Cada vez que se acercan elecciones, volvemos a escuchar el término outsider. Para algunos es señal de esperanza. A otros les causa frustración. Un candidato outsider tiende a revolver el tablero político, justamente por su naturaleza de que viene “de afuera” de lo considerado tradicional. Pero ese “mesías” que llega a desafiar el status quo es apenas la punta del iceberg del enorme fenómeno político debajo de la campaña de este tipo de candidatos.
En los últimos años hubo un auge de estos perfiles. Ya no son una novedad. Por eso, no se trata de situaciones momentáneas, aisladas, o anecdóticas. Por nombrar a algunos están Andrés Manuel López Obrador en México, Pedro Castillo en Perú, Nayib Bukele en El Salvador, Rafael Correa en Ecuador, Rodolfo Hernández en Colombia, Javier Milei en Argentina, Donald Trump en Estados Unidos.
Es el trend en las campañas electorales. Y tiene una razón legítima.
Pero antes de explicar por qué, es conveniente precisar el término. Normalmente, los outsiders son aquellos que se presentan a elecciones sin tener experiencia en la política, y están al margen del sistema de partidos y de la sociedad política. Existe otra acepción: se les llama candidatos no tradicionales. Es decir, un candidato sin experiencia política que trae un nuevo juego político al margen de lo tradicional para su candidatura.
¿Por qué llaman la atención?
Se presentan como una alternativa fresca y así contrastan con los candidatos ya establecidos. Su fuerte es ofrecer un enfoque distinto para resolver los problemas de un país. Asimismo, suelen enfatizar en su independencia de las estructuras y prácticas políticas existentes. Se autoperciben como las voces de cambio.
En América Latina, particularmente en los últimos años, los votantes han expresado su frustración contra los partidos y los candidatos tradicionales. Por eso, suelen decantarse por este tipo de perfiles, incluso si no ganan la elección. Este fenómeno es una respuesta a la creciente insatisfacción contra el sistema político y el aumento de la desconfianza hacia los partidos.
La democracia se vuelve desesperanzadora para los ciudadanos: es el entorno perfecto para que se configuren liderazgos no tan democráticos.
El creciente descontento ciudadano es tierra fértil para “los de afuera”. Algunos factores políticos e institucionales pueden crear las condiciones sociales para que un outsider se convierta en un perfil interesante para los votantes. Entre ellos, el desgaste de los partidos, el mal desempeño de la élite política, la desconfianza, la corrupción y la mala gestión pública pueden contribuir a un impulso electoral para este tipo de liderazgos.
Para muestra, un botón. En Ecuador, hace poco, se anularon las elecciones de la Junta Parroquial de Calacalí porque los votos nulos superaron a los válidos. Este suceso refleja ese sentimiento de rechazo al sistema político y los actores que lo conforman.
El rol del candidato de afuera es canalizar la frustración ciudadana producida por los políticos profesionales. Esta crisis de representación crea una atracción hacia perfiles “apolíticos”. En este contexto, los votantes buscan un candidato que no esté manchado por la política. De hecho, esa falta de experiencia en la administración pública resulta atractiva para los votantes.
Estas razones también permiten entender la crisis de los partidos tradicionales y la aparición de los outsiders en varios países de la región en 1990. En Ecuador particularmente fue entre 1998 y 2006, cuando colapsó el sistema de partidos y apareció Rafael Correa. Aunque tenía experiencia en lo público, no la tenía en lo político.
Los outsiders comprendieron —una parte— de la lección. Entienden el hartazgo de los ciudadanos y lo canalizan en el discurso “yo no soy político” para ganarse su confianza. Y les funciona. ¿Por qué? Pues las nociones de liderazgo están cambiando. No solo importan los títulos universitarios del candidato, también importa su capacidad de acercarse a los votantes de una forma más auténtica y transparente.
Sin embargo, queda pendiente aprender toda la lección.
Si bien los outsiders logran capitalizar demandas legítimas y enmarcarse como “antisistema”, su proceder puede representar algunos riesgos para la institucionalidad democrática. Los presidentes outsiders suelen no tener un equipo de gobierno listo para asumir los cargos. Por tanto, la función pública carece de experiencia política. Asimismo, sus propuestas electorales muchas veces suelen ser demagógicas y poco precisas. Esto crea un problema para implementarlas porque son difíciles de cumplir.
Por otro lado, los outsiders ocupan nuevos espacios políticos. De este modo, se debilita el sistema de partidos. Por un lado, los partidos tradicionales tienden a colapsar. Por el otro, las nuevas organizaciones suelen ser vehículos electorales. Es decir, partidos sin estructura sólida que giran alrededor de este perfil mediático.
Incluso, estos nuevos partidos pueden desaparecer de inmediato después de perder una elección. Esto se traduce en inestabilidad, fragmentación y crisis de gobernabilidad. La toma de decisiones políticas se vuelve un infierno.
Otro riesgo de este tipo de candidaturas es que pueden sobredimensionar el personalismo. Ese liderazgo populista y magnánimo es capaz de cruzar varias líneas rojas para aferrarse al poder y para imponer su voluntad política. Lamentablemente, esto es cada vez más frecuente y puede ser un problema para las democracias presidencialistas como la nuestra.
¿Los outsiders vinieron para quedarse? ¿Son el nuevo trend de la política?
Como lo mencioné, este fenómeno ya no es tan novedoso. Mientras el contexto político y social esté marcado por la corrupción, la mala gestión pública y la ineptitud de los partidos de consolidarse, los outsiders serán cada vez más habituales. Sobre todo en Latinoamérica, donde están presentes estos rasgos.
Ser outsider no es una virtud en sí misma. No asegura ipso facto el éxito electoral. Unos ganan, otros pierden. Unos se quedan y a otros nunca más los volvemos a ver. Pero parte de la democracia es aceptar la derrota.
Los outsiders deben saber ser oposición y gobierno. Ahora queda ver cómo se configura este fenómeno en las elecciones anticipadas y en los futuros procesos electorales de la región.
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