Durante quince años Diana Pacheco, esmeraldeña de 39 años, trabajó en un restaurante que emprendió junto a su exesposo. Lo hizo sin cobrar un sueldo mensual o recibir una remuneración económica en todo ese tiempo. El restaurante estaba en la Isla Trinitaria —un populoso barrio ubicado al sur de la ciudad portuaria de Guayaquil— donde vendían menestras con carne, encocado de mariscos y otros platos típicos costeños. En el restaurante, Diana Pacheco era la encargada de comprar los ingredientes, preparaba los platos y daba las instrucciones a sus ayudantes en la cocina o a quienes servían los platos, mientras su expareja atendía la caja y administraba el dinero. Más de una década después de dividirse las tareas en el negocio, ella se dio cuenta que durante años había sufrido una violencia que es más silenciosa y menos evidente que la física: la psicológica y patrimonial.
Según el informe Los Costos de la Violencia contra las Mujeres en los Microemprendimientos de Ecuador, de la agencia de cooperación alemana GIZ, cinco de cada diez mujeres dueñas de un microemprendimiento de Ecuador han sido violentadas al menos una vez durante una relación por su pareja o expareja. El estudio, con base en datos de la II Encuesta nacional de relaciones familiares y violencia de género contra las mujeres realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC)en 2019. El reporte de la GIZ denuncia que las mujeres emprendedoras son más maltratadas que el resto de la población de mujeres en el país.
La investigación explica que las mujeres emprendedoras, microemprendedoras o que trabajan por cuenta propia son mucho más maltratadas que el resto de mujeres de la población general —las cifras indican 54% las emprendedoras contra 42,8% en general— porque éstas rompen con un patrón cultural en el que el hombre es el proveedor de la casa y el que tiene mayor capacidad económica. La principal violencia que prevalece en el caso de las emprendedoras es la psicológica con un 52,6%, seguida de la física con un 34,7%, la económica o patrimonial con un 20,8% y la sexual con un 11,3%, según el mismo estudio.
“Los hombres sienten que el rol con el que han crecido y las ideas de ser hombre están siendo confrontadas y no saben qué hacer”, dice María Amelia Viteri, antropóloga experta en género. Según Viteri, ellos sienten la presión social y les parece que esa confrontación a su rol tradicional no es necesariamente buena porque pierden comodidades —como no ser atendidos por sus esposas—, tienen menos poder al momento de tomar decisiones y tienen que compartir tareas del hogar deben ceder el control que tienen sobre la otra persona.
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Mientras tuvieron el local, Diana Pacheco sentía vergüenza de pedirle dinero a su pareja porque él le hacía sentir que ella no se lo merecía. “Le decía que solo necesitaba uno o dos dólares para los pasajes de bus”. Su esposo siempre le decía que no. “No te quiero dar porque eres una vaga y este mes es el último que te doy para los pasajes, no te voy a dar más”, recuerda que le decía.
El dinero que Diana Pacheco le pedía a su expareja era para poder asistir a sus clases: primero para terminar el bachillerato, y después para ir a la universidad donde estudiaba para ser profesora. Él jamás la apoyó económicamente, por lo que ella buscó otra forma de solventar sus gastos estudiantiles: durante la noche cocinaba encocado de mariscos y al día siguiente vendía cuatro tarrinas de comida a la semana, a 2,50 dólares cada una. Así reunía los diez dólares que necesitaba para pagar los buses de ida y vuelta entre la universidad y su casa.
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Viviana Maldonado, coordinadora del estudio y directora del Programa PreviMujer —el programa de prevención de violencia contra la mujer de la GIZ—, explica que una de las técnicas de los maltratadores es evitar que las mujeres emprendedoras puedan acceder a capacitaciones porque es la manera de restringirles su capacidad para que tomen decisiones en el uso del dinero. Esto, dice, afecta directamente a sus oportunidades de crecimiento y provoca que sigan sometidas y violentadas.
