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Cuando María Emilia Porras tenía cinco años, su mamá le comenzó a enseñar a leer porque ella tenía mucha curiosidad de saber lo que decían los anuncios en las calles y no paraba de preguntar qué decía eso y aquello. También preguntaba cómo sonaban las letras. Su mamá, Gilda Moreno, psicóterapeuta, cree que su hija nació con la avidez con la que nacen los lectores empedernidos por conocer más, una pasión heredada de su abuelo materno. María Emilia representa a un reducido número de ecuatorianos que lee por placer: más del 70% lo hace por  cumplir con una obligación académica o laboral, para obtener información o profundizar en un tema en particular, según el Informe de Calidad de Vida de Quito Cómo Vamos

El informe de Quito Cómo Vamos matiza la situación: dice que no hay información pública actualizada sobre los hábitos de lectura en la capital y los últimos datos disponibles son de la Encuesta Nacional de Hábitos de Lectura realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) en 2012 en la que se refelja que  el 73,5% de los ecuatorianos tiene el hábito de leer pero que solo el 50% le dedica de una a dos horas a la semana. Según la encuesta del INEC, Quito sería la cuarta ciudad que más lee, situada detrás de Guayaquil, Ambato y Machala. Además, dice que apenas el 28% lee libros. El resto se distribuye en lectura de periódicos, revistas e Internet. Ningún grupo etario lee por placer o superación personal, las razones principales son profundizar en un tema u obtener información.

Han pasado seis años desde que María Emilia comenzó a identificar las vocales y las consonantes, a unir cada sílaba para luego formar una palabra que luego se convertía en una oración. Ahora tiene once años y lee alrededor de dos libros al mes, entre los que le piden en el colegio y uno que ella escoge por simple gusto. María Emilia dice que la mayoría de sus amigas del colegio leen para cumplir con sus tareas escolares y obtener buenas calificaciones cuando la maestra les hace un control de lectura, pero que casi ninguna de sus amigas lo hace porque le gusta leer y lo disfruta, pese a que en su colegio hay una biblioteca bien surtida.

Con las cifras  del INEC discrepan Mónica Varea y Carolina Bastidas, dos libreras que forman parte de la vida cultural de la ciudad y han tomado el pulso de los hábitos de lectura de los capitalinos por una década o más.

Varea es propietaria de la librería Rayuela, una de las primeras librerías independientes de la ciudad. “Desde que Rayuela tomó vida en 2007 creo que ha aumentado el hábito de lectura en los quiteños y diría que con la pandemia, de alguna manera, se ha consolidado”, dice Varea. Ella asegura que ahora manda libros a lugares de Quito que “ni siquiera sabía que existían”, reconoce. “Súper al norte, súper al sur,  al este, súper arriba y al otro lado de la colina”, dice la librera.

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Varea recuerda que la pandemia del covid-19 ha hecho que la gente lea más. “El encierro ha hecho que vuelvan a retomar la lectura, mejor dicho, ahora somos una ciudad más lectora”, dice. Además, ella cree que las encuestas que dicen que los ecuatorianos en general leemos tres libros al año no son tan ciertas. “Yo diría que es mucho más”, dice optimista. “Las personas se han volcado a ver lo manual, lo analógico y lo que no es digital lo ven como algo valioso”, dice Carolina Bastidas, dueña de El Oso Lector, una librería especializada en libros ilustrados para niños que abrió hace siete años. 

Bastidas cree que la sobreexposición a las pantallas de teléfonos, computadoras y tablets ha hecho que la gente vea de nuevo al libro como algo valioso, como algo que fue lindo redescubrir. Dice que en la cuarentena que se decretó para intentar detener la propagación del covid-19, las librerías fueron de los pocos negocios que se beneficiaron del encierro: tuvo muchos pedidos de libros durante entre mayo y julio de 2020. 

En casa, sin lugar a dónde ir, la gente regresó a los confiables libros que —dijo Douglas Adams, autor de la célebre Guía del autoestopista galáctico— son como tiburones. Hay tiburones desde antes de que hubiera dinosaurios, “y la razón por la que los tiburones siguen en el océano es porque nada es mejor siendo tiburones que los tiburones”, dijo Adams. Así mismo, dijo, nada es mejor siendo un libro que un libro y no hay dispositivo electrónico que pueda ser mejor siendo un libro que un libro. “Es del tamaño adecuado, usan energía solar, si se te cae, sigue siendo un libro. Puedes encontrar tu sitio en él en microsegundos”, dijo Adams. No importa lo que pase,” los libros siempre van a sobrevivir”, concluyó Adams sin equivocarse, aún 19 años después de muerto.

Fue tal la demanda que Bastidas tuvo en el Oso Lector, que abrió dos nuevos servicios en su librería ubicada en el tradicional barrio de la Floresta. Uno consiste en un consultorio literario: sus clientes le preguntan por Whatsapp sobre libros y ella les da sugerencias o los retroalimenta  sobre los títulos que hay en su librería. El otro es un club de lectura para adultos en el que cada cinco semanas se reúnen para analizar un cuento clásico. 

Aunque en un inicio no sabía si iba a tener acogida, ahora tiene varias personas que se interesan en asistir, a tal punto que ha tenido que limitar el número de participantes para no se vuelva un espacio frío, sino que espera que sus miembros siempre tengan la sensación de que es un lugar cálido y acogedor pese a la virtualidad.

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Monserrat Creamer, exministra de educación ecuatoriana, explica que fomentar el hábito es importante porque influye en el desarrollo de las habilidades cognitivas en los niños. A través de ellas, se consolidan otras habilidades que son la columna vertebral para el desarrollo del pensamiento y de la lógica.El Banco Mundial tiene un índice comprensión lectora que mide cuando un niño de hasta los 10 entiende o no lo que está leyendo. Las cifras para el Ecuador son alarmantes: el 63% de los niños no pasaron la prueba. El Banco Mundial cree que en todo el planeta, la pandemia del covid-19 hará que aumente 10 puntos. 

