Gonzalo Chimbo, técnico de la Junta de Agua de Nokuno, dice que desde diciembre de 2024 se cobrará una tarifa por el servicio de agua de 1,40 dólares al mes por cada familia. En total son 71 medidores, incluyendo uno de la escuela y uno comunal.
Por ese valor, cada familia puede consumir hasta siete metros cúbicos de agua. Es decir, 7000 litros de agua al mes. Si excede este límite de consumo, deberán pagar una multa que será establecida por la Junta.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), una persona requiere 100 litros de agua al día para satisfacer sus necesidades, tanto de consumo como de higiene. En este caso, los 7000 litros mensuales corresponden a 233 litros de agua por día para cada familia de Nokuno, pero la cantidad de integrantes varía entre tres a seis personas por familia.
Rosa Daicela, tesorera de la Junta del Agua de Nokuno, dice que han detectado que los 7000 litros de agua al mes por familia no son suficientes. “Vamos a tener una reunión para establecer políticas justas para el cobro de la tarifa y las multas”, agrega la tesorera.
Por ahora, la multa, dice Rosa Daicela, es de 0,50 centavos por cada metro cúbico, es decir, por cada 1000 litros.
La Junta de Agua tiene autonomía para establecer los valores por el servicio del agua segura y será socializado y consensuado por la comunidad.
El agua que transforma
En menos de tres horas, los habitantes de Nokuno construyeron la cubierta y los cimientos de un baño comunal, la última fase del sistema de agua implementado por ENGIM.
Se trata de un sanitario conectado a un biodigestor, un tanque cerrado herméticamente donde se depositan los desechos cada vez que se hala la cadena del retrete. Los olores se quedan atrapados en el tanque, así que son imperceptibles en el exterior.
Jaime Marti, investigador de la Universidad Regional Amazónica Ikiam, explica que los biodigestores en los sanitarios funcionan a través de un sistema de rebalse. Es decir, un sistema con embudos para manejar el exceso de líquidos en las tuberías, además previene desbordamientos de fluidos.
“Según va entrando más material desde el retrete, se va expulsando a otro tanque el material orgánico que ya ha sido tratado por descomposición a través de microorganismos” -detalla Marti. “Lo que sale es un material muy líquido… agua con nutrientes”.
De acuerdo con Jaime Marti, esa agua con nutrientes puede ser utilizada como fertilizante para aplicar directamente a las plantas a través de riego en la tierra. “Se coloca en cultivos de tallo alto como el cacao, maíz y árboles frutales”, dice.
Aunque los habitantes de Nokuno todavía no tienen muy claro el funcionamiento del biodigestor, después de 60 a 80 días podrían tener un insumo agrícola para sus plantaciones de cacao, café, yuca, plátano, papaya y naranja.
Los biodigestores son considerados como una opción sostenible para evitar que las aguas residuales sean descargadas en ríos o pozos sépticos, generando enfermedades y problemas ambientales.
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Veo con ilusión cómo todos trabajan entre risas y unidos, sin importarles el abrasador sol. Una mujer de 70 años, de 1,40 metros de altura, se me acerca, con una sonrisa me ofrece un vaso con guayusa, una bebida energizante natural muy consumida en la Amazonía ecuatoriana, le digo pagarachu, que en kichwa significa gracias.
La bebo tranquila porque sé que en Nokuno tienen agua segura.
Esta publicación hace parte de la serie de reportajes que son el resultado del programa de becas del proyecto DesenreDatos II, una iniciativa de la Universidad de las Américas -UDLA- con el apoyo del programa SinCero de la Cooperación Alemana GIZ Ecuador, implementado por DW Akademie y financiado por el Ministerio Federal para la Cooperación Económica y el Desarrollo (BMZ) de Alemania. El contenido de la publicación es responsabilidad de su autor y no necesariamente refleja las opiniones de la UDLA, GIZ, BMZ y/o DW Akademie
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