Ya podemos hablar del alcalde de Quito sin desdoblarnos. Desde que la Corte Constitucional decidió que Jorge Yunda fue legítimamente removido, la capital retomó, al menos, un cauce institucional. Santiago Guarderas es su único alcalde y decirlo es un alivio —no por él, sino porque se acabó la pugna medieval. Pero también hay un riesgo: sin apoyo popular, ni una propuesta política clara, la administración de Guarderas podría ser llevada por la inercia y los ataques a Yunda (como pasó en el gobierno de Lenín Moreno, que no se cansó de echarle la culpa a su antecesor ante sus propios errores). 

Ya que tanto peleó por el cargo, Guarderas tiene la obligación de manejar el desperdiciado presupuesto municipal, transparentar el caos del metro y recuperar la confianza ciudadana en la alcaldía. Ha dicho que “pondrá el acelerador en su máxima potencia”. Y no le queda de otra: debe demostrar que la querella legal que protagonizó valió la pena. Tener iniciativa es su obligación porque en Quito ya no se puede vivir de palabras. 

Desde donde se mire, el fallo de la Corte era urgente. No es normal, ni justo, para una capital haber tenido dos alcaldes disputándose el cargo en distintas cortes del país. Hasta sesionaron juntos. Fueron meses sintomáticos de una crisis institucional exacerbada por pugnas internas, amarres y poca confianza en la gestión de Yunda. Había subsecretarías paralizadas, entre otras instancias municipales sin dirección alguna. Quito necesitaba su alcalde. Más que por Guarderas, por la institucionalidad del Municipio. 

Pero eso no basta. El alcalde ahora debe volver a conectarse con la ciudadanía. Porque también es cierto que Guarderas no fue elegido por votación popular y que no tiene bases populares que lo apoyen. Es, sin duda, el alcalde de los concejales: en mayo de 2019, ganó con 12 votos del Concejo. 

Yunda, por supuesto, se ha encargado de recordárselo: en Twitter, por ejemplo, ha subido algunas publicaciones sobre el valor de ser elegido “democráticamente”. “Valió la pena”, repite el exalcalde

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De cierta forma, Guarderas heredó el cargo. Ahora debe ganárselo. 

El reto, en ese sentido, es convertirse en algo más que un heredero. Ha empezado, predeciblemente, arremetiendo contra la administración de su antecesor. Cuando Yunda fue removido por primera vez, por ejemplo, dijo que encontró el “Municipio postrado y en total abandono”. Lo ha repetido de varias formas luego. Y sus gestos como alcalde, hasta ahora, también han sido indirectas a Yunda. Después de ser posesionado, por segunda vez, anunció una auditoría a su administración y dictó un Código de Ética para funcionarios y autoridades del municipio. Luego, a los doce secretarios que hacen parte de su equipo de trabajo les pidió un diagnóstico de la situación de cada una de las dependencias. 

Pero Guarderas no puede caer en la misma manía que la de Lenín Moreno con Rafael Correa. Debe hacerse cargo. Aunque 20 meses no son mucho, son suficientes para armar un proyecto para, al menos, ordenar la casa y recuperar la confianza institucional. Según el informe de la iniciativa Quito Como Vamos, el 65 % de los quiteños piensan que la ciudad va en mal camino. Esto contrasta con el 70% que siente orgullo por Quito. Es decir, no hay confianza hacia la gestión actual. 

También hay temas prioritarios sobre los que Guarderas nos debe certezas. Ya no hay tiempo para las medias tintas. El metro es un ejemplo. El alcalde dijo que la administración de las operaciones se definirían este mes. Pero ¿habrá el cambio de gestión que se necesita? Hasta ahora, Guarderas ha sido igual de incierto y ambivalente que Yunda. En junio, después de su primera posesión, dijo que las operaciones deberían estar a cargo de una empresa internacional, “con conocimiento, experiencia, con solvencia técnica y legal para que entre a funcionar lo más pronto posible”. Meses después, en una entrevista esta semana, dijo que “estaban en eso” y volvió a mencionar el modelo “mixto” que planteaba Yunda. 

No queda claro si Guarderas quiere ser realista o solo no tiene un plan claro. Ha hecho advertencias sobre el alcance de su plan, como si no estuviera llamándose alcalde a sí mismo desde junio: “Hay que ser claros, la reforma para este 2021 es bastante compleja. Podemos haber asignado fondos pero pudiera ser que no lleguemos a la ejecución. Para una asignación es necesaria la presentación de la propuesta, aprobación y lanzamiento del concurso”.  Tiene cautela, pero tampoco propone nada nuevo. Sobre la seguridad, por ejemplo, ha dicho que “ hay una buena cantidad de dinero que tiene el Municipio pero en bonos” y que “las cifras no deberíamos lanzarlas sino que tienen que ser el reflejo de la técnica”. No profundiza más, ni ofrece soluciones integrales: “A mi me interesa poder contar con cámaras, alarmas comunitarias”. 

Aunque oficialmente Guarderas fue posesionado hace dos semanas, estuvo peleando por el cargo durante meses. Se hacía llamar alcalde por instituciones oficiales y llamaba a la ciudad a defender su puesto. No es nuevo en esto. 

Su rencilla por la alcaldía desgastó la confianza del Municipio y agotó a los quiteños. Ha dicho que él no es el beneficiado de la remoción de Yunda, sino la “democracia y la ciudad” y que “el que tiene legalidad tiene la legitimidad”. No es del todo cierto. La legalidad no es suficiente. Guarderas se posicionó como la alternativa a la parálisis de la gestión de Yunda. Su legitimidad ahora depende de cómo se diferencia, en los hechos, del exalcalde. A Quito, Guarderas le debe iniciativa, certezas y sobre todo acciones concretas y resultados.