Quito cómo vamos y GK

El 12 de agosto se celebrará un aniversario más del Día Internacional de la Juventud, fecha designada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999 para conmemorar a las y los jóvenes, sus derechos y necesidades. Este día es importante para recordar que las y los jóvenes son actores fundamentales de transformación económica y social en nuestras ciudades. En Quito, la fecha debe servirnos para preguntarnos qué está haciendo la ciudad para promover espacios públicos seguros, participativos e incluyentes para las juventudes, y para aprovechar su potencial innovador y creativo.

Las ciudades son el espacio de concreción y realización de las juventudes, que son actores determinantes y estratégicos del cambio social, el desarrollo económico y su progreso técnico. Son, además, una gran porción de sus habitantes: en 2020, las personas de entre 15 y 29 años representaban el 26% de la población mundial, el 23% de las Américas y el 17,64% del Ecuador. Por eso, es indispensable comprender cómo interactúan con Quito, y cuáles son sus principales problemas y necesidades. 

Hablar de juventudes en el imaginario colectivo de la ciudad es sinónimo de transición. En un mundo normado bajo el poder de los adultos, las y los jóvenes viven grandes paradojas, entre el estereotipo y la desconfianza, entre la sospecha y la esperanza. Las sociedades posicionan a la adultez como la meta y el lugar privilegiado de enunciación y decisión, convirtiendo al resto de edades en etapas de transición, que deberán ser superadas o descartadas. Esta visión, genera toda una concepción de las juventudes como objetos a moldear, no como actores sociales y políticos con voz propia y capacidad de decisión. 

La evidencia demuestra que las y los jóvenes habitan las ciudades desde la desigualdad. A pesar de ser uno de los grupos poblacionales más significativos, están entre los grupos que no disfrutan igual de la prosperidad. Por lo tanto, no es suficiente que las ciudades sean motores de crecimiento, sino que deben funcionar como agentes de cambio para lograr una mayor prosperidad para todos. Para ello es fundamental que se escuche y visibilicen las voces de los más jóvenes.

Pero en el panorama actual, eso no sucede: las juventudes viven sin ciudad. Los grupos juveniles desde sus miradas, demandas y causas, participan y se organizan activamente, pero Quito no tiene respuestas eficientes para articular y valorar esas formas de habitar la ciudad. 

Existe una falta de respuestas gubernamentales y sociales, a sus problemas cotidianos. Según la encuesta de percepción ciudadana de Quito Como Vamos de 2020, el desempleo es uno de los principales. Se cuentan también entre las preocupaciones de las y los jóvenes la pobreza, la salud integral, la deserción escolar, la falta de oportunidades en la educación superior, la inseguridad ciudadana, la violencia de género, el embarazo adolescente, las drogas, el alcohol y la movilidad. Sobre ellas, las respuestas son escasas, ineficientes y construidas bajo una óptica adultocéntrica

El contraste entre la ciudad que se anhela y la que cotidianamente viven las y los jóvenes, se superponen constantemente, visibilizando aún más las desigualdades. Es común recorrer la ciudad y ver a jóvenes en condiciones de trabajo ambulante, o mujeres jóvenes en situación de calle con sus hijos en brazos. Las microviolencias, aquellas que se proyectan en acoso, abuso y escalan hasta el femicidio, cada vez son más recurrentes. Todas estas asimetrías son evidentes en las calles de Quito. Las diferencias socioeconómicas, que no tienen respuestas estatales, sin duda, marcan los proyectos de vida de las juventudes en la ciudad. 

Todo esto evidencia que Quito, al igual que otras ciudades del país, no está pensada por y para las juventudes. Por tanto, la ciudad debe promover espacios de planificación urbana para la inclusión —es decir, construir la ciudad desde las voces y necesidades de sus actores, no solo hacia satisfacer necesidades básicas, sino promover una auténtica participación ciudadana, donde las juventudes tengan capacidad de toma de decisiones y donde los proyectos de vida sea un eje de la política pública. 

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Pero es una tarea que también le compete a las juventudes, que debería involucrarse a través de una activa y permanente participación en espacios colaborativos, como organizaciones, colectivos, o accediendo a mecanismos de participación como asambleas, presupuestos participativos y/o silla vacía, creando una conexión entre sus necesidades y los programas y proyectos de la ciudad. 

¿Por dónde empezar? Un primer paso es prestar atención a elementos que conectan los derechos de las juventudes, es decir, articular educación, empleo y proyectos de vida. Es un reto importante ya que comprende conectar al sistema educativo con las demandas y necesidades del mercado laboral para reducir las tasas de desempleo juvenil y fortalecer los proyectos de vida de las y los jóvenes. Estos tres elementos integrados permitirán su desarrollo y participación. Si a esto le sumamos el fortalecimiento de espacios recreativos que les permitan expresarse, se generará un sentido de pertenencia con la ciudad. Esto construirá una ciudad con participación activa de las juventudes. 

Esta convergencia de elementos (participación activa, eliminación de brechas, educación de calidad, empleo digno y proyectos de vida articulados) serán elementos que generen equidad social y garanticen ambientes óptimos donde las juventudes se sientan parte de las ciudades. A su vez, la ciudad se volverá ese elemento de identidad y pertenencia de las y los jóvenes. Aún queda mucho camino por recorrer. Pero es importante que las ciudades se construyan con y desde las juventudes, y que su participación en la toma de decisiones sea centro del desarrollo urbano y eje central de la política pública.