La educación es un factor indispensable para reducir y prevenir la pobreza a nivel mundial.  Un país que asegura su acceso y su calidad tiene más probabilidades de mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. Los que tienen peores sistemas de educación y mayor analfabetismo tienen peores índices de salud, mayor índices de violencia, mayores tasas de mortalidad y menor expectativa de vida. Según el bureau de estadísticas laborales del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos hay  una correlación negativa entre el nivel de educación y el desempleo de su población. Guillermo Lasso está en campaña presidencial desde hace más de cuatro años y usa (o usaba) como pilar fundamental de su retórica electoral al emprendimiento, por eso sorprende —o ya no sorprende— que ahora, en junio de 2016, haya prometido temerariamente cerrar la Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (Senescyt).

En el Ecuador, los que estudiamos en alguna universidad pública hace más de diez años, vivimos una realidad muy dura: aulas viejas, abarrotadas de estudiantes, trimestres o semestres que duraban más de los normal por las constantes huelgas educación y profesores cuyos salarios no alcanzaban ni para cubrir la canasta básica familiar. Por otro lado, las calles abarrotadas de publicidad que invitaba a ser parte de instituciones de educación superior con pseudo-ofertas académicas que contrastaban con bibliotecas sin libros, universidades sin laboratorios y muchas tesis que servían más como atranca-puertas que como fuente de nuevo conocimiento. Uno de los logros del actual gobierno ecuatoriano ha sido el de empoderar al Estado en su obligación de velar y regular la calidad de la Educación Superior y de ser el principal ente financiador de proyectos de investigación científica y desarrollo tecnológico que están anclados a las necesidades del país.

La Senescyt ha permitido enrumbar un sistema educativo superior que pedía a gritos una reforma.  Como docente investigador he analizado los datos publicados en varios espacios por la Secretaría: hay un incremento mayor al 5 mil por ciento en el número de becas disponibles para ecuatorianos, creció la tasa de investigadores a tiempo completo y docentes con títulos de cuarto nivel en las instituciones de Educación Superior.

No solo se ha aumentado el acceso a la educación. Los gobiernos anteriores hicieron una ínfima inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico. Muy pocas veces respondía a solucionar problemas de los ecuatorianos o a fomentar el cambio del modelo económico extractivista por uno basado en la exportación de bienes con alto valor agregado, generador de recursos renovables. En un país donde la dependencia tecnológica y cognitiva nos han obligado a importar prácticamente todo, garantizar una educación superior de calidad, ligada a la investigación científica y a la transferencia de conocimiento debería ser siempre una prioridad. Lasso parece no haberse enterado de esto.

Hay resultados clarísimos. Por ejemplo, el programa Arca de Noé —financiados por la Senescyt— ha descubierto más de 57 nuevas especies de animales en el Ecuador. La inversión pública destinada a la Investigación y Desarrollo (I+D);ha incrementado desde menos de un 0,05% del PIB en el 2001 hasta más del 0.78% del PIB para el 2014 ha permitido aumentar el número de publicaciones científicas indexadas en más de un 18%: el Ecuador es uno de los países con mayor tasa de crecimiento anual cuando se lo analiza per cápita.

Si bien este tipo de logros parecen obvios hasta para los opositores más acérrimos, para un sector mediocre y demagogo, la Senescyt simplemente ha cumplido un rol tiránico. Uno de estos supuestos roles gira alrededor del Sistema Nacional de Nivelación y Admisión (SNNA), cuyo objetivo es optimizar el ingreso a los estudiantes universitarios a través de un mecanismo más inclusivo y meritocrático al del viejo paradigma del libre ingreso que tantos recursos y tiempo desperdició.

Hay que ser muy enfático: quien aplica a un programa universitario (de universidades públicas, no privadas como algunos quieren hacerlo ver) tiene toda la libertad de escoger el programa que él o ella desee. Sin embargo, sus probabilidades de ser aceptado en dicho programa dependerán de su rendimiento en el examen SNNA, que puede ser mejorado cada vez que exista una convocatoria.

Tal vez Lasso no sabe qué hace la Senescyt. Tal vez tampoco entiende —pero debería entender— que todos los países tienen una organización o institución que regula y acredita al sistema de educación superior, y emite política pública en I+D que permite innovar, emprender y generar nuevas oportunidades de crecimiento económico.

¿Entonces, cuál es el problema con la Senescyt? Que parece ser una cabeza más que cortar en el camino a-cómo-sea para llegar al poder. No puede ser otra cosa, si está claro que la política pública que ha emitido ha estado siempre enfocada en mejorar las capacidades estructurales del Sistema Nacional de Investigación y de Educación Superior. Comentarios viscerales sobre temas poco conocidos, no solamente generan rechazo, sino miedo. ¿Está el candidato presidencial de CREO apelando al temor en lugar de hacer propuestas concretas? Ojalá Guillermo Lasso presente una postura seria respecto a la educación superior. De lo contrario, significará que está a favor de la reapertura de las universidades de garaje o de la prohibición de verificar y comprobar la calidad en la educación universitaria.