Creamer afirma que en los últimos tiempos son los niños y los jóvenes quienes están cambiando los hábitos de lectura en la población, ya que obligan a sus padres a leer por la cantidad de dudas que estos tienen y se sienten obligados a responderles y a tener más conocimientos. Con este criterio coinciden Mónica Varea y Carolina Bastidas, quienes aprecian que cada vez más los niños lean libros de volumen considerable, porque se tratan de aventuras en las que ellos están interesados y captan su atención. 

Bastidas dice que también tienen mucha acogida los libros ilustrados porque los niños ahora son mucho más visuales, pero que entre sus clientes ha observado que los libros que supuestamente son para niños los leen toda la familia. Otro hábito que ella ha identificado es que cada vez más los niños leen junto a sus padres y comienzan a generar un vínculo entre niños y adultos. 

Gilda Moreno cuenta que el tiempo de la lectura siempre fue un momento especial entre ella y María Emilia, por lo que ahora su hija siente celos cuando Gilda intenta enseñarle a leer a su hijo menor Benjamín, de cinco años. 

Moreno explica que este nexo de madre e hija con la lectura se afianzó cuando su hija fue diagnosticada con una enfermedad grave y cada cierto tiempo debía acudir al hospital para recibir su tratamiento. Por casi dos años, Gilda Moreno y María Emilia siempre llevaban un libro al hospital para que lo leyeran y pasaran las horas, a veces días, hasta que el tratamiento finalizara. María Emilia superó su enfermedad, pero leer junto a su madre sigue siendo uno de los momentos más especiales de su día. La lectura para ella es un momento en el que se siente tranquila y puede conocer o imaginar historias que le transportan a otros lugares. Cree que los libros son parte de ella, por eso cuando sea grande posiblemente quiera ser escritora y admite que casi no le gustan los libros ilustrados porque ella prefiere que tengan muchas letras para poder imaginarse la historia.

Creamer resalta que aunque los niños y los adolescentes se sienten atraídos por la lectura es fundamental que vean a sus padres leer porque es un estímulo. “Si los padres no leen es muy difícil que los hijos lo hagan”, dice Creamer. Pablo Torres, tío de Camila de seis años y Diego de nueve, dice que ha intentado fomentar el hábito de la lectura en sus sobrinos pero reconoce que es complicado si los padres no lo hacen. “En una ocasión mi sobrino Diego cuestionó a su mamá por qué debía leer solo él,  a lo que ella le respondió que él debe leer porque está estudiando y ella ya no está en la escuela”, dice.  En los hogares ecuatorianos, dice Creamer, es habitual que los padres vean a la lectura como un simple hábito escolar.

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Para cultivar el hábito de lectura según las expertas consultadas es fundamental que la persona lea un libro de su interés y algo que esté acorde a su estado de ánimo. Varea dice que cuando una persona la visita en su librería, ella le pregunta qué es lo último que han leído, cómo se siente, si ha pasado por algún tipo de problema para —con base a sus respuestas— poder aconsejar qué libros comprar. 

La librera comenta que ella tiene mucho cuidado al momento de recomendar libros porque si una persona está deprimida no le podría recomendar, por ejemplo, un libro de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero porque retrata realidades duras. En el caso de los niños, Varea dice que siempre pide a los padres que les dejen tocar los libros y experimentarlos. Por eso ella ha adaptado un espacio para los más pequeños donde los libros estén al alcance de su mano.

Por su parte, Carolina Bastidas afirma que es a los padres a quienes les muestra las bondades de los libros porque son ellos los que escogen las lecturas de sus hijos y que, según el criterio del padre y los gustos del niños recomienda los libros.

Bastidas cree que Quito es una ciudad lectora en potencia y lo que falta es que las personas tengan accesos a los libros, por eso, ella había adoptado una andoteca —un espacio de madera para donar libros en algunos puntos estratégicos de la ciudad— pero que con la pandemia este espacio se ha perdido porque los recicladores de basura han comenzado llevarse los libros para venderlos.

Cramer dice que en Ecuador hay el Plan Nacional de Lectura. “Aunque ha tenido avances, sigue siendo un desafío”, dice porque los niños y la sociedad en general no tienen acceso a los libros. Según la exministra , el contacto con los libros debería comenzar por las bibliotecas comunitarias o barriales y que  deberían ser responsabilidad de los  Gobiernos Autónomos Descentralizados —como Municipios y Prefecturas—, sostiene Cramer. 

Quito tiene siete bibliotecas municipales para más de 2,8 millones de habitantes. Norma Paredes, coordinadora de la Red Metropolitana de Bibliotecas, dice que es común que las personas acudan a estos lugares por acceder al internet o para realizar tareas escolares y que los libros tienen que ser constantemente vigilados porque las personas los dañan, los ensucian o hasta les arrancan las páginas porque no hay un sentimiento de cuidar de lo que es de todos. En la pandemia del covid-19, estas pocas bibliotecas han estado, además, cerradas. 

 Las tres expertas consultadas coinciden que en el país el costo de los libros es una limitante, por lo que el gobierno debería buscar estrategias para bajar el precio de los libros. Mientras las cosas sigan así, seguirá en manos de librerías y entusiastas de la lectura lograr que haya más niñas y niños como María Emilia, que disfrutan de la lectura, y muchos menos como sus compañeras de colegio, que solo leen los libros que les exigen en el colegio por cumplir con su obligación. 

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