El historiador Lawrence Freedman empieza su enorme libro sobre estrategia militar con una frase de Mike Tyson: “Todo el mundo tiene un plan hasta que le golpean en la cara”. Aunque en la Batalla del 24 de mayo de 1822 se enfrentaron los ejércitos de dos grandes estrategas militares, nada salió de acuerdo a ningún plan y los golpes a la cara eran a muerte. 

Ni el realista Melchor Aymerich ni Antonio José de Sucre querían luchar en las faldas del Pichincha. Por esta razón, como señala Carlos Landazuri, la batalla fue esporádica y particularmente confusa. Toda la ciudad seguía el combate pero, seguramente, no tenía la menor idea de quién ganaba.

“Los habitantes de Quito con emoción contenida siguieron paso a paso a la batalla que, como en un gigantesco escenario, se desarrolló ante sus ojos.” Carlos Landázuri.

La emoción debía ser contenida. Quiteñas y quiteños habían vivido doce años de sobresaltos, esperanzas y momentos de terror. La polarización afectaba a toda la sociedad, que se dividía entre quienes querían seguir siendo súbditos y quienes deseaban algo nuevo, y quizás mejor. 

Había familias rotas, tensión dentro de los conventos y el recuerdo constante de la masacre de 1810, que demostró que ni los ilustres de la ciudad estaban lejos de ser asesinados por el realismo. Durante una década, hablar de política en la mesa podría tener terribles consecuencias.

Un comunicado de Antonio José de Sucre cuenta que la batalla duró tres horas. La breve carta, escrita el 25 de mayo de 1822, dice que quinientos cadáveres enemigos” y trescientos “ilustres soldados” independentistas dejaron su vida en Pichincha. La enumeración de Sucre es tan redonda que cuesta creer en su exactitud.

Lo que el historiador Carlos Landazuri corrobora es que, a las tres de la tarde del 24 de mayo, la gente sabía que Aymerich había sido derrotado. Esa victoria independentista terminaba con casi 300 años de dominación española en el territorio y abría la puerta a algo nuevo y desconocido.   

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La Independencia, un producto de importación 

La Batalla de Pichincha fue, hasta ese momento, el enfrentamiento más internacional de la Independencia. El ejército de Sucre estaba conformado por venezolanos, granadinos, ingleses, irlandeses, argentinos, chilenos, peruanos, bolivianos, españoles y ecuatorianos de otras regiones, sobre todo Guayaquil.  

El escritor venezolano José Luis Salcedo Bastardo dice que la batalla fue una prueba de “positivo americanismo”. Es casi seguro que sin el acuerdo entre Bolívar y San Martín, que luchaba en el cono sur del continente, la historia sería otra. 

La victoria del 24 de mayo de 1822 cerró una campaña que empezó dos años antes con la independencia de Guayaquil. Es en esa ciudad donde se forma el ejército que finalmente vencería a Aymerich. Pero el camino hacia Pichincha fue largo y escabroso.

Cuando Guayaquil se liberó, los revolucionarios, entre los que destaca la figura de José Joaquín de Olmedo, comprendieron que, mientras existiesen enclaves realistas, su independencia estaba amenazada. Así nació la División Protectora de Quito. 

La División Protectora arrancó con fuerza y en casi un mes estaba en Huachi, a las puertas de Ambato. Allí fueron recibidos por unos mil veteranos realistas enviados desde Quito. La independencia se frenó con fuerza. 

Mientras, en Guayaquil, la diplomacia se jugaba el futuro del puerto. El Perú, que aún no se independizaba, y la gran Colombia tenían sus propios intereses. Bolívar fue el más preocupado y envió a uno de sus mejores generales: Antonio José de Sucre. El Libertador habría ido en persona pero la realista ciudad de Pasto parecía invencible. 

Ilustraciones de Andreina Escala y animación de Erick Lara para GK.

La segunda derrota de Huachi

Sucre llegó a Guayaquil con armas y unos 700 soldados. El impulso renovador de los independentistas llegó hasta el mismo lugar: Huachi, en las afueras de Ambato. 

En esta ocasión, los realistas estaban comandados por Melchor Aymerich, que debió sentir gusto al enterarse, o ver, que el caballo de Sucre murió en la batalla y que el Mariscal casi corre con la misma suerte. 

El mariscal Sucre logró a través de la diplomacia lo que no podían las armas. Le pidió ayuda a San Martín, a pesar de la tensión que existía entre el Perú y la Gran Colombia. San Martin accedió y, aunque seguía en su propia guerra contra España, envió refuerzos para liberar a Quito. 

El ejército unido era tan superior que, por ejemplo, Cuenca fue abandonada por los realistas sin siquiera dar batalla. El 21 de abril de 1822, Sucre liberó Riobamba. Quito y Pasto eran los últimos bastiones del realismo en la Gran Colombia. 

Los planes frustrados de Sucre

El ejército del español Aymerich había hecho un buen trabajo fortificando el sur de Quito. Según Carlos Landázuri, si Sucre entraba por ahí, la matanza hubiera sido terrible. Por este motivo, decidió tomar la ciudad por el norte.

 El plan de Sucre era entrar a Quito por la Alameda, que suponía menos fortificada. Si el norte de la ciudad también era infranqueable, subiría hasta Pasto para ayudar a Bolívar y, de esa forma unir todas las fuerzas grancolombianas en un ataque que, con o sin fortificaciones, vencería en Quito.  

Pero, como dice Mike Tyson, los planes a menudo fallan. Para cualquier quiteño, la idea de movilizar un ejército por el Pichincha, sin ser detectado suena casi risible. 

Imaginemos a unos tres mil soldados con caballos, armas, cañones y acompañantes cruzando desde Chillogallo a la Alameda en unas pocas horas sin que nadie los vea en el caso urbano.

Carlo Landazuri explica que esto ocurrió porque Sucre, como la mayor parte de su ejército, nunca había pisado Quito. El vigía realista detectó la amenaza y la mañana del 24 de mayo empezó la batalla. 

Los soldados de Sucre no estaban preparados. Muchos de ellos tenían apenas municiones. Su parque militar se quedó relegado en el recorrido. Por su parte, las tropas de Aymerich tenían la desventaja de pelear cuesta arriba. Finalmente, después de horas, los tiros se apagaron. La independencia había ganado.

El otro lado de la lámina

Al día siguiente se firmó la capitulación y cayeron los últimos baluartes españoles en la ciudad. Un famoso óleo llamado El armisticio de la Batalla del Pichincha muestra a Sucre sentado frente a su enemigo, Melchor Aymerich. El prócer tiene la frente brillante mientras su enemigo frunce el ceño con decepción.

La reproducción del óleo circula en la prensa, el internet y es la portada de uno de los libros de historia más importante del Ecuador. Por lo general, se dice que fue pintado por Antonio Salas en 1882. El cuadro recuerda las láminas que hasta hace algunos años todos los estudiantes escolares debían comprar y recortar. 

Pero como señala Alfonso Ortiz, sería milagroso que Salas hubiese pintado el cuadro 22 años después de morir en 1860. El óleo es una falsificación hecha por algún “tramposo aficionado a la historia” en el siglo XX, dice Ortiz. 

El falsificador copió un cuadro peruano de 1920. Las láminas, al igual que la historia, siempre tienen una parte que no se ve a simple vista y que es necesario reconocer. 

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Francisco Miñaca
(1992). Creativo junior de GK. Es guionista y comediante. Estudió Comunicación en la Universidad Católica. Ha trabajado en el desarrollo de proyectos de televisión y como libretista.