Artaud, que este 2023 cumple 50 años, está en un lugar muy especial de las estanterías de los fanáticos de la música en español. Sobre todo porque el disco no cabe de manera normal: su caja de cartón —en la que vienen los vinilos— no es cuadrada. El disco de Luis Alberto Spinetta de 1973, que es la corona del rock en español, se asemeja a un octágono o a un paralelepípedo; sus lados no son iguales.
Su portada, diseñada por el artista y diseñador gráfico argentino Juan Orestes Gatti, a pedido del músico, incluso se ha expuesto en museos.
Esa portada es el primer punto de contacto con Artaud, ese gran disco de Luis Alberto Spinetta —pero que viene firmado por una de sus bandas de los años 70, Pescado Rabioso. Es una portada única y justa para lo que sucede ahí dentro, en esas 9 canciones.
Una portada verdosa, con amarillo en el centro, con una foto del extremista del surrealismo, poeta y dramaturgo francés Antonin Artaud en la parte superior derecha. Arriba, el nombre del disco —Artaud—, abajo, dice Pescado Rabioso.
No hay simpleza posible.
Ya desde la forma del cartón, lo de Spinetta es rebeldía y extremo. Tal como lo dijo otro gran diseñador de portadas de discos de Argentina, Alejandro Ros, la tapa de Artaud “es un faro que ilumina el diseño de tapas de discos no solo en Argentina sino en el mundo, porque es un objeto incómodo, imposible de poner en cualquier batea, imposible de imprimir y de pegar. Un capricho en contra de la industria, en contra de lo establecido y eso para mí es el arte. Hacer lo que no hay que hacer”.
¿Por qué este disco y no otro?
No hay que perder la brújula. Luis Alberto Spinetta ya venía de 4 años de trabajo musical, de reconocimiento crítico y de audiencia. Primero con su proyecto Almendra —junto a sus amigos de barrio y de colegio Rodolfo García y Emilio del Guercio, a quienes se uniría Edelmiro Molinari. Con ellos llegaría a lo más alto con un primer disco que incluiría el primer megaclásico de Spinetta: Muchacha ojos de papel.
En esos cuatro años, el Flaco —como siempre se lo llamó— sacó un segundo disco con Almendra y dos discos con su segunda banda importante: Pescado Rabioso. Este proyecto, más enfocado en el hard rock y heavy metal de entonces, tuvo entre sus integrantes al baterista Black Amaya, al bajista Bocón Francino —reemplazado luego por David Lebón— y al tecladista Carlos Cutaia.
Lo que significa que en cuatro años, Spinetta armó cinco discos —si se cuenta el que ahora se conoce como su primer trabajo solista: Spinettalandia y sus amigos.
En febrero de 1973 lanzó el segundo trabajo de Pescado Rabioso, se peleó con todos los músicos de la banda, que lo fueron dejando solo y decidió grabar las canciones que estaba armando por su propia cuenta, todo en el mismo año.
Esas canciones serían parte de Artaud, que se publicó a fines de octubre de 1973.
El disco parece una venganza. Porque no fue grabado por los miembros de Pescado Rabioso, pero lleva el nombre de la banda.
Hay un texto en la contraportada que no deja dudas: “Los músicos que aparecen en este disco sólo están ligados a la idea Pescado Rabioso por las circunstancias de la grabación y a expreso pedido de Luis Alberto Spinetta”. Sí, el Flaco quería demostrar que solo él era la banda. Un acto de ego, pero del ego del artista.
Él sabía lo que tenía entre manos.
Sabía que el sonido duro se había agotado. Las influencias de Led Zeppelin y de Black Sabbath ya no estaban ahí. El cambio se había gestado y Luis Alberto Spinetta buscaba otra cosa, otros espacios y formas de expresión.
Cuando Black Amaya —el ya ex baterista de Pescado— escuchó el disco, el impacto fue claro: “… cuando escuché Artaud me quería matar”.
