Seis meses antes de ser asesinada, la concejala boliviana Juana Quishpe recibió amenazas de muerte. “No me he rendido, tomé fuerzas y dije no voy a hacerlo (renunciar), si es posible mátenme, estoy dispuesta a morir”, dijo en septiembre de 2011, para explicar el acoso que empezó a sufrir luego de ser elegida. El liderazgo de la mujer indígena de 42 años rompió estereotipos en la política del país andino. Su asesinato, que sigue impune 10 años después, no solo es el ejemplo más extremo de violencia de género en la política en América Latina sino que fue el motor para que se creara la primera ley en la región que tipifique este delito.
La Convención Belém do Pará —el tratado interamericano que estableció, por primera vez, de manera expresa el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia— y sus documentos de seguimiento definen a la violencia de género en la política como “una de las principales barreras para el acceso y permanencia de las mujeres en espacios de liderazgo, representación y toma de decisiones”.
En Ecuador, el Código de la Democracia la define como la agresión en contra de mujeres “candidatas, militantes, electas, designadas o que ejerzan cargos públicos, defensoras de derechos humanos, feministas, lideresas políticas o sociales”.
En vísperas a las elecciones seccionales en las que se elegirán alcaldesas, concejalas, prefectas, miembros de juntas parroquiales, y miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, Walleska Pareja Díaz, abogada especialista en igualdad de género, habla cómo esta violencia afecta a las mujeres que buscan participar en la vida pública.
Explica por qué es importante reconocerla y señalarla para garantizar una verdadera democracia.
Hay varios conceptos de violencia contra las mujeres en la política. ¿Cómo la definirías tú?
Creo que siempre tenemos que hacer referencia al concepto de violencia más genérico, para luego aterrizarlo al tema político.
La violencia es cualquier acción, conducta u omisión que se hace, ya sea de manera directa o a través de terceros, y que cause un daño a las mujeres. Pero en el caso de la violencia política tiene un objetivo muy específico que es anular o disminuir el ejercicio de los derechos de una mujer en el ámbito político.
Con el tiempo se ha evidenciado que se puede dar de varias maneras: de manera física, que es la más evidente, que inclusive ha llegado a casos como el de Joe Cox, en Reino Unido, que fue el homicidio de una mujer en la vida política. También está Juana Quishpe, de Bolivia, por quien sale la ley de violencia política en ese país.
Se manifiesta también como violencia sexual, psicológica, económica. Ahora incluyen a la violencia en línea de manera separada, que antes se la incluía como violencia psicológica, pero ahora se quiere hacer un análisis específico por la gravedad del tema.
Es fundamental saber cuál es el objetivo de esta violencia.
Tenemos que entender que cuando decimos que hay una mujer —candidata, en puesto de liderazgo comunitario, periodista con gran alcance, mujer en sociedad civil que tienen capacidad de incidir en política pública y en legislación, o en puestos de tomas de decisiones— que está sufriendo violencia, es violentada por esa razón.
Inclusive hemos escuchado a mujeres que están en la política y que empiezan a recibir violencia en sus casas, por el hecho de haberse insertado en la política.
Cuando escuchamos violencia de género en la política, pensamos en mujeres candidatas, pero hiciste referencia a otros espacios. ¿Podrías explicar quiénes podrían sufrir este tipo de violencia?
El espectro es bastante amplio porque el derecho político en sí mismo es el derecho a la vida pública, no solo a elegir y ser elegidos.
Entonces, incluye también participar en la vida pública. Inclusive los instrumentos internacionales de Derechos Humanos hablan de representaciones a nivel internacional, es decir las mujeres en la diplomacia, y las que están en la sociedad civil.
Incluye a todas las mujeres que tienen capacidad de incidir o de tomar decisiones en la vida pública.
La conceptualización es diferente porque no solo es en la vida política que el común de los mortales lo sentimos como una mujer que se candidatiza o que va a votar.
Cuando una mujer recibe violencia y es una líder comunitaria, o es una directora, o una mujer en alta posición en una organización de la sociedad civil, también es considerada la vida pública. Ahí es donde entraría este tipo de violencia.
Como me decías, con el objetivo de expulsarla de esa vida pública…
Sí, lo que quieren es anular o disminuir sus derechos.