Con este criterio coincide Diana Morán, economista experta en temas de género y profesora de la Universidad de Guayaquil, quien dice que los agresores impiden que las mujeres logren tener un ingreso para mantener a su pareja coaccionada y asegurar que mantendrá el control. Morán explica que la violencia patrimonial o económica —que es la tercera más frecuente entre las mujeres emprendedoras— se da cuando la pareja se apropia de los recursos del otro, por ejemplo, de los bienes o de las propiedades que posee la mujer agredida. Aunque Diana Pacheco y su exesposo habían comenzado su negocio juntos y construido una casa con el trabajo de ambos, él siempre le decía que los bienes y ganancias eran de él.
Durante los 15 años que estuvieron casados jamás sintió que era maltratada porque su expareja le había mermado su confianza y autoestima, una forma de violencia psicológica. Viviana Maldonado explica que la violencia de género está naturalizada y las mujeres no se dan cuenta que han sido o son violentadas por sus parejas. Dice que en el estudio muchas de las participantes decían “a veces me empuja, a veces me habla, me dice cosas feas, pero después se le pasa”, por lo que hay una minimización de la violencia contra las mujeres.
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Otra forma de maltrato que recibía Diana Pacheco era que su expareja no reconocía que ella generaba ingresos económicos con su trabajo. Y a pesar de que los dos manejaban el negocio, él le decía que era quien daba todo lo necesario para la casa. “Yo soy el que trabaja y yo puedo hacer con mi plata lo que yo quiero, por eso puedo tener otras personas, otras mujeres y tú no puedes hacer nada porque la plata es mía”, le decía su ahora exmarido.
Como consecuencia de esta violencia que sufren, las mujeres disminuyen su concentración y rendimiento en el trabajo. Aquellas que son microempresarias o que trabajan por cuenta propia también sienten menos autoestima y autosuficiencia personal porque sienten constantemente ansiedad, miedo y estrés.
Las mujeres emprendedoras tienen jornadas de trabajo mucho más extensas que quienes tienen relación de dependencia porque, además de las horas en sus emprendimientos, deben asumir el cuidado y atención de los familiares, explica Maldonado, del programa Previmujer. Esto, agrega, puede generar repercusiones crónicas en la salud.
La violencia de género además disminuye su capacidad de negociación, de generar ventas y formación de redes para mejorar sus emprendimiento, dice el estudio.
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Otro tipo de abuso que sufren las emprendedoras, según el informe, es que pierden su capital de trabajo constantemente, porque el dinero que generan muchas veces es utilizado para atender temas de salud ocasionados por la violencia de género, o en los honorarios de los abogados que contratan para salir del círculo violento.
Maldonado explica que el estudio mostró que algunas mujeres emprendedoras o que trabajan por cuenta propia tienen parejas que no les permiten acceder a un préstamo porque no quieren firmar la solicitud de crédito —por lo general, cuando están casados, es un requisito que el cónyuge firme la solicitud de crédito porque tienen una sociedad conyugal y los bienes que se han adquirido durante el matrimonio, les pertenecen a ambos.
En otras ocasiones, sus parejas les obligan a hacer préstamos para fines ajenos a su negocio y ellas deben asumir el pago de la deuda pese a que no utilizaron el dinero porque su pareja luego se desentendió de las cuotas. Otras veces las parejas de las mujeres se roban el dinero o la mercadería del negocio para que estas no puedan continuar. Según las expertas consultadas en ocasiones los maltratadores destruyen la mercadería, es decir si las mujeres venden útiles escolares, sus parejas dañan o roban los artículos. En otros, las emprendedoras son expuestas a ataques violentos de sus parejas en sus ambientes de negocio, lo que ahuyenta a los clientes.
La violencia psicológica se extiende a otros ámbitos. En el caso de Diana Pacheco llegó a tal punto que cuando ella le reclamó por una infidelidad, él le respondió: “tú eres la mujer de la casa y tienes que quedarte ahí, cuidando a tus tres hijos”. A ella su expareja no le permitía ser ella misma. “Él siempre me decía lo que yo tenía que hacer y yo le obedecía, me daba órdenes de cómo vestirme. Si me ponía una falda ceñida me decía que se me veía pésima entonces opté por ponerme faldas largas y evitaba mostrar mi figura”, recuerda. “Cuando me ponía a conversar frente a más personas, él me quedaba mirando y despacito me decía: qué, ¿no te hostigas de hablar? ¿Tú crees que te ves bien? Cállate, me decía”, recuerda. Así, pasó de ser una persona que conversaba mucho a una que se quedaba callada porque pensaba que estaba haciendo mal.
