La risa está lejos estos días. Nuestra cotidianidad ha sido interrumpida por el covid-19, una enfermedad que día a día se lleva más vidas y cuyas consecuencias son inciertas. Son tiempos absurdos, dolorosos, en los que la muerte de Marcos Mundstock —narrador del grupo musical humorístico argentino Les Luthiers— el miércoles 23 de abril, pareció un chiste de mal gusto. Sal en la herida. Sin embargo, con cada obituario y elogio que se publica tras su fallecimiento, el ingenio del actor y locutor queda inscrito como una celebración a la risa que, aunque sea incómodo decirlo, se parece en un aspecto particular a la enfermedad: nos iguala a todos. 

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Mundstock falleció debido a una condición de la que fue diagnosticado hace un año. Aunque el culpable esta vez no fue el covid-19, la muerte del humorista de 77 años al inicio parecía parte del guión indiscriminado de la pandemia. Mundstock era grupo de riesgo y lo decía con frecuencia en sus shows. “Es verdad que el paso del tiempo nos ha modificado”, aceptaba para presentar la canción Los jóvenes de hoy en día. “Lo que antes nos parecía moralmente inaceptable, ahora nos resulta tristemente inalcanzable”. Y remataba: “Mientras más años a cuestas, más te cuesta y menos te acuestas.” La edad de todos los integrantes de Les Luthiers —y sus cambios a lo largo de los años— era un motivo constante de chiste. 

Esa autoironía lo caracterizaban a él y a toda la agrupación. Autoironía, disciplina y mucha humildad. En una entrevista con el periodista Daniel Samper Pizano, Mundstock desmintió su propio ingenio y se describió como un “orfebre, alguien que se esmera al máximo en pulir los pequeños detalles”. Su trabajo se reflejaba en las ideas, las presentaciones y los guiones del grupo. «Nos quedará su profesionalismo. Su autoexigencia, su ética de trabajo y su respeto extremo por el público», expresaron sus compañeros en un comunicado tras la muerte del actor y locutor. Esas características de Mundstock marcaban también el ritmo de todo el show de los argentinos. 

Después de la muerte de Daniel Rabinovich —otro integrante clave con el que Mundstock compartía diálogos ahora famosos como “Ester Píscore”— el grupo siguió  con su gira. En una entrevista para el diario El País, Mundstock explicó que seguir con ganas y como si nada era el mejor tributo que podían dedicarle a su amigo. 

Ahora, sin la voz que los ha definido por tantos años, la pregunta de si siguen o no probablemente resurgirá entre los integrantes, de los cuáles solamente Jorge Maronna y Carlos López Puccio son del quinteto original (los cuatro nuevos integrantes son Horacio Turano, Martín O’Connor, Tomás Mayer Wolf y Roberto Antier).  Pero como en la muerte de Rabinovich, reír en tiempos aciagos también será un honroso tributo para un hombre que se dedicó tan seriamente a la risa. 

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De pequeño imaginaba la voz de Dios como la de Mundstock: parsimoniosa y estentórea  pero ingeniosa. El presentador y monologuista del grupo parecía un hombre severo hasta que empezaba a hablar y a jugar con las palabras. Entonces se convertía en un bufón erudito y elegante. A pesar de confesarse como “un lastre para la música”, su voz  resonaba sobre las tablas como cada uno de los instrumentos inventados por el ensamble. 

La disciplina y versatilidad del grupo los ha convertido en un patrimonio cultural de Hispanoamérica. Mundstock, en particular, ya es un referente en el mundo de las letras. El año pasado, durante la  la celebración del VIII Congreso Internacional de la Lengua,  el actor dio una suerte de clase magistral, con reclamos lingüísticos incluidos, a los académicos de la Real Academia Española. El video se hizo viral como la mayoría de sus intervenciones en Les Luthiers. “Hola, buenos días estimado público”, saluda a los asistentes. “Estimado porque los organizadores estiman que hay en el recinto unas ochocientas personas”. Mundstock, de semblante serio y solemne, jugaba con la lingüística y le daba la vuelta para hacer reír.  

Su creatividad con las palabras relucía en aparentes dobletes sacados de expresiones del día a día, perogrulladas enunciadas con su seriedad característica como “los niños de hoy serán los hombres del mañana” y juegos con ramas de la lingüística como la pragmática, que estudia el sentido de lo que queremos decir. 

El silencio del estentóreo narrador de Les Luthiers es una pausa en común, triste y añorante, para su enorme público hispanohablante. Su partida duele y pone en duda la continuidad del grupo, pero ratifica a la risa como una pulsión humana que nos arrebata el control y nos salva a la vez. La provoca el intelecto —erudito, inteligente y fino en el caso de Mundstock— y  la expresan los gestos y movimientos de un primate. 

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La risa es también el juego inocente, tierno y vulnerable que expresaba el actor. Por eso sus efectos son universales. La risa es la verdadera igualadora. Nos delata e infantiliza. También nos acerca. Quien nos hace reír, como lo hizo y hace Les Luthiers, desmorona nuestras poses. 

En su tiempo libre, Mundstock  se dedicaba  “a las boludeces de la vida”. Nos queda hoy su encanto e ingenio para escucharlo desde nuestras  casas —solos o acompañados— y dedicarnos con su mismo compromiso a disfrutar, mientras podamos, de nuestras propias boludeces para reir. Después de todo, como él decía: “todo tiempo pasado, fue anterior”.