En octubre de 2017, el Ecuador fue a rendir examen. Decidió rendir las pruebas PISA-D, una iniciativa de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que mide las competencias de jóvenes de 15 años en comprensión lectora, matemáticas y ciencias. Su objetivo es conocer si los estudiantes han adquirido ciertos conocimientos y habilidades entre su educación básica y media. Se evaluaron a 6.108 estudiantes de 173 escuelas de instituciones fiscales, fiscomisionales, municipales y privadas en todo el país. Un año después, en diciembre de 2018 nos entregaron los resultados: reprobamos.
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El desempeño de nuestros estudiantes fue 409 en lectura, 399 en ciencias y 377 en matemáticas. Los promedios de la OCDE eran 490, 493 y 493 respectivamente. Después de que la educación por una década de fuerte inversión en infraestructura pero sin cambios sustanciales en su calidad, de que candidatos presidenciales la convirtieran en foco de demagógicas propuestas facilistas, y que terminara convertida en una confrontación entre enemigos políticos, con acusaciones volando en todas las direcciones, el resultado no debería sorprendernos. No por eso es menos triste: no estamos en la lista de los países con la mejor educación de América Latina.
Los resultados de las pruebas PISA confirmó que el sistema educativo tiene graves deficiencias en el campo de los métodos de aprendizaje. Mostró, además, un sistema caduco con un problema estructural. “Es un problema que se arrastra por largo tiempo y presumo que lo vamos a seguir arrastrando por mucho tiempo”, dice el exministro de Educación y profesor universitario Milton Luna. Según Luna, el modelo educativo no ha cambiado en décadas y es esencialmente memorista. “Es el modelo educativo que no desarrolla capacidades críticas en las personas”, dice Luna.
Pero no solo nos fue mal en las PISA. En la evaluación del Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de los Adultos (PIAAC, por sus siglas en inglés), “el Ecuador obtiene resultados muy bajos, en algunos casos lo ubican en último lugar”, dice la experta en educación Rosa María Torres.
Personas de entre 16 y 65 años rindieron los exámenes del PIAAC de 16 a 65 años. El rango de edad permite ver el panorama más amplio. Las pruebas medían el desempeño en tres ámbitos: comprensión lectora, capacidad de cálculo, capacidad para resolver problemas en contextos informatizados. Los resultados fueron en comprensión lectora 196 (el promedio de la OCDE es de 266), en habilidades como cálculo y resolución de problemas, fueron de 185 y 228. Ambas, debajo del promedio de la OCDE.
Después de las pruebas vinieron los cuestionamientos. Y las medidas para hacer frente a los resultados de las pruebas no han sido concretas. El Ministerio de Educación dice que después de los resultados obtenidos en PISA- D se “ha socializado los resultados del desempeño de los estudiantes en PISA-D a todas sus áreas técnicas para fortalecer el desarrollo de sus diferentes procesos”. Pero las “socializaciones” parecen simples remiendos, a falta de una verdadera política pública. “El sistema educativo como tal necesita cambios profundos”, dice Torres, “no se trata de meros retoques”.
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Martha* tiene 52 años y es profesora de un colegio quiteño. Lleva 22 años trabajando y gana 600 dólares mensuales. Además de dar clases, organiza reuniones y redes de estudio con otras instituciones y llena interminables informes. Ahora, los profesores parecen haberse convertido en burócratas, que dedican más tiempo a realizar trabajos administrativos que dar clases de calidad a sus alumnos. Se impuso un mecanismo, se impuso procedimientos que obligaba a los profesores a llenar matrices, formularios, explica Milton Luna. “Alrededor de casi 60 procedimientos técnicos realizaban los profesores en sus 40 horas de clase, lo que les absorbía casi un 60, 70% de lo que debía ser un trabajo pedagógico”. El resultado fue que el tiempo que los profesores podían invertir en preparar sus clases, desarrollar nuevos mecanismos de enseñanza o prepararse se desvanecía en llenar cientos de formularios .