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La vida de Diana Pacheco comenzó a cambiar cuando una profesora de la universidad que impartía la cátedra de Derecho la notó obcecada, ya no participaba en clases ni hablaba. Un día, tras terminar la clase, su maestra le pidió que se quedara y le preguntó qué le pasaba. “No tengo para comprar los materiales y se me hace difícil seguir estudiando”, le dijo. Sorprendida, la profesora le preguntó cómo era posible, si ella siempre estaba trabajando. Diana Pacheco le respondió que el que cobraba era el papá de sus hijos, lo depositaba en su cuenta y que ella “no veía un centavo de eso”.
Su profesora le dijo que ella no debía permitirlo, y le hizo notar que su esposo la estaba maltratando. Diana le respondió que eso no era verdad: él nunca le había pegado, y luego le dijo que no podía hacer nada para cambiar la situación porque sentía temor de quedarse desamparada con sus hijos.
La profesora le explicó que ella sufría de violencia psicológica y patrimonial y que no hacía falta que le pegue para que haya maltrato. Además le impulsó para que lo denunciara y le advirtió que en caso de que no le tomaran la denuncia ella le acompañaría. Como Diana Pacheco estaba cansada de la situación fue a una comisaría de Policía a denunciar a su esposo, ese mismo día.
Según el estudio de la GIZ, desde el 2012 a la actualidad la forma del maltrato a las mujeres emprendedoras ha cambiado: antes había más casos de violencia física y sexual pero ahora predominan la psicológica y la patrimonial que son más fácilmente encubiertas. Según el estudio, ahora hay más conciencia sobre la violencia de género y se están reduciendo ciertos tipos de violencia, pero “otras manifestaciones se vuelven más sofisticadas”.
María Amelia Viteri explica que las mujeres emprendedoras casi siempre tienen una mayor educación formal que sus parejas y, por lo general, cuando ellos tienen trabajo, es de una jornada laboral con poca carga horaria. Viviana Maldonado explica que una mujer con mayor nivel de educación tiene más probabilidades de darse cuenta de lo que está pasando porque va a tener más herramientas para defenderse. Por eso, los agresores suelen limitarles el acceso a la educación, como lo hacía el exesposo de Diana.El mismo estudio de GIZ se detectó que los esposos de las mujeres emprendedoras viven del trabajo y esfuerzo de sus esposas, como en el caso de Diana Pacheco.
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Cuando Diana Pacheco estuvo frente a un policía para denunciar a su marido, él le preguntó: ¿él sabe que usted lo va a denunciar? Ella le respondió que no, y le dijo que seguro se iba a enterar después de que el policía le entregara la constancia de la denuncia.
El policía intentó detenerla. Le preguntó varias veces si estaba segura de lo que iba a hacer, si ella iba a denunciar al padre de sus hijos. Le increpó: “¿por qué lo denunciaba, si su marido no le había pegado”? Ella le contestó que era por violencia psicológica y patrimonial, y se quedó ahí hasta que el oficial le permitió hacer su denuncia.
Diana Morán dice que las mujeres que sufren de violencia patrimonial por lo general no reciben apoyo adecuado de los órganos de justicia. Es común que estén desprotegidas porque socialmente no se entiende qué es la violencia económica o patrimonial. Según el estudio de GIZ, todos estos mecanismos de violencia contra la mujer generan que las microempresarias que tienen un negocio establecido y cuentan al menos con una persona contratada, pierdan aproximadamente al año 1.700 dólares.
Es la cuantificación en dinero de las horas que no pudieron trabajar por atender temas de salud o legales. Mientras que las mujeres que trabajan por su cuenta, como independientes (freelancers), y sufren violencia física, dejan de ganar 250 dólares anuales por no poder trabajar por horas que tuvieron que dedicar al cuidado de su salud o asuntos legales relacionados a la violencia generada por su pareja o expareja. Si estas cifras se trasladan a todo el país significa que el Ecuador pierde alrededor de 161 millones de dólares por la violencia en contra a mujeres emprendedoras cada año; lo que equivale al 0,15% del Producto Interno Bruto.