Que tenga de alguna manera una suerte de desazón de participar en la vida pública. Y que digan “para qué me meto en esto, para qué voy a estar tratando de incidir en los temas políticos, de políticas públicas, de legislación, en la toma de decisiones… para qué si voy a sufrir ese tipo de violencia”.
Y eso es lo que nos pasa a las mujeres actualmente: cada vez nos disuaden de participar en política.
A nivel concreto, ¿cómo se manifiesta la violencia de género en la política?
Cuando una mujer sufre violencia física puede ser intimidación, acoso. Por ejemplo, en Colombia se daban secuestros a las mujeres periodistas o a las que intentaban participar en política. Los golpes, la gente que agrede físicamente, las palizas. Los asesinatos son los peores casos.
La psicológica o emocional incluye amenazas, chantajes, acoso, difamaciones, calumnias.
Un ejemplo interesante es cuando empezaron a difamar a Sanna Marin, la primera ministra de Finlandia, con la foto de ella enfiestándose con las amigas. Porque ahí se genera un enlace con los roles: [la gente piensa] si ya encima no está en la vida privada, ya encima que quiere tomar decisiones, tiene que ser sumamente cauta, dejar de lado entre comillas lo humano, y tiene que ser súper recta, súper discreta, y no tiene derecho a enfiestarse, al ocio, a la diversión.
Todo esto es, de alguna manera, por el doble juicio que se tiene de las mujeres que hacen política, de que tienen que probar dos o tres veces que pueden estar en esos espacios.
Y eso quiere decir que el hombre sí se puede permitir [estos comportamientos]: si el hombre bebe, se enfiesta, será un escandalillo por ahí, pero no es la misma connotación de si lo hace una mujer.
Esa mujer definitivamente “no está apta” para estar en política.
Lo mismo se da, por ejemplo, en la Asamblea Nacional cuando, en medio de un debate, le dicen “usted es una histérica” o “ha de estar con sus días”.
El hombre temperamental, que se sube de tono es un hombre simplemente con carácter, con personalidad, con templanza. Pero si una mujer pasa lo mismo, es una histérica.
Los mismos epítetos y adjetivos que se usan generalmente para hacer sentir mal a una mujer, se los lleva al ámbito político: que no son aptas para estar en lo político porque son muy emocionales y no pueden controlarse.
¿Cómo se manifiesta este tipo de violencia en línea?
La violencia en línea es de mucha actualidad porque el ciberacoso, las noticias falsas, atacan muchísimo a las mujeres.
En un estudio de Amnistía Internacional llamado Toxic Twitter se ve cómo Twitter es un espacio súper tóxico para las mujeres, y hay muchas que dicen que es aún más tóxico para las que están en la política porque se suben demasiado los tonos de los troll centers para atacarlas.
Y siempre tiene que ver con humillaciones del aspecto físico, o del tema racial.
Por ejemplo, hay una ex ministra italiana, afrodescendiente, que sufría acoso en línea terrible: le decían mono, gorila, absolutamente de todo para ir en contra de su etnia.
La violencia se puede subir mucho de tono en línea porque hay muchas más posibilidades. Los usuarios son anónimos, no puedes dar seguimiento a quiénes mismo son, las denuncias son más difíciles de hacer. Y al final la denuncia es bajísima porque dicen “para qué voy a denunciar ese perfil si al final no va a pasar nada”.
Entonces terminas de dejar de leer lo que te escriben, en lugar de que sea un lugar de interconexión, de intercambio, donde puedes tener un poco más de cercanía con ciertos seguidores, o con gente que es detractora a través de un diálogo sano.
Dejas de leer absolutamente todo para evitar meterte en ese tema del acoso.
¿Y en la violencia sexual?
Esto es súper claro. Por ejemplo, la vestimenta en la política es algo importante en relación a las mujeres.
Los hombres si tienen terno, si tienen short, casi no importa. Pero en las mujeres siempre se fijan si tiene escote o no tiene. Se da una cosificación, [son blanco de] insinuaciones sexuales, de agresiones sexuales. Son situaciones que se sabe también están sucediendo al interior de ciertos partidos políticos.
También está el hecho de compartir imágenes sexuales, o inclusive pornográficas, para humillar a una mujer que está haciendo política, y eso la desincentiva de seguir participando porque al final eso es un tremendo escándalo.