Martha dice que ser profesora en el Ecuador es un camino lleno de dificultades, especialmente cuando se trata de la educación pública. Para ella, un problema muy grande “es que en los colegios públicos tienen mucha cantidad de alumnos en cada aula y eso no permite que sea una educación de calidad.”, dice. Según el Ministerio de Educación, la relación de estudiantes profesores en Ecuador es veintiuno a uno, pero Martha dice que hay de 30 a 40 chicos por clase. Con tal cantidad, el tiempo que podría dedicar con detenimiento a los estudiantes se reduce. Un maestro que tiene que controlar un aula con tantos estudiantes, no podrá resolver las dudas de todo, y mucho menos garantizar que aprendan bien e igual.
Pero mejorar la calidad educativa no solo implica aumentar el número de profesores sino mejorar la calidad de los profesores. Pagar bien a los profesores es un factor indispensable. La valoración de los profesores, a través de salarios justos, tiene una estrecha relación con los resultados de las pruebas de los alumnos, explica Andreas Schleicher, uno de los responsables del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA). Un ejemplo de la importancia de profesores bien pagados es Corea del Sur, uno de los países con la mejor relación del mundo entre salarios de los profesores y Producto Interior Bruto (PIB). Es, además, uno de los países con mejores niveles educativos del mundo.
El pago justo a los profesores es un factor importante para su desempeño, pero también lo es su formación integral. “No se toma en serio lo que es formarse, de lo que es mejorar su cualificaciones, sus conocimientos, sus capacidades y técnicas de enseñar”, explica la especialista en educación Cristina Bastidas.
La formación académica no es el único tipo de formación que deberían recibir los profesores. Y no se trata de atraer a la docencia, a los que obtienen mejores puntajes en pruebas o los que tienen más diplomas, según Rosa María Torres. También se deberían considerar “cualidades humanas como empatía, afecto, buen trato, curiosidad, deseo de aprender, aprecio por la diversidad, respeto a los alumnos y a los colegas”, dice Torres.
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La tasa de matriculación en el Ecuador ha aumentado, pero no significa que la calidad de la educación haya, también, crecido. Aún existen problemas de asistencia y deserción escolar. Los niños, niñas y adolescentes están matriculados, pero no todos terminan sus estudios. “Un número muy alto de personas, de más de 15 años de edad no habían culminado sus estudios”, dice Milton Luna.
Para mejorar la educación del país no existe una fórmula mágica sino saber cuánto se invierte y en qué se invierte. Pero la poca o la mala inversión de los recursos responden a que “no ha habido una política de estado en educación”, explica Cristina Bastidas. “Los diferentes gobiernos han tenido políticas distintas, han ido cambiando, no hay un modelo educativo consolidado. Se han ensayado unas cosas, otras cosas, unos curriculums, otros curriculums”, dice Bastidas.
Finlandia, uno de los mejores en las pruebas PISA, aprueba un nuevo currículum de primaria cada diez años. En el modelo educativo del país nórdico los profesores optaron por cambiar los libros por portátiles, eliminar exámenes y notas y, en su lugar, trabajar con proyectos, desterrando las asignaturas convencionales y trasladando a la vida cotidiana los problemas del papel. En el Ecuador estamos aún a años luz de esos cambios.
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Los malos resultados no fueron los únicos datos que arrojaron las pruebas PISA. También hubo cifras importantes sobre ella desigualdad entre la calidad de la educación que se imparte en el país. Los estudiantes de instituciones urbanas tienen un mejor desempeño que estudiantes de instituciones rurales. Los de nivel socioeconómico alto tiene más de tres veces más probabilidades de alcanzar el nivel dos —considerado básico en PISA— en matemática. En países con niveles de desigualdad como los del nuestro tener un buen nivel de educación significa moldear, en muchos casos, toda la vida: de ello depende que una persona obtenga un empleo decente y salir de la pobreza.
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Un sistema de educación de calidad es sinónimo de igualdad de oportunidades. «Sin la educación adecuada, los jóvenes languidecerán al margen de la sociedad, incapaces de enfrentar los desafíos del futuro mundo del trabajo, y la desigualdad continuará aumentando», dijo el Secretario General de la OCDE, Ángel Gurría, al presentar el informe. La educación no solo es ir a la escuela, al colegio —e incluso, a la universidad—, sino crear las condiciones para evitar en el mediano y largo plazo la explotación laboral, la miseria y la pobreza, que se reciclan en un círculo tercamente vicioso.