Este es el disco donde la guitarra acústica gana —es más, la guitarra eléctrica que usó Spinetta aquí no era de él, ya que no tenía una en ese momento. El Flaco toca piano, maracas, dobla sus voces y hace armonías con ella. Experimenta con sonidos y efectos; suena el “She loves you, yeah, yeah, yeah” de The Beatles junto a un llanto que él mismo grabó. Le pide a su hermano menor, Gustavo, que toque la batería en dos canciones y se junta a sus amigos de infancia y compañeros de Almendra, Rodolfo García y Emilio del Guercio, para que toquen batería y bajo en otros temas.
Es la transición, es por eso que Artaud funciona. Si bien hasta ese momento Spinetta había tenido una especie de sensibilidad abrumadora para hacer música, para construir canciones con grandes melodías y letras, aquí todo se vuelve gigante.
Spinetta se convierte en el inmenso Luis Alberto Spinetta en este disco. Reconoce que la forma de enfrentar la desesperación y la ansiedad es a través del trabajo creativo. Argentina estaba de cara al último mandato de Perón y a las puertas de la dictadura sangrienta que gobernó al país, de 1976 a 1983.
Artaud es la oportunidad de liberar al arte, de que el arte ataque en otras instancias, una antesala a la destrucción que vendría.
Este es un disco que se la juega en ese sentido, que es capaz de ser un homenaje —sobre todo a Antonin Artaud— y, al mismo tiempo, un distanciamiento. Spinetta no quiere rendirse a los pies del francés, sólo quiere reconocer que en lo que debió padecer Artaud —desde una enfermedad mental, encarcelamiento, consumo de drogas y un posible suicidio para no sufrir ante un cáncer— hay una respuesta que no debería ser la alternativa.
Para Spinetta, lo de Artaud es una advertencia. Pero no hay moralina aquí. En una entrevista con Eduardo Berti en 1988, el Flaco lo aclaró de manera puntual: “La idea del álbum era exponer la posibilidad de un antídoto contra lo que opinó Artaud. Quien lo haya leído no puede evadirse de una cuota de desesperación. Para él la respuesta del hombre es la locura; para Lennon es el amor”.
Artaud es un disco en el que la confesión artística, la necesidad de lo hermoso y la libertad del arte son organismos vivos. Es un disco en el que lo artístico se pudo conjugar con las búsquedas de un público que fue y lo compró.
La calidad de las canciones
Artaud es un disco con grandes canciones.
No hay un sólo momento en que algo no funcione y si bien ya se puede escuchar un poco al Spinetta que con los años irá complicando los arreglos de sus composiciones, en Artaud todavía hay cierta simpleza que hace de esto un disco de fácil acceso.
Artaud habla desde el amor hacia el amor de antes —empieza con Todas las hojas son del viento, una dulce canción dedicada a su ex pareja, que estaba a punto de ser madre. Es también la posibilidad de la nueva relación y todo lo que la novedad del amor abre —la surrealista y preciosa Por es un ejercicio entre él y su entonces esposa Patricia Salazar, la madre de sus cuatro hijos y con quien estuvo por 25 años, en el que la letra es solo un sustantivo detrás de otro, sin verbos ni conjunciones—.
Es el juego y la adivinanza para crear sentido.
Con Cementerio Club, Spinetta —junto a su hermano y a Del Guercio— alucina un blues en el que la muerte se convierte en esa base, también surrealista, un tipo de sueño o pesadilla en el que la voz de un muerto parece estar disfrutando —o no— de su permanencia en un cementerio: “Que solo y triste voy a estar en este cementerio / qué calor hará sin vos, en verano”.
Muchos años más tarde, en 1996, Soda Stereo tomaría el solo de la canción y lo incluiría en su versión de Té para tres, en su Mtv Unplugged. Algo que le daría un nuevo empuje a la música de Spinetta.
Gustavo Cerati, el líder de Soda Stereo, era —desde luego— fanático a rabiar de Spinetta y de este disco en particular. Por eso, cuando lanzó su primer disco solista, Cerati incluyó una versión de un tema de Artaud: Bajan. Una canción que más allá de su armonía y de cierta desesperación en su melodía, termina siendo un gran tema de rock sobre la nostalgia una vez que llega la noche.