Y, finalmente, la violencia simbólica cruza absolutamente todo: es un tema de roles, de estereotipos, de dónde pertenecen las mujeres.
La económica también es muy clara en algunos casos que se han dado incluso en Ecuador. Por ejemplo, la denegación del salario de las mujeres políticas.
¿Podrías darme ejemplos?
En violencia económica hubo un caso de una concejala que no recibió sueldo durante sus nueve meses de embarazo porque simplemente el alcalde se inventaba cualquier cosa para que no le paguen. Y en tiempo de lactancia tampoco le querían permitir el periodo [que es pagado].
Me llegó otro caso en el que cada que iniciaba sesión de Concejo, a una mujer concejala le pasaban la escoba, a otra le daban mal la dirección, el lugar de la reunión.
Otro ejemplo, que es más claro ahora [en época de elecciones], es la restricción de acceso a los recursos en campaña política. Generalmente, las mujeres son las que menos recursos tienen en campaña porque así lo decide el cabecilla del partido u organización.
Y eso obviamente va en detrimento de sus posibilidades de ganar.
¿Cómo se explica esta violencia?
La violencia de género en la política está muy de cerca a la cultura política nuestra. Hay partidos más grandes, más tradicionales, donde vemos liderazgos muy masculinos.
Y cuando vemos algún tipo de protagonismo por parte de las mujeres, parece que siempre está con algún padrino. Y eso puede ser cierto, pero también puede que ella sí tenga un cierto liderazgo, pero parece que siempre está de la mano del padrino que está apoyándola para que pueda tener una oportunidad.
El mismo Rafael Correa, cuando se discutía el aborto por violación y hubo asambleístas que querían votar a favor, y él dijo algo como “por qué están ustedes votando así, si ustedes ganaron porque salieron conmigo en la foto”.
¿Qué hay detrás de la violencia de género en la política?
El mensaje es “tú no perteneces aquí, este no es tu espacio natural”. Es que el espacio natural del poder es un espacio masculino porque el hombre tiene un raciocinio, no es tan emocional, es más cauto. El mensaje es que el hecho que las mujeres estemos en la política es una locura de cuotas.
Por todos esos mensajes, inclusive las mismas mujeres tienen un momento difícil al reconocerse en la política. Y muchas veces por eso, muchas lo dejan.
También están todas las trampas que había en las leyes.
¿Como cuáles?
Por ejemplo, en la ley de cuotas [que se hizo para promover la paridad] se candidatizaban mujeres que en realidad lo hacían en nombre del esposo. Y a la hora de ejercer el poder, ellas renunciaban para que el esposo, que era el alterno, subiera al cargo.
Otra forma era ponernos a las mujeres candidatas al final de las listas para cumplir, pero así nunca nos elegían [por el sistema de votos que privilegia siempre a quienes encabezan las listas]. Por eso luego se reformó con la secuencialidad y alternancia para que en las listas sea mujer, hombre, mujer, hombre…
Han sido formas de trampear las leyes y de alguna manera es lo que muchos hombres y mujeres piensan: que las mujeres deberíamos dedicarnos a lo nuestro, que es la maternidad.
¿Por qué las mujeres son necesarias en la política?
Muchas veces se dice ‘bueno, las mujeres debemos estar en política porque somos el 51% de la población’. Entonces necesitamos estar en ese espacio simplemente por un tema numérico. Y creo que es un argumento válido, legítimo porque obviamente representamos un porcentaje importantísimo de la población.
Pero hay que ir más allá de eso.
El ir más allá de eso quiere decir que vamos a hablar de una cultura política diferente, que vamos a hablar de liderazgos diferentes, y vamos a dejar de pensar que un buen político tiene características de hombre: ser supuestamente más racionales que las mujeres (peor si estamos en nuestros días de menstruación).
Es contradictorio porque supuestamente los hombres son gente más pensantes pero a la vez son temperamentales, y eso creo que es cultura política ecuatoriana: el arrecho, la letra con sangre entra. Es racional pero a la vez es un hijo de tal porque es bien varón: grita, pega, discute y siempre gana.
Y una mujer no hace eso, es más dócil, es conciliadora. También estos estereotipos que debemos eliminar, porque tener más mujeres en la política nos va a fortalecer en términos democráticos.
*Esta entrevista ha sido editada para facilitar su legibilidad.
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