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La excusa perfecta para llegar tarde a una cita en Quito tiene dos palabras: el tráfico. Pero, ¿qué tan válida es la excusa? Para responder a esta pregunta, hice un pequeño experimento: grabé con un GPS un total de 397 trayectos dentro Quito entre 2017 y 2018. Registré 3.378 kilómetros en 139 horas, lo que equivale casi a un viaje en línea recta de Quito a Santiago de Chile. Los resultados demostraron que caminar y compartir un vehículo, fueron los métodos más eficientes para moverme.
Mi experimento tuvo lugar en la que es la ciudad número 26 del mundo en el ranking de las que tienen el peor tráfico del planeta. A pesar de que llegar con retraso a donde vamos es, quizá, el efecto práctico más común de ese incómodo puesto, tiene implicaciones mayores, como la contaminación, la cual de continuar en aumento podría llevarnos a prohibir a los niños salir de casa por la mala calidad del aire —algo que ya pasó en la Ciudad de México en mayo de 2019.
Me moví por la ciudad a pie, en transporte público y como conductor y pasajero de un auto privado. No incluí viajes en bicicleta, porque en Quito no hay la alternativa para llevar una bicicleta en transporte público, lo que hace imposible conectar distancias largas. Caminé el 27% de las veces y utilicé un bus el 29%. Manejé un auto el 23%, y fui pasajero de alguien más el 21% de mis viajes.
Mi análisis privilegia mis movimientos como persona, y no la velocidad del vehículo que utilicé. Los cuatro métodos de transporte demostraron particularidades, virtudes y problemas que evidencian la complejidad que existe para desplazarse en la capital del Ecuador.
Me voy a ir a pie
Caminé 226 kilómetros en 107 viajes. La distancia cubierta fue mucho menor que con las otras opciones, pero mis pies fueron la forma más eficiente para distancias cortas y llegar puntual: mi promedio por viaje fue de 2 kilómetros, en distancia, y 24 minutos, en tiempo. Este valor no podría garantizarse si uso un carro, ya que al tiempo perdido por la congestión vehicular, también hay que añadirle el tiempo que toma parquearse, que en Quito es cada vez mayor.
Además, en relación al consumo de energía, sostenibilidad y salud, caminar es la mejor alternativa. Lamentablemente, el mal estado de las aceras y la inseguridad en algunos sectores a ciertas horas, disminuyeron notablemente la eficiencia y calidad de mis caminatas por Quito.
Yo, conductor
Cerca del 23% de quiteños tenemos un vehículo. Mi distancia y tiempo promedio manejando fueron 12 kilómetros y 37 minutos. El auto resultó poco eficiente en distancias cortas: llegué a necesitar hasta 32 minutos recorrer un kilómetro y medio. De acuerdo a la velocidad promedio de mis caminatas (5,1 kilómetros por hora), en el mismo tiempo habría recorrido 2,7 kilómetros
A diferencia de ir a pie, el tiempo de cada viaje varió mucho: entre 5 y 90 minutos, dependiendo de la hora del día, el sector de la ciudad, los posibles cierres de vías, accidentes, el estado del clima, entre otras razones. Para subirme al auto y no llegar tarde, tuve que evaluar muchas variables.
Mis registros mostraron que hasta un 25% del tiempo tras el volante estuve parado con el vehículo. Varios estudios señalan a esta como una de las actividades menos placenteras de la rutina diaria de un ciudadano.
Siga para atrasito
Quito tiene cerca de 3 mil buses y una larga lista de críticas a su sistema de transporte público. Sin embargo, este es el método que usa más del 70% de la población.
En 116 viajes mis traslados fluctuaron entre medio y 24 kilómetros. Sumé un total de 806 kilómetros, con un promedio de 7 kilómetros en distancia, y 14 minutos por viaje. Tomando en cuenta estos resultados —y el costo de pasaje de 25 centavos— no puedo quejarme de la eficiencia del sistema como tal.
Pero haber registrado velocidades mayores a 90 kilómetros en varios viajes, las nubes de humo negro en las paradas, la irregularidad del paso de los buses, la repetición constante de la frase “siga para atrasito”, y el robo de mi celular, afectaron mucho mi experiencia en colectivo.
Llévame
En inglés, carpooling es cuando varias personas comparten un mismo auto particular. Gracias a dos amigos del trabajo que vivían cerca de mi casa, pudimos aplicarlo.
En los 84 viajes que hice como pasajero, mi ahorro de combustible y tiempo fue enorme. Los casi mil kilómetros recorridos fueron gratis y, aunque el servicio no fue puerta a puerta, las caminatas a los sitios de encuentro fueron cortas y saludables.
Es verdad que los efectos de la congestión vehicular afectan de igual manera a un carro con una o cinco personas, pero estar acompañado para lidiar con ese estrés, marca una diferencia gigante a favor del uso compartido del auto y la reducción del malestar de manejar.
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Luego de los casi 3.400 kilómetros que recorrí, algunas cosas están más claras.
El tráfico no es el responsable de la impuntualidad de nadie. A pesar de lo congestionado que puede parecer Quito, hay las alternativas para llegar a tiempo.
A mí me gusta caminar y fue la forma más eficiente de trasladarme en distancias cortas para llegar siempre puntual. Lo malo es que la “caminabilidad” de la ciudad no va a mejorar si los ancianos, las sillas de ruedas y los coches de bebé deben enfrentar a una inseguridad constante sobre las aceras y al cruzar las calles.
El carro privado, en todo el mundo, es el causante de los peores problemas urbanos actuales. Sin embargo, todos tenemos el derecho a elegirlo como medio de transporte, pero al hacerlo nos convertimos en la causa de la congestión y debemos respetar a los peatones y bicicletas que la solucionan.
En un auto compartido el conductor puede ahorrar hasta un 75% de su gasto si lo comparte con tres personas. Para el pasajero, las molestias y preocupaciones del estado del vehículo o en dónde va parquearse desaparecen, mientras que la calidad de los viajes se incrementan, al tener con quién conversar y quejarse del tráfico.
El nuevo Secretario de Movilidad de Quito dijo en una entrevista en mayo de 2019 que “a la gente no le gusta ir en bus, lo que es gravísimo”. Esto es muy cierto y justificable. Sin embargo, el sistema tiene el potencial de agradarnos y ser una verdadera solución, siempre y cuando se den los cambios que la ciudad ha pedido por años.
Un aspecto que afectó todos mis movimientos y tiempos, fue la presencia de agentes de tránsito en los semáforos que priorizaban el paso de los carros particulares y descuadrando el sistema de semaforización de la ciudad. Hasta la fecha no he podido encontrar una justificación técnica para esta práctica.
Nuestra ciudad vive un momento crucial. El metro está casi listo para arrancar, y estamos a tiempo de prepararnos y escoger el medio de transporte basándonos en la calidad, comodidad, seguridad, presupuesto y tiempo —pero también en la salud y el ambiente en el que queremos que vivan nuestros hijos.