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Según la economista Diana Morán la independencia económica de las mujeres tiene efectos positivos sobre la reducción de la violencia de género. Por ello, ahora casi todos los gobiernos del mundo crean políticas públicas para que las mujeres generen sus propios ingresos económicos y gocen de independencia de sus parejas. Para que esto sea posible, es cada vez más frecuente que se entreguen microcréditos para impulsar proyectos de mujeres o para que se inserten en el mercado laboral.
Sin embargo, en los últimos años algunos estudios que se han realizado, como el de GIZ, han mostrado que el empoderamiento de la mujer puede tener dos efectos. El primero es en el que ella sale del círculo de la violencia pues tiene recursos y puede abandonar su hogar. El segundo es el efecto contrario: las mujeres son más maltratadas porque tienen más recursos económicos y sus parejas no están dispuestas a perder su estatus de proveer o se sienten amenazadas por su solvencia económica.
Pero no solo hay que trabajar en la cuestión económica, sino también en cómo reducir la violencia contra las mujeres. “No basta con que la mujer sepa contabilidad o educación financiera sino que también se le debe incluir en las microfinancieras o cooperativas de crédito”, dice Maldonado. “Todas estas instancias que están apoyando el empoderamiento económico de la mujer deben incluir la problemática de prevención de violencia contra las mujeres de manera contundente”, dice Maldonado.
Margarita Hernández, superintendenta de Economía Popular y Solidaria— entidad que regula el adecuado manejo y funcionamiento de mutualistas y cooperativas a nivel nacional — , dice que dentro del sistema que controla es cada vez más frecuente ver que las cooperativas o mutualistas generan más préstamos enfocados solo a mujeres porque ellas cumplen dos características: son mejores pagadoras y son más hábiles para invertir el dinero. “Las mujeres por lo general se endeudan en una máquina de coser o alguna herramienta para emprender, mientras que los hombres lo hacen para comprar una televisión o un celular”, dice Hernández, explicado que por el comportamiento crediticio de las mujeres, las cooperativas están desarrollado préstamos enfocados en ellas y sus necesidades. Sin embargo, explica que aunque el perfil crediticio de las mujeres es mejor, el sistema bancario sigue dando preferencia a los créditos de los hombres, y es una brecha que hay que cerrar.
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Tras denunciar a su exesposo, Diana Pacheco fue a una audiencia en la que una jueza que le dio la razón y le obligó a su expareja a que le pagara 250 dólares mensuales por su trabajo, y le ordenó a ambos que recibieran tratamiento psicológico.
El hombre jamás acató el fallo de la jueza y le entregaba solo 50 dólares con los que ella pagaba los servicios básicos de la casa y el internet que ella utilizaba para poder hacer sus tareas de la universidad. Además, él empezó a tratarla peor, insinuándole que ella no podría con sus estudios. Vivieron juntos dos años más pero en su dormitorio había dos camas. El exesposo de Diana Pacheco se resistía a irse de la casa, y le decía constantemente que ella era quien debía irse, pero ella no estaba dispuesta a perder su hogar y quedarse con tres niños en la calle.
Finalmente su exesposo se fue de la casa porque se involucró sentimentalmente con otra mujer. Al poco tiempo, ella se graduó de la universidad. Diana Pacheco comenzó a trabajar como maestra en una escuela privada cercana a Isla Trinitaria, un sector muy pobre de Guayaquil. Pero durante la pandemia, tuvo que buscar otras opciones porque el colegio donde trabajaba no le podían pagar.
Fue entonces que Diana Pacheco volvió a emprender. Ahora vende artículos varios (no quiso contar cuáles) por Internet. Cuando su nueva pareja se puso celoso y le reclamó porque ella pasaba todo el tiempo en el celular, ella se defendió.
Su pareja comprendió que Diana solo está trabajando y el celular es únicamente una herramienta por lo que le apoya con su emprendimiento.“Ahora me siento otra, no me dejo de nadie y aunque trabajo en la casa, siempre me arreglo y me pongo labial, porque me costó casi dos años recuperarme de lo que sufrí con mi expareja”.
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