Esto es Mi hamaca en Marte, una reflexión semanal sobre el futuro de la humanidad escrita por el editor general de GK, José María León. 

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¡Hola, terrícola! 

Me imagino que has visto las escenas de horror en Europa, donde grandes inundaciones han dejado al menos 170 muertos y 1.300 personas desaparecidas. La mayor parte de la devastación ha golpeado a Alemania, la primera economía europea y la cuarta mundial. También ha causado severos daños en Bélgica y otras partes del continente. 

Seguro también viste que en Estados Unidos, cientos han muerto del calor y los incendios forestales están descontrolados en el oeste del país. En Canadá, un incendio forestal  “devoró” al pequeño pueblo de Lytton en cuestión de minutos, contó CNN. 

En el resto del mundo, de Moscú a Bangladesh, terribles desastres naturales están golpeando la vida de millones de personas, sin distinguir entre ricos o pobres, decía ayer Somini Sengupta en el New York Times. “El mundo en su conjunto no está preparado para frenar el cambio climático ni para vivir con él”, escribió Sengupta. 

Durante años, los científicos nos han advertido de cómo el cambio climático se convertiría en una de las mayores amenazas a nuestra especie. Pero no hemos querido hacer mucho caso y aquí estamos: preguntándonos qué pasó mientras nos llevamos las manos a la cabeza, fingiendo (o verdaderamente engañados), como si nadie nos hubiese puesto en alerta —como si los efectos brutales de la alteración climática no fuese nuestra responsabilidad.

La pandemia, escribí hace más de un año, era nuestro primer desafío como especie global. Era el primer gran enemigo que enfrentaríamos en el futuro (que para entonces ya era un preocupante presente). El otro, apuntaba en esa misma hamaca, es el cambio climático. 

Si antes ese cambio era una especie de concepto etéreo difícil de digerir, ajeno a nuestro día a día y que tenía —incluso entre gente inteligente— a escépticos y negadores, el verano de 2021 lo ha vuelto muy real. 

Incluso para los países más ricos del planeta, donde muchas veces las tragedias, los desastres, la devastación parecen cosa de tierras pobres y lejanas. “Lo digo como alemán: la idea de morir por el clima no es completamente ajena”, le dijo Friederike Otto, una física  de la Universidad de Oxford que estudia la relación entre el clima extremo y el cambio climático, a Sengupta. 

Porque sí: hay una relación entre lo que estamos viviendo y el cambio climático. “Sabemos que el cambio climático está haciendo que las lluvias torrenciales sean más frecuentes”, le dijo Otto al diario alemán Zeit Online. Pasa lo mismo con las olas de calor y otros eventos climáticos brutales. 

Para citar un ejemplo: un grupo de científicos analizó las olas de calor que han afectado a los estados de Oregón y Washington y a las provincias occidentales de Canadá, donde las temperaturas superaron los 40 grados centígrados —Lytton, el pueblo devorado por el fuego, llegó a 49,6 grados. 

Los investigadores determinaron que una ola de calor como la que afectó el noreste norteamericano, sería “virtualmente imposible sin el cambio climático causado por el ser humano” (vean cómo ha aumentado la emisión anual de dióxido de carbono desde 1800).

Las temperaturas registradas estaban fuera de cualquier rango histórico. Los resultados de su análisis estiman que la ola de calor (que no es más que un salto abrupto de la temperatura promedio en unos pocos grados) es un evento que ocurriría una vez cada mil años. Sin el cambio climático, la ocurrencia de una ola de calor habría sido 150 veces menos probable  “Además, esta ola de calor fue aproximadamente 2 centígrados más caliente de lo que hubiera sido si hubiera ocurrido al comienzo de la revolución industrial (cuando las temperaturas medias globales eran 1,2 grados más frías que en la actualidad)”, dicen los investigadores. 

Luego hacen una advertencia sobre el futuro. Los científicos dicen que en un mundo con 2 grados de calentamiento global (0,8 más que hoy) la ola habría sido un grado más caliente. “Un evento como este, que actualmente se estima que ocurre solo una vez cada 1000 años, ocurriría aproximadamente cada 5 o 10 años en ese mundo futuro con 2 grados de calentamiento global”. 

En definitiva: un evento como esa ola de calor sigue siendo extremadamente raro en el clima actual, pero sería prácticamente imposible sin el cambio climático causado por los humanos. “A medida que el calentamiento continúe, será mucho menos raro”, dicen los expertos. 

Traten de recordar aquel tiempo previo a la pandemia: estábamos horrorizados con los incendios en Australia. La isla continente estaba siendo devorada por infiernos forestales de proporciones nunca antes vistas. Ahora vemos otros eventos, más brutales y trágicos. 

Ahora que países muy ricos están sufriendo en su propia tierra los efectos del cambio climático, es necesario que ellos, que son sus mayores causantes (vean además este cuadro), hagan un compromiso real para contrarrestarlo.

Quizá (y paradójicamente) el paso más firme lo ha dado la Unión Europea, que anunció —justo poco antes de las inundaciones— un plan que incluya el abandono gradual del carbón como fuente energética y la imposición de aranceles a bienes contaminantes. Según Steven Erlsnger y Somini Sengupta, la propuesta “podría causar disputas globales comerciales” —no será fácil, pero seguro es necesario.