Cada 14 de agosto se conmemora el día de la lucha contra la violencia sexual en las aulas. Es una fecha que surgió de la dolorosa historia de Paola Guzmán Albarracín. Cuando tenía 16 años, Paola fue violada por el rector de su colegio y, por el trauma, terminó con su vida. La violencia le arrebató su futuro. Pero Paola no es la única. Hay demasiadas niñas y adolescentes y, también, mujeres universitarias que enfrentan violencia todos los días. Porque cuando hablamos de aulas, nos olvidamos que la educación es un derecho que no se agota cuando cumples 18 años. 

Elegimos no ver a la educación superior. Nos olvidamos que debemos exigir que las universidades, así como las escuelas y colegios, sean un espacio libre de violencia.

Vivimos en un país en el que la universidad existe desde el 1620, pero mujeres y personas de la población LGBTI recién somos parte desde hace apenas 100 años. Es un país en el que ninguna política de educación superior se ha pensado para nosotras. 

Cuando escucho este contexto, pienso que, si Paola hubiera sobrevivido a la violencia que sufrió en su colegio, tal vez no hubiera corrido con la misma suerte en la universidad. Y por eso me asusta que no estemos hablando de la violencia en la universidad. 

En el sistema de educación superior, no hablamos de que las mujeres son el 60% de la población juvenil y que menos de la mitad se presenta a dar el examen de acceso. No hablamos de que nosotras, universitarias, no tuvimos tiempo para estudiar porque teníamos abuelos, hermanos y padres a quienes cuidar, alimentar, vestir y acompañar. 

No hablamos de que en nuestro primer día de clases nos dijeron “aquí no se viene a conseguir marido” ni de cómo nos eligieron para ser asistentes de cátedra porque éramos bonitas. Tampoco decimos cómo nos miraban las piernas mientras dábamos nuestra primera exposición en la universidad. 

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No hablamos de todas las veces que tuvimos solo para el pasaje y nos hicieron pagar 10 centavos por el papel higiénico en el baño o 25 centavos por una toalla sanitaria. Una toalla, además, que tuvimos que esconder de nuestros compañeros, porque nos enseñaron a tener vergüenza de menstruar.

La violencia sexual en las aulas que sufren las mujeres universitarias es un problema que, como sociedad, hemos decidido ignorar. 

Es como si cumplir 18 años eliminara la gravedad de ser acosada o violada. Como si el hecho de que tu profesor te exija favores sexuales a cambio de una nota no significara lo mismo cuando eres mayor de edad. 

Nos han dejado solas, vendiéndonos la idea de que la universidad es la solución para nuestro futuro y obligándonos a permanecer calladas hasta que esos cinco tortuosos años se terminen. 

La indiferencia crece, pero las cifras están ahí. Un estudio realizado por la Universidad San Martín de Porres y el programa PreViMujer reveló que 1 de cada 3 mujeres ha sufrido violencia en la educación superior. De ellas, 10% fueron agredidas sexualmente. 

¿Y qué ha hecho Ecuador por nosotras? 

Han pasado cinco años desde que se promulgó la Ley Orgánica Para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres. Con esta, se hizo un protocolo de actuación para prevenir y erradicar la violencia en las instituciones de educación superior. Pero no todas las universidades e institutos lo tienen. Y los que lo tienen, no lo difunden. El 64% de estudiantes, según el mismo estudio de PreViMujer, dice nunca haber sido capacitado en este tema.

Que terminemos nuestras carreras es el último de los intereses de la educación superior. Nosotras soportamos los discursos de odio, el acoso sexual, la misoginia, y el país sigue indolente a la cantidad de mujeres que abandonan sus estudios por estos problemas. 

Eso es lo que la historia no te cuenta, ¿por qué seguimos ahí? Estas campañas de “amiga date cuenta” nunca nos dijeron que hay violencias de las que no puedes huir. Porque no sabes dónde denunciar. Porque te dicen que es mejor no buscar problemas. Porque sí, tu profesor te acosa, pero tu familia necesita que tengas el título para que consigas un trabajo y les des de comer. Porque tu profesor te llama a la madrugada a decirte que le aceptes una salida, pero no puedes colgar porque tu familia, que vive en la ruralidad, invirtió todo su dinero para arrendarte el cuarto que tienes para estudiar en la capital. Porque tu profesor te toca en medio de la clase y tus compañeros te amenazan para que no digas nada porque tienes que ayudarles a pasar el semestre.

Es como si estuvieses obligada a soportar esas violencias.

En este círculo atroz también hay violencias que hemos normalizado en la educación. Las llamamos micromachismos, aunque no tengan nada de pequeños. Estas nos impiden ver lo que sucede hasta que es muy grave.

Algunos ejemplos son: que un profesor te toque la espalda cuando estás dando un examen. Que te salude con un beso y a tus compañeros les dé la mano. Que a ellos les digan “doctores” y a ti “bonita”. 

Esa violencia psicológica, que sufrimos el 14% de las mujeres en la universidad, es lo que no nos permite huir después cuando escala porque ya nos humillaron, nos rompieron, nos hicieron sentir que no pertenecemos y que no valemos nada. Porque en nuestra mente se quedó la idea de que mientras ellos van a ser ingenieros, tú nunca vas a poder ser nada más que la asistente que pasa el café.

Por eso, cada 14 de agosto es importante recordar que no hay solo un tipo de aulas. Que no son solo las niñas en las escuelas, en los centros comunitarios, en los institutos especializados de discapacidad la sufren. Que no solo son las adolescentes madres o las que están privadas de libertad la sufren. Somos también nosotras, las mujeres jóvenes que seguimos sobreviviendo violencia en las universidades.  

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Ljubica Fuentes
Abogada feminista. Activista por educación libre de violencia de género. Fundadora y directora ejecutiva de la Fundación Ciudadanas del Mundo. Fue reconocida como activista nacional de género y juventud de United Nations desde 2020. En 2022 fue TEDx Speaker.
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