A pesar de que comparto su mensaje final, discrepo en varios puntos con el texto El machismo no es genético de la antropóloga María Amelia Viteri. Es un error afirmar que no hay diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres. También lo es excluir a los componentes biológicos del comportamiento del macho, como el papel que juega la testosterona en la perpetuación de la violencia. Por último, la doctora Viteri desconoce una propensión en los hombres para violar, un punto bastante delicado, pero que vale la pena escudriñar.

Empecemos por los cerebros masculino y femenino. Es cierto que se parecen. Tienen diferencias anatómicas que no han logrado vincularse con cambios en el comportamiento, por ejemplo, el volumen total del cerebro es mayor en hombres, el grosor cortical es mayor en las mujeres. Sin embargo, nuestros cerebros actúan distintos debido a la acción de las hormonas sexuales. Es esto lo que finalmente genera la variabilidad entre el comportamiento masculino y femenino —específicamente sobre la identidad de género y el comportamiento sexual.

Tenemos ejemplos concretos de la influencia de las hormonas en el cerebro. Las mujeres transexuales (que han hecho la transición de hombre a mujer) a menudo rechazan tomar hormonas femeninas porque reduce su deseo sexual. El efecto opuesto se aprecia en hombres transexuales (transición de mujer a hombre) que toman testosterona. Después de un año de tomar testosterona, 50 hombres transexuales notaron un notable incremento en la frecuencia de deseo sexual, el número de fantasías sexuales, los episodios de excitación y masturbación. Este resultado también se observa en mujeres que reciben hormonas masculinas como tratamiento en la menopausia.

Una advertencia: nada de lo que estoy diciendo es un argumento para sostener que los hombres violamos porque somos seres más sexuales. Es un recuento introductorio para entender cómo la biología juega, también, un rol en las acciones que tomamos.

Comparados con las mujeres, los hombres somos seres hipersexuales. Quizá esta sea la causa de que los hombres interpreten de manera diferente ciertos signos. Si reduces la distancia, mantienes el contacto visual y lo tocas —dice Maureen Wang Erber, profesora de psicología en la Universidad Northeastern Illinois— un hombre pensará que eres atractiva, seductora y promiscua. Esta “sobrepercepción” de las intenciones sexuales en el sexo opuesto, dice Wang, hace que los hombres sean más proclives a iniciar el acto sexual. Las mujeres no reaccionan igual, a ellas estos signos les son indiferentes; además, sienten más comodidad al negarse a tales insinuaciones, y es más probable que digan que no.

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Los hombres somos más sexuales que las mujeres pero, ¿significa esto que tenemos una tendencia natural a violar?

Para aprender sobre nuestras tendencias naturales, a menudo observamos lo que sucede en el restso de la naturaleza. Cuando ciertos rasgos presentes en el ser humano son compartidos por varias especies, se puede pensar que se trata de un rasgo natural y no una construcción enteramente social.

Por ejemplo, existen casos documentados de comportamiento homosexual en más de 400 especies de animales. Esto ha ayudado a deconstruir el mito de que los homosexuales humanos “son anormales”. La homosexualidad es normal en cientos de especies. De la misma manera, podemos escudriñar si los humanos comparten con otras especies animales alguna tendencia hacia la violencia sexual.

Martin Lalumière y Vernon Quinsey abordan este tema en su libro The causes of rape: Understanding individual differences in male propensity for sexual aggression, publicado por la Asociación Estadounidense de Psicología. Los investigadores concluyen advierten que aún queda mucho por ser descubierto, pero dejan claro que la violación (que ellos denominan “copulación forzada”) ocurre en muchas especies. En el reino animal, es una táctica exclusiva de los machos para incrementar sus oportunidades de reproducción.

Los primates animales, nuestra familia genética, no son la excepción. Los machos obligan a las hembras mediante tres mecanismos: forzandolas físicamente a aparearse, acosandolas hasta aparearse, y castigando su negativa persistente hasta aparearse. De manera muy similar a lo que sucede en los primates humanos.

Estamos entrando en terreno fangoso. Muchos investigadores se niegan a discutir o reconocer la validez de la violencia sexual como una característica evolutiva en el hombre, como parte de su tendencia natural. Yo tampoco quiero que estos hechos sean usados como una excusa por los perpetradores.

Sin embargo, este ejercicio de honestidad intelectual también nos permite aprender cosas importantes para las víctimas. Por ejemplo, qué tipo de entorno es más proclive a los ataques, o las tácticas de prevención que muchas especies desarrollan en contra de la violencia sexual.

Las violaciones en el reino animal, explica Gillian Brown, de la Universidad de Cambridge, ocurre con mayor frecuencia en aquellas especies en las que múltiples machos cortejan a cada hembra, como es el caso de los macacos. En contraste, parecen ser raras o ausentes en especies como los gorilas, donde un solo macho puede controlar el acceso a una o más hembras. Tampoco son frecuentes cuando un solo macho y una hembra defienden conjuntamente un territorio, como ocurre con los gibones.

En cuanto a mecanismos de resistencia en primates, sabemos que las chimpancés han desarrollado una estrategia bastante peculiar: las hembras se agrupan en contra de los machos que atacaron a otras hembras o intentaron forzarlas a copular. Según Brown, la medida en que los machos dependen del apoyo social de las hembras para mantener su posición en el grupo, y la fuerza de las alianzas entre machos, puede influir en la probabilidad de que los machos intenten forzar a las hembras. Dicho de otra manera: los animales tienen estructuras sociales que amplifican o previenen la violación, y en eso también se parecen a los humanos.

Robert Sapolsky, científico y profesor de ciencias biológicas y de neurología en la Universidad de Stanford, explica este hecho. Según explica Sapolsky, la testosterona en los machos no incrementa los niveles de violencia per se, sino que amplifica las tendencias sociales preexistentes hacia cualquier comportamiento que el individuo necesite para mantener su estatus cuando es desafiado.

En definitiva, si la sociedad reconociera a conductas pacíficas, altruistas y equitativas como valiosas, la testosterona nos impulsaría hacia ese tipo de conductas. O en palabras de la doctora Viteri, se pueden “construir otras masculinidades, alejadas de la violencia”.