Superchería —no existe un mejor título para una canción— es un tema entre rock y jazz que no sólo tiene a un Spinetta preciso en la guitarra, sino que varios cambios de ritmo y distintas voces que crean una especie de desesperación coral: “Siempre soñar, nunca creer / eso es lo que mata tu amor / siempre desear, nunca tener / eso es lo que mata tu amor / lo mismo da morir y amar”.
Luego un estribillo en el que él repite “Superstición”, como una manera de acabar con el hechizo de lo que podría entenderse como las creencias hasta religiosas que se tienen.
Con La sed verdadera regresa la guitarra acústica y aquí, Luis Alberto Spinetta trata de darle su espacio a la necesidad de una humanidad capaz de desarrollar conocimiento por encima de cualquier otra cosa. No como solución, sino como germen para más cuestionamientos individuales.
“Sé muy bien que has oído hablar de mí / Y hoy nos vemos aquí / Pero la paz en mí nunca la encontrarás / Si no es en vos, en mí nunca la encontrarás”. Hay una dulzura intrínseca en esta canción, pese a que es un llamado de atención y desemboca en un pequeño caos controlado de efectos y sonidos etéreos, como ruido blanco.
En 1973, el lado B del disco iniciaba con una de las piezas más épicas, poderosas y hermosas que haya dado la música en español. Spinetta toma todo aquello que le significó leer Van Gogh, el suicidado por la sociedad, el libro de Antonin Artaud, publicado en 1947, en el que habla de la locura y del significado de morir por acción propia y lo lleva al terreno de la música y desesperanza.
Del libro de Antonin Artaud, Spinetta pasó a refugiarse en la lectura de las Cartas a Theo, con los textos del gran pintor Vincent Van Gogh a su hermano. Un libro publicado en 1914, en el que el malestar y dolor están presentes, pero siempre gana el amor.
De ambas publicaciones, el Flaco obtuvo las imágenes, la liberación y todo lo que es la tortura artística y poética. Y que, a pesar de ese dolor, siempre habrá algo más, un tipo de belleza que quizás no sea comprensible, pero tiene existencia, está y se la puede percibir.
Con dos guitarras acústicas, dos guitarras eléctricas, maracas y platillos —todo tocado por Spinetta—, así como su voz en primer plano, Cantata de los puentes amarillos es una joya de 9 minutos de duración. En ella, Spinetta dice que el futuro va a ser mejor, que ama tanto que no se puede despertar sin amar y que el amor es mañana. Un optimismo brutal y trágico.
Las dos últimas canciones no son menores. A Starosta, el idiota es el tema en el que el argentino deja un rato la guitarra y agarra el piano. Dividida en dos partes fácilmente identificables, aquí se trata de dar ánimo y de aceptar la oscuridad, pasa salir de ella, para encontrar un camino: “No llores más, ya no tengas frío / No creas que ya no hay más tinieblas / Tan sólo debes comprenderla / Es como la luz en primavera”.
El cierre de Artaud es hacia arriba, con banda completa —Del Guercio y García junto a Spinetta— y con cierto aire de rock progresivo. Las habladurías del mundo se sostiene por lo que hace la guitarra en un eterno riff, por un cencerro y lo que sucede una vez que el estribillo termina. Aquí, el Flaco se adelanta por varias décadas a todo lo que puede inflamar en las cabezas el acceso constante a información o a datos que provienen de medios de comunicación o de tecnología.
La advertencia estaba clara.
Artaud es un clásico. No solo es el disco más importante del rock argentino, según la revista Rolling Stone. Es también una joya latinoamericana. Es la transgresión previa a la tragedia, que ha servido para aceptar y comprender que hasta en la desesperación que puede acompañar al arte, hay una posibilidad de aprender a soportar o encontrar resiliencia frente a las tragedias de la vida real.
No es una lección que quiso hacer Spinetta. Es un regalo que alguien de 23 años le hizo al mundo, para que podamos decir “mañana es mejor”, como en Cantata de los puentes amarillos.
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