Finalmente una conclusión: el sábado 15 de mayo, después de una sesión que también empezó una hora tarde, Guadalupe Llori, de Pachakutik, fue elegida con 71 votos presidenta de la Asamblea Nacional. Así, Pachakutik, el ala política del movimiento indígena, dirigirá por primera vez una función del Estado. Después de otro intento de mocionar a Henry Kronfle —los socialcristianos y los correístas son persistentes—, el triunfo de Llori le dio a la primera mitad de la sesión (donde se repetían viejos vicios legislativos) un giro inesperado, pero cargado de símbolos.

Después de la polémica y extrañeza que generaron las negociaciones entre el PSC, UNES y CREO, Llori, de negro con un collar de mullos con los colores de la wipala y la bandera del Abyayala en el pecho, era agua fresca en un desierto de conveniencias y cálculos políticos. No solo eso —por su historia personal, su elección fue una nueva bofetada a la hegemonía política del correísmo y los caprichos del socialcristianismo: los populismos caudillistas de derecha e izquierda se quedaron con la celebración preparada y Pachakutik, jugando en la Serie A de la política, metió un histórico gol de último minuto. A veces el fútbol y la política se parecen demasiado. 

Un contraataque inesperado destrabó los primeros acuerdos (o su ausencia) y puso en el podio a quienes el viernes parecían eliminados. Pachakutik se llevó la Presidencia y una vocalía del Consejo de Administración Legislativa (CAL). La Izquierda Democrática —su aliado legislativo— obtuvo una vicepresidencia (Bella Jiménez) y también una vocalía. La otra vicepresidencia quedó en poder de Democracia Sí, movimiento de Gustavo Larrea, excandidato presidencial, con el asambleísta Virgilio Saquicela.

Fue otro acuerdo polémico e inevitable aunque algo más estructurado entre Pachakutik, la ID, CREO y los independientes. CREO, el movimiento que lidera el presidente electo Guillermo Lasso, fue esta vez manzana de la discordia y goma consensual. ¿Cuáles fueron las condiciones para votar juntos? Ya Salvador Quishpe, de Pachakutik, dijo que el pacto fue solo para darle una cabeza a la Asamblea. Lo demás, se verá a medida de que suceda.

Pero, ¿qué se negoció? Se especula mucho. En redes, por ejemplo, se habla de negociaciones por la presidencia de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), histórica organización social del movimiento indígena —en la que Pachakutik ha tenido poca injerencia a la hora de elegir su dirigencia; tampoco son secretas las desavenencias entre el partido y la confederación.

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Sí quedan hechos políticos concretos: la ruptura de la alianza CREO-PSC, el desliz de la bancada correísta y los claros guiños entre la ID, Pachakutik y el Ejecutivo que se posesionará el 24 de Mayo. Más que un guiño, se tomaron claramente de la mano. La presidenta Llori dijo en su discurso que el gobierno entrante debía tener la “gobernabilidad para que prevalezca la democracia que implica la diversidad de visiones y de opiniones, pero con un mismo objetivo: el desarrollo del país”. Quizás no dure, —¿cuándo han durado los acuerdos legislativos en este país?— pero al menos ayer hicieron un ejercicio simbólico de gobernabilidad. 

Y aunque se antoje tedioso seguir hablando del correísmo, no queda de otra. Rehusarse a hacerlo es cerrar los ojos a la realidad. La polarización se derrota en los hechos, no negando el peso del correísmo en la balanza electoral. 

Rafael Correa —su fantasma e influencia— tiene detrás suyo al 30% del electorado. Su candidato llegó en primer lugar a la segunda vuelta presidencial y su partido UNES tiene 49 curules en la Asamblea. Son la primera minoría. 

No solo eso. La guerra de los símbolos ha sido su papayal. Ellos jugaban de local cuando estuvieron en el poder y se acostumbraron a ganar siempre en la cancha electoral. En 2021, perdieron, pero el partido se decidió en los descuentos. La derrota fue, quizá, resultado de errores de estrategia y táctica: quisieron, por ejemplo, enarbolar la importancia histórica del Paro Nacional de octubre de 2019 pero al mismo tiempo atacaban la legitimidad del candidato Yaku Perez, de Pachakutik. Impusieron el lenguaje para imaginar la política nacional y se apropiaron de símbolos —como la Wipala o el Sumak Kawsay—, que paradójicamente Llori recuperó para su movimiento al ser juramentada por, ironías de la vida, la hermana del expresidente, Pierina Correa. 

eligió presidenta de la Asamblea

Guadalupe Llori dando su primer discurso como Presidenta del Legislativo. Fotografía tomada de la cuenta de Flickr de la Asamblea Nacional.

La elección de Llori es un símbolo que habla de sus 11 meses en prisión, las primeras criminalizaciones de la protesta social y los abusos contra las organizaciones sociales en el gobierno de Rafael Correa. 

En su discurso, Llori aseguró que será firme al defender los derechos de los ecuatorianos. Dijo que llegaba a la presidencia de la Asamblea tras “echar abajo los intentos de dejar afuera a quienes pusimos el cuerpo ante el poder siempre”. En una clara alusión a su procesamiento judicial en el gobierno de Correa, dijo “quienes hemos sufrido la persecución política sabemos el daño que provoca: no existe justicia donde ésta interferida por el odio. Tampoco existe justicia donde hay impunidad”, dijo aludiendo claramente a los intentos de crear una comisión de la verdad para revisar fallos judiciales de los últimos cuatro años —un elemento que era, según Salvador Quishpe, una condición del pacto UNES-PSC, y en el que CREO justificó su abandono de esa alianza. 

Su elección rinde también un pequeño tributo a los votos logrados por su movimiento en la primera vuelta presidencial. Que su elección haya ocurrido después de que fracasara el acuerdo entre UNES, el PSC y CREO (que, curiosamente, fue el que causó el naufragio del pacto) también es decidor: la primera minoría se quedó sin puestos en las tres más altas sillas legislativas, y los socialcristianos, maestros del cálculo y el pacto político, ni siquiera entraron al CAL. Las dos grandes fuerzas del populismo ecuatoriano quedaron rehenes de sus cálculos, de endebles amistades electorales y de la impostura de ser rivales cuando han sido siempre aliados (como le quedó por primera clarísimo a todo el país). 

Llori llamó también a la unidad y a la reconciliación. Nada nuevo en palabras —fue el tema de todos los discursos anteriores. Pero su presencia sacudió al monotema. Los colores del movimiento indígena en el estrado legislativo, debajo del gran mural de Oswaldo Guayasamín dejaban claro que,  aunque el futuro del bloque que hizo mayoría el sábado 15 de mayo es incierto, es solo el inicio de un nuevo relato político en el Ecuador.